jueves, 4 de octubre de 2012

Jugando con los muertos



Esto que les voy a narrar me sucedió hace ya varios años. Acá en México no tenemos Halloween, la tradición es ir al panteón por la noche y llevar comida, bebida, luces y hasta música a los muertos. La noche del 1 de Noviembre de 1995 yo tenía la edad de 13 años, acompañé a mi madre a llevar una ofrenda a mi abuelo y a quedarnos en el cementerio un rato. La noche era tranquila, las tumbas estaban llenas de veladoras y brillaban con la luna. Mi mamá se quedó dormida, sobre la tumba del Abuelo. A mi, al contrario, el sueño no me llegaba, me daba miedo pensar en dormir en una tumba. Me quedé sentado enfrente de mi mamá, pero al cabo de unos momentos empecé a sentir sueño, me sentía cansado, cuando de pronto alguien me puso la mano en el hombro, me asusté y al dar la vuelta vi que frente a mi había un niño, un poco más chico, tendría unos nueve años. Nos miramos fijamente y me preguntó por mi nombre, seguidamente se presentó él:

- Me llamo Alejandrito Chávez.

El niño era tierno y amigable y traía consigo una bolsa de canicas y me invitó a jugar con ellas. Nos dirigimos hacia una lámpara, cerca de donde estaba mi mamá.

Mientras jugábamos a las canicas me dijo:

- Tu mamá te ama mucho, tienes suerte, yo en cambio extraño a la mía.
- ¿Con quién has venido al panteón?, le pregunté yo.
- He venido con mis abuelos.

Todo siguió normal y seguimos jugando, yo en ese momento no di ninguna importancia al asunto.

Pasaron unas horas quizás, cuando uno es pequeño pierde la noción del tiempo, pero el caso es que finalmente el sueño empezó a ganar su batalla, le dije que estaba muy cansado y que tenía que dormir, así lo hice me fui junto a mi mamá quedándome dormido casi al instante.

Al día siguiente el sol nos despertó, mi mamá y yo nos levantamos:

- Vamos, recoge los platos y las demás cosas. Dijo mi mamá.

Mi sorpresa llegó cuando puse los platos en la tumba de enfrente, en la lápida envejecida había una inscripción:
“Aquí yace mi querido hijo Alejandro Chávez”. También indicaba el día de nacimiento y el de su muerte, tenía nueve años exactamente, la verdad no sabía si era una rebuscada coincidencia, así que le pregunté a mi mamá, aunque ella no supo que decirme. De pronto llegó una Sra. Joven, se dirigió a la tumba de Alejandro, al verla no pude resistirme y la curiosidad me ganó, le pregunté:

- ¿Cómo era el niño?.

La descripción que me dio coincidía exactamente con el niño con el que jugué, pero aún hay más, me comentó que la tumba de al lado pertenecía a la de sus abuelos.

Esto nunca se me olvidará, y en lugar de sentir miedo, creo firmemente que existen fantasmas buenos. 



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