lunes, 15 de octubre de 2012

Los secretos de los mares

LOS fenómenos que se desarrollan en el océano, tanto los de origen físico-químico como biológico, siempre han estimulado la imaginación de los hombres, y en todas las latitudes y épocas han sido motivo de las interpretaciones más fantásticas. De allí la multiplicidad, y a menudo la contradicción de las leyendas y creencias marinas.
Desde tiempos remotos, el mar ha sido un lugar misterioso, insondable y desconocido para la humanidad. La historia antigua afirmaba que la extensión del mar era tan inmensa que llegaba hasta el lejano país de los muertos, y que estaba habitada por criaturas terroríficas y monstruosas.
No es mucho lo que conoce la ciencia contemporánea acerca de los habitantes del océano. La gran diversidad en forma y tamaño de los seres marinos ha permitido crear toda clase de historias y leyendas sobre monstruos, las cuales han dado origen a un sinnúmero de fantasías.
La vida en el mar nos depara, aún hoy, sorpresas y narraciones fantásticas que sólo comienzan a descifrarse mediante la investigación sistemática del océano.
El hombre siempre ha considerado que la inmensidad del mar está poblada por una fauna de fantasía. Los "monstruos legendarios" nacen entonces al calor del temor o de una imaginación desbordada ante tantas maravillas que los ojos humanos pueden contemplar en el océano.
Como señalan algunos científicos, "los griegos llenaron al Mare nostrum de las más variadas criaturas. Monstruos y deidades formaban la más animada población de las aguas del mar. Nereidas, oceánidas y gorgonas, en formación con sirenas y tritones, constituyen el brillante desfile, que da su mayor esplendor a la corte de Poseidón y Anfitrite".
Uno de los mitos griegos más bellos es el de las sirenas, en el que se conjugan la mujer y el mar, dos elementos que desde tiempos inmemoriales son motivo de alabanzas y leyendas para el hombre.
Según la mitología griega, las sirenas eran las hijas de Calíope y de Aqueleo, compañeras de Proserpina y víctimas del furor de Ceres, quien las transformó precisamente en monstruos marinos en virtud de que no opusieron resistencia al rapto de aquella. Estas mujeres oceánicas poseían los más dulces y terribles atributos femeninos: la belleza y la crueldad, o el amor y la perdición.
Estas mujeres-pez son una constante mitológica de todos los pueblos marítimos, y su forma ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Para Ovidio, esas desdichadas criaturas que fueron a esconder sus monstruosos cuerpos en unas rocas situadas entre Capri e Italia eran aves de plumaje rojizo con cara de virgen. Apolonio de Rodas aseguraba que tenían busto de mujer y cuerpo de ave marina.
La historia de las sirenas griegas, sin saber cómo, se transformó en la de pez-mujer u ondina con cola de pescado y esbelto cuerpo femenino. Tirso de Molina las describe así: "la mitad mujeres y peces la mitad."
En el gran poema épico La Odisea, del poeta griego Homero (siglo IX a. C.), obra monumental de la antigüedad clásica, se narran las aventuras de Ulises y sus hombres ante las terribles y maléficas sirenas, cuyo canto fascinaba a cuantos lo oían. "Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos [...] al ser hechizados por las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo."
Este hechizo fue burlado por Ulises, quien, por consejo de Circe, tapó con cera los oídos de los remeros, mientras él se hacía atar de pies y manos del mástil para resistir el efecto fascinador del canto de las sirenas, quienes, para tentarlo, le ofrecieron el conocimiento de todas las cosas. Después de haber sido burladas por Ulises, las sirenas se precipitaron en el mar para convertirse en peñascos. Aún hoy se les conoce con el nombre de siremusas.
La leyenda de las sirenas se popularizó rápidamente; se extendió por toda Europa y llegó incluso a territorios muy alejados, como la India, Rusia y Japón, pasando después a América. Algunas de las historias las representaban crueles, como la de Ulises, y otras las describían dulces y amorosas, como en el caso de Ondina, que según el relato apareció en la costa de Francia.





Figura 20. Hombres-pez.

Como se ve, el mito se ha extendido en el tiempo y en el espacio. La sirena, ambigua deidad del mar, es dueña del horror de la muerte, pero también de un incansable amor. Muchos hombres del mar tienen aún la esperanza de encontrar algún día una sirena, a pesar de que la ciencia haya demostrado la inexistencia de las mismas.
Las sirenas no son los únicos personajes mitológicos marinos con características humanas, ya que tienen un paralelo simétrico con Tritón, hijo del dios Poseidón, "el de la cabellera azul" y de la diosa Anfitrite quienes rodean al dios de los mares y son mitad humanos, mitad peces, con larga cabellera flotante y gran cola cubierta de escamas.
Los tritones, que han recibido diferentes nombres, como hombre-pez u hombre marino, gozaban de fama por su sabiduría y dones adivinatorios, y su labor principal consistía en escoltar a los dioses marinos más poderosos al tiempo que soplaban sus bellas caracolas.
La leyenda de los tritones, descritos en las obras de Plinio, Gesner y otros autores, se extendió también por toda Europa, y pasó a la orilla del Atlántico apareciendo en América, en donde el ambiente era propicio para darle crédito. Incluso, algunos autores pensaban que esas leyendas eran patrimonio de las culturas nativas.
La creencia en el hombre-pez y las sirenas se conserva aún entre la gente de mar que siempre está relatando nuevas historias. Una posible explicación al respecto desde el punto de vista científico es que estas leyendas pudieron tener su origen en el aspecto de ciertas focas del Mediterráneo. *
Además, la imaginación de los griegos dotó a su mitología de otras criaturas marinas de forma humana, con lo cual aquellos hombres demostraban el gran amor y respeto que sentían por el océano. Dichas criaturas son las ninfas del mar, las nereidas y las oceánidas.
Las ninfas del mar, cuyas largas trenzas adornadas con conchas llegaban hasta sus hermosos y diminutos pies, eran la representación de un ser marino amable, inspirador de poetas. Las nereidas, 50 hermanas hijas de Nereo, habitaban el Mar Egeo, cantaban con voz melodiosa y bailaban alrededor de su padre. A pesar de que eran deidades menores, los griegos les construyeron altares ante los que depositaban ofrendas. Las más célebres fueron Anfitrite, Tetis y Galatea. Las oceánidas, hijas de Océano y Tetis, en número de por lo menos 13 000, tenían semejanza con las nereidas. Eran alegres, bondadosas y cuidaban a los marinos durante sus travesías con tanto afecto y dedicación que llegaban a enamorarse de ellas.
Aristóteles (384-322 a. C.), que puede ser considerado padre de la historia natural, y en especial de la zoología, y cuyos escritos constituyen una enciclopedia del saber antiguo que perduró hasta el Renacimiento —algunos de sus conocimientos son válidos en la actualidad—, tampoco pudo escapar de la tentación de crear fantasías sobre la vida en el mar. Pensaba que los corales, a los que llamaron korallion, que significa adorno del mar, tenían su origen en una planta marina que crecía "entre las horrísonas serpientes de la cabeza de Medusa". A las medusas, animales de cuerpo transparente en forma de sombrilla, las nombraba pulmones del mar, pues creía que el océano respiraba por medio de ellos debido a sus rítmicos movimientos natatorios.
Estas leyendas y tradiciones de los griegos permanecieron durante 16 siglos, y cambiaron según las épocas y los países a los que se extendieron. Algunas de ellas lograron ser aclaradas a partir del conocimiento que se fue obteniendo acerca de los animales marinos, aunque ciertas especies siguieron prestándose a confusión.
Los pulpos y calamares, por el aspecto poco grato de su cuerpo blando, sus brazos viscosos y musculosos provistos de pegajosas ventosas, han dado origen a numerosas leyendas y fábulas. Así, siguen vigentes hasta nuestros días los relatos llenos de colorido que hace Víctor Hugo en Los trabajadores del mar, o las feroces luchas de los secuaces del capitán Nemo, audaz y enigmático piloto del Nautilus, contra el gigantesco pulpo que nos describe Julio Verne en su novela 20 000 leguas de viaje submarino.





Figura 21. Medusa.

En muchas leyendas de los pueblos marinos y pescadores figura el pulpo como uno de los más importantes y tenebrosos personajes. Su extraño aspecto ha despertado cierta antipatía y repulsión, no exentos de respeto y temor. Son muchas las narraciones sobre pulpos colosales que arrastran a los abismos del mar, ayudados por sus potentes brazos, navíos y bergantines de los que no queda rastro alguno.
Durante siglos se creyó en la existencia del kraken, calamar o pulpo gigante, de una milla o más de longitud. Se dice que cuando asomaban sus lomos a la superficie del mar, parecían más unas islas que seres vivientes. Se cuenta también que con sus largos brazos podían aprisionar a los navíos para engullirlos.
Esta leyenda llegó a influir en el naturalista sueco Linneo, creador de la taxonomía científica, quien en una de las primeras ediciones de su obra Systema naturae, en la que clasifica a los animales, describe a un calamar de enormes proporciones con el nombre de Sepia micromicrocosmus, basándose en las historias que le contaron los fantasiosos hombres de mar.
Los mitos forjados en torno a la presencia de pulpos colosales en el mar tenían sus bases en el considerable tamaño que algunas especies de cefalópodos alcanzan, y sobre todo en la existencia real de ciertos calamares gigantes, como el Architeuthis, que vive en la costa atlántica de Norteamérica, en una extensa zona que abarca de las Bermudas a Terranova, y que ocasionalmente es arrastrado por las tormentas hasta las costas de Europa.
Esos calamares fueron desconocidos por los científicos durante siglos; sólo se sabía de ellos por los relatos de los pescadores, quienes solían encontrar trozos de tentáculos de hasta 10 metros de longitud en el estómago de los cachalotes o en las orillas de las playas. No fue sino hasta el periodo de 1871 a 1876 cuando una veintena de Architeuthis aparecieron en la playa de Thimble Tickle, en Terranova, lo que permitió que el naturalista Addison Verril los estudiara. El mayor de ellos medía, desde el extremo de la cola hasta la boca, de 8 a 10 metros. Sus brazos alcanzaban casi 20 metros de largo y tenía el grosor del cuerpo de un hombre. Estaba dotado de poderosas ventosas, la circunferencia de su cuerpo medía 2 metros y su peso se calculó en varias toneladas.




Figura 22. Pulpo hundiendo un barco.
Los científicos han comprobado que estos grandes cefalópodos habitan las partes más profundas del océano y que sólo por accidente alcanzan la superficie. Se encuentran repartidos en diversas regiones oceánicas, muy separadas unas de otras, y parece que son un alimento muy apreciado por los cachalotes, con los que libran titánicas batallas. Las marcas en forma de disco encontradas en los lomos de algunos cachalotes constituyen la evidencia de estas luchas. Así pues, se sabe que los calamares succionan el pigmento de la piel de estos animales.
Indudablemente, fueron la fuerza y dimensiones de estas especies lo que hizo pensar que, si alguna de ellas llegaba a aferrarse al casco de un bergantín de tres palos, era capaz de hacerlo zozobrar.
Muchos navegantes, sorprendidos por los violentos movimientos de los grandes calamares, que excepcionalmente se debaten en la superficie del mar, llegaron a creer que los tentáculos que veían eran serpientes marinas, ilusión posible a cierta distancia, sobre todo con la imaginación un poco exaltada.
No es posible hablar de monstruos marinos sin mencionar a las "serpientes del mar" y a los "dragones" que, según las creencias, habitaban las oquedades y las cavernas costeras, haciendo más peligrosas las rompientes del oleaje. Los relatos sobre estos fantásticos animales se repiten desde tiempo inmemorial, e incluso han sido tomados en cuenta por algunos naturalistas de renombre.
En los mares de todo el mundo, desde el ártico hasta el trópico, se ha hablado de la existencia de esas serpientes. Tales versiones provienen desde la antigua Grecia y Roma, y sería un error pensar que, en la actualidad, la gente ya no cree en esos monstruos.
Olaüs Magnus, obispo de Bergen en 1600, cuenta en una de sus obras que, según los marinos que navegaban en aguas de Noruega, entre las rocas y en las cavernas de la costa vivía una serpiente de 70 metros de largo y 10 metros de grosor; dotada de una larga melena, de ojos como llamas, y cubierta por afiladas escamas de color negruzco. Acostumbraba, decían, perseguir a las embarcaciones, y se elevaba como una columna para barrer con los marineros de cubierta y devorarlos.
Una versión más reciente es la de Erik Pontopiddan, de la Universidad de Copenhague, quien asegura haber visto en 1752 a una serpiente de 20 a 30 metros de longitud, negra y lisa, tan gruesa como el cuerpo de un hombre y provista de una especie de crin en la cabeza.
Estos mitos han llegado a interesar de tal forma a ciertos naturalistas que, incluso, han discutido seriamente la posibilidad de que ese hipotético animal exista.
No es de extrañarse, por consiguiente, que los zoólogos comenzaran a tomar en serio la existencia de estos animales, a los que clasificaron aun con el nombre científico de Megophias megophias. Oudemans, en 1892, publicó en Londres un singular libro que reúne 162 relatos de supuestas apariciones del discutido Megophias ocurridas entre 1522 y 1890.
Se dice que la tripulación del yate Valhalla encontró, el año de 1905, una serpiente de mar cuya silueta fue dibujada. El último reporte relacionado con hallazgos de Megophias fue hecho en 1925, en aguas de Australia, por el naturalista Jaillard.
Quizá la leyenda contemporánea más famosa sea la del monstruo de Loch Ness, llamado cariñosamente Nessie, que supuestamente vive en el Lago de Ness, al norte de Escocia. Se considera que es un Plesiosauro, reptil acuático que vivió durante el Jurásico Temprano y que aparentemente habita en las profundidades del lago.
El primer reporte sobre su supuesta existencia data del año 565, y hasta 1969 fue observado 251 veces, habiéndose hecho descripciones detalladas de él, pero siempre con base en fotografías muy borrosas, que bien podrían ser de algún otro animal. A la fecha se han realizado numerosas expediciones, sin haberse obtenido pruebas concluyentes sobre su existencia.
Por otra parte, hay referencias sobre supuestos unicornios que eran tan corpulentos como una ballena; de acuerdo con las leyendas, cuando se encolerizaban podían perforar el casco de una embarcación.





Figura 23. Monstruo escocés de Loch Ness.
La única especie que parece unicornio es el narval macho, de la familia de los cetáceos, pues uno de sus dientes, de duro marfil, crece tanto que le sale de la boca.
Actualmente se han descubierto restos de serpientes prehistóricas en los depósitos de los mares del terciario primitivo de África (en Egipto), Europa y América del Norte. No se han obtenido esqueletos completos, sino sólo vértebras cuyo tamaño ha permitido estimar que esas especies medían más o menos 12 metros de longitud. Los paleontólogos no han podido comprobar que las serpientes de los mares primitivos hayan alcanzado los extraordinarios tamaños mencionados con anterioridad.
En efecto, en los mares viven serpientes, pero éstas son semejantes en forma y dimensión a las que habitan en los continentes, con la única diferencia de que su cola está comprimida lateralmente, por lo que pueden utilizarla como remo. Estos animales abundan en el Océano Índico, en las costas orientales en África, específicamente en el litoral de Madagascar, y en diversas áreas del Pacífico tropical. Su veneno es muy tóxico, pero su mordedura es poco dolorosa.
Algunos peces, por la forma y características de su cuerpo, también han sido inspiradores de diversas leyendas, como los hipocampos o caballitos de mar, que dieron origen a la creencia de que el carro de Neptuno era arrastrado por caballos con dos patas y cola de pez.
Las mantarrayas, peces muy conocidos, son inconfundibles debido a que su cabeza, tronco y primer par de aletas constituyen una sola unidad, de aspecto romboidal aplastado. En ambos lados de la cabeza llevan un par de prolongaciones, a manera de cuernos, y en la región posterior poseen una cola en forma de látigo, que es muy flexible y termina en punta. Se les ha llamado diablos de mar, y posiblemente son las especies que Aldovrandi nombró, en el siglo XVI, dragones de mar.
El diablo de mar siempre ha causado gran temor entre los habitantes de las costas, y hasta se afirma que ataca fieramente al hombre, aunque esto no es cierto. En la actualidad, las mantarrayas son comúnmente atrapadas por las redes de los barcos arrastreros.
Algunos pescadores venden "peces diablo" a los turistas. Sin embargo, no se trata de mantarrayas, sino de una especie perteneciente a la familia de éstas llamada pez guitarra, a la cual le cortan el cuerpo y la cola de tal modo que aparenta la figura de un diablo.






Figura 24. Pez diablo.

Las historias sobre los tiburones son numerosas. A estos animales siempre se les ha considerado peligrosos para el hombre, pues son muy voraces y poseen una poderosa dentadura. Sin embargo, según estudios recientes, los tiburones sólo atacan al hombre cuando se encuentran excitados o hambrientos, lo cual sucede pocas veces, ya que en el mar encuentran gran cantidad de presas para su alimentación.
Dos tiburones que por su aspecto y tamaño han llamado la atención son el tiburón elefante, que mide de 15 a 16 metros y vive en los mares nórdicos, y el tiburón ballena, que puede alcanzar de 17 a 20 metros y habita en todos los mares tropicales, en especial en las costas del Pacífico mexicano.
El tiburón ballena es un caso singular para los científicos, pues su tamaño compite con el de los cetáceos. Hasta mediados del presente siglo sólo se habían capturado 76 ejemplares de estos tiburones, cuya piel de manchas blancas los hacen fácilmente reconocibles.
En algunos lugares lo nombran tigre de mar, pero en realidad no es tan terrible. En sus mandíbulas tienen 6 000 dientes distribuidos en varias hileras, los cuales son pequeños y resultan inadecuados para atacar presas de gran tamaño. El alimento de este tiburón consta de crustáceos pelágicos, pececillos, medusas e infinidad de seres diminutos del plancton.
Las ballenas, las orcas y los cachalotes, animales enormes del grupo de los mamíferos, están perfectamente adaptados a la vida acuática, al grado de que mueren si se exponen durante determinado tiempo a la superficie, a pesar de su respiración pulmonar. Sobre estas especies también se han creado leyendas. Las ballenas, principalmente, han estimulado la imaginación humana, ya que su longitud de 30 metros y su peso de 160 toneladas infunden temor.
Las partes más profundas del océano nos reservan muchas sorpresas, pues, como se ha dicho ya, albergan una curiosa fauna. En las profundidades viven los animales más raros de cuantos pueblan la Tierra. Por ejemplo, las dragas y redes de arrastre han sacado seres vivos que testimonian procesos ocurridos hace millones de años.
En 1938, frente a la costa de Sudáfrica, fueron atrapados con redes los especímenes vivos de un pez que se creía extinguido, el coelacanto, considerado el animal superior más antiguo del mundo que vive en la actualidad. Se le atribuye una antigüedad de 300 millones de años; su cuerpo está cubierto de escamas azules y tiene aletas lobuladas unidas al cuerpo por una especie de pedúnculo, por lo que parece poseer cuatro miembros.
Los fenómenos físico-químicos que suceden en el océano, como las mareas, corrientes, oleajes y remolinos, y en la atmósfera, como los eclipses, relámpagos, vientos y tempestades, han originado una serie de creencias fantásticas provocadas por la imaginación del hombre. Estas leyendas y fantasías, nacidas de un hecho observado primero y deformado después, han sido aclaradas por la ciencia.
Por lo anterior, el océano es una fuente de controversia: así como impone temor, también ejerce una atracción apasionante. Toda persona que ha tenido la oportunidad de hacer contacto con él, ya sea desde la orilla, a bordo de una embarcación o sumergiéndose, seguramente ha experimentado las dos sensaciones.
Tales sensaciones han sido interpretadas de diferente manera por los habitantes de los distintos lugares del planeta. A los nórdicos, el mar les sugería nuevas leyendas, las cuales significaban un reto que debían afrontar con valor, pues para los vikingos la bravura era una virtud religiosa. La principal aliada de aquellos hombres era la fuerza de las olas y de las tempestades, que los ayudaba a transportarse a donde quisieran; también representaba a sus antepasados, cuyo origen se remontaba al principio de la humanidad. En cambio, a los meridionales, esta fuerza les provocaba asombro cuando surcaban el mar, y los hacía regresar pronto a sus puertos para resguardarse de los peligros.
Sin embargo, el espíritu aventurero del hombre fue venciendo estas supersticiones. Los grandes navegantes, que podían ser comerciantes, piratas, exploradores, conquistadores o científicos, han constribuido, a través del tiempo, a tratar de aclarar esta serie de ideas fantásticas, como la de Hércules, quien declaró que el estrecho de Gibraltar era infranqueable, después de haber construido sus columnas a ambos lados. Lo cierto es que la navegación resulta dificultosa en dicho lugar, sobre todo por la combinación de las fuerzas de las corrientes —que van hacia el sur—, con los vientos —que soplan desde el noreste—. El Mediterráneo fue descrito en la Antigüedad como un mar tenebroso" lleno de peligros y fantasmas, lo que hacía dudar a los marinos cuando se aprestaban a iniciar sus travesías.
Uno de los fenómenos físico-químicos en torno al cual se han forjado historias, y que seguramente originó una de las primeras preguntas que el hombre se hizo, es la salinidad del agua del mar. Algunos filósofos, como Teofrastro (371-264 a. C.), filósofo griego cuyo nombre significa "el de la palabra divina", trataron de explicarla, e imaginaron que posiblemente se debía a que en las profundidades existían montañas de sal.
Aristóteles explicó así ese fenómeno: "El Sol arranca al fondo del mar intensas exhalaciones que queman y cuecen cuando salen a la superficie del agua; esto es lo que produce su salinidad." Basándose en ello dedujo que, posiblemente, en el fondo del océano el agua era dulce, lo que hizo que otros pensadores, siglos después, sostuvieran que algunos buceadores habían sacado vasos llenos de agua dulce de las profundidades.
La existencia de las corrientes marinas fue explicada en relatos fantásticos durante mucho tiempo, hasta que el conquistador español Juan Ponce de León descubre en 1513 la corriente del Golfo de México llamada Gulf Stream. Benjamin Franklin, científico e inventor norteamericano, la incorporó al dominio de la hidrografía, siglos después.
En algunas partes del planeta, las corrientes se combinan dando origen a los remolinos. En ello se basan leyendas como la de Caribdis y Escila, que relata La Odisea: Eran dos grandes rocas errantes, entre las cuales se estrellaban las olas de Anfitrite; los navegantes, cuando huían de una, caían en la otra. De aquí nació la expresión "salió de Escila para caer en Caribdis".
En estas rocas, pues, naufragó Ulises, quien perdió marinos y embarcación. En la actualidad, se sabe que la corriente y los remolinos del estrecho de Mesina, donde se sitúa este relato, no son tan peligrosos, y que navegando con cuidado pueden ser sorteados.
Además de esas historias que tuvieran como escenario las costas, existen otras no menos interesantes y fantásticas de mar adentro, como la de la Atlántida y el misterioso caso del triángulo de las Bermudas.
Según la leyenda que inspiró el Critias y el Timeo de Platón, la Atlántida era una isla situada al oeste del Mediterráneo, más extensa que Libia y Asia Menor reunidas, donde habitaban los atlantes, quienes conocían muy bien la navegación. Se dice que esta isla contaba con un suelo tan fértil que producía manzanas de oro, y que en ella vivieron o transitaron las ninfas, Atlas, Hércules, Perseo, las amazonas y los titanes.
De acuerdo con la misma leyenda, aquella isla desapareció de repente durante un terrible cataclismo que la sumergió en un día y una noche, cuando se separaron los peñones del Estrecho de Gibraltar para dar paso a las aguas del Mediterráneo. Se ha especulado que esto pudo haber ocurrido en el año 6000 a. c.





Figura 25. El triángulo de las Bermudas.

Esta concepción antigua sobre la Atlántida difiere de la interpretación actual, que admite la posible existencia de la isla —situándola en un tiempo prehistórico—, aunque señala que se trataba de un continente que pudo haber unido a África con América.
Según algunos científicos, la Atlántida era una fabulosa isla o una montaña que desapareció bajo el agua a causa de un terremoto prehistórico. Otros expertos sobre el tema consideran que esa tierra no existió, pues aseguran que sólo fue una historia inventada por Platón. Sin embargo, esta leyenda ha inquietado a la humanidad durante diez siglos, y sobre ella se han escrito más o menos 30 000 libros. Incluso, muchos aventureros han realizado travesías marítimas con la intención de encontrar la Atlántida para extraer los supuestos tesoros que hay en ella.
Además de estos relatos de la Antigüedad, en nuestros días se comenta con mucha frecuencia uno de los hechos más enigmáticos relacionados con el mar: el Triángulo de las Bermudas, que ha sido abordado de manera poco seria en varios trabajos literarios y cinematográficos. Durante más de 30 años, los fenómenos que ocurren en esa zona provocaron la desaparición de numerosos barcos y aviones.
El Triángulo de las Bermudas es una delimitación imaginaria situada frente a la costa atlántica suroriental de los Estados Unidos. Se extiende desde las Bermudas, por el norte, hasta el sur de la Florida; va por el este hasta un punto situado a través de las Bahamas, más allá de Puerto Rico, y luego regresa a las Bermudas. Los vértices del triángulo son las Bermudas, Miami y San Juan de Puerto Rico.
En esta zona han ocurrido hechos inquietantes y casi increíbles que, por lo tanto, entraron al catálogo de los misterios no resueltos del mundo. Más de cien barcos y veinte aviones han desaparecido en esa zona, en medio de una atmósfera transparente. La mayor parte de las desapariciones han sucedido desde 1945, y en los últimos treinta años se han perdido allí más de mil vidas humanas.
Este enigma despertó la curiosidad e interés de los científicos de varias partes del mundo, quienes iniciaron una serie de estudios sobre las corrientes marinas a diferentes profundidades, la temperatura y salinidad de las aguas y sobre la topografía del fondo, para aclarar el misterio.
En 1978 se organizó un grupo internacional de expertos encabezado por científicos soviéticos y norteamericanos para trabajar en el área, con base en un ambicioso programa conjunto llamado Polymode. Sin embargo, hasta la fecha sólo han logrado elaborar hipótesis, que a veces resultan contradictorias entre sí.
Algunos autores consideran que las ondas infrasónicas son las causantes de los trastornos tanto en los barcos y aviones como en los pasajeros. Otros achacan estos problemas a fenómenos de magma y magnetismo, los cuales podrían alterar compases, girocompases y toda clase de instrumentos eléctricos y electrónicos que sirven a los aviones y barcos para la navegación.
Ciertos investigadores sostienen que, para explicar el Triángulo de las Bermudas, se tienen que remontar al origen y estructuración de la Tierra, la cual, según ellos, se formó a raíz de una aglomeración de asteroides que giraban en torno a un centro de gravedad. De esta aglomeración surgió pues el planeta, que según esos investigadores era semejante a un gigantesco cristal que estaba compuesto por 20 triángulos. Entonces, se supone que en el lugar donde se unen los vértices de los triángulos suelen presentarse fenómenos atmosféricos específicos. De acuerdo con la teoría en cuestión, una de estas uniones coincide con el Triángulo de las Bermudas, y otras con algunas áreas donde también han desaparecido barcos y aviones.
Por último, se cree que los fenómenos en el Triángulo de las Bermudas tienen relación con una poderosa corriente que parte de la superficie del océano y llega hasta el fondo. Dicha corriente, que es producida por el movimiento de olas ocasionadas a su vez por la acción de los vientos del norte, se localiza en la costa de Puerto Rico.
Este conjunto de hipótesis llevará posiblemente a establecer algún día la explicación científica del misterio que rodea al Triángulo de las Bermudas.
Algunas de las leyendas de la mitología hablan de las acciones divinas de dioses y semidioses que supuestamente gobernaban los fenómenos oceánicos. El hombre siempre ha sentido la necesidad, ante lo desconocido, de creer en algún ser sobrenatural que lo protege, y de esta manera ha tratado de explicar el origen de sus aciertos y desventuras. Estas inseguridades, presentes de diversas maneras durante la evolución de las distintas culturas, se han expresado como creencias religiosas, mitos y supersticiones.
Hechos tales como que el mar se encrespe durante la tempestad o que el viento se niegue a soplar, o que un navío se hunda o navegue en calma chicha, han sido atribuidos a los dioses, los cuales pueden ser crueles o amables o estar acompañados de gran cantidad de santos. De esa manera, los navegantes escogen a sus patronos, a quienes imploran, con la oración y la ofrenda, favores y protección.
La mitología escandinava da cuenta de un hábil navegante llamado Odin, quien era el dios protector de la valentía. Los relatos hacen intervenir con frecuencia a esta deidad en la vida de los vikingos.
Homero consideraba que el dios Océano era el padre de los dioses, lo que daría a los marinos una posición privilegiada. Entre los dioses grecorromanos relacionados con el mar destacan Neptuno, Anfitrite y Afrodita, esta última poseedora de un doble papel: diosa del amor y protectora de la navegación.
En la Edad Media y el Renacimiento, el dios de los cristianos se impuso en las creencias de los marinos. Se dice que los santos que lo acompañan proporcionan ayuda en los casos difíciles; por ejemplo, San Telmo auxiliaba a los navegantes en caso de grandes tempestades, permitiéndoles llegar a puerto.
Los marinos griegos del siglo XVII invocaban a San Nicolás durante las tempestades, y cuando iniciaban sus travesías siempre llevaban 30 panes para este patrono. Otros santos los protegían contra los monstruos del mar o contra la acción de las tormentas, como Santa Bárbara, quien los cuidaba del rayo y de la ballena.
Las culturas americanas también sintieron necesidad de ofrecer tributo a sus dioses, a quienes les daban diferentes nombres y les atribuían distintos poderes.
En el México prehispánico, la cultura azteca, la más floreciente de todas, veneraba a una serie de deidades relacionadas con el mar y la pesca, según informaciones que quedaron registradas en las crónicas y en los códices. Entre estos dioses destaca Tláloc, al cual imaginaban poderoso y consideraban engendrador del agua. A su compañera Chalchiuhcueye se le daban varios nombres muy expresivos que significaban, unos, los diversos elementos que producen las aguas, y otros, los diferentes visos y colores que forman las mismas con su movimiento. Ella tenía gran poder sobre las aguas del mar y de los ríos.
Los pescadores aztecas veneraban a un dios protector, Opochtli, a quien creían inventor de las redes y demás instrumentos para pescar.
Conforme aumenta el conocimiento sobre el mar y sus habitantes, van cambiando las creencias del hombre respecto a las manifestaciones divinas del océano.
Como se ha podido ver a lo largo de estos ejemplos, el océano y sus maravillas han permitido que la imaginación y creencias humanas se explayen ilimitadamente, que el hombre pueda apreciar el mar en toda su belleza y esplendor y hacer suya esta frase: "¡Cuántos misterios encierra el océano y, sin embargo, el hombre no duda en lanzarse al mar abierto!"
 

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