jueves, 4 de octubre de 2012

Matadero de Personas


El matadero es un lugar, donde se hacen atrocidades con la carne. Se rebana con brutalidad, y se da muerte a muchas almas. El matadero es el terror en sí. Las personas caminan hacia el matadero cuando saben que morirán. El matadero es donde yacen los más terribles miedos, y la muerte misma. Este luga representa el dolor en todo el sentido de la palabra. Es el lugar donde yace el sufrimiento, y la realidad sobrepasa a la pesadilla. El matadero, es el fin de todo lo que conoces. Prepárate para encaminarte hacia el matadero, donde todo culmina.

La noche estaba inquieta. Los relámpagos atronadores, centelleaban en el cielo. En lo más profundo del campo oscuro, cubierto por frondosos árboles, dividido por caminos de tierra, se encontraba una vasta y antiquísima hacienda. Y como se decía que en el campo no había luz eléctrica, la penumbra de la hacienda era atenuada por las escazas velas distribuidas por las infinidades de habitaciones. Anastasia, una de las jóvenes hijas de los patrones, recorría los pasillos, dirigiéndose hasta su cuarto para conciliar el sueño, a eso de las doce de la noche. Pasó frente a la habitación del abuelo Eustaquio. La puerta estaba cerrada, pero podía distinguir la voz del abuelo. Ingresó al cuarto, y los niños estaban reunidos ahí, ante el abuelo Eustaquio, quien les relataba una de sus historias, las cuales siempre eran recibidas con entusiasmo por los infantes. Pero Anastasia, pensaba que estas historias les perturbaban el seso a los pequeños.

Abuelo, ¿Ya les estás llenando de cosas la mente a los niños?
¡Calla Anastasia!, que a ellos les encantan mis historias.
¡Sí! –respondieron todos al unísono, mirando enfadados a la tía Anastasia.
Los niños ya deberían estar durmiendo... ¡A acostarse!
¡No, Anastasia! Después de relatarles una de mis historias favoritas, recién entonces se irán a dormir. Están conmigo.
¡Ya!, ¡Abuelo comienza la historia! –exclamó uno de los niños.
No niños. No les vas a trastornar las mentes con tus historias de terror abuelo.
¡Anastasia vete! ¡No me des órdenes, soy tu abuelo!, ¡Te doblego en la edad y la experiencia, niña sin respeto! –respondió el abuelo golpeando la mesa. Los niños abrían bien los ojos.
¡Ay abuelo! –protestó Anastasia. Salió de la habitación, enfurecida, dando un fenomenal portazo que se sintió a lo largo de toda la hacienda.

Bueno niños, ahora si podremos compartir la historia tranquilamente. Ustedes ya son hombrecitos, y no se asustan fácil, ¿Verdad?
¡No! –exclamaron todos.
Esta historia se llama… “El matadero de personas”…

1969… Talagante. Santiago de Chile.

Todos los televisores en las casas estaban sintonizando la llegada del hombre a la luna. La noche era oscura y nublada. No se veían ni los astros ni las estrellas. A las afueras de Talagante, hace un mes aproximadamente, se había alzado un matadero. Pero los desagradables olores que surgían del edificio, pronto comenzaron a molestarle a la gente, quien inició protestas, hasta que el matadero fue cerrado. Y en los meses siguientes, comenzaron a aparecer extrañas historias, de desapariciones dentro del matadero abandonado. Grupos de jóvenes se internaban en el lugar, para quedarse hasta altas horas de la noche, o consumir drogas. Pero no se les volvía a ver más, por lo que la gente comenzó a creer que el lugar estaba maldito. Y ya nadie se atrevía a entrar.

Recuerdo que caminaba por sobre la maleza, en los terrenos donde se ubicaba el matadero, cuando pasamos por el frente, y mi grupo de amigos comenzaron a lanzarle piedras a las ventanas, tirándoles abajo los pocos pedazos de vidrio que les quedaban.

Uno de ellos con piedra en mano, preguntó:
¿Creen que de verdad el matadero está maldito?
Pues ha habido desapariciones. Y eso está comprobado. Si no está maldito, algo raro hay allí –respondió alguien. Una nueva piedra destrozó una de las últimas ventanas que quedaban.
Debe ser un lugar asqueroso… Imagínense, carne descompuesta por todos lugares.
Pero también es un buen lugar para pasar desapercibido. He oído historias que criminales se han escondido allí.
¿Pero y de qué sirve si no salen más del lugar?
Tienes razón.

De pronto, sentí una inmensa sed cuando vi a uno de los de mi grupo extraer una botella de ron de su chaqueta. La destapó, y no tardé en pedirle que me alcanzara la botella, pero cuando hizo esto, alguien lo detuvo. El cabecilla del grupo.
Si quieres de esto, deberás hacer algo primero. Debes entrar al matadero.
Vamos no bromees, tengo bastante sed. Mi garganta está seca –respondí.
¿Qué sucede? –Me miró burlón ¿Tienes miedo?
Le dirigí una mirada de odio.
Sabes muy bien, que no le temo a nada.
¿Y si es así por qué no quieres ir?
Le arrebaté la botella de un manotazo. Sediento y furioso, la bebí en cuestión de segundos. Arrojé lejos la botella vacía, y me dirigí decidido hasta el edificio, mientras les decía:
No se atrevan a venir por mí. No le temo al matadero…
Distinguí como murmuraban tras mío. El ron había estado añejo, tal como me gustaba.

El lugar despedía un olor infernal. Me tapé las narices con la muñeca, mientras observaba los alrededores. La forma en como mis camaradas lo habían descrito, no estaba tan lejos de la realidad. Había fétidos pedazos de carne descompuesta, en cantidad, esparcidos por las murallas. Las máquinas para desgarrar las carnes estaban sucias y manchadas en sangre, así como el suelo. Las sierras asesinas estaban detenidas, pero más afiladas que nunca. No había ni la más mínima luz, a excepción de la luz de la luna que entraba por la ventana. Recorrí el lugar a tientas varios minutos, hasta que en una esquina, distinguí unas velas depositadas en el suelo. Me incliné a recoger una, para iluminar mi camino, cuando distinguí unas cabezas de niños ensartadas en unos afilados palos. A pesar de mi eterna frialdad, no pude evitar sorprenderme. Para una persona normal, aquella imagen habría sido devastadora, le habría generado un trauma de por vida, sin duda. Iluminé los rostros de los niños con las velas. Estaban desfigurados, y la sangre de la herida en sus cuellos, donde el palo penetraba las carnes, estaba seca, como si hubieran sido mutilados hace un buen tiempo. Me alejé, escuchando gemidos y llantos de infantes. Supe de inmediato, que eran los espíritus de los niños que habían sido reducidos a cabezas decapitadas, los cuales sollozaban. Sin embargo, no temía. Recordaba un dicho que solía decir mi abuelo… “Témele más a los vivos que a los muertos” Muy cierto.

Llegué hasta un pasillo en la penumbra. Pero me abrí mi camino iluminando con la llama de la vela. Luego de avanzar varios metros, fueron apareciendo candelabros colgados a los muros, con varias velas sobre ellos. Tras mío, había oscuridad total. Estaba bien internado en el matadero, y si alguien aparecía tras mi espalda, no tenía por donde correr, debido a lo estrecho del pasillo. Pero a medida que continué avanzando, divisé una puerta a mi izquierda, color carmesí. La puerta me llevó a una habitación de aspecto ceremonial. Había un gran candelabro colgando del techo, cortinas sobre las murallas, y distintos cuadros abstractos de aspecto perturbador. No tardé en percatarme, de que había alguien más allí. En el centro de la habitación, había dos pequeños en estado lamentable, desprovistos de vestimenta, tenían la cabeza calva, y estaban en seria desnutrición, al punto de que se le lograban ver las costillas. Eran pequeños, como de la edad de cinco años, y tenían las manos ensangrentadas, al igual que sus bocas, pues comían un pedazo de carne cruda y ensangrentada del piso. Me acerqué disimuladamente. No se lograban percatar mi presencia, pues estaban ocupados con el trozo de carne. En el muro frente mío, había una especie de ranura. Desde allí, observé a un tipo de cuerpo grueso y bestial, vestido como carnicero, que les arrojaba más pedazos de carne a los pequeños, como si estuviese alimentando a sus mascotas. Los hambrientos pequeños se lanzaban desesperados al trozo de carne, y sus labios se tenían de rojo. Pero quien les arrojaba las carnes, pronto se percató de mi presencia. Su rostro estaba cubierto por una tela negra, y me apuntó con su mano cubierta por un guante manchado en sangre, en forma de amenaza, luego desapareció de la ranura. Me acerqué a uno de los pequeños, y le acaricié la cabeza. Aún así no se percataban de yo estaba ahí, entonces salí de la habitación.

Continué avanzando por el estrecho pasillo, iluminado por los candelabros. El tipo gigante con ropas de carnicero ya había advertido mi presencia, y me imaginé que quizás podría haber más personas en el matadero, pero todo me resultaba muy raro. ¿Qué hacía esa gente allí? Si es que se le podía llamar así. Aquellos dos pequeños que había visto en la habitación anterior, parecían animales maltratados, además de que en su piel se podían distinguir severas heridas, como producidas por algún látigo y torturas. Al final del pasillo, llegué hasta un espacioso cuarto del matadero. El lugar parecía inmenso. Me dirigí a una ventana, y por allí observé los campos, donde se reunía a las reses, que serían ejecutadas. Pero como el lugar había sido cerrado hace meses, esos campos ahora yacían solitarios, bajo la noche. En el cuarto que me encontraba ahora, aparecieron dos gigantes deformes, tras mío. Uno de ellos sostenía un inmenso garrote con clavos, y el otro, un machete, ambos ensangrentados.
Diversas manchas de sangre también manchaban sus uniformes blancos de carniceros. Sus caras estaban desfiguradas, y su piel era similar a la piel de los muertos. Caminaron hacía mí con sus inmensos cuerpos, y sus ojos no tenían siquiera pupila, pero sus rostros llevaban una expresión de infinita furia. Divisé una puerta, e ingresé por ella rápidamente, mientras escuchaba sus feroces rugidos. No tardaron en aparecer tras de mí nuevamente, y comencé a correr por mi vida, por diversos pasillos y habitaciones iluminadas por los candelabros y velas, que parecían estar distribuidos a lo largo de todo el matadero.
Vi infinidad de niños más, algunos asegurados con gruesas cadenas, alimentándose de trozos de carne podrida, amarillenta. Luego, me encontré sin salida en una habitación. Los dos gigantes volvieron a aparecer. Había unas tablas cubriendo la muralla, la cual parecía desgastada. De una patada, derribé las tablas junto con la muralla, y surgió un nuevo camino ante mí, y aparecí en una inmensa habitación, con una larga mesa ubicada al centro. Y en los asientos, yacían varias siluetas cubiertas por capuchas rojas, y cuernos que emergían de sus cabezas. Sus rostros eran cráneos de cabras, y sus ojos eran rojos, como la sangre. Llegó hasta mi mente, la imagen de Satanás, el macho cabrío. Apenas estuve frente a ellos, todos me contemplaron. Uno de ellos, que parecía el líder, pues llevaba una capucha y cuernos que destacaban más que los demás, se levantó violentamente, me señaló y exclamó furioso palabras en una lengua desconocida. Ante su orden, todos se abalanzaron contra mí. Y a mis espaldas, aparecieron otra vez ambos gigantes. Me vi perdido.
Me sujetaron, y a la fuerza me condujeron fuera de la habitación. Me condujeron por más pasillos desconocidos, y comenzaba a sentir terror, por primera vez, demostrándome a mí mismo mi naturaleza humana. Por los pasillos que me conducían, sobre las murallas de estos mismos, había cuerpos adultos sacrificados, desprovistos de su piel, y desfigurados horriblemente. Algunos incluso desmembrados. Sentí pánico cuando oí una sierra emitir su estruendo, y también varios gritos infantiles de dolor. Pensé que había llegado mi hora. Que me habrían de ejecutar, de la peor forma que hubiera podido imaginar. Sin embargo, divisé una ventana que se venía acercando. Cuando pasé por el lado de la ventana, retenido por mis verdugos, sin pensarlo demasiado, rompí los vidrios con mi cabeza, y me lancé fuera, desprendiéndome de los brazos que me sujetaban fuertemente. Vi como el suelo se acercaba a mi rostro, y sentí un tremendo golpe. Después sangre por todos lados, y perdí el conocimiento.

Pero por instinto quizás, desperté justo cuando los dos gigantes venían a buscarme. Me había roto la mandíbula, y me sangraba horriblemente, pero ya me encontraba fuera del matadero, en los campos. Corrí a todo lo que daban mis piernas, y uno de los gigantes extrajo una escopeta, y me disparó en la pierna. Caí, pero aún así luché por mi vida. Corrí, y corrí, más rápido que nunca, desafiando mi propio cuerpo. Cuando ya no pude más, me detuve, y apenas podía respirar. Miré hacia atrás, y me percaté de que ya nadie me seguía. Pero no descansé ni cinco segundos, y continué avanzando, pues debía resguardar mi vida. Después de mucho escapar, me encontré en el lugar donde había empezado, donde estaban mis amigos. Ya nadie estaba allí, las botellas de alcohol estaban tiradas en el suelo. A lo lejos escuché más escopetazos.
El gigante de la escopeta, caminaba amenazante, y apretaba firmemente en su mano, unos cordeles de los cuales colgaban cabezas, que reconocí espantado. Eran las cabezas de mis camaradas, y llevaban aún la expresión de agonía. El gigante dio unos cuantos más escopetazos al aire, y me apuntó. Pero corrí con todas las fuerzas que me quedaban, y lo perdí, hasta llegar a la seguridad del pueblo, cuando ya daba el alba, para no volver nunca más a aquellos lugares…

¡Fin!
¡Abuelo Eustaquio, la historia ha estado genial! –exclamó uno de los pequeños deslumbrado.
Pero ahora tengo miedo de dormir… exclamó otro.
El abuelo Eustaquio le acarició la cabeza tranquilizándolo.
He dicho. Ustedes ya son hombrecitos, y los hombres no le temen a nada le dijo.
Y abuelo… ¿Qué sucedió con el matadero?
El abuelo Eustaquio contestó:
Se dice, que aún se encuentra por aquellos lugares… Pero ya nadie, sin excepción, se atreve a entrar… Pues, el matadero es el lugar que representa la muerte y el sufrimiento. Caminar hacia el matadero, es adentrarte en tu más grande pesadilla. En tus más grandes terrores. Es el lugar donde las carnes y las almas son desgarradas brutalmente. El lugar donde todo termina, y la compasión no existe. El matadero, es el hogar de la bestia. Es donde se le otorga la sangre de los cuerpos sacrificados. Allí es donde verdaderamente, el diablo habita. Es el lugar de Satanás.

Anastasia escuchaba tras la puerta. Luego, se retiraba a acostar dando furiosos pasos. La noche estaba silenciosa. Se acostó, y se arropó bien, para protegerse de los espíritus invisibles que rondaban en la oscuridad. Pues, aunque no aprobaba las historias del abuelo Eustaquio, sabía muy bien que el matadero, se encontraba no muy lejos de la hacienda. Y de sólo pensar en aquello, se estremecía entera, sentía miedo, y la invadía un gran escalofrío…
 

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