La
Dama había adquirido una casa abandonada, en la calle Beauregard,
cuando su celebridad empezó a acariciar la gloria; ya que incluso la
corte de Francia recurrió en más de una oportunidad a sus dotes de
Pitonisa y de fabricante de venenos.
Durante su proceso, LaVoisin
reconoció que había instalado en su casa un horno, en el que hacía
incinerar diferentes cosas; sobre todo el fruto de los abortos que
realizaba. Se dice que allí quemó a unos 2000 pequeños cuerpos, no sin
antes preparar con sus cuerpos la famosa grasa humana necesaria en los
ritos satánicos.
LaVoisin recurría a sacerdotes católicos para celebrar sus misas negras; se cita en algunos documentos al abad Guibourg, al abad Guignard, párroco de Bourges. Se llegó a hablar también del abad Bartolomé Lemeignan, de San Eustaquio, quién al menos habría degollado a dos niños.
Esta
oscura dama levantó un altar en su jardín. Adornó el macabro santuario
con seda negra, tabernáculos, cirios y cruces tenebrosas. El
procedimiento era el siguiente: la mujer que encargaba la misa
(normalmente una gran señora) debía estirarse sobre el altar, desnuda,
con los brazos en cruz, sosteniendo un cirio en cada mano. El abad
Guibourg, que era quien normalmente oficiaba las misas, extendía sus
utensillos sobre el vientre de la mujer y depositaba el cáliz encima. Le
besaba los senos e invocaba a Satanás con frases blasfemas. A
continuación resumo una de las tantas actas procesales:
"...Terminadas ciertas operaciones blasfemas, Guibourg se despojó de su manto y apareció vestido con los hábitos del culto al que iba a profanar una vez más. LaVoisin le miraba en silencio, con marcada impaciencia. Al fin entró una joven llevando en brazos a una criatura. Al mismo tiempo, LaVoisin se quitó el manto de terciopelo que conservaba puesto. Desató el cinturón dorado que ceñía los velos casi transparentes con los que iba vestida, y bajo los cuales estaba completamente desnuda.
Sin pronunciar
palabra, la dama se tendió sobre el sacrílego altar. Con mano experta,
el abad le acarició los cabellos, que caían como un manantial negro
sobre los hombros de la mujer. Luego, entre los opulentos senos,
temblorosos por una anhelada voluptuosidad, Guibourg colocó la copa de
plata; y sobre el vientre, precisamente sobre el pubis, depositó un
crucifijo.
El abad se arrodilló con las
manos juntas, cerca del cuerpo desnudo y palpitante; mientras en
silencio invocaba a las potencias infernales.
Cuando
el sacerdote se incorporó, tomó en sus manos una de las hostias negras,
la alzó luego a la temblorosa luz de los cirios negros, mientras su
mano acariciaba impúdicamente los pechos de LaVoisin, de cuya boca se escapaban algunos gemidos de placer.
La mayor de las profanaciones fue realizada utilizando el sexo de LaVoisin
como receptáculo de la hostia negra. Luego el hombre se arrodilló, y se
alimentó del cuerpo y la sangre de Satán, mientras la dama aprisionaba
su cabeza entre las piernas, pronunciando unos gemidos inhumanos que en
el silencio de la noche sonaban como una letanía tenebrosa.
Como un arco de carne palpitante, el cuerpo de LaVoisin se contorsionó, rozando con sus caderas el altar profano; mientras suplicaba a gritos que el hombre de la iglesia la penetrara.
El
sacerdote se abalanzó sobre el cuerpo de la cortesana que se estremeció
de placer bajo su ataque. Luego, una vez que hubo satisfecho la
lubricidad de la dama, Guibourg alzó los brazos hacia las estrellas..."
"...Astaroth ...Asmodeo ¡dueños y señores del infierno! Yo os conjuro fervientemente para que aceptéis el sacrificio de este infante que os ofrendo..."
La Infamia
Alguien le tiende el cuerpo del niño aún vivo, el abad esgrime el infame cuchillo; penetra la inocente piel del cuello, y vierte la cálida sangre en el cáliz. El pequeño cadáver es arrojado al suelo, mientras LaVoisin, presa de un paroxismo satánico, esparce el vital líquido por su cuerpo; bañando su sexo con el fruto del espantoso crimen...
Las misas negras terminaron la noche del 22 de Julio de 1680, cuando madame LaVoisin fue quemada viva por la santa inquisición.
Swedenborg, en una de sus visiones, afirma que el alma de LaVoisin descendió a los infiernos atormentada por los aullidos de los niños sacrificados...
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