El espíritu de un antiguo cliente de las termas Orión volvió, al cabo de los años, al balneario donde veraneaba
Reanudamos, tras la pausa veraniega, nuestro recorrido por las leyendas de las comarcas de Girona. Nos
habíamos quedado en Santa Coloma de Farners, con algunas leyendas sobre
las aguas termales. Pues bien, la época de oro de los balnearios fue
vivida con total intensidad por las termas Orión de esa localidad. En
aquellos años felices, las décadas de los veinte y treinta, era
costumbre de la burguesía, especialmente la barcelonesa, desplazarse
hasta los centros de aguas termales de las comarcas para disfrutar de
unos días de cuidados y de los beneficios de las aguas.
Este
era el caso del cliente más asiduo de las termas Orión. Era un hombre ya
mayor, que acudía al establecimiento casi desde que se inauguró y que
sentía un cariño especial por el edificio en sí y por las personas que
en él trabajaban o pasaban unos días de descanso. El buen hombre era
conocido y respetado por todos, puesto que era una persona tranquila y
sociable, perfectamente acorde con el carácter apacible de un balneario.
En cuanto podía, el burgués se acercaba a las termas y disfrutaba de
unos días de baños, paseos, masajes y curas de todo tipo. Soltero, era
feliz en el balneario, donde podía olvidarse de las preocupaciones que
le comportaba el negocio familiar que regentaba en Barcelona.
Pero, desgraciadamente, la edad de oro de los balnearios llegó a su fin
y, pasada la guerra, una grave decadencia afectó a todos los centros
termales que hasta el momento habían disfrutado de una salud envidiable,
tanto por los beneficios que sus aguas reportaban a los clientes como
por los que se plasmaban en la buena marcha del negocio.
Las
termas Orión no quedaron al margen de tal declive, y tuvieron también
que cerrar, para tristeza de los clientes habituales, especialmente el
señor de Barcelona, que nunca más fue el mismo. Sin la bondad del agua
de Santa Coloma y la compañía de sus gentes, se entristeció, cayó
enfermo y finalmente murió.
Pasados unos años, el bonito
edificio que había albergado las termas era ya un espectro de lo que una
vez fue. Las fachadas degradadas, los jardines descuidados, todo daba
la impresión de que el edificio llevaba años abandonado, como así era.
Las termas se convirtieron en lugar de juegos de los jóvenes del pueblo,
que se adentraban en el gran edificio contando historias sobre hechos
extraños acaecidos allí.
Fueron estos chicos los que un día
vieron la silueta de un hombre mayor paseando por las dependencias del
balneario. Al describir los muchachos la apariencia del fantasma a sus
familiares más viejos, nadie dudó acerca de la verdadera personalidad de
la aparición: se trataba del comerciante barcelonés, que había salido
de su descanso eterno para regresar a su añorado y querido balneario.
Sin embargo, desde que las termas Orión vuelven a estar llenas de vida y
en pleno funcionamiento, nunca más se ha visto a ningún fantasma en sus
dependencias, quizá sea porque el barcelonés ha retornado a su
descanso, contento por volver a ver su lugar preferido lleno de vida
otra vez.
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