La alusión histórica más temprana a los vampiros la encontramos en los textos del filósofo romano Lucio Apuleyo. Su novela “El asno de oro” relata la vida de dos malvadas hermanas llamadas Panthia y Meroe, que bebieron la sangre de un personaje llamado Sócrates.
La figura del muerto-vivo
que se alimenta de sangre forma parte de antiguas leyendas inglesas y
danesas que se remontan al siglo XII. Fue a partir de la Ilustración
cuando el apogeo de la Razón desprestigió tales supercherías, de
manera que los relatos vampíricos fueron desapareciendo del contexto europeo.
Sin
embargo, una vuelta al tema se dio gracias a las fábulas escritas por
el padre benedictino Calmet, durante el siglo XVIII. Difundió
leyendas sobre vampiros en su libro “Tratado sobre vampiros”
-publicado en el año 1746- recogidas en pueblos de diferentes
latitudes: ciudades austriacas, húngaras, polacas, serbias, prusianas,
así como villas de Silesia, Moravia y Laponia.
El culto vampírico
se registra en India. Kali Ma era una deidad cruel, dotada de cuatro
extremidades y largos cabellos. Los pueblos indios le ofrecían
víctimas humanas en sacrificio, para colmar su sed y captar su
benevolencia.
En la península
hispánica también existieron historias de este tipo. Las guajonas
cantábricas, ls guaxas asturianas, o las meigas gallegas eran
criaturas que utilizaban un único colmillo para sorber la sangre de
sus víctimas, que generalmente eran infantes.
También en la región mesopotámica se adoraban deidades llamadas Maskin y Utuhu, de aspecto semejante al de los vampiros. Ellas eran las responsables de la proliferación de pestes y demás enfermedades mortales.
Los chinos, en la Antigüedad, creían que las personas pecadoras, después de muertas, se transformaban en malvados vampiros.
Por este motivo, cuando algún criminal moría, se le seccionaban todos
los órganos. En la Roma clásica se creía en la existencia de
“larvae”, fantasmas de aspecto cadavérico que revivían -por no haber
expiado sus pecados adecuadamente- para vengarse de los vivos
succionándole la sangre.
En el Egipto Antiguo existieron dioses-vampiros
como el célebre Srun, con cuerpo de lobo y amplios colmillos. Y los
fenicios creían que los altos índices de defunción infantil eran
causados por las agresiones de Lilitu, un fantasma vagabundo que
prefería alimentarse con sangre de niño.
Por último, los mapuches sudamericanos rendían culto a una criatura vampírica a quien bautizaron “Pihuychen”,
responsable de agredir animales y seres humanos. Además, los
atemorizaba la presencia de una especie de lagarto (un vampiro
acuático) al que llamaban Trelke-wekufe.
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