Abrahel:
La Reina de los Súcubos.
Demonia que se dedica a seducir a los pobres de espíritu
(principalmente a los campesinos y gente de poca instrucción), tomando
siempre la forma de una bellísima que los cautiva y dispone de ellos a su antojo, llevándolos a cometer verdaderas locuras.
Nicolás Rémy, que la describe en su Demonolatría con una mezcla de
prudente respeto y de temor, aporta un dato que oscila entre la crítica y
el elogio, según cómo se lo interprete; al momento de su aparición, y
con sólo contemplarla, "todos los miembros del observador se vuelven
rígidos".
A nuestros lectores con problemas prostáticos, recomendamos no
convocar a esta súcubo para soslayar sus padecimientos, ya que Abrahel
suele agotar rápido la vitalidad que su presencia otorga. Para aquellos
que suelen despertarse con una erección, lamentamos anunciarles que ya
son víctimas nocturnas de Abrahel, y nada podemos hacer para ayudarlos.
Andras:
Un Espectro Bisexual.
Divinidad vasca, originariamente
(por la doble etimología euskera de la raíz "andra", que significa
tanto "señora" como "fuerza". Posee el aspecto de un ángel, no obstante
suele aparecer portando un sable desenvainado. Acaso por esta fusión
bisexual, de la violencia y la justicia; se la considera protectora de
los fanáticos y los asesinos. No debe confundírsela con la divinidad
griega.
Astartea:
El Ángel del Infierno.
Esposa de Astaroth, quién a diferencia de su marido es
extremadamente hermosa y elegante. De Plancy, en su diccionario
infernal, nos informa que luce unos cuernos en forma de medialuna.
Asimilada a los cultos semíticos y sumerios de Astarté o Ishtar, los
fenicios la colocaron al frente de los ritos venéreos y consideraron su
vagina como el centro del universo. Siguiendo esta línea, el demonólogo
asevera que tuvo sólo dos hijos, pero que éstos fueron nada menos que el
Deseo y el Amor.
Su matrimonio con el desdichado Astaroth puede resultar a primera
vista incongruente, pero obedece sin duda a un procedimiento hierogámico
común a muchas cosmogonías. Si él proporciona las riquezas, y en
consecuencia lo que se disfruta a la luz del sol; su mujer,
de los placeres más íntimos y asociados a la noche, lo sería en cambio
de la luna. Esta unión y necesaria dependencia de los contrarios es
acaso la más antigua intuición de la dialéctica que pueda rastrearse en
la cultura, y su constante presencia en los infiernos deviene una
comprobación añadida a las perpetuas y sutiles relaciones del Diablo con
la inteligencia y la poesía.
Goleo Beenban:
Espíritu del Desierto.
Demonio femenino del desierto, patrona de las mujeres que han
elegido la vida sin pareja, pero también de las condenadas a ese estado
por temor a los riesgos que supone la entrega y las imprevisibles
servidumbres que acompañan al amor.
Hostiga con particular dedicación a los melancólicos, y en las
áridas planicies de Arabia se la conoce cómo "El espíritu de la
Soledad".
Se cree que tiene potestad sobre los djinns, aquellos pequeños e indiscretos demonios de los desiertos.
Sus adeptas le prodigaban toda clase de ofrendas frutales, y ella a
cambio les otorgaba el consuelo ante la desesperación de la soledad,
ante el horror que supone encontrarse en la senectud sin sentir la
calidez de otro cuerpo en el lecho.
Gomory:
La Maestra del Sexo.
Bellísimo demonio femenino que monta en un elegante camello,
coronada con una diadema y envuelta en una túnica casi transparente. Su
especialidad es volver apasionadas a las mujeres indiferentes e incluso
frígidas. Aquellas que se encomiendan a su protección, descubren con
asombro todas las maravillosas posibilidades de su sexualidad.
Claro que todos los dones tienen su lado oscuro, y el de los otorgados por Gomory son ciertamente sombríos.
Muchas de las damas que claman por su ayuda para mejorar su
inexistente vida sexual, lo hacen sólo mediante la imposición de sus
maridos. Terrible error del que pronto se lamentarán, ya que Gomory
ayuda a las mujeres frígidas e indiferentes, y no a las insatisfechas.
Imaginamos que los hombres del desierto no son, siguiendo una medida
occidental, demasiado "atentos" en cuanto a la satisfacción femenina; y
cualquier problema de lubricidad es atribuida a la frigidez, y no a la
falta de pericia en las caricias viriles.
Gomory no tolera esta situación, no soporta que una mujer quede
insatisfecha por la insensibilidad del hombre, por lo que revierte la
situación de manera drástica; haciendo que las insatisfechas damas se
conviertan en verdaderas vampiresas del sexo, logrando consumar durante
horas todas las fantasías que hasta ese momento sólo pertenecían al
sueño y a la utopía.
Habondia:
Reina de las Hadas y amiga de Juana de Arco.
Numerosas fuentes la identifican como Reina de las Hadas, así cómo
de las Dríades helénicas, que habitaban en los troncos de los árboles, y
de las Parcas latinas, infatigables tejedoras de la consumación del
destino. Se afirma que suele enamorarse de los hombres y nunca da
órdenes sino que solicita reclamos, casi siempre en tono apacible. Pero
si sus súplicas no son atendidas, su respuesta puede ser feroz: abundan
las leyendas de varones indiferentes o apresurados, convertidos en
piedra por no atender a sus ruegos.
Emparentadas con las vírgenes druidesas de los celtas, las Hadas
poseyeron siempre esa doble substancia que las mitologías otorgan al
principio femenino de la naturaleza, tambaleando entre la procreación y
el exterminio. No en vano la cultura griega las identificó con las
Ninfas, afables protectoras de todo lo viviente; pero también con las
Moiras, cuya sigilosa presencia recordaba el inexorable cumplimiento del
devenir humano, que concluye con la muerte.
Las novelas de caballería multiplicaron los nombres y el prestigio
de Habondia, y su seductora personalidad acabó abriéndose camino en la
historia: en sus Crónicas Bretonas, Villiers de Lancrois afirma que se
apareció a Juana de Arco, en su bosque natal de Domrémy, para
confirmarle la certeza de sus revelaciones y videncias, y a partir de
las Baladas de Antaño, de Francoise Villion, varios poetas la
convirtieron en amiga y confidente de la doncella de Orleans.
Halrinach:
La Dueña de los Vientos.
Demonio femenino que organiza las más variadas catástrofes
metereológicas, ya que no alcanza el placer si éste no va acompañado por
la violencia de los huracanes y los vientos.
Se ignora porqué causas todos los demonólogos que la mencionan la identifican con Occidente.
El Habitante de la Mandrágora.:
Asociadas a las tribus asiáticas de las estepas. Varias tradiciones,
sobre todo las mediterráneas, atribuyen a estas demonias la maternidad
de los Hunos. En algunas variantes, aparecen además como las
protagonistas del errabundo harén del temible Tamerlán; siendo las
encargadas, además de satisfacerlo sexualmente, de erigir las pirámides
de cabezas humanas que el rey gustaba colocar a las puertas de las
ciudades saqueadas. Menos dramáticos, los germanos se limitaron a
adorarlas bajo la forma de estatuillas de un pie de alto; a las que
ofrendaban alimentos y adornos para mantenerlas contentas, ya que su
carácter iracundo y sus aullidos se consideraban un inevitable presagio
de desgracias.
Del mismo origen centroeuropeo es la leyenda que las identifica con
las mandrágoras y con sus virtudes de talismán para quienes conseguían
poseerlas. Estas plantas, cuyas raíces tienen la forma de un ser humano,
gozan de un protagonismo indiscutible en la herboristería mágica; no
sólo debido a sus múltiples propiedades y su supuesto origen divino
(habrían surgido, según el Talmud, al mismo tiempo que la raza humana y
dentro del paraíso) sino por las dificultades que hay que sortear para
obtenerlas; no es posible arrancarlas sin riesgo de perder la vida, y
las más peligrosas crecen en las proximidades de los patíbulos;
estimuladas a nacer por la eyaculación póstuma que sufren los ahorcados.
Is Dahut:
La Amante Insaciable.
Demonio femenino o súcubo que encarnó en una princesa bretona a la
que dio su nombre y transformó en la más lujuriosa de las mujeres que
hubiesen vivido en el país.
Tan desproporcionado era su apetito erótico que llevó a la muerte
por agotamiento a todos los nobles y guerreros de la corte; hecho que
colmó la paciencia de su santo padre, el rey Gralán.
Este piadoso monarca clamó al cielo pidiendo un castigo ejemplar
para la excitable muchacha. Los ruegos fueron escuchados y la joven fue
convertida en la que desde entonces es la profunda y amplia bahía de
Douarnenez, entre la península de Crozón y la de Cornualles; metáfora
acaso excesiva de la perpetua humedad de su sexo.
Lamia:
El Mito de la Vagina Dentada.
Dos clásicos de la demonología, Ulrico Molitor (de Lamiis et
pythonicis mulieribus,1489) y Jean de Wier (Lamiis líber,1577) se han
ocupado extensamente de este personaje fabuloso, casi siempre mencionado
en plural, aunque con los típicos prejuicios de su época, asociándola a
la brujería y viendo en su imagen una suma de todos los aspectos
negativos de la femineidad.
Enajenada desde los orígenes del mito, a causa de una injusta
venganza (la divina Hera, celosa de sus amores con su marido Zeus, mató a
casi todos los hijos que ella había concebido con el dios, la única que
logró escapar a la venganza fué Escila). Lamia y sus pares se cebaron
desde entonces en los niños ajenos y en sus padres; vampirizando a los
pequeños y seduciendo hasta la demencia a los adultos, en represalia por
sus hijos perdidos y por despecho hacia la deidad que la gozó en el
lecho, pero que no se dignó a defenderla de la cólera celeste.
Se la conocía también bajo el nombre de Anatha, y una de sus
curiosas habilidades consistía en poder quitarse los ojos a voluntad,
incluso llegó a ayudar a varios héroes prestándoles sus globos oculares.
bajo el nombre de Empusa adquirió, ya entre los romanos, la
característica central con la que su sombra ha llegado hasta nosotros.
Es la enemiga por antonomasia del género masculino, al que hace
responsable del mal trato y de la discriminación que en general padecen
las mujeres.
Conocida como "La devoradora de hombres", ya que su leyenda la acusa
literalmente de comérselos, luego de cautivarlos con una belleza que
nunca otorga lo que promete, y de atraerlos para consumar sus propósitos
a lugares desiertos. La moderna simbología ha querido ver en ésta
singular demonia el arquetipo del temor ancestral de los varones ante el
misterio de lo femenino, y también la famosa y explícita metáfora
freudiana sobre la "vagina dentada". El etnólogo Leo Frobenius
(mitologías del atlántico), y más tarde Carl Jung (transformaciones y
símbolos de la libido), han glosado tales interpretaciones y la
relacionan así mismo con el Lamio, pez abisal de los mares ibéricos,
famoso por su voracidad.
Meridiana:
La amante del Papa.
Demonio femenino del que se afirma fue amante y consejero del
erudito y matemático Gerberto de Aurillac, quien llegaría a ser el "papa
del milenio", ya que ejerció el pontificado entre los años 999 y 1003
bajo el nombre de Silvestre II.
Durante los cuatro años en los que el sabio presidió la iglesia,
luchando con fervor y sin éxito contra la creciente simonía que
aniquilaba a la institución, su súcubo permaneció acompañándole e
intentó también derrotar a los mercaderes del espíritu.
La leyenda asegura que su amor y su respeto por él eran tan
intensos, que renunció a la inmortalidad para seguirle a la tumba, y
reposa a su lado en el sarcófago que contiene los restos de Silvestre,
en la basílica romana de San Juan de Letrán.
Cada cierto tiempo, como una señal o testimonio que nadie ha sabido
interpretar, del sepulcro común de los amantes brota una especie de
sudor.
Minosón:
Protectora del Juego.
Protectora de los juegos de naipes, su fama es notable entre
fulleros y tahúres; porque la tradición asevera que admira y estimula a
los expertos en trucos y trampas. A veces, como pago a sus favores,
solicita ser satisfecha sexualmente. Los que dicen haberla poseído
testimonian en forma unánime que en este terreno su voracidad es
increíble.
asociada también con frecuencia a las echadoras de cartas con fines
adivinatorios, como las tarotistas; suele establecer con ellas una
amistad íntima y fraternal, de mujer a mujer, y les ayuda a despejar sus
dudas y a mostrarse más lúcidas y seguras en sus predicciones.
Nahama:
La que Otorga Consuelo.
Hermana de Tubal, el laborioso nieto de Caín que enseñó a los
hombres el arte de forjar los metales, e integrante por lo tanto de la
más antigua genealogía de los perdedores del Edén. Es un súcubo
singular, ya que permanece encarnada en un cuerpo humano desde hace
milenios.
Ejerce la vida cotidiana de una vulgar mortal, pero pasado un tiempo
debe desaparecer de los lugares que frecuenta para no despertar
sospechas sobre su incorruptible lozanía. Se cree por eso que es ella la
reiterada protagonista de historias de mujeres fantasmales, forasteras
perpetuas, que luego de encender amores y provocar escándalos y
disturbios, huyen dejando tras de sí tan sólo el vago rastro de la
incertidumbre y la leyenda.
Ciertas tradiciones talmúdicas la consideran una de las cuatro
madres primordiales de los ángeles caídos, pero pese a su extensa
relación con los mortales, en su sexualidad humana es irremediablemente
estéril.
para agregar un dato curioso (al menos para los amantes de las
paradojas y las lenguas) diremos que el nombre de ésta demonia significa
"La que otorga el consuelo".
Perisas:
Las Hadas de la Muerte.
Hadas aparecidas durante el apogeo cultural del mazdeísmo, en
tiempos de los aqueménidas, y relacionadas con "las torres del silencio"
(dakhma), dónde los muertos se descomponían paulatinamente al aire
libre (los restos de su carne consumida por los buitres, y más tarde sus
huesos, eran dispersados por las tempestades), para que la putrefacción
de los cadáveres no contaminase la tierra, fuente nutricia de los
vivos. Se las imaginaba como intermediarias entre el inevitable fin de
la experiencia humana y el ansiado pero indescriptible lugar donde
aguardaba la vida eterna, encargadas de que el tránsito de lo finito a
lo desconocido fuese lo más plácido posible.
Durante la edad media se las conocía cómo Las Hadas de la Muerte.
Perséfone:
La Doncella del Infierno.
Quimeras.
Señoras de la Imaginación.
Las primeras noticias sobre ella/s provienen del libro VI de la
Ilíada, y allí se aclara que es de linaje divino. Su descripción varía
según los comentaristas. Homero dice que por delante era un león, por el
centro una cabra, y el resto una serpiente. De sus palabras algo
entreveradas, los estudiosos mitólogos suponen que Homero quiso decir
que la Quimera tenía cabeza de león, cuerpo de cabra, y cola de
serpiente.
Tamar:
La Despreciada.
Para diversas lenguas semíticas, su nombre identifica a las
palmeras. En la Biblia aparece en varias ocasiones, siempre asociada a
la frustración o al maltrato de la condición femenina.
Casada con Onán, el gran masturbador (grandis jeropae) se negaba a
poseerla, por lo que tuvo que seducir a su suegro, disfrazada de
prostituta, como único medio de acceder a la maternidad. En el libro de
Samuel, su incestuoso hermano Amnón se finje enfermo para que ella lo
visite en su alcoba, donde la viola y luego la repudia, haciéndola
responsable de la consumación de su pecaminoso deseo.
Vepar:
La Sirena.
Espíritu acuático que suele aparecerse en los arrecifes y en las
costas de difícil acceso para alentar a los solitarios que, como ella,
prefieren los vientos y el rumor de las olas al ruido de las ciudades.
A los más osados llega a comunicarles los beneficios que aporta a la experiencia la frecuentación de la tempestad.
Zalir:
La Lesbiana.
Demonia que reina sobre las relaciones lésbicas.
Cuida y adoctrina a sus discípulas con un amor que va mucho más allá
de lo meramente sexual. Incansable, no obstante en su deseo de mujeres,
hasta se afirma que no discrimina a sus amantes ni por su edad ni por
su belleza. No establece preferencias ni categorías.
La variedad y la sutileza de lo femenino tiene en ella su confirmación y su espejo.
Zemunín (o Iset):
La Prostituta.
Demonio femenino protectora de cortesanas y prostitutas, y en
general de toda mujer que pueda ser considerada como tal, por sus
circunstancias o por la moral dominante en la sociedad en la que le haya
tocado vivir.
No hace distinciones de rango, prestigio o clase social, ni juzga
jamás a sus difamadas amigas, a las que atiende con celo maternal cuando
se encomiendan a su amparo.
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