viernes, 15 de junio de 2012

El arte de atraer a los muertos





Una de las formas más utilizadas para atraer a un vampiro consistía en elegir un niño o una niña, lo suficientemente jóvenes como para ser vírgenes, y sentarlos sobre un caballo de color negro, que también fuera virgen y que no hubiese tropezado nunca. Se llevaba al caballo al cementerio y se lo hacía pasar sobre las tumbas. Si se negaba a pasar sobre una de ellas, era una clara señal de que allí estaba enterrado un vampiro; entonces se sentaba a los niños sobre la lápida, y cuando cayese la noche, el vampiro seguiría invariablemente el rastro dejado por el aroma de los infantes.
Esta creencia está muy bien descripta en la novela de Ann Rice, Interview with a vampire.
Algunos folkloristas sostienen que las lápidas en un principio no eran para llevar inscripciones que ilustren sobre la vida pasada del difunto, sino como un método para impedir que los vampiros se alcen de sus tumbas.
Existen otros métodos, acaso más modernos, para atraer a los vampiros; los cuales consisten en aplicar al revés los métodos tradicionales para alejarlos. Por ejemplo: Así como los vampiros aborrecen el ajo, adoran el aroma de las amapolas, razón de más para utilizarlas en caso de intentar convocar a un vampiro, o a cualquier otra entidad nocturna.
En los mitos del este de Europa, encontramos muy pocos remedios tradicionales para convocar a los vampiros, ya que en esa zona, los vampiros suelen ser bastante poco agradables y de existencia miserable. Voltaire solía burlarse de esto, diciendo que la creencia en vampiros es proporcional a la ignorancia de los pueblos que profesan su fe.
Pero en la iluminada cultura de la Europa de Voltaire, también se agitaba el gérmen del vampirismo, el cual adquiría muchas e incongruentes formas. Las leyendas fueron ganando en sutilezas, en pequeñas contradicciones que aumentaron lentamente la creencia en los vampiros.
Se empezó a creer que los vampiros pueden ingresar en una habitación sólo cuando la víctima lo permitía, conscientemente o no. Veamos algunas formas en las que un vampiro podía hacerse presente en el lecho de una dama:
No era necesaria la ausencia de objetos religiosos; ya que los vampiros no temen ningún símbolo en presencia de personas frívolas, sólo los aborrecen cuando las cruces y relicarios sirven como armas en manos de hombres de intensa fe. Las rosas, en cambio, producen en los vampiros un fuerte rechazo, especialmente las blancas. Tampoco es recomendable tener un recipiente con agua en la habitación, particularmente cerca del lecho, ya que los vampiros no pueden cruzar ningún límite marcado con agua; y esto funciona, dentro de la leyenda claro, tanto para los ríos, como para un simple vaso con agua.
Es importante destacar, que una vez que el vampiro se ha hecho presente en la solitaria habitación, tanto la ignota dama como el vampiro son igualmente responsables por el bienestar del otro. Me explico:
Así como un vampiro necesita una invitación para hacerse presente en una casa, también necesita de una autorización para abandonarla. Motivo por el cual, los vampiros suelen alimentarse visitando el cuarto de sus desdichadas amantes, pero jamás les dan muerte dentro de aquellos límites; ya que sin la autorización de la víctima, el vampiro no podrá abandonar el lugar.
Es entonces que la mujer y el vampiro deben complementarse: él leerá sus deseos más recónditos, incluso aquellos de los cuales la mujer no es enteramente consciente, y saciará todos sus apetitos a medida que la vida va derramándose sobre las sábanas. Ella le ofrecerá el cáliz de su cuello palpitante; se irá diluyendo entre sus lascivos abrazos; pero el placer será apenas una anticipación, jamás terminará de consumarse, y cuando la sombra del vampiro abandone la habitación, nuestra desconocida Dama creerá haber tenido un sueño espantoso, sentirá sobre sus labios los ecos de un beso frío, helado como la tumba; su cuerpo temblará, sus lívidos dedos recordaran la textura etérea de un cuerpo masculino.
No recordará el rostro de su siniestro visitante. La noche será como una pesadilla agitándose en aquel rincón de la mente al que no podemos acceder. ¿Sucedió aquello?, se preguntará.
La imaginamos debatiéndose al intentar conciliar el sueño, la mente atribulada por las dudas, y por el horror. La habitación parece cerrarse sobre ella; las paredes bañadas en sombras, las cortinas danzando suavemente con la brisa nocturna.La soñamos acariciando la lubricidad de su sexo en las tinieblas; intentando recordar un momento que acaso jamás tuvo lugar. Entonces verá, sobre la blanca palidez de las sábanas, una diminuta perla púrpura, la joya roja de sus venas; y ya no habrán más dudas.
No se si nuestra imaginada doncella volverá a dormir con las ventanas abiertas, aunque sospecho que sí. 

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