Todo peruano sabe quién es Sarah Hellen, la vampiresa mas famosa del pais.
Llegó así al puerto de Pisco. Habría de desaparecer discretamente al atardecer del día siguiente. Nadie lo vio despedirse de esa mujer a la que había amado tanto que la había acompañado en la muerte hasta el fin del mundo, no fuera a sentirse sola o perderse por ahí. En la tarde gris ajustó su chalina, sintió soltarse las amarras y miró el horizonte helado, sin volver la cabeza atrás.
El asunto es que Pisco nunca la olvidó, Nunca.
Pasaron cien años. Su historia se trastocó un poco. Se dijo que era la amante del Diablo. Que la habían visto deambulando a orillas de la carretera, con un vestido blanco. Que engañaba a los conductores. Que los hechizaba para dormirlos. Que la habían visto volando sobre el cementerio en las noches de luna para luego desaparecer en gases verdes. Y los hijos de los hijos de los pisqueños que vivieron el temblor que descubrió a Sara en el cementerio cien años antes, la esperaron sin chistar cien años después, estaca en mano, en la puerta de su tumba.
Hace dos años. En esos días, un terremoto terrible azotó el Perú. Este no fue un temblor. Fue un gran terremoto de 8.1 grados de magnitud. Su epicentro fue en el mar, en las costas de Pisco. La ciudad entera se desplomó. Las antiguas construcciones de adobe, clásicas coloniales, crujieron y colapsaron. Muchísima gente murió. Incluso en el cementerio los muertos parecían morirse de nuevo, por que se rajaron todos los largos pabellones centenarios, dejando a los muertitos expuestos a la impúdica desnudez de la modernidad. Llegaron las cámaras para confirmar el desastre en el camposanto. Alguien ya corría con la noticia. Blanca, inmaculada, incólume. La tumba de la mujer vampiro, Sara Hellen, está intacta. La única que quedó intacta.
A este paso, Sarah Hellen un día será la santa patrona de Pisco.Y tal vez la santa vampiresa los proteja de verdad, por ser el único pueblo que la supo amar.
Existe un lugar en Sudamérica que tiene nombre de uno de los mejores licores: la ciudad de Pisco.
Allí
llegó hace 110 años una bellísima mujer, muerta hacía meses, acompañada
por su esposo. El señor, adelgazado y afligido por la muerte y los
meses de sal, hizo un depósito de dinero a la autoridad del puerto antes
de preguntar si podía y dónde enterrar a su esposa. Después de lo cual
se dirigió al cementerio, a darle -por fin- sepultura a la navegante. Pisco,
tierra de temblores, tembló esa mañana como tantas otras,
trastabillaron los pocos que ayudaban al extranjero misterioso a
enterrar a su mujer . Y el destino que perseguía a Sarah se reveló una
vez más. Una mujer bellísima, pelirroja, pálida como la porcelana,
fresca como dormida, asomó desde el ataúd y miró a los hombres desde sus
verdes ojos muertos. Rabia, mar, miedo. Los hombres salieron corriendo,
anunciando que había llegado a la ciudad la esposa de Drácula.
Cuentan que John Roberts,
su esposo, la tuvo que enterrar con sus propias manos. Luego mandó a
hacer una lápida sencilla que rezaba como un conjuro de protección
contra la soledad y los apuros de la nostalgia Sarah Hellen,
beloved wife. Al día siguiente, partió para no volver a ser visto jamás
en el puerto perdido de la ciudad de Pisco, en el Perú.
Mr. Roberts,
al igual que su esposa, era natural de Blackburn (Quemadura Negra),
Inglaterra. Era el inicio del 1900 , y el catolicismo asolaba el
continente. Sarah era distinguida por su belleza y cualidades en el
silencio y la observación de las cosas más pequeñas, lo que la hizo
conocedora de hierbas
y raíces. Todo el pueblo se había beneficiado en algún momento de su
ignorante sabiduría. Todos habían bebido algún té que los salvara de las
urgencias estomacales, o habían olido alguna hierba que disipara, como
por arte de magia, el dolor menstrual de las mujeres. Lo que no quedó
registrado fue el detonante. En qué momento el pueblo, antes pacífico
con la mujer, se giró en contra de ella con la ferocidad que sólo
generan el fanatismo y la superioridad numérica. Fue acusada de bruja.
Y muerta por linchamiento. Nada pudieron las súplicas desesperadas del
esposo que la acompañara luego en su exilio en alta mar.
Pero
Sarah, al ver la hipocresía de las víboras que ella misma había curado y
que ahora la mordían a muerte, hizo un alto en su martirio. Y juró en
voz alta:
Pueblo maldito, yo volveré un día en cien años, y no tendré paz hasta vengarme de cada uno de ustedes.
Pueblo maldito, yo volveré un día en cien años, y no tendré paz hasta vengarme de cada uno de ustedes.
Esto
fue demasiado. Indignados, pueblerinos y autoridades prohibieron a los
familiares de la atrevida demoníaca enterrarla en ningún punto de
Inglaterra. No era el fin del mundo, la enterrarían en Francia. Pero al
llegar allá, se encontraron con un pueblo que los rechazaba
terminantemente, que no permitiría a la hereje poner una sola tabla en
esas tierras bendecidas por el señor. La fama de Sara los precedía. Y
fue así como comenzó la travesía de la bruja muerta y su esposo en alta
mar, Mar de Nadie, hacia cualquier lugar que les permitiera tener una
sepultura cristiana.
España
no la quiso, naturalmente. Tampoco Portugal. No tenía sentido seguir
intentando en Europa. La noticia de la bella bruja vengativa había
corrido por todo el territorio, había mutado en diferentes lenguas y ya
todos los puertos estaban advertidos. Habría que cruzar el mar.
Sin
embargo, en Venezuela no los aceptaron. Tampoco en las Guyanas o en
Surinam, lugares tan remotos para John como para los mismos
latinoamericanos. Ni siquiera en Brasil pudo enterrar a su solitaria
esposa. Tampoco en Uruguay, ni en la vasta Argentina. Hubo que cruzar el
mar imposible de Magallanes. Pero en Chile ya estaban advertidos, en
donde le dijeron: lléve usted a su señora al Perú a ver si tiene suerte,
total, esa es tierra de brujos.
Tierra de Brujos. Era verdad. Lo había oído alguna vez. Perú.
Llegó así al puerto de Pisco. Habría de desaparecer discretamente al atardecer del día siguiente. Nadie lo vio despedirse de esa mujer a la que había amado tanto que la había acompañado en la muerte hasta el fin del mundo, no fuera a sentirse sola o perderse por ahí. En la tarde gris ajustó su chalina, sintió soltarse las amarras y miró el horizonte helado, sin volver la cabeza atrás.
La que se quedó sentada a la orilla de la tumba de Sara Hellen,
fue la leyenda de su osadía. No se sabe cómo, el pueblo de Pisco,
perdido de la mano de Dios, se enteró de la oscura travesía de la
hermosa extranjera muerta y de su esposo que, como alma en pena, la
había acompañado a donde el Diablo perdió el poncho,
como se dice por estas tierras, para enterrarla. También supieron de su
amenaza de volver en cien años. Tal vez la historia corrió con los
hombres que escaparon durante el temblor al ver el cuerpo inmaculado ,
el cabello de fuego saludando desde el féretro transoceánico.
El asunto es que Pisco nunca la olvidó, Nunca.
Pasaron cien años. Su historia se trastocó un poco. Se dijo que era la amante del Diablo. Que la habían visto deambulando a orillas de la carretera, con un vestido blanco. Que engañaba a los conductores. Que los hechizaba para dormirlos. Que la habían visto volando sobre el cementerio en las noches de luna para luego desaparecer en gases verdes. Y los hijos de los hijos de los pisqueños que vivieron el temblor que descubrió a Sara en el cementerio cien años antes, la esperaron sin chistar cien años después, estaca en mano, en la puerta de su tumba.
Todo el pueblo esperó a Sara Hellen
resucitar esa noche en el cementerio. El gobierno de turno,
corruptísimo y tirano, aprovechó inteligentemente el suceso y enviaron
camiones de prensa al lugar de los hechos, creando una de las más
grandes cortinas de humo de la historia. La vigilia por la Mujer del
Diablo fue vista en el mundo entero. Todos los brujos del país y varios
otros que viajaron de diversas partes realizaron ante los ojos
alucinados del mundo sus danzas y rituales cargados de ajos y
estampitas, escupiendo aguardientes en lenguas olvidadas, con el fin de
mantener a nuestra dama encerrada dentro de su caja.
Curiosamente, pasó la noche y Sara Hellen
no salió de su tumba. Los brujos confirmaron con ello la eficacia de
sus rituales protectores contra las vampiresas. El pueblo, por primera
vez, comenzó a olvidarla.
Pasaron diez años más.
Hace dos años. En esos días, un terremoto terrible azotó el Perú. Este no fue un temblor. Fue un gran terremoto de 8.1 grados de magnitud. Su epicentro fue en el mar, en las costas de Pisco. La ciudad entera se desplomó. Las antiguas construcciones de adobe, clásicas coloniales, crujieron y colapsaron. Muchísima gente murió. Incluso en el cementerio los muertos parecían morirse de nuevo, por que se rajaron todos los largos pabellones centenarios, dejando a los muertitos expuestos a la impúdica desnudez de la modernidad. Llegaron las cámaras para confirmar el desastre en el camposanto. Alguien ya corría con la noticia. Blanca, inmaculada, incólume. La tumba de la mujer vampiro, Sara Hellen, está intacta. La única que quedó intacta.
Y
así, Sara ha vuelto al imaginario popular. Pero ya no se la ve cual
jinetera ectoplásmica en periplos de carretera. Ni tampoco se la espera
en la puerta de su última morada por si acaso se levante para agarrarla a
garrotazos. Ahora hay pequeñas plaquitas que, discretas, la acompañan.
Gracias Sarita, por el milagro concedido. Muchas Gracias Sara Hellen,
por curar a mi hijito. O simplemente, Gracias, Sara. Para la gente del
pueblo de Pisco, tierra de temblores y Licor, la pureza
del sepulcro es suficiente prueba de que la mujer repudiada de los
mares sea digna de confianza y veneración. Y qué mayor prueba de bondad
de la santa sino la devoción de su esposo, que habiéndola podido dejar
abandonada a los tiburones en las profundidades del mar de nadie, la
trajo hasta el fin del mundo para que pudiera descansar. A un pueblo
acostumbrado a los brujos y amante de las mujeres bonitas. Un pueblo
gentil con los extranjeros que por pobre sabe ofrecer una segunda
oportunidad.
A este paso, Sarah Hellen un día será la santa patrona de Pisco.Y tal vez la santa vampiresa los proteja de verdad, por ser el único pueblo que la supo amar.
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