No sé cuanto tiempo exactamente llevo escondido en este edificio,
observando la quietud de las desoladas calles. No había una sola persona
afuera, tampoco animal alguno, todos estaban escondidos…al menos los
que lograron sobrevivir al Apocalipsis. Ahora es como un recuerdo
lejano, como si hubiese ocurrido hace siglos, pero no es así, fue tan
solo hace un par de meses. Todo comenzó como un simple brote de gripe, o
al menos eso decían los médicos, que al poco tiempo se expandió como la
fiebre amarilla o la muerte roja.
Al principio no era cosa de nada, fiebre, algo de palidez en la piel,
nada anormal, a las dos semanas el brote creció significativamente con
más del país contaminado, al mes, el continente. Poco a poco cada una de
las potencias mundiales fueron sucumbiendo ante la poderosa y extraña
enfermedad, desde entonces solo unos pocos quedamos, nosotros somos la
resistencia, lo único que queda de la destruida humanidad. El resto de
las personas fueron infectadas y mutaron en horrendos seres con
grotescas malformaciones en todo el cuerpo y con una enorme sed de
carne, sed que querían saciar con nosotros. En el todo el tiempo que
llevo observando a las horrendas criaturas he descubierto unas cuantas
cosas, parecen estar desprovistas de rasocinio o capacidad alguna de
pensar, solo poseen el instinto de alimentarse. Otra cosa que pude darme
cuenta es su hambre desmedida, por más que se alimente una y otra vez
de miles de cadáveres, su apetito no se sacia, jamás.
El reloj ya marca las tres de la madrugada y veo sombras por las calles, ellos se acercan. Mis compañeros y yo estamos aterrados, ya no nos quedan fuerzas para reparar las barricadas que ELLOS destruyen cada noche, solo nos resignamos a mirarnos entre nosotros y esperar, esperar lo peor. De pronto se oye el crujir de los vidrios del cristal de la entrada del primer piso y los pasos retumban en la escalera. Los golpes en la puerta comienzan a aturdirme y el precinto comienza a ceder, en el hueco de la madera logro divisar una mano completamente putrefacta y casi carente de dedos y piel. Poco después la puerta cede por completo y un hediondo y nauseabundo olor invade el cuarto. Desesperado corro hacia el comedor y cierro la puerta, pero ya era tarde, un horrendo rostro desfigurado completamente carente de carne muerde mi brazo y caigo inconsciente al suelo.
El reloj ya marca las tres de la madrugada y veo sombras por las calles, ellos se acercan. Mis compañeros y yo estamos aterrados, ya no nos quedan fuerzas para reparar las barricadas que ELLOS destruyen cada noche, solo nos resignamos a mirarnos entre nosotros y esperar, esperar lo peor. De pronto se oye el crujir de los vidrios del cristal de la entrada del primer piso y los pasos retumban en la escalera. Los golpes en la puerta comienzan a aturdirme y el precinto comienza a ceder, en el hueco de la madera logro divisar una mano completamente putrefacta y casi carente de dedos y piel. Poco después la puerta cede por completo y un hediondo y nauseabundo olor invade el cuarto. Desesperado corro hacia el comedor y cierro la puerta, pero ya era tarde, un horrendo rostro desfigurado completamente carente de carne muerde mi brazo y caigo inconsciente al suelo.
Desperté, ya es de día y salgo en busca de mis compañeros, pero solo
consigo encontrar restos de lo que alguna vez fueron personas. No estàn
mis amigos, ni tampoco ELLOS, solo estaba yo. Miro mi rostro en el
espejo una vez más no puedo creerlo, mi piel comienza a caer y mi
aliento a apestar, ya había sido infectado. Con mi último aliento y
pedazo de consciencia escribo estos párrafos y le doy una última mirada a
la desolada ciudad, deseando poder soportar una noche más.
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