Los
demonios y el sexo.
Si Dios ha elegido mantenerse al margen del sexo, es natural que su oponente, Satán, haya seguido el camino inverso.
La sexualidad es una parte esencial de la demonología, y no sólo de la demonología cristiana. Los asirios, semitas, sumerios, babilonios y griegos, por ejemplo, creían en demonios masculinos, femeninos y hermafroditas, en consecuencia, creían en una sexualidad demoníaca, ya que la diversidad de sexos es impensable si ésta no tuviese una función práctica.
John Milton asegura en El Paraíso Perdido (Lost Paradise) que los demonios no poseen sexo, sino que asumen las características de los dos sexos predominantes (a veces al mismo tiempo) en función de su propia personalidad. Nicolás Remy, autor de Daemonolatriae libris tres, jura que los demonios son incapaces de amar, pero perfectamente capaces de tener sexo, y que incluso viven en perpetuo estado de lujuria; ya que para ellos el sexo no tiene ningún vínculo con el amor y la ternura, por el contrario, sólo sirve como ejercicio para someter y humillar a sus seguidores.
Por otro lado, Thomas de Aquino, Plutarco, y otros, sostienen que los demonios son incapaces de sentir lujuria o deseo, pero no niegan su sexualidad, cuyo fin último sería provocar dolor en sus adeptos.
El Malleus Maleficarum, por su parte, señala que nos demonios no aman a sus brujas, y que sus relaciones sexuales tienen la función de sellar un compromiso infernal que las mancilla a los ojos del Señor, haciéndoles imposible acceder a las delicias celestiales, al parecer, ajenas a las tertulias de la carne. William de Auvergne, contrario a las opiniones del Malleus Maleficarum, confiesa que los demonios sienten una particular debilidad por las mujeres de cabello largo y senos ampulosos.
Evolucionista a pesar suyo, Plutarco declara que los demonios no sienten deseo sexual ya que no necesitan procrear, y que su aparente lascivia oculta algo muy sencillo: exaltar las pasiones bajas del hombre. Boguet, en la misma sintonía, vocifera que los demonios no sienten voluptuosidad ni atracción sexual, ya que son incapaces de dejar descendencia; e incluso va más lejos, y razona que los demonios carecen de órganos sexuales, engañando a sus víctimas con diversas acrobacias dactilares.
Pierre de Rostegny, turbado, acusa a Satán, el gran adversario, de deleitarse en el sexo con mujeres casadas, agregando el adulterio al pecado de encamarse con el maligno. Además, continúa, Satán jamás mantiene relaciones por vía natural, sino que prefiere saciar sus instintos por otros accesos, acaso menos accesibles para el esponsal cristiano.
Los ejemplos de demonios manteniendo relaciones con mujeres son innumerables. Asmodeo, por ejemplo, se sentía tan atraído por Sarah que asesinó a sus siete maridos consecutivamente, impidiéndoles sellar el vínculo matrimonial en la noche de bodas. Por suerte, el ángel Rafael intercedió antes de que mate al octavo, Tobías, acto que sería precedido por el rapto de la pobre Sarah. En La vida de San Bernardo (The Life of Saint Bernard), escrito en el siglo XI, se nos relata el adulterio repetitivo de una mujer casada con un demonio, con el cual vivió experiencias inolvidables. Gregorio de Nyssa sube la apuesta, y menciona que los demonios pueden tener hijos con mujeres mortales, solo que con un número bastante reducido, y que esta baja tasa de embarazos los obliga a una lascivia descomunal.
Los Aquelarres y Sabats eran el escenario ideal para el sexo menos ortodoxo, que a menudo era atribuido al diablo bajo numerosas formas, ya sea como gato, toro, perro, e incluso carnero. Abundan las declaraciones de brujas y hechiceros que afirmaban haber mantenido relaciones con el diablo en sus reuniones, pero recordemos que aquí el demonio no era una aparición real y concreta, sino que se manifestaba en el jefe regional, es decir, en un tipo que se disfrazaba del demonio. Recordemos que así como un sacerdote es Dios durante la eucaristía, el jefe regional era Satán durante el desenfreno del sabat.
Nicolás Remy menciona que algunos demonios de alta alcurnia pueden forzar a las mujeres, aun cuando estas porten símbolos religiosos. En 1587, Catherine Latonia denunció haber sido violada por el demonio, evitando así brindar el nombre del verdadero criminal. Sylvester Prieras, afiebrado, coincide con Remy, y asegura que el demonio no sólo es capaz de violar mujeres, sino también a monjas, las cuales, según el análisis de este sabio, pertenecen a un género desconocido.
Martín Lutero, por su lado, menciona la posibilidad de que el demonio deje embarazadas a algunas mujeres, pero que el fruto ilegítimo de esa relación no vivirá mucho y será de caracter más bien salvaje, como el caso de Atila, cuyo padre era, según la leyenda, el mismísimo demonio.
Dejando a los sabios de lado, la sexualidad de los demonios implica el desnudo de nuestro lado salvaje, la aceptación de los instintos más elementales y su posterior concreción en el plano real. La liberación de los sentidos, de la sensualidad en estado puro, no es un paisaje agradable de ver, por el contrario, requiere una fuerte presencia de espíritu, ya que cualquier atisbo de las tertulias del maligno deja una marca indeleble, además de la insensata necesidad de experimentar en carne propia los tormentos, a menudo gozosos, que se intuyen en el gemido extático de las brujas.
Si Dios ha elegido mantenerse al margen del sexo, es natural que su oponente, Satán, haya seguido el camino inverso.
La sexualidad es una parte esencial de la demonología, y no sólo de la demonología cristiana. Los asirios, semitas, sumerios, babilonios y griegos, por ejemplo, creían en demonios masculinos, femeninos y hermafroditas, en consecuencia, creían en una sexualidad demoníaca, ya que la diversidad de sexos es impensable si ésta no tuviese una función práctica.
John Milton asegura en El Paraíso Perdido (Lost Paradise) que los demonios no poseen sexo, sino que asumen las características de los dos sexos predominantes (a veces al mismo tiempo) en función de su propia personalidad. Nicolás Remy, autor de Daemonolatriae libris tres, jura que los demonios son incapaces de amar, pero perfectamente capaces de tener sexo, y que incluso viven en perpetuo estado de lujuria; ya que para ellos el sexo no tiene ningún vínculo con el amor y la ternura, por el contrario, sólo sirve como ejercicio para someter y humillar a sus seguidores.
Por otro lado, Thomas de Aquino, Plutarco, y otros, sostienen que los demonios son incapaces de sentir lujuria o deseo, pero no niegan su sexualidad, cuyo fin último sería provocar dolor en sus adeptos.
El Malleus Maleficarum, por su parte, señala que nos demonios no aman a sus brujas, y que sus relaciones sexuales tienen la función de sellar un compromiso infernal que las mancilla a los ojos del Señor, haciéndoles imposible acceder a las delicias celestiales, al parecer, ajenas a las tertulias de la carne. William de Auvergne, contrario a las opiniones del Malleus Maleficarum, confiesa que los demonios sienten una particular debilidad por las mujeres de cabello largo y senos ampulosos.
Evolucionista a pesar suyo, Plutarco declara que los demonios no sienten deseo sexual ya que no necesitan procrear, y que su aparente lascivia oculta algo muy sencillo: exaltar las pasiones bajas del hombre. Boguet, en la misma sintonía, vocifera que los demonios no sienten voluptuosidad ni atracción sexual, ya que son incapaces de dejar descendencia; e incluso va más lejos, y razona que los demonios carecen de órganos sexuales, engañando a sus víctimas con diversas acrobacias dactilares.
Pierre de Rostegny, turbado, acusa a Satán, el gran adversario, de deleitarse en el sexo con mujeres casadas, agregando el adulterio al pecado de encamarse con el maligno. Además, continúa, Satán jamás mantiene relaciones por vía natural, sino que prefiere saciar sus instintos por otros accesos, acaso menos accesibles para el esponsal cristiano.
Los ejemplos de demonios manteniendo relaciones con mujeres son innumerables. Asmodeo, por ejemplo, se sentía tan atraído por Sarah que asesinó a sus siete maridos consecutivamente, impidiéndoles sellar el vínculo matrimonial en la noche de bodas. Por suerte, el ángel Rafael intercedió antes de que mate al octavo, Tobías, acto que sería precedido por el rapto de la pobre Sarah. En La vida de San Bernardo (The Life of Saint Bernard), escrito en el siglo XI, se nos relata el adulterio repetitivo de una mujer casada con un demonio, con el cual vivió experiencias inolvidables. Gregorio de Nyssa sube la apuesta, y menciona que los demonios pueden tener hijos con mujeres mortales, solo que con un número bastante reducido, y que esta baja tasa de embarazos los obliga a una lascivia descomunal.
Los Aquelarres y Sabats eran el escenario ideal para el sexo menos ortodoxo, que a menudo era atribuido al diablo bajo numerosas formas, ya sea como gato, toro, perro, e incluso carnero. Abundan las declaraciones de brujas y hechiceros que afirmaban haber mantenido relaciones con el diablo en sus reuniones, pero recordemos que aquí el demonio no era una aparición real y concreta, sino que se manifestaba en el jefe regional, es decir, en un tipo que se disfrazaba del demonio. Recordemos que así como un sacerdote es Dios durante la eucaristía, el jefe regional era Satán durante el desenfreno del sabat.
Nicolás Remy menciona que algunos demonios de alta alcurnia pueden forzar a las mujeres, aun cuando estas porten símbolos religiosos. En 1587, Catherine Latonia denunció haber sido violada por el demonio, evitando así brindar el nombre del verdadero criminal. Sylvester Prieras, afiebrado, coincide con Remy, y asegura que el demonio no sólo es capaz de violar mujeres, sino también a monjas, las cuales, según el análisis de este sabio, pertenecen a un género desconocido.
Martín Lutero, por su lado, menciona la posibilidad de que el demonio deje embarazadas a algunas mujeres, pero que el fruto ilegítimo de esa relación no vivirá mucho y será de caracter más bien salvaje, como el caso de Atila, cuyo padre era, según la leyenda, el mismísimo demonio.
Dejando a los sabios de lado, la sexualidad de los demonios implica el desnudo de nuestro lado salvaje, la aceptación de los instintos más elementales y su posterior concreción en el plano real. La liberación de los sentidos, de la sensualidad en estado puro, no es un paisaje agradable de ver, por el contrario, requiere una fuerte presencia de espíritu, ya que cualquier atisbo de las tertulias del maligno deja una marca indeleble, además de la insensata necesidad de experimentar en carne propia los tormentos, a menudo gozosos, que se intuyen en el gemido extático de las brujas.
a continuacion se dara una clasificación de las sucubos mas nombradas:
Abrahel.
La Reina de los Súcubos.
La Reina de los Súcubos.
Demonia que se dedica a seducir a los pobres de espíritu
(principalmente a los campesinos y gente de poca instrucción), tomando siempre
la forma de una mujer bellísima que los cautiva y dispone de ellos a su antojo,
llevándolos a cometer verdaderas locuras.
Nicolás Rémy, que la describe en su
Demonolatría con una mezcla de prudente respeto y de temor, aporta
un dato que oscila entre la crítica y el elogio, según cómo se lo interprete;
al momento de su aparición, y con sólo contemplarla, "todos los miembros
del observador se vuelven rígidos".
A
nuestros lectores con problemas prostáticos, recomendamos no convocar a esta súcubo
para soslayar sus padecimientos, ya que Abrahel suele agotar rápido la
vitalidad que su presencia otorga. Para aquellos que suelen despertarse con una
erección, lamentamos anunciarles que ya son víctimas nocturnas de Abrahel, y
nada podemos hacer para ayudarlos.
Zalir.
La Lesbiana.
La Lesbiana.
Demonia que reina sobre las relaciones lésbicas.
Cuida y adoctrina a sus discípulas con un amor que va mucho más allá de lo meramente sexual. Incansable, no obstante en su deseo de mujeres, hasta se afirma que no discrimina a sus amantes ni por su edad ni por su belleza. No establece preferencias ni categorías.
La variedad y la sutileza de lo femenino tiene en ella su confirmación y su espejo.
Zemunín (o Iset).
La Prostituta.
La Prostituta.
Demonio femenino protectora de cortesanas y prostitutas, y en general de toda mujer que pueda ser considerada como tal, por sus circunstancias o por la moral dominante en la sociedad en la que le haya tocado vivir.
No hace distinciones de rango, prestigio o clase social, ni juzga jamás a sus difamadas amigas, a las que atiende con celo maternal cuando se encomiendan a su amparo.
Vepar.
La Sirena.
La Sirena.
Espíritu acuático que suele aparecerse en los arrecifes y en las costas de difícil acceso para alentar a los solitarios que, como ella, prefieren los vientos y el rumor de las olas al ruido de las ciudades.
A los más osados llega a comunicarles los beneficios que aporta a la experiencia la frecuentación de la tempestad.
Tamar.
La Despreciada.
La Despreciada.
Para diversas lenguas semíticas, su nombre identifica a las palmeras. En la Biblia aparece en varias ocasiones, siempre asociada a la frustración o al maltrato de la condición femenina.
Casada con Onán, el gran masturbador (grandis jeropae) se negaba a poseerla, por lo que tuvo que seducir a su suegro, disfrazada de prostituta, como único medio de acceder a la maternidad. En el libro de Samuel, su incestuoso hermano Amnón se finje enfermo para que ella lo visite en su alcoba, donde la viola y luego la repudia, haciéndola responsable de la consumación de su pecaminoso deseo.
Acaso por estos justificables motivos, como demonia es vengativa y desprecia a los hombres, a quienes utiliza prometiéndoles favores que nunca concede, para rechazarlos una vez explotados, sumiéndolos en la desesperación.
Quimeras.
Señoras de la Imaginación.
Señoras de la Imaginación.
Las
primeras noticias sobre ella/s provienen del libro VI de la Ilíada, y allí se
aclara que es de linaje divino. Su descripción varía según los comentaristas.
Homero dice que por delante era un león, por el centro una cabra, y el resto
una serpiente. De sus palabras algo entreveradas, los estudiosos mitólogos
suponen que Homero quiso decir que la Quimera tenía cabeza de león,
cuerpo de cabra, y cola de serpiente.
Ahora
bien, para agregar mayor confusión tenemos la descripción de Hesíodo, quien en
la Teogonía afirma que la Quimera tiene tres cabezas, y sobre su lomo se
asoma una cuarta cabeza, esta vez de cabra. Con esta fisionomía imposible
aparece en el famoso bronce de Arezzo, que data
del siglo V.
La
última reaparición clásica de la Quimera es en el libro VI de la Eneida.
El comentador Servio Honorato observa que el monstruo es originario de Licia,
ya que en esa región hay un volcán que lleva su nombre. También en la Eneida se
asocia a la Quimera con el fuego, en varios pasajes Virgilio la llama: Quimera
armada de llamas.
Volviendo
al volcán con el cual se la asocia, diremos que casi todas las descripciones
que nos proveen los clásicos afirman que su base está infestada de serpientes;
en sus escarpadas laderas hay manadas de cabras salvajes, y su cumbre,
naturalmente, exhala vapores y fuegos ocasionales. Con estas características es
fácil imaginar que la Quimera es una metáfora del volcán; ya que pensar
que el volcán es un espejo de la mítica enemiga de Belerofonte es, al menos,
inquietante; aunque hablaría muy bien del humor de Dios.
_¿Pero,
no hay más datos sobre la Quimera?_nos
interroga un exaltado lector.
_Sí_respondemos, con resignación.
_Bueno,
hable entonces. Me gustan tanto esas cosas imaginarias...
_Cómo
no, querido e hipotético lector. Usted sabe que estoy para servirle.
_Gracias.
_¿De
veras creé que estoy para servirle?
_Claro.
_Le
recuerdo que usted es para mí tan imaginario como una Quimera. A ella sé bien
cómo imaginarla, pero a usted...
_No
aproveche la ocasión para embarrarnos con sus consideraciones estéticas. Hable
de la Quimera y déjese de joder.
Cabizbajo
tras esta quimérica discusión, retomo el hilo de la madeja.
Plutarco,
quien al parecer no le interesaba coincidir con sus ancestros, asegura que la Quimera
es en realidad el nombre de un pirata, quien habría tallado una cabeza de león
en la proa de su barco. Cerramos éste breve artículo con unas consideraciones
de Jorge Luis Borges:
"Estas
conjeturas absurdas prueban que la Quimera ya estaba cansando a la gente. Mejor
que imaginarla era traducirla en cualquier otra cosa... la incoherente forma
desaparece y la palabra queda, para significar lo imposible..."
Las Quimeras como
demonios.
Espectros
que estimulan las fantasías humanas y en general las ilusiones que rondan en
torno a la espectativa de encontrar una explicación a los fenómenos de la
realidad y a los acontecimientos de la vida.
El
anónimo autor del grimorio Diabotanus, les otorga como residencia un territorio
impreciso, a mitad de camino del Tártaro y del Edén, esa
zona intermedia entre la felicidad absorta y la desdicha, que suele ser
patrimonio de los ángeles. Allí, rodeadas de una bruma sutil, tejen y destejen
sin pausas los fundamentos de las creencias y los sueños; de las artes
adivinatorias y de los presagios, de las ciencias cognitivas, de los talismanes
y amuletos, de las apariciones y de la levedad de los fantasmas. Alimentan la
frágil existencia de la imaginación , y las palabras que diferencian a los
poetas de los locos.
Perséfone.
La Doncella del Infierno.
La Doncella del Infierno.
Nuestra sección de mitología recibe con asombro y prudencia a esta dama del inframundo, cuya biografía ha generado grandes y absurdas polémicas entre los mitólogos de todas las épocas.
Comenzaremos nuestro análisis dando una noción general de su historia, y luego entraremos en los aspectos que más nos gustan de los mitos en general, y en el de Perséfone en particular.
El Rapto de la Doncella.
Perséfone era hija de Zeus y Demèter, aunque su naturaleza siempre fue contraria a los placeres cortesanos del Olimpo. Su figura seductora fue cortejada por muchos dioses principales, entre los cuales se destacaban Apolo y Hermes.
Todos fueron rechazados, tanto por ella como por su madre, quien tampoco aprobaba la compañía de estos galanes. Juntas preferían vagar por la Tierra, lejos de hombres y dioses.
Cierto día, Perséfone y sus ninfas (o como lo afirma la tradición homérica, junto a Atenea y Artemis) se paseaban recogiendo flores silvestres en un prado de Enna, en lo que hoy es Sicilia, cuando súbitamente la tierra bajo sus pies comenzó a temblar, y luego a desgarrarse. De aquel pozo infecto surgió un caballero negro en su carro de bronce, altivo en su porte y violento como la cólera impiadosa de la tormenta. Era Hades, hermano de Zeus y Señor del Inframundo. Así lo narró John Milton, en el libro VI del Paraíso Perdido:
Ni ese bello campo de Enna
Donde Proserpina, recogiendo flores,
Era ella misma la más bella flor,
Y fue raptada por el oscuro Dis (un epíteto de Hades)
Con tanto dolor para Demeter
Que la buscó a lo largo del mundo.
Aprovechando el horror que su presencia imponía, Hades tomó a Perséfone desprevenida y con ella se sumergió en los abismos del mundo. Cuando Demèter se enteró del rapto de su hija el universo se recogió en llanto. La creación misma parecía acompañar su dolor maternal, y hasta las semillas se negaron a crecer, convirtiendo los campos verdes en espantosos desiertos.
La búsqueda de Demèter es
uno de los pasajes más hermosos y conmovedores de toda la mitología. Se
dice que pasó nueve días y nueve noches sentada sobre una roca, lamentándose
desconsolada. Sólo pudieron verla un anciano y su hija, que juntos caminaban
del brazo. Al pasar junto a la diosa, escucharon que ella sólo repetía la misma
palabra: Perdida...perdida...
El caos del mundo llegó a oídos de Zeus, y ordenó a Hermes que viajase hasta el inframundo para negociar la vuelta de Perséfone. Hasta allí llegó con su lengua astuta, hábil conocedor del arte de la retórica, confiado en que su dulce voz pondría fin al conflicto.
Se enfrentó sumiso ante el trono infernal: a la derecha se hallaba Hades, que se erguía como un volcán envuelto en oscuras nubes, y la izquierda Perséfone, con sus frágiles ropas desgarradas por la humillación y el abandono.
Hermes habló de la furia de Zeus, y solicitó la liberación inmediata de Perséfone. Hades, que conocía bien las leyes de su propio reino no se opuso. Los ojos de la doncella brillaron ante la posibilidad de escapar de aquel reino de desolación, pero pronto notó que sus pies se negaban a moverse, y es que todas las sombras del infierno pueden irse si lo desean, siempre que no hayan probado ningún bocado de aquel lúgubre recinto. Perséfone había comido: sólo tres semillas de granada que el pérfido Hades le había suministrado.
Es así que Perséfone debió vivir seis meses de cada año en compañía del peor consorte que uno pueda imaginar.
El caos del mundo llegó a oídos de Zeus, y ordenó a Hermes que viajase hasta el inframundo para negociar la vuelta de Perséfone. Hasta allí llegó con su lengua astuta, hábil conocedor del arte de la retórica, confiado en que su dulce voz pondría fin al conflicto.
Se enfrentó sumiso ante el trono infernal: a la derecha se hallaba Hades, que se erguía como un volcán envuelto en oscuras nubes, y la izquierda Perséfone, con sus frágiles ropas desgarradas por la humillación y el abandono.
Hermes habló de la furia de Zeus, y solicitó la liberación inmediata de Perséfone. Hades, que conocía bien las leyes de su propio reino no se opuso. Los ojos de la doncella brillaron ante la posibilidad de escapar de aquel reino de desolación, pero pronto notó que sus pies se negaban a moverse, y es que todas las sombras del infierno pueden irse si lo desean, siempre que no hayan probado ningún bocado de aquel lúgubre recinto. Perséfone había comido: sólo tres semillas de granada que el pérfido Hades le había suministrado.
Es así que Perséfone debió vivir seis meses de cada año en compañía del peor consorte que uno pueda imaginar.
Su Nombre.
El nombre de esta diosa era ya imposible de traducir para los griegos homéricos. Su nombre original era Περσεφόνη (Persephónè), que según las antiguas traducciones significa algo así como "la que trae la muerte". Otras variantes sugieren que su nombre significa "la que trae la destrucción", lo cual está más asociado a la aniquilación del ser que a la muerte del cuerpo.
En Roma fue conocida como Proserpina, y con este nombre aparece en varios poemas.
Lo curioso es que a pesar de la dócil personalidad de Perséfone, los griegos temían pronunciar su nombre en voz alta, y casi siempre se referían a ella como Koré, La Doncella.
La Reina de Hierro.
Pero no todo era dulzura y suavidad en la personalidad de Perséfone. Incluso en la Odisea, cuando el astuto Ulises desciende a los infiernos, se nos habla de ella como La Reina de Hierro.
El misterio de su personalidad sólo puede vislumbrarse mediante conjeturas, ya que nunca sabremos a ciencia cierta todas sus sutilezas. Perséfone está asociada a los mitos iniciáticos, en dónde se prometía a los adeptos una participación activa en la vida eterna junto a la Doncella, quien a todos contemplaba desde su trono oscuro con ojos de hierro, con una mirada que todo lo penetra, horadando hasta los secretos más ocultos del alma de sus iniciados.
Ahora bien, Perséfone también significa la vitalidad y la fertilidad. Su paso por el inframundo es un símbolo de la vida que se sumerge en la tierra durante los meses fríos, para retornar con violencia y alegría en la primavera.
La Piedad de la Doncella.
Durante su estancia en las moradas oscuras, Perséfone sólo mostró su piedad en una ocasión, lo cual es extraño teniendo en cuenta la gran variedad de los mitos griegos, quienes a menudo se contradicen a sí mismos. Fue cuando Orfeo viajó al inframundo en busca de su esposa Eurídice. Allí, ante la mirada inconmovible de Hades y Perséfone, Orfeo ejecutó una melodía que jamás volvió a oírse en aquel reino de terror. Sus notas fueron tan tristes que hasta los regentes del infierno ablandaron sus corazones; y aunque el episodio terminó mal para Orfeo, la hazaña ha quedado registrada debidamente.
El nombre de esta diosa era ya imposible de traducir para los griegos homéricos. Su nombre original era Περσεφόνη (Persephónè), que según las antiguas traducciones significa algo así como "la que trae la muerte". Otras variantes sugieren que su nombre significa "la que trae la destrucción", lo cual está más asociado a la aniquilación del ser que a la muerte del cuerpo.
En Roma fue conocida como Proserpina, y con este nombre aparece en varios poemas.
Lo curioso es que a pesar de la dócil personalidad de Perséfone, los griegos temían pronunciar su nombre en voz alta, y casi siempre se referían a ella como Koré, La Doncella.
La Reina de Hierro.
Pero no todo era dulzura y suavidad en la personalidad de Perséfone. Incluso en la Odisea, cuando el astuto Ulises desciende a los infiernos, se nos habla de ella como La Reina de Hierro.
El misterio de su personalidad sólo puede vislumbrarse mediante conjeturas, ya que nunca sabremos a ciencia cierta todas sus sutilezas. Perséfone está asociada a los mitos iniciáticos, en dónde se prometía a los adeptos una participación activa en la vida eterna junto a la Doncella, quien a todos contemplaba desde su trono oscuro con ojos de hierro, con una mirada que todo lo penetra, horadando hasta los secretos más ocultos del alma de sus iniciados.
Ahora bien, Perséfone también significa la vitalidad y la fertilidad. Su paso por el inframundo es un símbolo de la vida que se sumerge en la tierra durante los meses fríos, para retornar con violencia y alegría en la primavera.
La Piedad de la Doncella.
Durante su estancia en las moradas oscuras, Perséfone sólo mostró su piedad en una ocasión, lo cual es extraño teniendo en cuenta la gran variedad de los mitos griegos, quienes a menudo se contradicen a sí mismos. Fue cuando Orfeo viajó al inframundo en busca de su esposa Eurídice. Allí, ante la mirada inconmovible de Hades y Perséfone, Orfeo ejecutó una melodía que jamás volvió a oírse en aquel reino de terror. Sus notas fueron tan tristes que hasta los regentes del infierno ablandaron sus corazones; y aunque el episodio terminó mal para Orfeo, la hazaña ha quedado registrada debidamente.
Perisas.
Las
Hadas de la Muerte.
Hadas aparecidas durante el apogeo cultural del
mazdeísmo, en tiempos de los aqueménidas, y relacionadas con "las torres del silencio" (dakhma),
dónde los muertos se descomponían paulatinamente al aire libre (los
restos de su carne consumida por los buitres, y más tarde sus huesos, eran
dispersados por las tempestades), para que la putrefacción de los cadáveres no
contaminase la tierra, fuente nutricia de los vivos. Se las imaginaba como
intermediarias entre el inevitable fin de la experiencia humana y el ansiado
pero indescriptible lugar donde aguardaba la vida eterna, encargadas de que el
tránsito de lo finito a lo desconocido fuese lo más plácido posible.
Durante
la edad media se las conocía cómo Las Hadas de la Muerte.
Nahama.
La que Otorga Consuelo.
La que Otorga Consuelo.
Hermana de Tubal, el laborioso nieto de Caín que enseñó a los hombres el arte de forjar los metales, e integrante por lo tanto de la más antigua genealogía de los perdedores del Edén. Es un súcubo singular, ya que permanece encarnada en un cuerpo humano desde hace milenios.
Ejerce la vida cotidiana de una vulgar mortal, pero pasado un tiempo debe desaparecer de los lugares que frecuenta para no despertar sospechas sobre su incorruptible lozanía. Se cree por eso que es ella la reiterada protagonista de historias de mujeres fantasmales, forasteras perpetuas, que luego de encender amores y provocar escándalos y disturbios, huyen dejando tras de sí tan sólo el vago rastro de la incertidumbre y la leyenda.
Ciertas tradiciones talmúdicas la consideran una de las cuatro madres primordiales de los ángeles caídos, pero pese a su extensa relación con los mortales, en su sexualidad humana es irremediablemente estéril.
Para agregar un dato curioso (al menos para los amantes de las paradojas y las lenguas) diremos que el nombre de ésta demonia significa "La que otorga el consuelo".
Minosón.
Protectora
del Juego.
Protectora
de los juegos de naipes, su fama es notable entre fulleros y tahúres; porque la
tradición asevera que admira y estimula a los expertos en trucos y trampas. A
veces, como pago a sus favores, solicita ser satisfecha sexualmente. Los que
dicen haberla poseído testimonian en forma unánime que en este terreno su
voracidad es increíble.
Asociada
también con frecuencia a las echadoras de cartas con fines adivinatorios, como
las tarotistas; suele establecer con ellas una amistad íntima y
fraternal, de mujer a mujer, y les ayuda a despejar sus dudas y a mostrarse más
lúcidas y seguras en sus predicciones.
Meridiana.
La amante del Papa.
La amante del Papa.
Demonio femenino del que se afirma fue amante y consejero del erudito y matemático Gerberto de Aurillac, quien llegaría a ser el "papa del milenio", ya que ejerció el pontificado entre los años 999 y 1003 bajo el nombre de Silvestre II.
Durante los cuatro años en los que el sabio presidió la iglesia, luchando con fervor y sin éxito contra la creciente simonía que aniquilaba a la institución, su súcubo permaneció acompañándole e intentó también derrotar a los mercaderes del espíritu.
La leyenda asegura que su amor y su respeto por él eran tan intensos, que renunció a la inmortalidad para seguirle a la tumba, y reposa a su lado en el sarcófago que contiene los restos de Silvestre, en la basílica romana de San Juan de Letrán.
Cada cierto tiempo, como una señal o testimonio que nadie ha sabido interpretar, del sepulcro común de los amantes brota una especie de sudor.
Lamia.
El Mito de la Vagina Dentada.
El Mito de la Vagina Dentada.
Dos
clásicos de la demonología, Ulrico Molitor (de Lamiis et pythonicis
mulieribus,1489) y Jean de Wier (Lamiis líber,1577) se han ocupado
extensamente de este personaje fabuloso, casi siempre mencionado en plural, aunque
con los típicos prejuicios de su época, asociándola a la brujería y viendo en
su imagen una suma de todos los aspectos negativos de la femineidad.
Enajenada
desde los orígenes del mito, a causa de una injusta venganza (la divina Hera, celosa de
sus amores con su marido Zeus, mató a casi todos los
hijos que ella había concebido con el dios, la única que logró escapar a la
venganza fué Escila). Lamia y sus
pares se cebaron desde entonces en los niños ajenos y en sus padres;
vampirizando a los pequeños y seduciendo hasta la demencia a los adultos, en
represalia por sus hijos perdidos y por despecho hacia la deidad que la gozó en
el lecho, pero que no se dignó a defenderla de la cólera celeste.
Se
la conocía también bajo el nombre de Anatha, y una de sus curiosas habilidades
consistía en poder quitarse los ojos a voluntad, incluso llegó a ayudar a
varios héroes prestándoles sus globos oculares.
Bajo
el nombre de Empusa adquirió, ya entre
los romanos, la característica central con la que su sombra ha llegado hasta
nosotros. Es la enemiga por antonomasia del género masculino, al que hace
responsable del mal trato y de la discriminación que en general padecen las
mujeres.
Si
te interesa conocer algo más de la Lamia como vampiro puedes hacerlo
aquí.
Conocida
como "La devoradora de hombres", ya que su leyenda la acusa
literalmente de comérselos, luego de cautivarlos con una belleza que nunca
otorga lo que promete, y de atraerlos para consumar sus propósitos a lugares
desiertos. La moderna simbología ha querido ver en ésta singular demonia
el arquetipo del temor ancestral de los varones ante el misterio de lo
femenino, y también la famosa y explícita metáfora freudiana sobre la
"vagina dentada". El etnólogo Leo Frobenius (mitologías
del atlántico), y más tarde Carl Jung (transformaciones y símbolos
de la libido), han glosado tales interpretaciones y la relacionan
así mismo con el Lamio, pez abisal de los mares ibéricos, famoso por su
voracidad.
Is Dahut.
La Amante Insaciable.
La Amante Insaciable.
Demonio femenino o súcubo que encarnó en una princesa bretona a la que dio su nombre y transformó en la más lujuriosa de las mujeres que hubiesen vivido en el país.
Tan desproporcionado era su apetito erótico que llevó a la muerte por agotamiento a todos los nobles y guerreros de la corte; hecho que colmó la paciencia de su santo padre, el rey Gralán.
Este piadoso monarca clamó al cielo pidiendo un castigo ejemplar para la excitable muchacha. Los ruegos fueron escuchados y la joven fue convertida en la que desde entonces es la profunda y amplia bahía de Douarnenez, entre la península de Crozón y la de Cornualles; metáfora acaso excesiva de la perpetua humedad de su sexo.
El
Habitante de la Mandrágora.
Asociadas
a las tribus asiáticas de las estepas. Varias tradiciones, sobre todo las
mediterráneas, atribuyen a estas demonias la maternidad de los Hunos. En algunas variantes, aparecen
además como las protagonistas del errabundo harén del temible Tamerlán; siendo las encargadas,
además de satisfacerlo sexualmente, de erigir las pirámides de cabezas humanas
que el rey gustaba colocar a las puertas de las ciudades saqueadas. Menos
dramáticos, los germanos se limitaron a adorarlas bajo la forma de estatuillas
de un pie de alto; a las que ofrendaban alimentos y adornos para mantenerlas
contentas, ya que su carácter iracundo y sus aullidos se consideraban un
inevitable presagio de desgracias.
Del
mismo origen centroeuropeo es la leyenda que las identifica con las mandrágoras
y con sus virtudes de talismán para quienes conseguían poseerlas. Estas plantas,
cuyas raíces tienen la forma de un ser humano, gozan de un protagonismo
indiscutible en la herboristería mágica; no sólo debido a sus múltiples
propiedades y su supuesto origen divino (habrían surgido, según el Talmud, al mismo tiempo que la raza humana
y dentro del paraíso) sino por las dificultades que hay que sortear para
obtenerlas; no es posible arrancarlas sin riesgo de perder la vida, y las más
peligrosas crecen en las proximidades de los patíbulos; estimuladas a nacer por
la eyaculación póstuma que sufren los ahorcados.
Halrinach.
La Dueña de los Vientos.
La Dueña de los Vientos.
Demonio femenino que organiza las más variadas catástrofes metereológicas, ya que no alcanza el placer si éste no va acompañado por la violencia de los huracanes y los vientos.
Se ignora porqué causas todos los demonólogos que la mencionan la identifican con Occidente.
Habondia.
Reina de las Hadas y amiga de Juana de Arco.
Reina de las Hadas y amiga de Juana de Arco.
Numerosas
fuentes la identifican como Reina de las Hadas, así cómo de las Dríades helénicas, que habitaban en los
troncos de los árboles, y de las Parcas latinas, infatigables tejedoras de la
consumación del destino. Se afirma que suele enamorarse de los hombres y nunca
da órdenes sino que solicita reclamos, casi siempre en tono apacible. Pero si
sus súplicas no son atendidas, su respuesta puede ser feroz: abundan las leyendas
de varones indiferentes o apresurados, convertidos en piedra por no atender a
sus ruegos.
Emparentadas
con las vírgenes druidesas de los celtas,
las Hadas poseyeron siempre esa doble substancia que las mitologías
otorgan al principio femenino de la naturaleza, tambaleando entre la
procreación y el exterminio. No en vano la cultura griega las identificó con las Ninfas, afables
protectoras de todo lo viviente; pero también con las Moiras, cuya sigilosa
presencia recordaba el inexorable cumplimiento del devenir humano, que concluye
con la muerte.
Las
novelas de caballería multiplicaron los nombres y el prestigio de Habondia,
y su seductora personalidad acabó abriéndose camino en la historia: en sus
Crónicas Bretonas, Villiers de Lancrois afirma que se apareció a Juana de Arco, en su bosque
natal de Domrémy, para confirmarle la certeza de sus revelaciones y videncias,
y a partir de las Baladas de Antaño, de Francoise
Villion, varios poetas la convirtieron en amiga y confidente de la
doncella de Orleans.
Gomory.
La Maestra del Sexo.
La Maestra del Sexo.
Bellísimo demonio femenino que monta en un elegante camello, coronada con una diadema y envuelta en una túnica casi transparente. Su especialidad es volver apasionadas a las mujeres indiferentes e incluso frígidas. Aquellas que se encomiendan a su protección, descubren con asombro todas las maravillosas posibilidades de su sexualidad.
Claro que todos los dones tienen su lado oscuro, y el de los otorgados por Gomory son ciertamente sombríos.
Muchas de las damas que claman por su ayuda para mejorar su inexistente vida sexual, lo hacen sólo mediante la imposición de sus maridos. Terrible error del que pronto se lamentarán, ya que Gomory ayuda a las mujeres frígidas e indiferentes, y no a las insatisfechas. Imaginamos que los hombres del desierto no son, siguiendo una medida occidental, demasiado "atentos" en cuanto a la satisfacción femenina; y cualquier problema de lubricidad es atribuida a la frigidez, y no a la falta de pericia en las caricias viriles.
Gomory no tolera esta situación, no soporta que una mujer quede insatisfecha por la insensibilidad del hombre, por lo que revierte la situación de manera drástica; haciendo que las insatisfechas damas se conviertan en verdaderas vampiresas del sexo, logrando consumar durante horas todas las fantasías que hasta ese momento sólo pertenecían al sueño y a la utopía.
Goleo Beenban.
Espíritu del Desierto.
Espíritu del Desierto.
Demonio femenino del desierto, patrona de las mujeres que han elegido la vida sin pareja, pero también de las condenadas a ese estado por temor a los riesgos que supone la entrega y las imprevisibles servidumbres que acompañan al amor.
Hostiga con particular dedicación a los melancólicos, y en las áridas planicies de Arabia se la conoce cómo "El espíritu de la Soledad".
Se cree que tiene potestad sobre los djinns, aquellos pequeños e indiscretos demonios de los desiertos.
Sus adeptas le prodigaban toda clase de ofrendas frutales, y ella a cambio les otorgaba el consuelo ante la desesperación de la soledad, ante el horror que supone encontrarse en la senectud sin sentir la calidez de otro cuerpo en el lecho.
Astartea.
El Ángel del Infierno.
El Ángel del Infierno.
Esposa de Astaroth, quién a diferencia de su marido es extremadamente hermosa y elegante. De Plancy, en su diccionario infernal, nos informa que luce unos cuernos en forma de medialuna. Asimilada a los cultos semíticos y sumerios de Astarté o Ishtar, los fenicios la colocaron al frente de los ritos venéreos y consideraron su vagina como el centro del universo. Siguiendo esta línea, el demonólogo asevera que tuvo sólo dos hijos, pero que éstos fueron nada menos que el Deseo y el Amor.
Su matrimonio con el desdichado Astaroth puede resultar a primera vista incongruente, pero obedece sin duda a un procedimiento hierogámico común a muchas cosmogonías. Si él proporciona las riquezas, y en consecuencia lo que se disfruta a la luz del sol; su mujer, Señora de los placeres más íntimos y asociados a la noche, lo sería en cambio de la luna. Esta unión y necesaria dependencia de los contrarios es acaso la más antigua intuición de la dialéctica que pueda rastrearse en la cultura, y su constante presencia en los infiernos deviene una comprobación añadida a las perpetuas y sutiles relaciones del Diablo con la inteligencia y la poesía.
Andras.
Un Espectro Bisexual.
Un Espectro Bisexual.
Divinidad
vasca, originariamente femenina (por la doble etimología euskera de la raíz "andra",
que significa tanto "señora" como "fuerza"). Posee el
aspecto de un ángel, no obstante suele aparecer portando un sable desenvainado.
Acaso por esta fusión bisexual, de la violencia y la justicia; se la considera
protectora de los fanáticos y los asesinos. No debe confundírsela con la
divinidad griega.
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