jueves, 4 de octubre de 2012

El Guardian del Espejo

Las sombras de los árboles danzan moribundas mientras que el sol es devorado en el horizonte. En la feria, las siluetas se vuelven mas lóbregas a medida que la oscuridad invade el recinto avanzando silenciosa e implacable, deslizándose suavemente entre los charcos de endeble luz que tratan inútilmente de detener su paso. El aleteo de los murciélagos avisa sutilmente que la noche ha llegado. La luz viciada, gotea y se derrama pesadamente sobre aquellos que hacen guardia en sus salones, deja entre ver sus rostros pálidos, carentes ya de emociones humanas pero muy habituados a la sonrisa forzada que a diario dibujan para atraer a sus compradores y llenar sus bolsillos.

Alicia no era particularmente fanática a este tipo de feria de antigüedades, un lugar tan escaso de vida no era lo que ella tenía en mente al llegar. Las pocas personas presentes se aglomeraban a la entrada de los salones donde se exhibían productos tan inútiles como novedosos; todo tipo de cosas de las cuales se ignora su existencia pero al verlas es difícil imaginar una vida sin ellas. Alicia se sentía indignada, aquel lugar no era mas que una repugnante feria de pueblo, no paso mucho tiempo antes que buscara la manera de escapar de aquel lugar, pero antes de marcharse, algo llamo su atención, algo extrañamente viejo parecía querer esconderse al fondo de aquel lugar, un salón inusualmente antiguo e inusualmente genuino en comparación al resto de aquella decadente feria.

Aquel ultimo salón se encontraba iluminado por la luz de una lámpara de aceite, lo que le daba al mismo, una aura densa, con un cierto toque de misterio. Al acercarse, Alicia pudo ver en la entrada a la guardiana del salón, no podía distinguirse muy bien pero era con seguridad una anciana. La lámpara se encontraba directamente encima de aquella vieja, la luz tambaleante se escurría hacia abajo en todo lo que le rodeaba, la sombra de la anciana y los objetos que la circundaban, se contorneaban en el suelo formando muecas que por momentos parecían cobrar vida. Aquello era todo un teatro sepulcral, brindando un espectáculo tan tétrico como espectral.

Cuando Alicia se encontró en la entrada del lóbrego salón, pudo ver con más detalle a la anciana, quien levanto la mirada del suelo por un momento para cruzarla con la de su visitante. Alicia se inmutó al ver el rostro grotesco de aquella vieja, un rostro tan extraño que era imposible saber si era vieja de tan fea o fea de tan vieja… y es que no solo era fea, era repugnante. Sus cabellos eran casi tan grises, verdosos y ralos como sus dientes, sus ojos escurridos hacia abajo semicubiertos por parpados caídos reflejaban la enorme tristeza y soledad de aquella persona, casi inspiraba lastima, aquella anciana era sencillamente patética, pero, extrañamente, aquellos ojos no reflejaban la vejez que se encontraba ya bien marcada en cada arruga y verrugas de su cara. Con voz temblorosa y quebrada, le dijo casi sin fuerzas:

No es muy común que una linda chica como tú venga a un lugar como este – tosió la vieja un par de veces y luego se aclaro la garganta – entra linda, y llévate lo que te guste…

Al terminar de decir aquella última palabra la vieja regreso su mirada hacia el suelo como extenuada por haber hecho un enorme esfuerzo al hablar. Alicia, por su parte, parecía casi hechizada por la impresión que le había provocado el rostro de la vieja; un parpadeo esporádico le hizo reaccionar y solamente como un reflejo, asintió amablemente siendo incapaz de ocultar la expresión de repulsión que le había perturbado en ese momento.

Al dejar de lado a la anciana y adentrarse en el salón, era evidente el porque una vieja tan decrepita era la guardiana de tal lugar, pues en su interior todo parecía ser tan o mas viejo que ella. Lámparas, sillas, relojes y toda clase de baratijas de por lo menos un siglo de antigüedad; habían objetos que podrían fácilmente haber pertenecido al mismo Cristóbal Colón. Alicia, al ser tan modernista y presuntuosa, no parecía encajar en lo mas mínimo en el lugar; veía, sin ningún interés obvio, los artículos uno a uno, llegando a lo sumo, ser alguno de ellos levemente interesante. Cuando Alicia se disponía a salir, vio en una esquina del salón, detrás de algunas viejas pinturas al óleo, un extraño brillo que vislumbro fugazmente a un costado de su campo visual, si bien no duro tanto como para asegurar que lo había visto, fue suficiente como para sembrar la duda. Volvió de inmediato su mirada hacia aquel lugar, viéndolo fijamente queriendo agudizar la visión, permaneció inmóvil por un momento, observando fija hacia aquella esquina escudriñando el lugar con los ojos… nada. Pero luego, en el justo momento que Alicia quito la mirada de aquel rincón, la sagaz luz apareció otra vez, e igualmente como antes, durante apenas una fracción de segundo, pero sin embargo era suficiente como para asegurarse que aquello era cierto. Alicia se acerco directamente a aquel rincón y tras remover cuidadosamente todas las pinturas una a una se topo con una borrosa imagen de si misma… era un espejo, un viejo espejo cubierto por completo de polvo, parecía tener un siglo de antigüedad y medio siglo de polvo encima.

Con mucha cautela, la joven saco el espejo del olvido, lo coloco sobre un estante y suavemente removió los años de polvo que le cubría. A diferencia de la anciana, los años parecían haberle favorecido al espejo, era lo suficientemente grande como para reflejar una imagen de cuerpo completo y adornado con un grueso marco de madera de ébano negro, evidentemente tallado a mano con hermosos rostros femeninos intrincados entre refinados adornos dorados ennegrecidos por el tiempo. Cuando Alicia se vio en el espejo, todo a su alrededor se volvía borroso, todo perdía importancia realzando así la imagen mostrada en el espejo, ella se encontraba maravillada por aquel objeto, no era tanto la belleza del espejo lo que le atraía sino lo que se reflejaba en él; ella veía su reflejo y si bien ella se consideraba hermosa, pensó que aquel espejo le hacia ver aun mas bella.

La joven no lo dudó y salio en busca de la anciana, pero ésta ya no estaba, y recordando convenientemente las paradas proferidas por la vieja “llévate lo que te guste…”, tomo el espejo y con mucho esfuerzo lo saco del salón para llevarlo a un nuevo hogar, a su casa. La luz de la luna que ya comenzaba a menguar, rociaba parcialmente la feria con tristes gotas de luz, la vieja dejaba entrever su grotesco rostro que, en la distancia, observaba a aquella vanidosa joven cargando dificultosamente aquel antiguo objeto mientras se decía a si misma: “muy pronto seré libre…”, luego se dio la vuelta, desapareciendo al mezclarse entre aquellos pocos curiosos que visitaban la extraña feria.

Alicia tardo un par de horas en llegar a su casa, el transporte de aquella pieza de antigüedad se había tornado realmente complicado, pero ella sabía que valía la pena. El reloj sonó anunciando las tres de la mañana, coincidente también con el canto (que parecía mas un alarido) de los gallos a la distancia, los perros habían comenzado a aullar y ladrar en las calles que rondaban la casa de Alicia y los gatos hacían también lo suyo en el mismo momento, corriendo pesadamente de manera alocada sobre el tejado mientras gruñían fuertemente entre si. Pero poco le importaba esto a Alicia, quien en ese preciso momento había terminado de instalar su nueva adquisición, no pudo resistirse ante el deseo carnal de verse reflejada en el espejo, todos los ruidos del exterior enmudecían gradualmente a la vez que los objetos que le rodeaban so volvían borrosos poco a poco, creando una visión de túnel, donde lo único que destacaba, lo único que tenia importancia, era la imagen que se reflejaba en aquel viejo espejo. Alicia era realmente bella, y en el espejo lo era aun más.

Los días pasaban y Alicia salía cada vez menos de su casa, se había deshecho de todos los espejos restantes en la casa pues pensaba que eran defectuosos y no la reflejaban tal cual era. Pasaba horas frente a aquel viejo espejo cepillándose el cabello o simplemente posando y observándose a si misma, era tanto el tiempo que pasaba sola y encerrada en casa que había comenzado a preocupar a sus amistades. El aislamiento había comenzado a hacer efecto en Alicia, tornándola mas antipática y ansiosa. El poco tiempo que pasaba con sus amigas, no podía dejar de pensar en el espejo, quería verse para maquillarse y corregir los cabellos que no estuviesen en su lugar, estaba convencida que aquel era el único espejo que la mostraba tan bella tal cual ella realmente era, por eso no podía utilizar otro. No paraba de hablar de su belleza y de pensar en el momento de regresar a casa para pasar horas nuevamente viéndose en él. Su carácter parecía haber cambiado tanto que era casi intolerable, y no era solo el carácter, sino también su físico, ese estilo de vida ermitaño estaba comenzando a hacer mella en su rostro, tantas horas de desvelo por verse frente al espejo estaba comenzando a marcar fuertes ojeras, su cabello lucía reventado, había comenzado a caerse cansado ya de tanto cepillar. Nadia, una de sus amigas, quiso hacerle ver a Alicia esta situación, pero ese fue el detonante, eso fue lo que convenció a Alicia que sus amigas estaban plagadas de envidia, envidia hacia ella, celosas por su incomparable belleza. Esa fue la razón por la cual Alicia corto el contacto con sus amigas, la sociedad entera y el mundo, su nuevo mundo era ella y su espejo, eso era todo lo que necesitaba.

El tiempo transcurría sin cesar haciendo estragos en el rostro y cuerpo de Alicia, pero el reflejo en el espejo cada día se volvía mas bello, era como si se alimentara de la belleza de su anfitrión, succionaba la vida de la joven para mantener la suya propia, el bello rostro de su dueña se labraba poco a poco en la madera de ébano negro del espejo, Alicia no se daba cuenta de ello, pues lo único que ella tenia era su espejo y ahí veía solo lo que quería ver. No tuvo que pasar mucho tiempo antes que ella perdiera su trabajo y a falta de ingresos comenzó a vender todos sus bienes uno por uno. Se había vuelto demasiado orgullosa como para pedir ayuda, demasiado vanidosa como para aceptarla, demasiado ermitaña…

Nadia siempre intento acercarse a su amiga y aunque esta nunca se lo permitía intentaba no estar tan alejada, hasta que la misma Alicia hizo que el contacto se hiciera imposible. Un mes después, al no saber nada sobre su amiga, Nadia entro a la casa de Alicia rompiendo vidrios y forzando la puerta, lo que encontró podría describirse mejor como lo que no encontró, la casa estaba vacía, en lo absoluto, no había ahí ni un mueble ni rastro alguno de Alicia ni su espejo, se había ido, Nadia no aceptaba del todo aquel hecho, la busco durante algunos meses pero sin resultado alguno, “quizás comenzó una nueva vida, quizás ahora este mejor”, trataba de convencerse a si misma.

Un año después, en una fría noche melancólica, Nadia se encontraba en una feria local, tan extraña como lúgubre, la luna que había comenzado a menguar rociaba gotas de tristeza sobre las personas que asistían a la feria haciéndolas parecer almas en pena rondando en el purgatorio. La endeble luz intenta abrirse paso entre las mareas de sombras que cobran vida revolcándose en el suelo, al final, justo al fondo de la feria, hay un salón, coronado con la luz de una lámpara de aceite, débil y malicienta deja entrever el rostro de una anciana, ya deformado por el tiempo dándole un aspecto mas que feo, repugnante, patético. Nadia, al acercarse, no pudo disimular su cara de repugnancia y casi lastima hacia aquel rostro, pero atrás de tanta arruga, en medio de todas las verrugas y grotescos bellos faciales, escondidos bajo los voluptuosos parpados que cedían ante la gravedad, se encontraban un par de hermosos ojos azules que, de alguna extraña manera, no encajaban en lo absoluto con el resto de aquel decrepito cuerpo; eran un par de bellos ojos que Nadia simplemente no podía pasar por alto… y que le eran tan familiares:

La conozco? – dijo Nadia refiriéndose a aquel vejestorio alguna vez mujer
No lo creo – dijo con voz lenta y temblorosa la vieja – no es común que una linda chica como tu venga a un lugar como este – la vieja tosió y se aclaro la garganta – entra y llévate lo que te guste.

Nadia parecía casi hechizada por la impresión que le había provocado el rostro de la vieja; un parpadeo esporádico le hizo reaccionar y solamente como un reflejo, asintió amablemente siendo incapaz de ocultar la expresión de repulsión que le había perturbado en ese momento.

La anciana, fatigada por el esfuerzo, volvió a tomar su lugar. Solo habían pasado algunos pocos minutos cuando un brillo fugaz se escapo desde adentro de aquella habitación, la anciana vio hacia dentro del salón pensando: “el espejo la eligió, pronto seré bella otra vez”, luego, poco a poco y arrastrando con pesadez cada paso, se fue alejando hasta mezclarse con las demás personas que bajo la endeble luz, parecían ser almas en penas que vagan en el purgatorio…

 



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