jueves, 26 de enero de 2012

La leyenda de Abrahel y leyendas cortas de la noche.

Abrahel es un demonio masculino, cuyas características están asociadas con aquellos espíritus nocturnos denominados súcubos. Su nombre comenzó a adquirir cierta popularidad cuando el demonólogo Nicolás Remy la describió en su Demonolatria (1581).
Siempre toma la forma de una mujer alta y de delicadas formas, pero no puede ocultar completamente su naturaleza demoníaca, ya que quien se le acerque lo suficiente, notará que un hedor fétido y nauseabundo brota de su piel.
La leyenda:
Según algunos escritos, Abrahel conquistó a un pastor llamado Pierrot en 1581 en una aldea a orillas del Mosela. Abrahel se entregó al pastor a cambio de la vida del hijo de éste, al que mató con una manzana envenenada.
Al darse cuenta Pierrot de su complicidad en el tema se desesperó. Abrahel se le apareció de nuevo prometiendo la resurrección del muerto si era adorado como Dios. Así lo hizo Pierrot y adoró a Abrahel con lo que su hijo volvió pero con una semblanza lúgubre. Al año el demonio abandonó el cuerpo del niño que cayo fulminado despidiento un gran hedor. Fue enterrado de forma oculta.
También es considerada como:

Abrahel, Reina de los Súcubos Demonia que se dedica a seducir a los pobres de espíritu (principalmente a los campesinos y gente de poca instrucción), tomando siempre la forma de una mujer bellísima que los cautiva y dispone de ellos a su antojo, llevándolos a cometer verdaderas locuras.

Nicolás Rémy, que la describe en su Demonolatría con una mezcla de prudente respeto y de temor, aporta un dato que oscila entre la crítica y el elogio, según cómo se lo interprete; al momento de su aparición, y con sólo contemplarla, "todos los miembros del observador se vuelven rígidos".
A nuestros lectores con problemas prostáticos, recomendamos no convocar a esta súcubo para soslayar sus padecimientos, ya que Abrahel suele agotar rápido la vitalidad que su presencia otorga. Para aquellos que suelen despertarse con una erección, lamentamos anunciarles que ya son víctimas nocturnas de Abrahel, y nada podemos hacer para ayudarlos.


Abrahel es uno de los súcubos más formidables de las leyendas medievales de vampiros. Sus apariciones son tan variadas -y eróticamente letales- que se ha ganado el justo epíteto de Reina de los súcubos.

Curiosamente, Abrahel sólo se dedica a seducir a los "pobres de espíritu" lo recalco, principalmente a campesinos y gente de poca instrucción. Para ello adopta la silueta de una mujer hermosa e irresistible. Una vez que Abrahel se apodera de la voluntad de sus amantes dispone de ellos a su antojo, convirtiéndolos en juguetes de su capricho.


A nuestros sufridos lectores con problemas prostáticos les recomendamos no invocar a esta vampiresa para soslayar sus padecimientos, ya que Abrahel suele agotar rápido la vitalidad que otorga con su arte. Para aquellos que suelen despertarse con una erección, lamentamos informarles que ya son víctimas de Abrahel, y nada podemos hacer para ayudarlos.


Adze  
Balbuceado por Aelfwine


Las Adze (se pronuncia: ads) son una raza de vampiros de Togo y Ghana, África.

Mircea Eliade vocifera que Adze significa algo así como: similar a un hacha, una herramienta bastante común en las tribus africanas. Las Adze son vampiresas; pero diametralmente opuestas a sus hermanas europeas, americanas y asiáticas.

Las Adze son espíritus. No tienen antecedentes terrenales. Es decir, jamás fueron humanas. Eliade sugiere que en Ghana se aparecen bajo la forma de un brillo tenue, similar al destello errático de las velas que alumbran los modestos funerales de aquella región. También suelen dejarse ver como luciérnagas.

En Togo, en cambio, las Adze emergen bajo la forma de un escarabajo negro que se desliza directamente en las bocas de las hechiceras tribales.

Esta incorporación de las Adze por parte de las hechiceras de la tribu toma lugar en medio de arcaicas ceremonias y prolijos julepes. Las madres se ocultan en sus chozas con sus niños, ya que las Adze sólo pueden alimentarse con la sangre del niño más joven de la tribu.

Varios etnólogos describen el paroxismo que invade las comarcas cuando se produce el ritual de las Adze. Las viejas danzan frenéticamente alrededor del fuego, entonando maldiciones, mientras los hombres se ocultan virilmente en la maleza. Luego de varias horas de jarana, en las que no falta alguna rima picante, las Adze comienzan a visitar una a una las casas de la aldea hasta que dan con el infante adecuado. Una vez capturado, el niño es llevado al centro del festival y devorado hasta los huesos.

Radcliffe-Brown advierte que -en la leyenda- las Adze son dejan de ser inmortales en el instante en el que se incorporan al cuerpo de las hechiceras, y se pregunta, con razón, por qué las madres y padres de los niños secuestrados no reaccionan debidamente contra este comportamiento hamatófago. Eliade, más campechano, desliza que las hechiceras reemplazan secretamente al niño por un cerdo, cuya carne fulmina a las Adze, consumando de este modo un doble engaño.


Aisha: diosa de los vampiros  

Aisha Qandisha, a veces llamada simplemente Ayesha, es la diosa de los vampiros de la región de Cártago.

Aisha, junto con Lilith, la madre de los vampiros, es una de los súcubos más aterradores y antiguos de la mitología. Su nombre significa: La que adora ser mojada. Recios investigadores árabes sostinenen que el epíteto proviene de un extraño tratamiento cosmético, al que Cleopatra no fue indiferente, que consistía en embadurnarse el rostro con semen.

Otros estudiosos, acaso menos propensos a elucubraciones lascivas, sostienen que Ayesha es nada menos que Qadesha, aquella dama sexualmente libre del templo de Caanan que servía a la diosa Astarté.

El argumento tendencioso sobre el orígen demoníaco de Aisha sirvió a los propósitos del Vaticano, especialmente durante las cruzadas, ya que Aisha era, según dicen, la esposa preferida de Mahoma, una especie de reencarnación de aquella deidad vampírica al servicio del enviado de Alá.

Erradicado el fervor demoníaco en Europa, Aisha pasó a engrosar el panteón de diosas africanas. Se la ubica en las costas de Marruecos como una mujer bellísima, aunque con un defecto insoslayable: posee patas de cordero.

Mitógrafos entusiastas advierten sobre la danza de Aisha, que enloquece a los viajeros, convirtiéndolos en candorosos esclavos sexuales. Una vez agotados, Aisha bebe la sangre de sus amantes y deja los huesos a su Djinn personal, Hammu Qaiyu, eternamente celoso de los amoríos de su señora.

No obstante su descenso de los mitos a las tradiciones populares, descenso debatible por cierto, Aisha conserva algunos rasgos de su origen divino. Sólo se la puede matar con una daga de hierro, que deberá asegurarla firmemente a la tierra. Esta operación, vale aclararlo, no la elimina permanentemente, apenas destruye su cuerpo, el cual se regenera con el cambio de las estaciones.

Para enfrentarse a Aisha se deben tomar los siguientes recaudos: entrar en un estado de trance, mediante el cual se podrán eludir las pulsiones erectiles que provoca la diosa, y atacarla con el ojo derecho vendado, ya que este es quien se confunde por la belleza de Aisha, impidiéndole al héroe de turno advertir las soberbias patas de cordero de la diosa.

En Babilonia se recomendaba enviar soldados previamente masturbados para enfrentarse a la diosa, con la esperanza de que el agotamiento sexual funcionase como antídoto para las insinuaciones letales de Aisha. Protero, un ciudadano romano en Cártago, sostuvo que los babilonios eran unos amanerados, y se lanzó al yermo sin tomar las recomendaciones mencionadas. Se dice que Aisha perdonó su intrepidez, y que aún hoy vaga en las arenas interminables balbuceando mitos que ya nadie recuerda.


Alexa Wilding: el rostro de Lilith  
Corría el año 1865. El poeta inglés Dante Gabriel Rossetti, hastiado y profundamente melancólico por la muerte de su esposa, Elizabeth Siddal, encontró a Lilith en el rostro de una costurera.

Alexa Wilding fue el nombre terrenal de la madre de los vampiros. Oscuros analistas la ubican como una atriz frustrada, incapaz de entrentarse al público, y finalmente relegada detrás de los oscuros telones y bambalinas, cosiendo y remendando el vestuario, murmurando por lo bajo.

Rossetti, se sabe, era un hombre de refinados arrebatos sensuales. Por aquellos años, además de sus damas oficiales, mantenía a su musa, Fanny Cornforth, a quien pintó hasta el cansancio. Sentía, quizá, que la geografía de aquella mujer no le ofrecía nuevos asombros. En 1865 conoció a Alexa Wilding caminando por Arundel Club. Pronto supo que la haría eterna.

La muchacha se mostró reacia a las solicitudes pictóricas de Rossetti. Coordinaron varias citas que luego fueron canceladas, hasta que por fin ella cedió ante la elocuencia del poeta.

Sus facciones delicadas forjaron una pintura monumental para ilustrar uno de sus mejores poemas: La doncella bienaventurada (The blessed damozel).

El 1872, atacado por una terrible depresión, matizada con láudano y opio, Dante Rossetti utilizó a Alexa Wilding como vehículo para exorcizar sus pesadillas. De esos encuentros nació el Ciclo Onírico, una serie de dibujos y bosquejos verdaderamente inquietantes.

Pero Alexa Wilding no sólo fue una inspiración, o un medio, para proyectar los demonios personales de Dante Rossetti, también fue el rostro y la figura de la madre de los vampiros.

En 1867 Dante Rossetti había cometido uno de sus errores más notables. Pintó a Lady Lilith, una figura mítica que lo obsesionaba, basándose en la geografía de Fanny Cornforth. Pero cuando el rostro de Alexa Wilding fue haciéndose parte inseparable de sus sueños, decidió que sería ella la encargada de portar la terrible majestad de Lilith.

 En 1868 Dante Rossetti volvió sobre su pintura, esta vez con Alexa Wilding sobre el lienzo.

Son incontables las apariciones de esta dama en la obra de Rossetti. La pintó hasta la obsesión y más allá, aunque nunca desarrolló la intimidad que con tanta prodigalidad sostuvo con otras de sus modelos. Esta distancia, quizá, logró plasmar aquella sensación de melancolía que rodean sus obras, una noción de honda distancia, de abismos temporales, el mismo que suele caer sobre el ojo indiscreto que hurga en las sombras del pasado, buscando algún atisbo de la Verdad Última en los viejos mitos.



Alouqua.
La maestra de Lilith.

Alouqua (Alouqa) es la madre de una temible raza de vampiros femeninos provenientes de las leyendas hebreas.

Esta vampiresa es una verdadera experta en el arte amatorio, operación que normalmente lleva hasta las últimas consecuencias.

Al contrario que los Íncubos, Súcubos y vampiros sexuales en general, Alouqua no se demora más de una noche en sus víctimas, ni prolonga innecesariamente el rito sexual. Su capacidad amatoria es tan descomunal que sus amantes no resisten más de una sesión antes de perder definitivamente la cordura. De hecho, tal como señala Langton en La Démonologie, un encuentro amoroso con Alouqua deriva siempre en la locura y, posteriormente, el suicidio.

Esto se debe a una lógica perfectamente defendible. Hacer el amor con esta vampiresa es el punto máximo del placer sensual. Después de ello sólo restan dos alternativas: el ascetismo carnal o la muerte. Muchos, apunta Langdon, eligen el segundo camino por ser el más fácil.

En la antigüedad la judería poseía talismanes que prevenían el asalto de Alouqua, hechos de bronce, sedas y combinaciones cabalísticas, las cuales nunca fueron afines a la sensualidad. Por otro lado, el gueto de Praga (detallado magníficamente por Gustav Meyrink en El Golem -Der Golem-) recibía visitas periódicas de Alouqua, quien se mostraba piadosa con los moribundos, otorgándoles la potencia viril para una última noche antes de partir.

Versiones antiquísimas relacionan a Alouqua con Lilith, la madre de los vampiros. Según se dice, fue ella quien asistió a Lilith en el destierro, enseñándole a enloquecer a los hombres, aunque su poder jamás podría ser igualado ya que Alouqua no proviene de los círculos del mundo, sino que fue forjada antes de él, en algún remoto pensamiento de Yahvé que los sabios han tomado la precaución de no mencionar.


Darya Nikolayevna Saltykova.
La Bathory rusa.

Darya Nikolayevna Saltykova, conocida cariñosamente como Saltychikha, fue la vampiresa más temible de Rusia.

De origen noble, Darya masacró alrededor de cien sirvientes, en su mayoría mujeres, convirtiéndola en la asesina serial por excelencia de Rusia, y en una digna sucesora de Elizabeth Bathory, la condesa sangrienta.

Darya se casó joven y enviudó a los veintiseis años. Madre de dos hijos, pronto se puso al frente de la fortuna familiar y contrató una hueste de serfs para asistirlos en actividades tan prosaicas como vitales para la mentalidad feudal. No pasó mucho tiempo para que en los suburbios de Moscú comenzaran a circular rumores nefastos sobre las actividades de Saltychikha.

Los sirvientes empezaron a desaparecer misteriosamente. Debido a sus conexiones con la corte, Darya ni siquiera fue interpelada por la justicia. Pero los rumores corrieron por los pasillos equivocados y llegaron a oídos de Catalina II, mujer de carácter temperamental, quien ordenó su arresto en 1792.

La impunidad pronto mutó en un rígido proceso. Darya fue encarcelada durante seis años, hasta 1798, período que la ley rusa consideró justo y oportuno para investigar las acusaciones. El resultado de las pesquisas arrojó la siniestra cantidad de ciento treinta y ocho muertos, de los cuales se pudo probar apenas treinta y ocho casos.

Darya Nikolayevna Saltykova turturó brutalmente a sus sirvientes. Sus métodos variaban del simple azote a la escarificación y la ingesta de sangre directamente de las heridas de sus víctimas, muchas de las cuales aún estaban vivas cuando Saltychikha saciaba sus apetitos vampíricos.

La justicia rusa se vio en el aprieto de encontrar un castigo acorde a sus aberraciones, con el atenuante de pertenecer a la nobleza, detalle que siempre despierta la misericordia de las cortes.

Saltychikha fue expuesta desnuda en la plaza central de Moscú durante una hora, con la intención de que fuese el pueblo quien hiciera justicia. Sobre su cabeza se colocó un cartel que decía: Esta mujer ha torturado y asesinado. Una multitud de indignados y comedidos la observaron durante esa hora sin arrojarle ni una sola piedra, sin emitir ninguna clase de insulto o maldición. Los ojos de Darya, anota un cronista, no eran de este mundo.

Saltychikha fue recluida en el convento de Ivanowski, Moscú, donde residió en los lóbregos sótanos hasta su muerte. Se dijo que no toleraba la luz del día. Fue enterrada en el cementerio anjunto al monasterio de Donskoy, sede de extrañas apariciones y comentarios escandalosos. Aún hoy, en sus ruinas, los cuidadores aseguran ver una figura famélica, consumida, arañando la dura tierra de la necrópolis, presumiblemente buscando algo para comer.

Lamashtu: diosa babilónica de los vampiros.


Lamashtu (conocida en Arcadia como Lamartu y Dimme en Sumeria) es la diosa babilónica de los vampiros, cuyo nombre se convirtió en sinónimo de horror en casi todos los pueblos mesopotámicos.

Lamashtu es representada como una criatura hirsuta, con cabeza de león o pájaro, dientes y orejas de burro, garras y uñas de bronce, entre otros detalles espeluznantes. Las representaciones de Lamashtu son, sin lugar a dudas, las más inquietantes de toda la mitología mesopotámica. Se la describe montando un burro infernal, amamantando a un perro y a un cerdo, mientras sostiene un par de serpientes bicéfalas.


Historia de Lamashtu:
Hace 4,000 años, en la antigua Babilonia, Lamashtu ascendió al panteón vampírico. Hija de Anu, dios del cielo, Lamashtu eligió vestirse con los atuendos más aberrantes de la naturaleza. Es la Secadora de Ríos, La que Arrasa las Cosechas, el Negro Horror de la Noche. Cuando Lamashtu necesita alimentarse golpea pleno corazón de los pueblos. Como un viento frío recorre las aldeas en busca de mujeres embarazadas. Con dedos invisibles les toca el vientre siete veces, destruyendo la vida en su refugio más sagrado.

Aguarda entonces que los llantos cesen, que los ritos funerarios se sucedan, que concluyan las exequias, para luego alimentarse de los niños en sus tumbas.

Lamashtu prefiere esta dieta abominable sobre todas sus variantes, no menos escandalosas. Si se presenta la oportunidad robará bebés de sus lechos y los envenenará con su leche ácida, envenenada, fruto infame de los ríos del averno.


Lamashtu, la más temida.
Lamashtu fue la vampiresa más temida de los días antiguos. A su lado, Lilith resulta un remedo poco confiable de las torturas del inframundo. Asesina de infantes, Lamashtu también se ceba con la carne de hombres y mujeres, provocando pesadillas terribles y enfermedades implacables. Las mujeres embarazadas solían llevar un amuleto del Pazuzu, el único ser en el universo capaz de aplacar la sed de Lamashtu.


Lamashtu y Pazuzu:
La única entidad capaz de suavizar a Lamashtu es Pazuzu, su esposo; quien curiosamente también es un demonio, y no uno más, sino el Rey de los Demonios del Viento, lo cual ubicaba a las temerosas madres en una posición un tanto incómoda ya que para evitar la ira de Lamashtu debían recurrir necesariamente a otro enviado del inframundo.

Nada se dice sobre las tácticas de Pazuzu para contrarrestar a Lamashtu. De hecho, tan intenso era el terror que provocaba esta diosa de los vampiros que jamás se ha encontrado un sólo santuario, ningún templo o evidencia edilicia del culto a Lamashtu. Existen, en cambio, unas pocas plegarias que han traspasado las barreras del tiempo, y que, por prudencia, preferimos omitir.


Etimología de Lamashtu.
Portadora de un sinnúmero de epítetos, Lamashtu fue conocida como Lamashto, Lamastu, Lamatu. Todas sus variantes babilónicas poseen las partículas: La Mas Tu, cuyo significado podría ser: Las Siete Brujas.


Lamia: el mito de la vagina dentada  
Balbuceado por Aelfwine


Dos especialistas fundamentales de la demonología, Ulrico Molitor (de Lamiis et pythonicis mulieribus,1489) y Jean de Wier (Lamiis líber,1577) se han ocupado profundamente de este personaje fantástico.

Las Lamias casi siempre son mencionadas en plural. Un prejuicio típico que tiene su origen en la edad media, momento en el que se las asoció a la brujería más escandalosa, y cuya imagen terminó siendo una suma de todos los aspectos negativos de la femineidad.

Revolucionada desde los orígenes del mito a causa de una venganza injusta (Hera, celosa de sus amores con Zeus, mató a casi todos los hijos que ella había concebido con el dios. La única que logró escapar a la venganza fué Escila), Lamia y sus pares se cebaron desde entonces en la carne de los niños ajenos y sus padres; vampirizando a los pequeños y seduciendo a los adultos hasta eloquecerlos, en represalia por aquellos hijos perdidos y por despecho hacia la deidad que la gozó en el lecho, pero que no se dignó a defenderla de la violencia celeste.

Lamia era conocida bajo el nombre de Anatha, y una de sus curiosas habilidades consistía en poder quitarse los ojos a voluntad. Incluso llegó a asistir a varios héroes mediante el préstamo de sus globos oculares.

Bajo el nombre de Empusa adquirió, ya entre los romanos, la característica central que ha llegado hasta nosotros: enemiga por excelencia del género masculino, al que responzabiliza del maltrato y la discriminación que padecen las mujeres.

Lamia es conocida como "La devoradora de hombres", ya que se la acusa de comérselos, literalmente, luego de cautivarlos con una belleza irresistible. La moderna psicología -y no tan moderna- ha querido ver en ésta extraña vampiresa al arquetipo del horror ancestral de los varones ante la mujer y el misterio de lo femenino, y también la explícita metáfora freudiana sobre la "vagina dentada".

La Quintrala.

La Quintrala, seudónimo de Catalina de los Ríos y Lisperguer, fue una aristócrata chilena del siglo XVII, versión latinoamericana de Elizabeth Bathory, Madame LaLaurie y Darya Nikolayevna Saltykova, entre otras vampiresas celebérrimas.

La Quintrala fue, y continúa siendo, un ícono del desenfreno y el abuso de los poderosos, a tal punto que para denominar a una mujer perversa en la zona de Chile y Mendoza (Argentina) se utiliza el término Quintrala.

Catalina de los Ríos y Lisperger se ganó el apodo de Quintrala gracias la ramas de quintral -Tristerix corymbosus-, madera notablemente urticante con la que azotaba a sus esclavos, en general, bajo excusas pueriles.

Hija de poderosos terratenientes, La Catita, apodo cariñoso de la Quintrala, nunca se destacó por su educación, de hecho, y a pesar de que fue puesta bajo los más renombrados tutores de la región, permaneció semianalfabeta durate toda su vida.

Se dice que poseía una figura imponente, alta, de cabellera roja como el fuego -o los frutos del quintral-, y profundos ojos verdes. Su fisionomía responde a una fusión de sangres mapuche, española y alemana. El obispo Francisco González de Saucedo la describe como dueña de un magnetismo sexual arrebatador, definición que fue confirmada por otros observadores menos castos.

La Quintrala fue iniciada tempranamente en la brujería por su abuela Águeda Flores, de quien aprendió la confección de filtros y venenos, uno de los cuales habría servido para asesinar a su propio padre. Pero el verdadero desencadenante de las obsesiones sangrientas de la Quintrala fue, como en muchos casos análogos, el amor; en realidad, un amor no correspondido.

Catalina se enamoró de Pedro Figueroa, un religioso de temperamente ascético, a quien acosó de mil formas, sin lograr quebrarlo. En 1626, a los veintidós años de edad, fue obligada a contraer matrimonio con Alonso Campofrío de Carvajal, un militar bucólico y taciturno. Durante largo tiempo se lo consideró ajeno a las operaciones macabras de la Quintrala, pero en los últimos años surgieron estudios que lo definen, básicamente, como un idiota enamorado, perfectamente conciente de las perversiones de su esposa.

Catalina sufría de una especie de fascinación por la sangre, una sed visceral e incontrolable que la forzaba a efectuar toda clase de torturas, en general, poco refinadas, pero ciertamente efectivas teniendo en cuenta que su propósito era, nada menos, que desangrar a sus víctimas.

Los placeres abominables de la Quintrala comenzaron dos años antes de su matrimonio. En 1624 sedujo a un acaudalado señor feudal de Santiago, a quien apuñaló repetidas veces, acusando luego a una sirvienta muda. Ese mismo año apuñaló y torturó a un antiguo amante, Enrique Enriquez, quien se habría resistido a regalarle una cruz de malta que portaba orgullosamente. En 1625, cercenó la oreja de Martín de Ensenada, hombre servil que no la acusó, e incitó al menos siete asesinatos entre caballeros, empresa que disfrutaba particularmente, y que consistía en enamorar a varios hombres jóvenes al mismo tiempo y luego obligarlos a batirse a duelo.

El registro de los esclavos asesinados por la Quintrala es bastante débil. Por regla general, mataba por diversión; y sólo cuando la víctima se resistía ella prolongaba sus torturas incluso después de la muerte, dejando los cadáveres sin sepultar durante semanas, incluso meses. Lo que la separa de otras vampiresas históricas es que Catalina no sólo se limitaba a matar esclavos e indigentes, sus víctimas, en menor medida, por cierto, también eran hombres de posición elevada e intachable reputación, como el sacerdote Luis Vázquez, a quien escarificó durante horas luego de que éste le reprochara su vida disipada.

Ese mismo año, cansados del terror que flotaba en los campamentos, los esclavos de su hacienda, llamada El Ingenio, huyeron masivamente a los montes. Fueron traídos de vuelta por la fuerza pública, y pronto se organizó una suerte de festival de sangre, durante el cual se asesinó y torturó a decenas de disidentes.

Para 1660 los rumores y acusaciones se hicieron imposibles de disimular. Se organizó una investigación secreta y luego un juicio. La Quintrala presionó sobre sus influencias y el juicio fue levantado, a pesar de los cuarenta cadáveres encontrados en la hacienda y algo más de veinte testigos dispuestos a dar cuenta de sus entretenimientos aberrantes.

Meses antes de su muerte la Quintrala financió numerosos templos y obras benéficas. En paralelo, acaso temiendo un infierno destemplado, organizó un grupo de hombres y mujeres que, bajo suntuosos honorarios, deberían rezar por su alma todas las noches durante veinte años luego de ser enterrada.

La Quintrala murió a los 61 años de edad, debilitada pero todavía poseedora de una belleza impactante.

Madame LaLaurie.
La mujer vampiro de Nueva Orléans.

Marie Delphine LaLaurie, también conocida como Madame LaLaurie- fue una de las vampiresas más aterradoras del nuevo mundo, nefasta heredera de Elizabeth Bathory y Darya Saltykova.

Desconozco si Ann Rice, creadora de Entrevista con el vampiro (Interview with a vampire) y ulteriores novelas de vampiros, citó a esta aterradora mujer vampiro de Nueva Orleans; pero sin dudas debió hacerlo o, al menos, basarse en su historia, para acentuar la atmósfera de horror que los vampiros poseen en aquella región.

Madame LaLaurie nació en 1775 en medio de una familia acaudalada. Durante toda su vida, incluso luego de ser acusada de vampirismo, mantuvo una posición decisiva en los círculos influyentes de Nueva Orleans.

Dejando de lado cuestiones sobrenaturales, Madame LaLaurie torturó y asesinó a decenas de esclavos negros. Sus apetitos sádicos fueron documentados por varios folkloristas, especialmente por Jeanne DeLavigne, quien recogió los restos de sus macabros festines en las historias y leyendas de la zona.

En paralelo con sus actividades vampíricas, Madame LaLaurie fue una esposa de carácter temible, tal como podrían atestiguar sus tres esposos, todos muertos en circunstancias poco claras.

En 1884 un incendio incontrolable comenzó a devorar la Mansión LaLaurie, hoy en posesión del actor Nicolas Cage. Las autoridades intentaron en vano convencer a la dueña de forzar la entrada a las casas de esclavos, de modo que actuaron a sus espaldas. En los sótanos se encontraron numerosas pruebas que justificaban las escabrosas leyendas de vampirismo que rodeaban a su dueña.

Cadáveres de hombres y mujeres, incluso niños, fueron encontrados encadenados a los muros, con los ojos perforados, uñas arrancadas y con los cuerpos resecos por la falta de sangre, drenada, se supuso, mediante incisiones que Madame LaLaurie practicaba periódicamente para mantenerse fresca y hermosa. LaLaurie poseía, además, una aberrante fascinación por las orugas y larvas, placer que no sólo se limitaba a lo contemplativo. Una de sus operaciones favoritas era hacer amputar brazos y piernas y colgar los torsos sanguinolentos en los muros del sótano a modo de exposición. En algunos casos, volvía a coser los miembros amputados en posiciones grotescas.

Se cree que el número de víctimas de Madame LaLaurie supera las cien personas.


Cuando los rumores de vampirismo fueron confirmados, Madame LaLaurie huyó a París, donde residió hasta su muerte en 1842. Esta es la versión oficial y documentada del final de Madame LaLaurie. Reportes menos ingenuos aseguran que esta mujer vampiro jamás abandonó Nueva Orléans, y que, de hecho, continuó practicando sus atroces ritos hasta el día de su muerte.

Finalmente, hay quienes afirman, siguiendo el mito de que los vampiros deben ser enterrados en su tierra natal, que en el cementerio de Saint Louis, al sur de Nueva Orléans, se encuentra una curiosa cripta con la siguiente inscripción en francés:

Madame LaLaurie, née Marie Delphine Macarty, décédée à Paris, le 7 Décembre, 1842, à l'âge de 6...

(Madame LaLaurie, nacida Marie Delphine Macarty, murió en París, el 7 de diciembre de 1842, a la edad de 6...)

Vampiros en la Biblia.
Aluga, una vampiresa bíblica.

La Biblia está plagada de vampiros, aunque no de los vampiros del romanticismo o del período victoriano, sino de ásperos vampiros mitológicos, criaturas volátiles e inhumanas que entran y salen de los infiernos con diferentes características, muchas de ellas, inauditas.

Aluga es una antiquísima vampiresa sexual. Su primera aparición certera es en Babilonia, donde se la conocía como Alu o Alukah'a. Allí atacaba a los hombres durante el sueño drenando su energía mediante vigorosas sesiones de sexo, de modo que podemos definirla como una Súcubo, es decir, una mujer vampiro dedicada exclusivamente a los placeres carnales.

Alu pronto fue absorbida por Alouqua, aquella despampanante maestra de Lilith -sobre la cual ya hemos hablado-, y luego por nuestra hematófaga del día: Aluga.

La palabra hebrea Aluga es traducida normalmente como "sanguijuela", aunque no apunta a esa simpática criatura chupasangre, sino a una entidad completamente diferente. En su forma moderna, Aluka ha pasado a engrosar la interminable casta de Ghouls y vampiros necrófagos del folklore oriental, cuya existencia no remite otro interés que el de un vástago evolutivo de una leyenda en particular.

Viajemos al pasado entonces, más precisamente a Babilonia.

Alu o Alukah'a es una mujer vampiro de origen asirio, una súcubo madre de dos hijas terribles: Deber (pestilencia) y Keeb (golpeadora), quienes luego serán parte de aquel gigantesco corpus de mitos al que denominamos Biblia. Bajo su mutación árabe, Aulak, esta vampiresa atormentó al pobre Saul en lo que seguramente fue una de sus peores trasnochadas.

La única manera de protegerse de Alukah, o Alu, era invocar el nombre del Señor, nombre que no ha sobrevivido más que en parábolas o en el rumor de las aguas. El Talmud babilónico, siempre atento a estos inconvenientes, señala dos proverbios para combatir a la lujuriosa Alukah. El salmo 91: Shir shel Pega’im (Salmo contra los demonios), también llamado Shir shel Nega`im (Salmo contra las plagas):


¿Por qué "plagas"? Porque está escrito, Ninguna plaga se acercará a tu lugar de descanso. ¿Por qué "demonios"? Porque está escrito, Mil podrán caer a tu costado izquierdo.


Oscuro proverbio traducido a las apuradas y que, sin dudas, no obtendría el acuerdo de Joshua ben Levi, aunque contamos con su benevolencia. El Talmud señala que este probervio sólo aleja a Alukah, así como a otros súcubos menores, y que sólo Dios es capaz de aniquilarla con su puño de hierro.

Huimos de Babilonia y nos perdemos en las interminables arenas árabes. De allí emerge una de las formas más terribles de Aluga: Aluqa, vampiresa de irresistible figura y facciones perfectas, nobles, casi divinas. No obstante, en el corazón de Aluqa habita una horrible serpiente retorcida, que la obliga, o la justifica, a atacar a los buenos esposos mientras duermen, drenándolos sexualmente en un festival carnal que no encuentra eco en los diccionarios.

Se dice que las víctimas de Aluqa terminan en el suicidio debido a la enorme culpa que sucede al desenfreno sexual. Las proezas aberrantes que inevitablemente realizan con esta mujer vampiro anula cualquier reencuentro con la sociedad, y mucho menos con las tímidas mujeres de las arenas. Las leyendas árabes apuntan que Aluqa no puede ser destruida, y que el único medio para ahuyentarla consiste en colocar un clavo de hierro bajo la almohada, arma insólita pero aparentemente efectiva.

Finalmente llegamos a la Biblia tal y como la conocemos, residencia de Aluga, abominable vampiresa sexual que tantas enojosas vigilias ha provocado en más de un rabí. Fuentes mediterráneas aseguran que Aluga es la reina de los vampiros del Sheol, es decir, del infierno; y que allí encabeza un ejército de chupasangres inmortales armados con máscaras de bronce.

La Biblia menciona a Aluga en Proverbios 30:15. Allí se la traduce como Sanguijuela, palabra que refleja pálidamente los horrores que su figura debía provocar en los oyentes de antaño:


La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: !Dame! !Dame!
Tres cosas hay que nunca se sacian;
Aun la cuarta nunca dice: !Basta!


Las dos hijas de Aluga son, desde ya, aquellas hijas de la mitología babilónica, Deber y Keeb.

Para este artículo, y otros que involucran a los vampiros de la Biblia, hemos recurrido al profesor Lugano, hombre avezado en hebraismos y filatelia, cuya oscuridad discursiva se lleva muy bien con la dubitativa confección de este laberinto.

¿CUAL ES A TU PARECER LA FORMA MAS DULCE DE MORIR? CUAL SEÑORA DE LA NOCHE IMVOCARIAS SI FUERA TU ULTIMO DIA EN LA TIERRA Y SU SEXUALIDAD DESEARAS? ...TEN CUIDADO CON LO QUE SE DESEA.

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