lunes, 6 de febrero de 2012

Ángel mago

Acudía en las mañanas a un lugar reservado del cielo,
una especie de pasadizo que le permitía asomarse al
mundo. Era un ángel diferente a los demás, un poco
liberado, por sus alas, aparentemente con menos
peso, de vuelo ligero. Poseía la personalidad necesaria
para invocar otros espíritus. Un ángel mago, tal vez
un hechicero, volátil.
Cuando caminaba, no lo podía evitar, sus frescos
conocimientos no le permitían rozar el suelo, apenas
levitaba, desplazándose con una especie de brincos
como de grillo, largos e intermitentes. Salía con
una capita negra que tenía escondida en el túnel
del tiempo. Su mal ejemplo consistía en evocar
demonios, crear artificios mágicos, jurar lealtad a
Luzbel. Creía que sus seguidores le aclamaban por sus
poderes cuando los encantaba tras la manipulación
de algunos polvillos atmosféricos que reaccionan de
manera natural y que se consiguen fácilmente en el
suelo del cosmos. Nunca fue visto con malos ojos,
los demás ángeles disfrutaban de cada nueva bebida,
de cada nuevo conjuro. Por lo tanto, nunca llegó a
oídos del Padre el rumor de que en sus dominios este
aprendiz se preparaba todas las mañanas para ser un
brujo celestial o tal vez se disponía para un ritual sin
precedentes en aquel lugar. En todo caso creó algunas
estupideces sin mucho sentido, a las que nadie dio
mucho valor. Poco a poco fue olvidando la razón de
las cosas, la tragedia del orden, perdía la teoría al lado
del delirio, espontáneamente fue quedando fuera de
sí, con esas pócimas secretas se abrió el camino de
la libertad. La piedad había cumplido su oficio en el
ángel de la capita negra.
Un día el Padre, preocupado con algunos acontecimientos
en la tierra, se fue a asomar por aquella
abertura y el horror se apoderó de él. Vio al ángel
tratando de cambiar el mundo desde su ventana. Se
lo encontró allí muy temprano, el ángel llevaba la
capa con dignidad de mago, se enfrentó soberbio al
Padre, le tiró a los ojos algunas sustancias que jamás
funcionaron, eran para asustarlo, para alejarlo. El
Todopoderoso sacó un deseo de su bolsillo y el ángel
mago perdió sus alas, le cortó de un solo golpe la
lengua, lo dejó sin poder caminar y, como si fuera
poco, lo arrinconó en las mazmorras del éter para
siempre. Fue la primera vez que el resto de ángeles
supo quién mandaba allí. Vieron la verdadera
oscuridad del firmamento.

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