“En el pueblo de Liérganes (Montañas de Santander)
nació este nadador extraordinario llamado Francisco del la Vega Casar,
cuya peregrina historia, al no estar autorizada con muchos testimonios
fidedignos, sería preciso desterrar al país de las fábulas. He aquí el
extracto de las relaciones que hacen de este fenómeno dos testigos
oculares, veraces e ilustrados.
Desde sus tiernos años manifestó este hombre mucha
inclinación a pescar, a estar en el río, y una grande habilidad para
nadar. A los quince años de su edad paró con el objeto de aprender el
oficio de carpintero a la villa de Bilbao, en donde permaneció dos años
hasta la víspera de San Juan de 1764, en cuyo día se fue con otros
compañeros a bañarse a la ría. Dejó su ropa con la de los demás, y
nadando en dirección al mar desapareció de su vista; le esperaron
pensando que volvería; pero la tardanza les hizo creer que se había
ahogado, y en tal concepto se participó este suceso a su madre, que le
lloró por muerto.
Cinco años después notaron unos pescadores de
Cádiz, que se hallaban en alta mar, una figura al parecer humana, que se
mostraba fuera del agua, y se sumergía al acercarse a ella. Deseosos de
averiguar que cosa fuese, salieron otro día, y procuraron atraerle con
pedazos de pan que le arrojaban a alguna distancia, observaron que los
cogía con la manos y los comía. Empeñados con esto en el deseo de
pescarle, creyeron conseguirlo juntando muchas redes y usando del mismo
cebo, y al fin lo lograron. Llevaronle al convento de San Francisco de
aquella ciudad, en donde le hicieron muchas preguntas en diversos
idiomas, pero no respondió a ninguna, ni se le oyó pronunciar una
palabra. De esta taciturnidad pasaron a colegir estaba poseído por algún
espíritu maligno, en cuyo concepto le conjuraron algunos religiosos.
Por fin, después de algunos días, pronunció la palabra Liérganes.
Con este indicio se pidieron noticias a este
pueblo, y recibidas se determinó un fraile franciscano a apurar por sí
la verdad de un acontecimiento tan extraordinario. Salió con el mozo, y
llegando al monte llamado de la Dehesa, que dista de Liérganes un cuarto
de legua, le hizo seña de que siguiese adelante y guiase. Ejecutólo de
suerte, que sin extraviarse un paso entró en casa de su madre. Esta y
los hermanos del nadador le conocieron al punto, haciendo con él las
naturales demostraciones de cariño; pero él se mantuvo inmóvil sin
corresponder a ellas en manera alguna.
Nueve años permaneció en compañía de su madre,
siempre con un trastorno intelectual que se acercaba al idiotismo,
siendo así que antes de su desaparición manifestaba una regular
capacidad. Andaba siempre descalzo. Tabaco, pan, vino eran las únicas
palabras que pronunciaba, pero sin propósito. Si se le preguntaba si lo
quería, no contestaba. No solicitaba la comida, pero si se la ponían
delante o si veía comer y se lo permitían, comía y bebía mucho de una
vez, y después no volvía a hacerlo en tres o cuatro días. Si se le
mandaba llevar algún papel de un pueblo a otro de los conocía antes de
irse, lo ejecutaba con gran puntualidad, y siempre silenciosamente. En
una ocasión le enviaron a Santander con un papel para un caballero de
este pueblo, y no hallando el barco de Pedreña se arrojó al mar, y pasó a
nado una legua que hay de travesía desde este embarcadero a Santander.
Mojado como salió entregó el papel. El sujeto a quien iba dirigido le
hizo secar para poder leerlo, y aunque le preguntó cómo estaba de
aquella suerte, no respondió nada. Por el mismo rumbo volvió
puntualmente la contestación. Iba a la iglesia si veía ir a otros, o si
se lo mandaban; pero en el templo de nada hacía caso, ni se le notaba
atención alguna a la misa y demás funciones eclesiásticas.
Al cabo de los nueve años desapareció, sin que
después se supiese cuál fue su paradero. No entraremos en largos
comentarios acerca de esta historia.
Las dificultades que naturalmente sugiere su
lectura, relativas al modo con que este hombre pudo acostumbrarse a un
género de vida tan extraordinario, rompiendo la cadena de sus hábitos, y
al de ejecutarse las funciones del sueño etc. Hacen sensible que su
estado cercano al idiotismo haya privado de los datos necesarios para
resolverlas, deduciendo consecuencias tan curiosas como interesantes.
Haremos solo una observación. Este hombre conservaba fielmente la
memoria de los lugares, cosa tanto mas notable, cuanto esta reliquia de
inteligencia aparece casi aislada. Unida esta circunstancia a las
consideraciones que ofrece su larga vida marina, ¿no haría presumir que
acaso este hombre no hizo mas que obedecer al gran predominio del órgano
de las localidades? Cuando este órgano tiene un desarrollo excesivo la
afición que tienen algunos a la vida errante y la pasión a los viajes.
Los hombres que están dotados en grado eminente de esta facultad, por
viajar todo lo sacrifican, fortuna, riesgos, cariño, nada les detiene,
nada puede reprimir su inclinación irresistible. Por lo que hace al caso
presente, nuestra presunción no pasa de mera conjetura; pero a ser
fundada, ¿no podrían los frenólogos reclamar este hecho como uno de los
muchos que apoyan su luminosa doctrina?”
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