Las Cartas rosacruces jugaron
en su momento el papel de "manual de iniciación" de los llamados por
la Orden Rosacruz de Europa para integrarse en sus filas. Prueba de ellos es
que fueron redactadas en los primeros idiomas de la Orden: alemán e inglés. Las
Cartas
rosacruces eran la guía espiritual básica de todo recién iniciado en el
primer grado de los misterios de la Orden; en ellas se condensaban las nociones
fundamentales que debía comprender, y llevar a la práctica, todo neófito, si
quería ascender con éxito los peldaños de la progresión mística. En definitiva,
puede decirse que el texto instruía en lo arcano a quienes habían sido
escogidos por la pureza de su corazón y su potencia espiritual. Por esta razón,
quizá, el primer y más importante consejo que se da al lector es que para ser científico es preciso ser previamente virtuoso, es decir, que para recibir la
luz divina en el corazón y comprender los secretos divinos es condición sine qua non haber penetrado en los
dominios del Señor Todopoderoso. Sin comprender esto con el corazón, no se
puede iniciar la larga y tortuosa andadura de la transmutación del individuo.
Sabiduría
Divina Carta
I
No intentes estudiar la más
elevada de todas las ciencias si no has decidido de antemano entrar en el
sendero de la virtud, porque aquellos que no son capaces de sentir la verdad no
comprenderán mis palabras. Unicamente aquellos que entren en el reino de Dios
comprenderán los misterios divinos, y cada uno de ellos aprenderá la verdad y
la sabiduría sólo en la medida de su capacidad para recibir en el corazón la
luz divina de la verdad. Para aquellos cuya vida consiste Unicamente en la mera
luz de su inteligencia, los misterios divinos de la naturaleza no serán
comprensibles, porque las palabras
que pronuncia la luz no son oídas por sus almas; únicamente aquel que abandona
su propio yo puede conocer la verdad, porque la verdad sólo es posible
conocerla en la región del bien absoluto.
Todo cuanto existe es
producto de la actividad del espíritu. La más elevada de todas las ciencias es
aquella por cuyo medio aprende el hombre a conocer el lazo de unión entre la
inteligencia espiritual y las formas corpóreas. Entre el espíritu y la materia
no existen las líneas de separación marcadas, pues entre ambos extremos se
presentan todas las gradaciones posibles.
Dios es Fuego, emitiendo la
Luz más pura. Esta Luz es Vida, y las gradaciones existentes entre la Luz y las
Tinieblas se hallan fuera de la concepción humana Cuanto más nos aproximamos al
centro de la Luz, tanta mayor es la fuerza que recibimos, y tanto mayor poder y
actividad resultan. El destino del hombre es elevarse hasta aquel centro
espiritual de Luz. El hombre primordial era un hijo de aquella Luz. Permanecía
en un estado de perfección espiritual muchísimo más elevado que en el presente,
en que ha descendido a un estado más material asumiendo una forma corpórea y
grosera. Para ascender de nuevo a su altitud primera, tiene que volver atrás en
el sendero por el cual descendió.
Cada uno de los objetos
animados de este mundo obtiene su vida y su actividad gracias al poder del
espíritu; los elementos groseros hállanse regidos por los más sutiles, y estos
a su vez por otros que lo son todavía más, hasta llegar al poder puramente
espiritual y divino, y de este modo, Dios influye en todo y lo gobierna todo.
En el hombre existe un germen de poder divino, germen que desarrollándose,
puede llegar a convertirse en un árbol del cual cuelguen frutos maravillosos.
Pero este germen puede únicamente desenvolverse gracias a la influencia del
calor que radia en torno del centro flamígero del gran sol espiritual, y en la
medida en que nos aproximamos a la luz, es este calor sentido.
Desde el centro o causa
suprema y original, radian continuamente poderes activos, difundiéndose a
través de las formas que su actividad eterna ha producido, y desde estas formas
radian otra vez hacia la causa primera, dando lugar con esto a una cadena
ininterrumpida en donde todo es actividad, luz y vida. Habiendo el hombre
abandonado la radiante esfera de luz, se ha hecho incapaz de contemplar el
pensamiento, la voluntad y la actividad del Infinito en su unidad, y en la
actualidad tan sólo percibe la imagen de Dios en una multiplicidad de imágenes
varias. Así es que él contempla a Dios bajo un número de aspectos casi
infinito, pero el mismo Dios permanece uno. Todas estas imágenes deben
recordarle la exaltada situación que un tiempo ocupó y a la reconquista de la
misma deben tender todos sus esfuerzos. A menos que se esfuerce en elevarse a
mayor altura espiritual, ira sumiéndose cada vez más profundamente en la
sensualidad, y le será entonces mucho más difícil el volver a su estado
primero.
Durante nuestra vida
terrestre actual nos encontramos rodeados de peligros, y para defendernos
nuestro poder es bien poco. Nuestros cuerpos materiales nos mantienen
encadenados al reino de lo sensual y un millar de tentaciones se lanzan sobre
nosotros todos los días. De hecho, sin la reacción del espíritu, la acción del
principio animal en el hombre rápidamente lo arrastraría al cieno de la
sensualidad, en donde su humanidad desaparecería en último resultado. Sin
embargo, este contacto con lo sensual es necesario para el hombre, pues le
proporciona la fuerza sin la cual no sería capaz de elevarse. El poder de la
voluntad es el que permite al hombre elevarse, y aquel en quien la voluntad ha
llegado a un tal estado de pureza que es una y la misma con la voluntad de
Dios, puede, incluso durante su vida en la tierra, llegar a ser tan espiritual
que contemple y comprenda en su unidad al reino de la inteligencia. Un hombre
tal puede llevar a cabo cualquier cosa; porque unido con el Dios universal,
todos los poderes de la naturaleza son sus propios poderes, y en él se manifestarán
la armonía y la unidad del todo. Viviendo en lo eterno, no se halla sujeto a
las condiciones de espacio y de tiempo, porque participa del poder de Dios
sobre todos los elementos y poderes que en los mundos visible e invisible
existen, y comparte y goza de la gloria (conciencia) de lo que es eterno.
Diríjanse todos tus esfuerzos a alimentar la tierna planta de virtud que en tu
seno crece. Para facilitar su desarrollo purifica tu Voluntad y no permitas que
las ilusiones de la sensualidad y del tiempo te tienten y te engañen; y cada
uno de los pasos que des en el sendero que a la vida eterna conduce, te
encontrarás con un aire más puro, con una vida nueva, con una luz más clara, y
a medida que asciendas hacia lo alto aumentará la expansión de tu horizonte
mental.
La inteligencia sola no
conduce a la sabiduría. El espíritu lo conoce todo, y sin embargo ningún hombre
le conoce. La inteligencia sin Dios enloquece, empieza a adorarse a sí misma y
rechaza la influencia del Espíritu Santo. ¡Ah, cuán poco satisfactoria y
engañosa es una tal inteligencia sin espiritualidad! ¡Cuán pronto perecerá! El
espíritu es la causa de todo, ¡y cuán pronto cesará de brillar la luz de la más
brillante de las inteligencias una vez abandonada por los rayos de vida del sol
del espíritu!
Para comprender los secretos
de la sabiduría no basta el especular y el inventar teorías acerca de los
mismos. Lo que principalmente se necesita es sabiduría. Solamente aquel que se
conduce sabiamente es en realidad sabio, aunque no haya recibido jamás la menor
instrucción intelectual. Para poder ver necesitamos tener ojos, y no podemos
prescindir de los oídos si queremos oír. Para poder percibir las cosas del
espíritu necesitamos el poder de la percepción espiritual. Es el espíritu y no
la inteligencia quien da la vida a todas las cosas, desde el ángel planetario
hasta el molusco del fondo del océano. Esta influencia espiritual siempre
desciende de arriba abajo, y nunca asciende de abajo arriba, en otras palabras:
siempre radia desde el centro a la periferia, pero jamás de la periferia al
centro. Esto explica por qué siendo tan sólo la inteligencia del hombre el
producto o efecto de la luz del espíritu que brilla en la materia no puede
nunca elevarse por encima de su propia esfera de la luz, que procede del
espíritu. La inteligencia del hombre será capaz de comprender las verdades
espirituales. Unicamente con la condición de que su conciencia entre en el
reino de la luz espiritual. Esta es una verdad que la gran mayoría de las
personas científicas e ilustradas no querrán comprender. No pueden elevarse a
un estado superior al de las esferas intelectuales creadas por ellas mismas, y
consideran todo lo que se halla fuera de ellas como vaguedades y sueños
ilusorios. Por lo tanto, su comprensión es oscura, en su corazón residen las
pasiones, y no se les permite a ellos el contemplar la luz de la verdad. Aquel
cuyo juicio es determinado por lo que percibe con sus sentidos extremos no
puede realizar las verdades espirituales. Un hombre dominado por los sentidos se
mantiene adherido a su yo individual, el cual es una ilusión, y naturalmente,
odia la verdad, porque el conocimiento de la misma destruye su personalidad. El
instinto natural del yo inferior del hombre le impulsa a considerarse a sí
mismo como un ser aislado, distinto del Dios universal. El conocimiento de la
verdad destruye aquella ilusión, y por lo tanto, el hombre sensual odia la
verdad. El hombre espiritual es un hijo de la Luz. La regeneración del hombre y
su restauración a su primer estado de perfección, en el cual sobrepasa a todos
los demás seres del universo, depende de la destrucción y remoción de todo
cuanto oscurece o vela su verdadera naturaleza interna. El hombre es, por
decirlo así un fuego concentrado en el interior de una cascara material y
grosera. Es su destino el disolver en este fuego las porciones materiales y
groseras (del alma) y unirse de nuevo con el flamígero centro, del cual es a
manera de centella durante su vida terrestre. Si la conciencia y la actividad
del hombre hállanse continuamente concentradas en las cosas externas, la luz
que radia de la centella divina desde el interior del corazón va debilitándose
poco a poco, y desaparece finalmente. Pero si el fuego interno se cultiva y
alimenta, destruye los elementos groseros, atrae otros principios más etéreos,
hace al hombre más y más espiritual y le concede poderes divinos. No sólo
cambia el estado del alma (la actividad interna), cambia también el estado
receptivo más perfecto para las influencias puras y divinas, y ennoblece por
completo la constitución del hombre hasta que se convierte en el verdadero
Señor de la creación. La Sabiduría Divina
o «Teosofía» no consiste en conocer intelectualmente muchas cosas, en ser sabio en pensamientos, palabras y
acciones. No puede existir ninguna Teosofía especial ni cristiana. La Sabiduría en absoluto (Sabiduría Divina)
no posee calificaciones. Es el reconocimiento practico de la verdad absoluta, y
esta verdad es sólo UNA.
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