lunes, 27 de febrero de 2012

Cartas Rosacruces 4


La Doctrina Secreta Carta IV
El fundamento de la entera Doctrina Secreta, fundamento del cual resulta el conocimiento de los más profundos misterios del universo, es tan sencillo que su significación puede comprenderla un niño, pero en razón de su simplicidad es universalmente desdeñado y no comprendido por aquellos que anhelan lo complejo y las ilusiones. Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Un conocimiento práctico de esta verdad es todo cuanto se requiere para entrar en el templo en donde puede uno obtener la sabiduría divina.
No podemos conocer la causa de todo bien a menos que nos aproximemos a ella; y no podemos aproximarnos a ella, a menos que la amemos y que por nuestro amor seamos a ella atraídos. No podemos amarla a no ser que la sintamos, y no podemos sentirla a menos que exista en nosotros mismos. Para amar al bien, debemos ser nosotros mismos buenos; para amar al bien sobre todas las cosas, el sentimiento de verdad, el de justicia y el de armonía deben sobrepasar y absorber a cada uno de los otros sentimientos; debemos cesar de vivir en la esfera del yo, que es la del mal, y empezar a vivir en el seno del elemento divino de la humanidad como en un todo; debemos amar aquello que es divino en la humanidad, tanto como aquello que dentro de nosotros mismos es divino. Si es alcanzado este estado supremo, en el cual habremos olvidado por completo nuestros egos, el intelectual y el animal, y en el que gracias a nuestro amor a Dios nos habremos convertido en uno mismo con Dios, no existirán entonces secretos ni en los cielos ni en la tierra que sean inaccesibles para nosotros.
¿Qué es el conocimiento de Dios más que el conocimiento del bien y del mal? Dios es la causa de todo bien, y el bien es el origen del mal. El mal es la reacción del bien en el mismo sentido en que las tinieblas son la reacción de la luz. El fuego divino del cual procede la luz no es causa de la menor oscuridad, pero la luz que radia del centro flamígero no puede llegar a manifestarse sin la presencia de las tinieblas, ni, sin la presencia de la luz, serían las tinieblas conocidas.
Existen por consiguiente, dos principios: el principio del bien y el principio del mal, brotando ambos de la misma raíz, en la cual no existe, como quiera que sea, mal alguno; sólo reside en ella el bien absoluto e inconcebible. Es el hombre un producto de la manifestación del principio del bien y únicamente en el bien puede encontrar la felicidad, puesto que la condición que necesita todo ser para ser feliz es el vivir en el elemento al cual su naturaleza pertenece. Aquellos que han nacido en el bien serán felices en el bien; aquellos que han nacido para el mal, nada desearán más que el mal. Aquellos que han nacido en la luz, buscarán la luz, y los que pertenecen a las tinieblas, sólo buscarán las tinieblas. Siendo el hombre un hijo de la luz, no será feliz mientras exista en su naturaleza una sombra de tinieblas. El hombre cuyo principio fundamental es el bien no encontrará la paz mientras exista en su interior una chispa tan sólo de mal.
El alma del hombre es como un jardín, en el cual existen sembradas un número casi infinito de semillas diferentes. Estas semillas pueden dar origen a plantas bellas y saludables o a plantas deformes y nocivas. El fuego del cual estas plantas reciben el calor necesario para su desarrollo es la voluntad. Si la voluntad es buena, desarrollará plantas bellas; si es mala, dará lugar a que crezcan plantas deformes. El principal objeto de la existencia del hombre en esta tierra es la purificación de la voluntad y el cultivo de la misma hasta que se convierta en una enérgica potencia espiritual. El único medio para purificar la voluntad es la acción, y para lograrlo, todas nuestras acciones tienen que ser buenas, hasta que el obrar bien se convierta en una mera cuestión de costumbre cuando en la voluntad cese todo deseo hacia el mal.
¿De qué provecho sería para ti el conocer intelectualmente los misterios de la Trinidad y el poder hablar sabiamente acerca de los atributos del Logos, si en el altar de tu corazón no ardiese el fuego del amor divino y si la Luz del Cristo no brillase en tu templo? Tu inteligencia abandonada por el espíritu que da la vida se desvanecerá y perecerá, y con ella perecerás tú, a menos que la llama del amor espiritual arda en tu corazón con la luz de la conciencia eterna. Si no estás en posesión del amor hacia el bien, más te vale permanecer sumido en la ignorancia, porque así pecarás ignorantemente y no serás responsable de tus actos; pero aquellos que la verdad conocen, y que la desprecian a causa de su mala voluntad, son los que sufrirán, puesto que cometen un "pecado imperdonable", conscientemente y a sabiendas, el pecado contra la verdad santa y espiritual. Al verdadero Rosacruz, cuyo corazón arde con el fuego del amor divino hacia el bien, la luz de éste iluminará su mente, le inspirará buenos sentimientos y le hará llevar a efecto buenas acciones. No necesitará de maestro mortal alguno que le enseñe la verdad, porque se encontrará penetrado por el espíritu de sabiduría, que será su verdadero Maestro.
Todas las ciencias y artes mundanas son despreciables y pueriles ante la excelencia de esta sabiduría divina. La posesión de la sabiduría del mundo no tiene valor permanente; pero la posesión de la sabiduría divina es imperecedera y eterna. No puede en manera alguna existir la sabiduría divina sin el amor divino, porque la sabiduría es la unión del saber espiritual con el amor espiritual, de lo que resulta el poder espiritual. Aquel que no conoce el amor divino no conoce a Dios, porque Dios es la fuente y el centro flamígero del amor. Y por esto se ha dicho que, aunque penetremos todos los misterios, poseamos el entero saber y hagamos obras buenas, si no poseemos amor divino, no sirve de nada, puesto que únicamente por medio del amor podemos conquistar la inmortalidad.
¿Qué es el amor? Un poder universal que procede del centro del cual el Universo ha sido desenvuelto. En los reinos elemental y animal obra a manera de fuerza ciega de atracción; en el reino vegetal obtiene los rudimentos de los instintos, que en el reino animal se desarrollan por completo; en el reino humano se convierte en pasión, la cual si obra en la dirección debida, hacia su fuente eterna, elevará al hombre hasta un estado divino; pero si es pervertida, lo conducirá a la destrucción. En el reino espiritual, es decir en el del hombre regenerado, el amor se transforma en un poder espiritual, consciente y viviente. Para la mayoría de los hombres de nuestra civilización actual el amor no es más que un sentimiento, y el amor verdaderamente divino y poderoso es casi desconocido entre la humanidad. Aquel sentimiento superficial al que los hombres llaman amor es un elemento semianimal, débil e impotente; pero, sin embargo, lo suficientemente poderoso para guiar o extraviar a la humanidad. Podemos elegir entre amar una cosa o no amarla, pero un amor tan superficial no penetra mas allá de los estados superficiales del alma del objeto amado. El poseer el amor divino no depende de la elección, es un don del espíritu que reside en lo interior, es un producto de nuestra propia evolución espiritual, y únicamente los que han llegado a aquel estado pueden poseerlo. No es posible que alguien más que aquel que ha alcanzado este estado de existencia conozca lo que es este amor espiritual y divino; pero aquel que lo ha obtenido sabe que es un poder omnipenetrante que, brotando del centro del corazón y penetrando en el corazón de aquello que se ama, evoca a la vida a los gérmenes de amor allí contenidos. A este Amor espiritual, llámale, si te parece mejor, Voluntad espiritual, Vida espiritual, Luz espiritual, pues es todo esto y mucho más porque todos los poderes espirituales brotan de un solo centro eterno, y culminan por fin otra vez en un poder, a manera del vértice de una pirámide de muchos lados. A este punto, a este poder, a este centro, a esta luz, a esta vida, a este todo se le llama Dios, la causa de todo bien, aunque la palabra es un mero vocablo sin significación para aquellos que no están en posesión de ella, y que ni siquiera pueden concebirla, pues ni sienten ni conocen a Dios en sus propios corazones.
¿Cómo podemos obtener este poder espiritual de amar, de buena voluntad, de luz y de vida eterna? No podemos amar una cosa a menos que sepamos que es buena; no podemos conocer si una cosa es buena o mala sin sentirla; no podemos sentirla a menos que nos aproximemos a ella; no podemos aproximarnos a una cosa si no la amamos, y giraríamos eternamente en un circulo vicioso sin acercarnos jamás a la eterna verdad si no fuera por la influencia continua del Sol Espiritual de Verdad, que al centro del corazón humano lanza sus rayos, y atrayéndolo instintiva e inconscientemente, transforma el movimiento circular en movimiento en espiral, arrastrando de este modo, debido a la "Luz de gracia", a los hombres hacia aquel centro, a pesar y en contra de sus propias inclinaciones
Se ha dicho que la inclinación del hombre hacia el mal es más fuerte que la que experimenta hacia el bien, y esto es indudablemente cierto, puesto que con el estado presente de la evolución del hombre, sus actividades y tendencias animales son todavía muy fuertes, mientras que sus principios más espirituales y elevados no se han desarrollado lo suficiente para poseer la conciencia de sí mismos y la fuerza consiguiente. Pero mientras las inclinaciones animales del hombre son mas enérgicas que sus propios poderes espirituales, la luz eterna y divina que le atrae hacia el centro es mucho más poderosa, y a menos que el hombre se resista al poder del amor divino, prefiriendo ser absorbido por el mal, será atraído continua e inconscientemente hacia el centro de amor. Por lo tanto, el hombre, aunque hasta cierto punto es víctima indefensa de poderes invisibles, es, sin embargo, hasta el punto en que hace uso de su razón, un agente libre; pero hasta que su razón es perfecta no puede ser por completo libre, y su razón puede únicamente convertirse en perfecta si vibra al unísono y en armonía con la Razón Divina (universal). El hombre por lo tanto sólo puede llegar a ser completamente libre obedeciendo la Ley.
Sólo puede existir una Razón Suprema, una Ley Suprema, una Sabiduría Suprema; en otras palabras UN DIOS, porque la palabra Dios significa el punto culminante de todos los poderes, tanto espirituales como físicos, que existen en el Universo; significa el Centro Unico, del cual todas las cosas, todas las actividades, todos los atributos, facultades, funciones y principios han procedido, y en el cual todos ellos culminarán por fin. El hombre sólo puede esperar la realización de su objeto mientras obre siempre en armonía con la ley universal, puesto que la teoría universalmente reconocida de la supervivencia de los más aptos, y la verdad absoluta de que el fuerte es mas fuerte que el débil, son tan ciertas en el reino del espíritu como en el reino de la mecánica. Una gota de agua no puede por sus propios esfuerzos discurrir en sentido contrario al de la corriente en la cual existe, ¿y qué es el hombre, con toda su vanidad y pretensiones de sabiduría, más que una gota en el océano de la vida universal?
Para poder obedecer la Ley, necesitamos aprender a conocerla; pero ¿en dónde puede uno esperar aprender la ley pura y la ley adulterada, más que en el estudio de la naturaleza espiritual y material, o sea en sus aspectos interno y externo? Sólo existe Un Libro, de cuyo estudio necesita el ocultista, y en el cual la totalidad de la Doctrina Secreta, con todos los misterios, que conocen únicamente los Iniciados, se halla contenida. Es un libro que jamás ha sufrido falsificaciones ni traducciones erróneas; es un libro que nunca ha sido objeto de fraudes piadosos ni de interpretaciones absurdas; es un libro que, sin el menor desembolso, cualquiera y en cualquier lugar puede obtenerlo. Está escrito en un lenguaje que todos pueden comprender importando bien poco cuál sea su nacionalidad. El título de este libro es M., que significa: El Macrocosmo y el Microcosmo de la Naturaleza reunidos en un volumen. El poder leer este libro correctamente exige poderlo hacer no sólo con el ojo de la inteligencia, sino que es necesario además leerlo con el ojo del Espíritu. Si sus páginas son iluminadas solamente por la fría luz de la luna, por la luz del cerebro, parecerán muertas, y aprenderemos únicamente lo que en su superficie figura impreso; pero si la luz divina del amor ilumina sus páginas radiando del centro del corazón, comenzarán a vivir y los siete sellos con que algunos de sus capítulos están sellados, serán rotos, y levantados unos velos tras otros, conoceremos los misterios divinos que el Santuario de la Naturaleza contiene.
Sin esta luz divina del amor es inútil intentar penetrar en las tinieblas en donde los más profundos misterios permanecen. Aquellos que estudian la naturaleza con la mera luz externa de los sentidos, nada conocerán de ella más que su máscara exterior, en vano pedirán que se les enseñen los misterios que únicamente con la luz del espíritu pueden ser contemplados, porque la luz del espíritu ha brillado eternamente en las tinieblas, pero las tinieblas no la comprendieron.
¿En dónde podemos esperar encontrar esta luz del espíritu, mas que en el interior de nosotros mismos? El hombre nada puede conocer excepto aquello que ya dentro de sí mismo existe. No puede ver, oír ni percibir cosa alguna externa; puede únicamente contemplar las imágenes y experimentar las sensaciones a que den lugar los objetos exteriores en su conciencia. Todo cuanto pertenece al hombre, excepto su forma externa, es un epítome, una imagen, una contraparte del universo. El hombre es el Microcosmo de la naturaleza, y en él se halla contenido, germinalmente o en un estado mas o menos desarrollado, todo cuanto la naturaleza contiene. En él residen Dios, Cristo y el Espíritu Santo. En él la Trinidad se halla contenida, así como los elementos de los reinos mineral, vegetal, animal y espiritual; él contiene el Cielo, el Infierno y el Purgatorio; todo en él se halla contenido, porque es la imagen de Dios, y Dios es la causa de cada una de las cosas que existen, y nada existe que no sea una manifestación de Dios, y acerca de lo cual pueda dejar de decirse en cierto sentido que sea Dios o la sustancia de Dios.
La totalidad del universo y todo cuanto el mismo contiene es la manifestación exterior de aquella Causa o Poder interno, al cual los hombres llaman "Dios". Para estudiar las manifestaciones externas de aquel poder tenemos que estudiar las impresiones que producen en el interior de nosotros mismos. Nada podemos conocer, sea lo que sea, fuera de lo que existe dentro de nosotros mismos, y por lo tanto, aun el estudio de la naturaleza externa no es ni puede ser nada más que el estudio del yo, o en otras palabras, el estudio de las sensaciones internas que causas externas han originado dentro de nosotros mismos. No puede el hombre positivamente y en manera alguna conocer nada excepto aquello que ve, siente o percibe en el interior de sí mismo; todos sus llamados conocimientos acerca de las cosas exteriores son meras especulaciones y suposiciones o, todo lo más, verdades relativas.
Si no es posible que el hombre conozca nada respecto a las cosas externas, excepto aquello que ve, siente o percibe dentro de sí mismo, ¿cómo es posible que pueda saber nada en lo referente a las cosas internas como no sean sus manifestaciones en su propio interior? Todos aquellos que buscan un Dios externo, mientras que niegan a Dios en sus corazones, le buscarán en vano; todos aquellos que adoran a un rey desconocido de la creación, mientras ahogan al rey recién nacido en la cuna de sus propios corazones, adoran una mera ilusión. Si deseamos conocer a Dios y obtener la Sabiduría Divina, tenemos que estudiar la actividad del Divino Principio en el interior de nuestros corazones, escuchar su voz con el oído de la inteligencia y leer sus palabras con la luz de su amor divino, porque el único Dios acerca del cual puede el hombre conocer algo es su propio Dios personal, uno e idéntico con el Dios del Universo. En otras palabras, es el Dios universal entrando en relación con el hombre, en el mismo hombre, y alcanzando personalidad por medio del organismo que llamamos hombre; y así es como Dios se convierte en hombre, y el hombre se transforma en Dios, convirtiéndose de este modo el hombre en un Dios, cuando obtiene el conocimiento perfecto de su propio ego divino, o en otras palabras, cuando Dios se ha hecho consciente de sí mismo y ha logrado en el hombre el conocimiento de sí mismo.
No puede, por lo tanto, existir Sabiduría Divina sin el conocimiento del propio yo Divino de uno mismo, y aquel que ha encontrado su propio ego divino se ha convertido en sabio. No vayan nuestros especuladores científicos y teológicos a ser tan presumidos como para figurarse que han encontrado a su propio y divino ego. Si lo hubiesen encontrado estarían en posesión de poderes divinos, a los que llaman los hombres "sobrenaturales", porque han llegado a ser casi desconocidos entre la humanidad. Si los hombres hubiesen encontrado sus propios egos divinos, no necesitarían ni más predicadores ni más doctores, ni más libros, ni más instrucciones que su propio Dios interno; pero la sabiduría de nuestros sabios no es de Dios; procede de libros y fuentes externas y falibles. Aquel sentimiento del ego que los hombres experimentan en sí mismos, y al cual llaman su propio yo, no es el del ego divino, es el de su yo animal o intelectual, en el que su conciencia se halla concentrada, y en cada hombre existen un gran número de variedades de estos egos o yoes. Estos perecerán todos, y tienen que desaparecer antes de que el yo Divino, que es universal y omnipresente, pueda entrar en existencia en el hombre. Los hombres no conocen a sus propios yoes, animal y semianimal; de otra manera, su aparición les llenaría de horror. Los nombres de la ambición principal de muchos hombres, son envidia o codicia, sibaritismo o dinero, etc. Estos son los poderes o0 dioses que gobiernan a los hombres y a las mujeres, y a los cuales los hombres se agarran, a los cuales abrazan y acarician, y a los cuales consideran como sus propios yoes. Estos yoes o egos asumen en cada alma de hombre una forma que corresponde a su carácter, porque cada carácter corresponde a una forma o la produce. Pero estos yoes son ilusorios. Carecen de vida propia, y se alimentan del principio de vida en el hombre; viven gracias a su voluntad, y perecen con la vida del cuerpo o inmediatamente después. Lo que en el hombre es inmortal, aquello que ha existido siempre y que para siempre existirá, es el Espíritu Divino, y sólo aquellos elementos del hombre que son perfectos y puros, y que se han unido con el espíritu, continuarán viviendo en él y por medio de él.
Este ego divino no experimenta el sentimiento de separación que domina a nuestros yoes inferiores, es universal como el espacio, no establece distinción alguna entre sí mismo y cualquier otro de los seres humanos, se ve a sí mismo, y se reconoce él mismo en todos los demás seres, vive y siente en otros, pero no muere con los otros, porque siendo ya perfecto, no requiere ya mas transformaciones. Este es el Dios o Brahm, a quien únicamente puede conocer el que se ha convertido en divino, es el Cristo que jamás puede ser comprendido por el Antecristo, que lleva sobre su frente el signo de la Bestia, que simboliza el Intelectualismo sin Espiritualidad o la ciencia sin amor divino. Este Dios puede ser conocido únicamente por medio del poder de la Fe verdadera, la cual significa sabiduría espiritual, la cual penetra hasta el centro ardiente de amor que en el propio corazón de uno existe. Este es el centro de Amor, de Vida y de Luz, el origen de todos los poderes; en él se hallan contenidos todos los gérmenes y misterios, fuente de la revelación divina;y si encuentras tú la luz que desde aquel centro radia, no necesitarás más enseñanzas, pues habrás encontrado la vida eterna y la verdad absoluta.
El gran error de nuestra época intelectual es el que crean los hombres poder llegar al conocimiento de la verdad por mera especulación intelectual, científica, filosófica o teológica y con sólo el raciocinio. Esto es falso por completo, porque si bien un conocimiento de la teoría oculta debe preceder a la práctica, sin embargo, si la verdad de una cosa no es confirmada, experimentada y realizada por medio de la práctica, un mero conocimiento de la teoría no sirve de nada. ¿De qué le servirá a un hombre el hablar mucho acerca del amor y el repetir a manera de papagayo lo que ha oído, si no siente en su corazón el poder divino del amor? ¿De qué le servirá a uno el hablar sabiamente acerca de la sabiduría mientras no sea él sabio? Nadie puede llegar a ser un buen artista, músico, soldado u hombre político con sólo leer libros; el poder no es obtenido por la mera especulación, sino que requiere práctica. Para conocer el bien, tenemos que pensar y obrar el bien; para experimentar la sabiduría, tenemos que ser sabios. Un amor que no encuentra expresión alguna en acciones, no obtiene fuerza; una caridad que sólo en nuestra imaginación existe, permanecerá siempre imaginaria, a menos que sea expresada por medio de actos. Siempre que tiene lugar una acción, una reacción es la consecuencia. Por lo tanto, la práctica de buenas acciones robustecerá nuestro amor al bien, y en donde tal amor exista, se manifestará en forma de acciones buenas.
Aquel que obra mal porque no sabe cómo obrar bien es digno de compasión; pero aquel que sabe cómo obrar bien, y que intelectualmente está convencido de que debe obrar así y sin embargo obra mal, es digno de condena. Es, por lo tanto, peligroso para los hombres el recibir instrucción, en lo que a la vida superior se refiere, durante tan largo tiempo como su voluntad sea mala, puesto que después de saber distinguir entre el bien y el mal, si a pesar de esto escogen el sendero del mal, su responsabilidad es todavía mucho mayor. Estas cartas no hubieran sido jamás escritas si no se hubiese esperado que al menos algunos de los lectores no se limitaran a comprender intelectualmente su contenido, sino que entrarían en el camino práctico, cuya puerta es el conocimiento del yo, que conduce por fin a la unión con Dios, y cuya consecuencia primera es el reconocimiento del principio de la Fraternidad Universal de la Humanidad.

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