El medio
práctico para aproximarse a la LuzCarta II
Aquel que por medio de la
gratificación de los deseos sensuales intenta llenar el vacío que en su alma
existe no lo logrará nunca, ni pueden tampoco los anhelos que el corazón
experimenta hacia la verdad ser satisfechos por la aplicación de la
inteligencia a las cosas externas. El hombre no puede entrar en el puente de la
paz mientras no ha vencido en su interior todo cuanto es incompatible con su
ego divino y con sus aspiraciones.
Para obtener esta victoria
debe el hombre tratar de aproximarse a la Luz, obedeciendo la ley de la Luz. El
deseo hacia lo sensual y lo externo debe cesar en él, tiene que dirigir su
visión espiritual hacia la Luz, y tratar de disipar las nubes que de la misma
lo separan. El primer paso, y el necesario, es el tener conciencia de la
existencia del germen divino dentro de uno mismo, para dirigir el poder de la
Voluntad hacia aquel centro, para llevar una vida interna y para cumplir
estrictamente todos los deberes internos y externos.
Existe una ley oculta, de la
cual se ha hecho mención con frecuencia en escritos ocultos, pero que todavía
es comprendida tan sólo por unos pocos, que dice "Cada una de las cosas de
abajo tiene su contrapartida arriba, y nada existe, absolutamente
nada, por insignificante que sea, que no dependa de algo que le corresponda
mucho más elevado; así es que si el inferior obra, el superior reacciona sobre
él". Según esta ley, todo deseo, pensamiento o aspiración, bueno o malo,
es seguido inmediatamente de una reacción correspondiente que procede de lo
alto. Cuanto más pura es la voluntad del hombre y menos adulterada por deseos
egoístas está, tanto más enérgica será la reacción divina.
En el hombre, el propósito
de progresar espiritualmente no depende en manera alguna de sus propios
esfuerzos, al contrario, cuanto menos intente establecer leyes por sí mismo y
cuanto más se somete a la ley universal, tanto más rápidos serán sus progresos.
El hombre no puede en manera alguna poner su Voluntad en juego en sentido
diferente del de la Voluntad universal de Dios. Si su voluntad no es idéntica a
la voluntad divina, se convierte en una mera perversión de esta última y su
efecto se anula. Sólo cuando la voluntad individual del hombre armoniza por
completo y coopera con la voluntad de Dios, se convierte en poderosa y
efectiva.
Además, en todos los tiempos
han existido entidades celestiales o espirituales que han comunicado con el
hombre para transmitirle un conocimiento de verdades espirituales, o para
refrescar su memoria cuando semejantes verdades estaban a punto de olvidarse, y
establecer así un fuerte lazo de unión entre el hombre intelectual y el hombre
divino. Los hombres que son lo suficientemente puros pueden, aun durante esta
vida, entrar en comunicación y conocer a estos mensajeros celestiales, pero
pocos son lo suficientemente puros y espirituales para lograrlo. Como quiera
que sea, es la Voluntad y no la
inteligencia, la que debe ser purificada y regenerada, y por lo tanto la mejor
de las instrucciones es inútil si no posee uno la Voluntad para llevarla a la
práctica; y como nadie contra su Voluntad puede ser salvado, el deseo más
íntimo del corazón debe ser el conocer y el practicar la verdad.
Aquel cuya Voluntad sea así de buena, logrará el
saber y la potencia de la Fe verdadera, sin necesidad de ninguna clase de
signos externos o de razones lógicas para convencerle de la verdad de aquello
que él sabe que es cierto; únicamente el pretendido sabio del mundo pide
semejantes pruebas; porque su corazón hállase lleno de presunción y su voluntad
es mala,
y por lo tanto no posee ni
conocimiento espiritual ni fe, sin lo cual nada puede saber más que aquello que
viene por medios externos; mientras que aquellos cuyas mentes son puras y sin
duplicidad, con el tiempo adquieren la conciencia de aquellas verdades en las
que instintivamente han creído.
Todas las ciencias culminan
en un punto. Aquel que conoce al Uno, lo conoce todo. Aquel que cree conocer
muchas cosas, cree en ilusiones. Cuanto más te aproximes a este punto (en otras
palabras, cuanto más Intima sea tu unión con Dios) tanto más clara será tu
percepción de la verdad. Si a aquel punto llegas, encontrarás que existen cosas
en la naturaleza que trascienden a la imaginación de nuestros filósofos y
acerca de las cuales nuestros sabios no se atreven ni a soñar.
En Dios esta la vida toda;
fuera de Dios no existe vida alguna, y aquello que parece vivir fuera de Dios
es meramente una ilusión. Si deseamos saber la verdad, debemos contemplarla a
la luz de Dios y no a la luz falsa y engañosa de nuestra especulación intelectual.
No existe otro camino para llegar al conocimiento perfecto de la verdad que la
unión con ella misma, y sin embargo, son bien pocos los que conocen este
sendero. De aquellos que por él transitan, el mundo se burla y ríe; pero este
mundo no conoce la verdad, porque es un mundo de ilusiones lleno de
desgraciados, ciegos ante la luz de la misma.
El aprender a callar y a
permanecer tranquilo, el permanecer impasible ante la risa del necio, ante el
desdén del ignorante y en presencia del desprecio del orgulloso, es la primera
señal de que comienza a brillar ya la aurora de la luz de la sabiduría. Sin
embargo, la verdad, en cuanto ha sido plenamente realizada, es capaz de
resistir aun el escrutinio intelectual más sereno y los ataques de la lógica
más potente, sólo las inteligencias de aquellos que sienten la verdad, pero que
todavía no la perciben, son las que pueden ser trastornadas por la sacudida.
Aquellos que conocen y comprenden la verdad, permanecen firmes como una roca.
Durante tan largo tiempo,
como no buscamos más que la gratificación de nuestros sentidos, o deseamos tan
sólo la satisfacción de nuestra curiosidad, no es la verdad lo que buscamos.
Para encontrarla tenemos que entrar en el reino de Dios, y entonces descenderá
la verdad sobre nuestra inteligencia. No es necesario para lograrlo que
torturemos nuestro cuerpo o que arruinemos nuestros nervios, pero sí es
necesario que creamos en ciertas verdades fundamentales, que son
instintivamente percibidas por todos aquellos en quienes no esta pervertida la
inteligencia. Estas verdades fundamentales son la existencia de un Dios
universal (origen de todo bien) y la posibilidad de la inmortalidad del alma
humana. Posee el hombre una inteligencia razonadora, y por lo tanto tiene el
derecho y la facultad de hacer uso de la misma; lo cual quiere decir que puede
emplearla en un sentido que esté en oposición con la ley del bien, la cual es
la Ley del Amor Divino, la Ley del Orden y de la Armonía. No debe él profanar
los dones que Dios le ha concedido por medio de la naturaleza, debe considerar
todas las cosas como dones divinos, y considerarse él mismo a manera de templo
viviente de Dios, y como un instrumento por medio del cual el divino poder
puede manifestarse.
Un hombre fuera de Dios es
cosa inconcebible porque la naturaleza entera, incluyendo al hombre, es
sencillamente una mera manifestación de Dios. Si la luz penetra en nuestro
interior ésta no es obra nuestra, el sol es quien nos la concede; pero si nos
ocultamos del sol, la luz desaparece. Dios es el sol del espíritu; nuestro deber
es permanecer iluminados por sus rayos, gozar de los mismos y llamar a otros
para que entren en la luz. No existe mal alguno en procurar conocer esta luz
intelectualmente si nuestra voluntad hacia ella se dirige, pero si la voluntad
es atraída por una luz falsa a la que tomamos equivocadamente por el Sol,
caemos necesariamente en el error.
Existe una relación definida
y exacta entre la causa de todas las cosas y las cosas que aquella causa ha
creado (producido). Puede el hombre, aun en esta vida, llegar al conocimiento
de estas relaciones, aprendiendo a conocerse a sí mismo. El mundo en el cual
vivimos es un mundo de fenómenos (o sea, de ilusiones), puesto que aquello a lo
que se acostumbra calificar como "real" aparece así únicamente
mientras duran ciertas condiciones o relaciones entre el que percibe y el
objeto de su percepción.
Lo que nosotros percibimos
no depende tanto de la cualidad de las cosas que constituyen los objetos de
nuestra percepción como de las condiciones de nuestro propio organismo. Si
nuestra organización fuese diferente, cada cosa se nos presentaría bajo un
aspecto diferente también.
Si hemos aprendido a
realizar esta verdad por completo y a distinguir entre lo que es real y lo que
es meramente ilusorio, podemos entonces entrar en el reino de aquella elevada
ciencia asistidos por la luz del espíritu divino. Los misterios de que se ocupa
esta ciencia exaltada son los siguientes:
El reino interno de la naturaleza.
El lazo que une al mundo interno espiritual con las formas corpóreas externas.
Las relaciones existentes entre el hombre y los seres invisibles.
Los poderes ocultos en el hombre por medio de los cuales puede obrar
sobre lo interior en la naturaleza.
En esta ciencia se hallan
contenidos todos los misterios de la naturaleza. Si con corazón puro deseas la
verdad, la encontrarás; pero si tus intenciones son egoístas, pon a un lado
estas cartas, porque no serás capaz de comprenderlas, ni en tal caso te reportarán
el menor beneficio. Los misterios de la naturaleza son sagrados, pero no los
comprenderá aquel cuya voluntad es malvada. Pero si el malvado logra descubrir
los misterios de la naturaleza, su luz se convertirá en un fuego consumidor en
el interior de su alma, el cual le destruirá, y cesara de existir.
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