Este párrafo pertenece al “Diccionario Filosófico” de Voltaire y es una buena muestra de las creencias sobre la existencia real de los vampiros en el siglo XVIII y XIX. Posiblemente, Voltaire a su vez llegara a estas conclusiones tras leer el Tratado de D. Augustine Calmet, escrito en 1741 sobre los vampiros.
Entre los años 1720 y 1730, estalla en el este de Europa una verdadera fobia vampírica. Existen varios casos muy bien documentados y que fueron la mecha para el vampirismo moderno, fuente para cientos de obras literarias que dieron la vuelta al mundo, engrandeciendo la leyenda.
Meter Plogojowitz, tras morir, regresó al mundo de los vivos y se presentó ante su hijo con la única intención de pedirle comida, su hijo se negó y lo encontraron muerto horas después, Plogojowitz, no contento con esto, regresó de nuevo y acabó con la vida de varios vecinos que aparecieron desangrados. Otro caso es el de Arnold Paole, este granjero era conocido entre sus vecinos porque aseguraba que hacía un tiempo, había sido atacado por un vampiro. No le hacían excesivo caso hasta que tras su muerte comenzaron a sucederse varios fallecimientos entre todos aquellos que se habían reído de él.
Claro está, no se tardó en atribuir a Paole estas muertes, asegurando que había vuelto convertido en vampiro para vengarse. Los miedos y las supersticiones estaban a la orden del día en aquellos años, y no eran pocos los que afirmaban que las enfermedades y las epidemias eran provocadas por las excursiones nocturnas de estos vampiros. Cuando las sospechas recaían sobre algún fallecido, no se dudaba en desenterrar su cuerpo para quemar su corazón y de este modo, imposibilitar sus tétricas prácticas. En algunos casos, los cuerpos de los fallecidos estaban excepcionalmente conservados, lo cual no hacía más que confirmar las sospechas de los asustados lugareños. Por supuesto, también estaban los escépticos que apelando a la ciencia, apoyaban las teorías que decían que estos vampiros no eran más que enfermos de rabia o en algunos casos, enterrados en vida por diagnósticos erróneos.
1. Una eficiente pistola con su equipamiento común
2. Cierta cantidad de balas de la más fina de las platas
3. Flores de ajo en polvo (un frasquito)
4. Azufre molido (un frasquito)
5. Estaca de madera (roble)
6. Crucifijo de marfil
7. Agua bendita (un frasquito)
8. El nuevo suero del profesor Blomberg
A groso modo, os he dejado esta información para presentar los siguientes maletines o kits para matar vampiros que estuvieron de moda hasta bien entrado el siglo XIX. Cualquiera que viajase por aquellas tierras, debía de ir debidamente preparado y equipado con uno de estos maletines si quería salir airoso de su temible viaje. Muchos creen que el mito de las estacas, las cruces y los ajos son inventos del mundo del celuloide, pero como podéis ver, todo esto ya existía muchísimo antes de la existencia del mítico Drácula, de Bram Stocker, escrito en 1897 o el posterior Nosferatu.
Si observáis con detenimiento los kits, podréis ver que son de lo más variopintos, estacas, crucifijos, biblias, pistolas con balas de plata, material quirúrgico de diversa índole, flechas, pócimas con fórmulas desconocidas, cuchillos… todo ello con instrucciones detalladas.
No sé si alguno de estos maletines les serviría de ayuda a sus dueños, pero sin duda, seguro que se sentían más seguros ante semejante arsenal bajo su brazo. Hoy en día son preciados objetos de coleccionismo por los que se han pagado cantidades astronómicas en las subastas. Claro que ya no sirven de mucho, pues los vampiros de hoy en suelen encontrarse tras los mostradores de los bancos y de las sucursales de hacienda, y a esos, no hay crucifijo que los aterrorice.
Por Sinuhé Gorris. Tejiendo el Mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario