viernes, 10 de febrero de 2012

Verónica

Amaba quitarse la corona de laureles delante del espejo
y probarse una de espinas
Gesualdo Bufalino
Era una mujer sencilla, reservada y generosa. Vivía
en Nazaret. Era una más en las multitudes que
escuchaban y seguían al profeta en sus largas jornadas
de peregrinación. Lilith da fe de que Verónica estaba
en la lista de las mujeres de Jesús, no como la preferida
pero sí como la que visitaba de vez en cuando su cama
y la que siempre lo miraba con ojos de pasión. Por
este motivo también Verónica fue borrada de las
escrituras y aparece sólo en el viacrucis, salvándose
de quedar en el grupo de las plañideras, de quienes
hoy en día nadie sabe si fueron piadosas mujeres o
hipócritas brujas.
Se salvó Verónica de ser una de las “Hijas de Jerusalén”
ese día que se lanzó al camino por donde pasaba el que
habría de ser crucificado. Cuando de lejos comenzó
a oír las injurias que le lanzaban mientras caminaba
con la cruz a cuestas, sintió cómo los infamantes
contemplaban el espectáculo satisfechos. Un hombre
apedreado que apenas podía con el peso del madero. El
rostro que ella tantas veces había acariciado, mirado,
amado, apenas se veía debajo de su corona de espinas;
el sudor y la sangre de Jesús se mezclaban con la tierra
y los escupitajos lanzados por la enardecida multitud.
¿Dónde estaban los suyos?, ¿dónde sus seguidores?,
se preguntaba, mientras Verónica avanzaba frente a
Él con singular valor. En medio de tanta humillación,
la “enigmática” mujer se abalanzó hasta el profeta
y compasiva le enjugó el rostro con su manto. Sin
miedo a las consecuencias, le susurró al oído palabras
de amor, consideración y misericordia. Con los ojos
nublados por el sufrimiento, Jesús levantó la vista
para mirarla y le transmitió la soledad inmensa en
la que había quedado por culpa del abandono de su
Padre y de los hombres.
Callada, doblada de dolor, Verónica lo acompañó
paso a paso hasta la cruz, junto a las otras discípulas y
a la sufrida María Madre.
Lilith registra a Verónica en la vida afectiva de Jesús
como real compañera de andanzas, inigualable amante
y valiente mujer a la hora de seguirlo en las largas horas
de padecimiento y muerte. Hay datos de su presencia al
pie del crucificado, en aquella oscura tarde de viernes
santo en la que murió el amado.
Cuenta Lilith que en aquellos días aciagos sólo
observó mujeres alrededor de Jesús. ¿Qué se habían
hecho los hombres? Con valentía algunas de ellas lo
acompañaron. Sólo mujeres vio Lilith quien se apostó
sobre la cruz a mirar desde arriba la cruel escena. Sin
embargo, la Diosa aún no nos confirma si fue esta una
simple solidaridad de género.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/1/19/Hans_Memling_026.jpg/250px-Hans_Memling_026.jpg

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