lunes, 27 de febrero de 2012

Cartas Rosacruces 5


Los Adeptos Carta V
En la contestación a mi carta última, has manifestado la opinión de que el exponente de espiritualidad (significando intelectualidad y moralidad combinadas) exigido por nuestro sistema de filosofía es en exceso elevado para que el hombre pueda alcanzarlo, y dudas tú si alguien ha llegado alguna vez a él. Permite que te diga que muchos de aquellos a quienes la Iglesia cristiana llama santos, y otros muchos que no han pertenecido jamás a aquella Iglesia y a quienes se acostumbra llamar "paganos", han obtenido aquel estado, y por lo tanto han alcanzado poderes espirituales que les han permitido llevar a cabo cosas bien extraordinarias, llamadas milagros.
Si examinas la historia de las vidas de los santos, encontrarás en ellas una gran cantidad de cosas grotescas, fabulosas y falsas, puesto que aquellos que escriben las leyendas conocen bien poco o nada acerca de las leyes misteriosas de la naturaleza; ellos han registrado fenómenos que han tenido lugar, o que por lo menos se cree que han sucedido; pero no pueden ellos explicar las causas que les han dado origen, y han inventado las explicaciones que les han parecido más probables o creíbles, según su manera de pensar. Pero entre todos estos escombros, encontrarás una gran parte de verdad, lo cual viene a demostrar que aun la misma inteligencia de personas sin ilustración puede ser iluminada por la sabiduría divina, si aquellas personas viven pura y santamente. Verás cómo en muchas ocasiones, frailes y monjas, pobres e ignorantes, y según el mundo, sin instrucción, alcanzaron una sabiduría tal, siendo consultados por papas y reyes en asuntos importantes, y cómo muchos de ellos lograron el poder de abandonar sus cuerpos físicos para visitar lugares distantes en sus cuerpos espirituales, formados por la sustancia del pensamiento, y llegaron hasta a aparecer en forma material en puntos remotos. Las ocurrencias de esta especie han sido tan numerosas que, si leemos sus relaciones, cesarán de parecer extraordinarias, y será de todo punto innecesario el mencionar estos casos, puesto que todos ellos son ya bien conocidos. En la Vida de Santa Catalina de Sena en la de San Francisco Javier y en muchos otros libros encontrarás la descripción de semejantes incidentes. La historia profana rebosa también de narraciones referentes a hombres y mujeres extraordinarios, y me limitaré a recordarte la historia de Juana de Arco, que poseyó dones espirituales, y la de Jacobo Boheme, el zapatero ignorante, al cual la sabiduría divina iluminaba.
Dudamos de si puede existir nada más absurdo que el intentar argüir y disputar acerca de semejantes cosas con un escéptico o materialista que niega que sean posibles. El intentarlo equivaldría a disputar acerca de la existencia de la luz con un ciego de nacimiento, ni puede ningún tribunal de ciegos fallar acerca de si la luz existe o no existe. Sin embargo, ha existido y todavía existe, y podemos darles a los ciegos una idea de la misma, pero no podemos probársela científicamente, durante tanto tiempo como permanezcan ciegos a la razón y a la lógica.
En muchos puntos del mundo han sido las gentes degradadas hasta un punto tal por la "civilización moderna" que ha llegado a ser para ellos completamente incomprensible el que una persona pueda verificar acto alguno, sea el que fuera, excepto con el objeto de ganar dinero, obtener comodidades o por afición al lujo; el único móvil de su vida es el hacerse ricos, comer, beber, dormir y volver a comer, y gozar de todo el confort de la vida externa. Sin embargo, semejantes personas no son felices; viven en un estado de fiebre y excitación continuas, corriendo siempre tras de sombras que desaparecen en cuanto se acercan, o que crean deseos más violentos hacia otras sombras, si son asimiladas y absorbidas.
Pero afortunadamente, existen todavía otros en quienes la centella divina de espiritualidad no ha sido velada por la humareda del materialismo, y algunos existen en quienes esta centella se ha convertido en una llama, gracias al soplo del Espíritu Santo, emitiendo una luz que ilumina sus inteligencias y que hasta penetra sus cuerpos físicos de un modo tal que aun un observador superficial puede ver que el carácter de estas personas es extraordinario.
Personas semejantes existen en distintas partes del mundo, y constituyen una Fraternidad, cuya existencia es conocida sólo por muy pocos, ni es de desear que cualesquiera detalles acerca de esta Fraternidad sean conocidos públicamente, puesto que semejantes noticias no harían más que excitar la envidia y la cólera del ignorante y del malvado y poner en actividad una fuerza que ningún daño causaría a los Adeptos, pero sí a aquellas voluntades perversas que contra los Adeptos se levantaran.
Sin embargo, como tú deseas conocer la verdad, no por curiosidad frívola, sino por el deseo de seguir el camino de la misma, me es permitido darte las noticias siguientes [1]:
Los Hermanos de quienes hablamos, viven desconocidos para el mundo; la historia nada sabe acerca de los mismos, y sin embargo, son ellos los más grandes de entre toda la humanidad. Los monumentos que en honor de los conquistadores del mundo han sido erigidos se habrán convertido en polvo; reinos y tronos habrán desaparecido, pero estos elegidos vivirán todavía. Llegará un tiempo en el que el mundo quedará convencido de la indignidad de las ilusiones externas, y empezará a estimar sólo aquello que es digno de ser apreciado; entonces será conocida la existencia de los Hermanos y se apreciará su sabiduría. Los nombres de los grandes de la tierra están escritos en el polvo, los nombres de estos Hijos de la Luz inscritos están en el Templo de la Eternidad. Yo te haré conocer a estos Hermanos, y podrás tú convertirte en uno de ellos.
Estos Hermanos están iniciados en los misterios de la religión, pero no vayas a comprenderme mal, ni a suponer que pertenecen ellos a alguna sociedad secreta exterior, como las que acostumbran a profanar lo que es sagrado, por la verificación de ceremonias externas, y cuyos miembros se llaman a si mismos Iniciados. ¡No! Unicamente el espíritu de Dios es quien puede iniciar al hombre en la Sabiduría Divina e iluminar su inteligencia. Unicamente el hombre puede guiar al hombre al altar donde arde el fuego divino, el segundo debe llegar a él por sí mismo; si desea ser iniciado, debe por sí mismo hacerse digno de obtener dones espirituales, él mismo debe beber en la fuente, que para todos existe, y de la cual nadie es excluido más que aquellos que a sí mismos se excluyan.
Mientras los ateos, materialistas y escépticos de nuestra civilización moderna falsean la palabra "filosofía", con objeto de preconizar como sabiduría divina las elucubraciones de sus propios cerebros, estos Hermanos viven tranquilamente bajo la influencia de una luz más elevada, y construyen un templo para el eterno espíritu, un templo que continuará existiendo después de que más de un mundo haya perecido. Su trabajo consiste en cultivar los poderes del alma; ni el torbellino del mundo externo ni sus ilusiones les afectan; leen las letras vivientes de Dios en el libro misterioso de la naturaleza; ellos reconocen y gozan de las armonías divinas del universo. Mientras los sabios del mundo procuran reducir a su propio nivel intelectual y moral todo lo que es sagrado y exaltado, estos Hermanos se elevan al plano de la luz divina y encuentran en él todo cuanto en la naturaleza es bueno, verdadero y bello. Son ellos los que no se limitan a creer meramente, sino que conocen la verdad por contemplación espiritual o Fe, y sus obras hállense en armonía con su Fe, porque ellos obran bien por amor al bien y porque saben qué es el bien.
No creen que pueda un hombre convertirse en un verdadero cristiano por la mera profesión de una cierta creencia, o por unirse a una Iglesia cristiana en el sentido literal de la palabra. Convertirse en un verdadero cristiano significa convertirse en un Cristo, elevarse por encima de la esfera de la personalidad e incluir y poseer en el seno del yo propio y divino de uno mismo todo cuanto existe en los cielos o sobre la tierra. Es un estado que se halla fuera de la concepción de aquel que no lo ha alcanzado; significa una condición en la cual uno es actual y conscientemente un templo en donde la Trinidad Divina, con todo su poder, reside. Unicamente en esta luz o principio al cual nosotros llamamos Cristo, y al cual otras naciones conocen con otros nombres, podemos encontrar nosotros la verdad. Entra en aquella luz, y aprenderás a conocer a los Hermanos que en la misma viven. En aquel santuario residen todos los poderes y los llamados medios sobrenaturales, por cuyo medio la humanidad puede recibir la energía necesaria para que quede restablecido el lazo, en la actualidad quebrantado, que en épocas remotas unía al hombre con la fuente divina de la cual procede. Si los hombres conociesen tan sólo la dignidad de sus propias almas y las posibilidades de los poderes que latentes en las mismas permanecen, el deseo tan sólo de encontrar sus propios egos les llenaría de temor respetuoso.
Sólo existe un Dios, una verdad, una ciencia y un camino para llegar a ella; a este camino se le da el nombre de religión, y por lo tanto, sólo existe una religión práctica, aunque existan mil teorías diferentes. Todo cuanto se necesita para obtener un conocimiento de Dios está contenido en la naturaleza. Todas cuantas verdades la religión de verdad puede enseñar han existido desde el principio del mundo y existirán hasta que el mundo concluya. En todas y cada una de las naciones de este planeta ha brillado siempre la luz en las tinieblas, a pesar de que las tinieblas no la han comprendido. En algunos puntos esta luz ha sido muy brillante, en otros menos, en proporción a la facultad receptiva del pueblo y a la pureza de su voluntad. Siempre que ha encontrado una receptividad grande ha aparecido con gran resplandor y ha sido percibida en un estado mayor de concentración según la capacidad de los hombres para percibirla. La verdad es universal y no puede ser monopolizada por hombre alguno, ni por ninguna colectividad de hombres; los misterios más augustos de la religión, tales como la Trinidad, la caída o diferenciación de la mónada humana, su Redención por amor, etc., se encuentran tanto en los antiguos sistemas religiosos como en los modernos. El conocimiento de los mismos es el conocimiento del universo; en otras palabras, es la Ciencia Universal, una ciencia que es infinitamente superior a todas las ciencias materiales del mundo, cada una de las cuales entra todo lo más en algún detalle ínfimo de la existencia, pero que deja a las grandes verdades universales, en las que toda existencia se funda, fuera de consideración, y hasta trata quizá semejantes conocimientos con desprecio, porque sus ojos están cerrados a la luz del espíritu.
Las cosas externas pueden ser examinadas con la luz externa; las especulaciones intelectuales requieren la luz de la inteligencia, pero la luz del espíritu es indispensable para la percepción de las verdades espirituales, y una luz intelectual sin la iluminación espiritual conducirá a los hombres al error. Aquellos que deseen conocer verdades espirituales, deben buscar la luz en el interior de sí mismos, y no esperar que la obtendrán por ninguna especie de formas o ceremonias externas; únicamente, cuando dentro de sí mismos hayan encontrado a Cristo, serán dignos del nombre de cristiano [2].
Esta era la religión práctica, la ciencia y el saber de los sabios antiguos largo tiempo antes de que la palabra cristianismo fuese conocida; era también la religión práctica de los primitivos cristianos, que eran gentes iluminadas espiritualmente y verdaderos seguidores de Cristo. Sólo a medida que el cristianismo se hizo popular y, por consiguiente, comprendió erróneamente el sistema de religión, las interpretaciones falsas han suplantado a las verdaderas doctrinas, y los símbolos sagrados han perdido su significación verdadera. Organizaciones eclesiásticas y sociedades secretas se han apropiado las formas y alegorías exteriores; fraudes eclesiásticos y misticismo han usurpado el trono de la religión y de la verdad. Los hombres han destronado a Dios, y se han colocado ellos mismos en el trono. La ciencia de semejantes hombres no es sabiduría; sus experiencias prácticas hállanse limitadas por sus sensaciones corpóreas; su lógica hállase fundada en argumentos que son fundamentalmente falsos, jamás han conocido ellos las relaciones existentes entre el Infinito Espíritu y el hombre finito; ellos se arrogan poderes divinos, que no poseen, induciendo así a los hombres a que busquen en ellos la luz, la cual puede únicamente encontrarse en el interior de uno mismo; ellos engañan al hombre con esperanzas falsas, y aletargándolo en una falsa seguridad, lo conducen a la perdición.
Un tal estado de cosas es la consecuencia necesaria del poder exterior que las modernas iglesias han alcanzado. Demuestra la historia que según una iglesia ha aumentado en poder externo, ha disminuido su poder interno. Ya no puede decir por más tiempo: "No poseo ni oro ni plata", y tampoco a los enfermos "Levántate y anda".
A menos que a los antiguos sistemas se les infunda una nueva vida, su decadencia es segura. Su disolución es sólo en exceso aparente en el desarrollo universal de las perniciosas supersticiones del materialismo, escepticismo y libertinaje. No puede a la religión infundírsele una vida nueva, dando fuerza al poder externo y autoridad material al clero; debe serle infundida en su centro mismo. El poder central que da vida a todas las cosas y que a todas las pone en movimiento, es el Amor, y sólo estando penetrada por el amor su religión puede ser fuerte y duradera; una religión fundada en el amor universal de la humanidad contendría los elementos de una religión universal.
A menos que el principio de amor sea prácticamente reconocido por la Iglesia no se desarrollará en su seno Cristo alguno, ni adeptos ni guías espirituales verdaderos, y los poderes espirituales que los clérigos pretenden poseer existirán tan sólo en su imaginación. Cese el clero de distintas denominaciones de excitar el espíritu de intolerancia, desista de invitar al pueblo a la guerra y a la sangre, a disputas y querellas. Reconozcan que todos los hombres, pertenezcan a la nación que pertenezcan, y profesen la religión que profesen, tienen un solo origen común, y que un solo destino colectivo es el que les espera, y que todos ellos son fundamentalmente uno, diferenciándose meramente en sus condiciones externas. Entonces, cuando se piense más en el interés de la humanidad que en los intereses temporales de las iglesias, entonces la verdadera iglesia recobrará su poder interno; entonces se encontrarán de nuevo en la Iglesia adeptos, Cristos y santos, otra vez se obtendrán dones espirituales, y hechos milagrosos se llevarán a cabo, los cuales serán más a propósito para convencer a la humanidad que todas las especulaciones teológicas acerca de que más allá del reino sensible de la ilusión material, existe un poder más elevado, universal y divino, y que, a aquellos que están en posesión del mismo, además de darles derecho de llamarse a sí mismos divinos, les hace realmente divinos y les permite llevar a efecto actos divinos.
La verdadera religión consiste en el reconocimiento de Dios, pero Dios no puede ser reconocido más que por medio de su manifestación, y aunque toda la naturaleza es una manifestación de Dios, sin embargo, el grado más alto de esta manifestación es la divinidad en el hambre. El hacer a todos los hombres divinos es el objetivo final de la religión, y el reconocer a la Divinidad universal (Cristo) en todos es el medio para lograr aquel fin. El reconocimiento de Dios significa el reconocimiento del universal principio de amor divino. Aquel que reconozca plenamente este principio, no meramente en la teoría sino en la práctica, le serán abiertos sus sentidos internos, y su mente será iluminada por la Sabiduría Espiritual y Divina. Cuando todos los hombres hayan llegado a aquel estado, entonces la luz divina del espirito iluminará al mundo y será reconocida del mismo modo que la luz del sol es universalmente vista. Entonces el saber sustituirá a la opinión, la fe a la nueva creencia, y el amor universal dominará en lugar del amor personal. Entonces serán reconocidas en la naturaleza y en el hombre la majestad del Dios universal y la armonía de sus leyes. Y en las joyas que adornan al trono del Eterno, joyas que conocen los Adeptos, se verá resplandecer la Luz del Espíritu.
                                                                                            
NOTAS:
La carta original de donde se ha extractado lo que sigue, fue escrita por Karl von Eckhartshaussen, en Munich, el año 1792.
En alemán un Cristo, significa un cristiano, y también uno que es una encarnación del principio Cristo; ambas palabras son idénticas y ninguna diferencia se hace entre un cristiano y un Cristo.

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