viernes, 10 de febrero de 2012

Jesús y el demonio

Caminaba Jesús por las dunas del desierto en marcha
penitente, de repente sintió una fuerte ola de calor
que provenía de un sitio a pocos metros de distancia.
Avanzó hasta encontrar un pequeño hueco de donde
salía un hedor insoportable. Asomó su cabeza y empezó
a llamar por si alguien lo escuchaba, y su sorpresa fue
mayor cuando le contestaron: —“Si me sacas de aquí
podría mostrarte todos los caminos de este desierto”.
Pasó un tiempo y apareció muy lejos, hacia abajo, la
figura de lo que podría ser una persona.
—“¿Quién eres?” –preguntó Jesús–.
—“Tengo muchos nombres, pero prefiero llamarme
príncipe de las tinieblas”, –reveló la enigmática
figura–.
—“¿Por qué no llamarte el Rey?”.
—“Porque aunque me duela admitirlo, aquí ya existe
un rey. Me dejó en este hueco con una cantidad de
problemas que, con inteligencia, he sabido sortear.
Pero tengo grandes dificultades, una de ellas es que no
puedo salir de aquí. Y… ¿quién eres tú?”
—“Yo soy Jesús de Nazaret, el hijo de Dios. Estoy
haciendo ayuno. —¿Quién eres tú? –preguntó de nuevo
Jesús–.
—“Ya te lo he dicho, yo soy el príncipe de las tinieblas.
Tu Padre, aunque me cueste admitirlo, es el rey aquí,
aunque nunca viene. Pero si tú eres el que dices ser,
convierte esas piedras en pan, estoy pasado de hambre.
Un príncipe de las tinieblas dominado por un rey, que
también es Dios, no debería vivir en mis condiciones”.
—“No sólo de pan se vive”.
—“¿Eres el hijo del Rey?, tengo tratos con él”.
—“Realmente no tenía idea de que mi Padre tuviera
negocios en estas lejanías. Eso es algo que me
sorprende”.
—“Me encargo de lo que se le pudre. ¿Será que, además
de ser el hijo de Dios, eres inteligente?” Continuó un
monólogo, o mejor un pliego de exigencias. Exigió y
exigió, escupió y le enseñó a Jesús algunas palabras
inmundas que había inventado en su infierno. “Si eres
el hijo de Dios, baja a mi guarida para que veas con tus
propios ojos. Si eres el hijo de Dios, mándame comida,
hace años no me trago nada que valga la pena. Si
eres el hijo de Dios, mándame mujeres de carne y no
podridos espíritus”. Eran los lamentos del demonio
en su antro nauseabundo. A Jesús, que llevaba 40 días
y 40 noches ayunando en el desierto, le pareció que
el hambre y la falta de sexo eran también caminos al
cielo, así que dijo “no” a cada pedido. El habitante de
la fosa estaba iracundo e inventó más aflicciones a ver
si lo convencía. Jesús tenía un “no” que no le gustaba a
este príncipe, la falta de cooperación lo encolerizaba.
En medio de sus exigencias, ordenó a Jesús que
se arrodillara porque era él quien mandaba en ese
territorio: “el desierto en el que estás me pertenece.
El calor no viene de arriba, sube directamente de mis
calderas. La arena es la ceniza, conozco los caminos
de estas extensiones, estaría dispuesto a llevarte a
conocer cada rincón, cada animal que en él habita,
cada piedra y cada grano de arcilla”. De tanto insistir
el demonio fue debilitando a Jesús, y lo convención
de sellar una alianza con él mediante el solemne rito
de los animales partidos a la mitad. Se rociaron con
la sangre de los inmolados y durante la ceremonia se
hicieron mutuas promesas.
Como Dios está en todas partes, se dio cuenta del
engaño del que estaba siendo víctima su buen
hijo, cayendo nada menos que en las garras de su
enemigo Luzbel. Mandó a dos de sus ángeles a sacar
a su profeta temporal de este problema. El tiempo
jugó un papel clave, pues al momento de levantar a
Jesús y rescatarlo el pobre se había convertido en un
espécimen pulverulento, espeluznante y nictálope.
En una segunda ira divina, Dios confinó al demonio
a no salir nunca más a la superficie. Taponó para
siempre aquel cráter que, por descuido celestial, el
enemigo había abierto sobre el caluroso desierto para
tratar de engañar a su buen muchacho.

http://th08.deviantart.net/fs70/150/f/2010/329/a/7/lost_soul_by_jesus_gore-d33hvlx.jpg

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