jueves, 9 de febrero de 2012

Salomé

Princesa idumea. Hija de Herodías (nieta del feroz
Herodes) y de su tío Herodes Filipo, a quien abandonó
por el tetrarca Herodes Antipas, de quien consiguió lo
que para ella y su hija quería: riqueza y poder.
El pueblo criticó la unión entre Herodías y Herodes
Antipas por ser éste hermanastro de Herodes Filipo
y por haber repudiado a su anterior esposa, hija de
un monarca nabateo. En esta denuncia se hizo visible
Juan el Bautista, quien pregonaba a todos los vientos
la pecaminosa unión. Fue apresado Juan el Bautista,
el Precursor, llevado a las mazmorras de la fortaleza
de Maqueronte en el Mar Muerto, lugar predilecto
de reuniones y orgías de Antipas donde también
purgaban penas algunos de sus prisioneros.
Salomé había encontrado un valor agregado al visitar a
los sentenciados por la corte. Eran hombres que sabían
dar placer y apreciaban sexualmente su presencia en
semejante cautiverio. Ella curaba un tipo de heridas
que otras no se atrevían a curar. Los reclusos eran
inagotables en aquello de darse sin medida, contrario
a los hombres que conocía en su medio cuyas
emisiones de semen eran repartidas por un solo tipo
en miles de camas, tornándose en sexo cansado, de
mala calidad y baja factura. Salomé despreciaba esta
impotencia de sábanas blancas, apenas manchadas
por un microscópico espermatozoide.
Los cautivos eran surtidores de placer, pero Juan el
Bautista no sólo era eso, tenía pasión en los poros del
oficio, pasión en la palabra; su presencia era llamativa,
olía a sexo desde afuera de la celda y decían que poseía
el atributo de comunicarse directamente con Dios,
sin intermediarios. Cuando se cruzaron sus miradas,
ardieron sus cuerpos, Juan bramó contra la reja. Ella
siguió dándose una vuelta por el lugar, haciéndose la
que escogía, hasta que volvió al mismo sitio. Todo se
habría dado para complacer a Salomé, pero cuando
regresó a la celda a devolverle con palabras lo que
él le había pedido con sus ojos, encontró a un ser
absolutamente extraño, no se parecía al de hacía
unos minutos, el que la deseaba brutalmente, con el
que ella yacería, el de fuego en los ojos, con el que
no mediaría palabra. Ese no era Juan, era ahora el
Bautista, hombre atormentado con la idea de Dios.
Dios vino rápidamente, entró en el libidinoso Juan,
lo aconsejó, lo amenazó, apagó su incendio. El
Todopoderoso perdió la tranquilidad y la cordura, no
pudo actuar siquiera con diplomacia ante el pedido de
la digna hija de Lilith, no accedió a darle un poco de
placer, y Juan, el Bautista, se descompuso de manera
que su negativa la expresó con palabras poco sabias.
Blasfemó y vociferó. Lejos de imaginarse que el Padre
ya tenía su cabeza vendida. El Bautista deliraba en
calidad mística y Yahve no prestó atención, quebrantó
la fidelidad que debía existir entre ellos por haber sido
uno de sus más abrumadores y arrodillados servidores.
De parte de Lilith, la cosa estaba resuelta, aunque se
trataba de un capricho de su amada Salomé. La hija
de Herodías había hecho una petición directa a Juan,
propuesta de sexo sano. El santo dudó, entornó los
ojos para darse la oportunidad de decidir qué hacer,
al momento que cayó sobre él una luz dionisiana que
tornó borroso su pensamiento. Como poseído, el
pobre Juan empezó a agredir de palabra a Salomé.
Ni siquiera era una consternación moral, era Dios un
delirio que pronto lo sacó de la realidad convirtiéndolo
en un vehículo violento, era una voz que decía desde
su cabeza: “no la poseerás”. Salomé, profundamente
contrariada, percibió (como saben percibir todas las
hijas de Lilith) que algo se interponía en la respuesta
de su deseado Juan. Ella habría aceptado un “no”
sincero porque ya tenía puestos los ojos en otro
prisionero, la indignaba esta intromisión.
Salomé cuenta lo sucedido a su madre. En ese instante,
Lilith apareció en la escena cuando se percato que Dios
había entrado ilegalmente en contienda y le ganaba
una batalla a la mimada, pretensiosa, nunca dañina
y sí muy inteligente Salomé. Herodías, también hija
de Lilith, le sopló a su oído: “baila para tu padrastro y
pide lo que quieras, inclusive puedes pedir la cabeza
de este desgraciado”.
Salomé bailó con tanta armonía y sensualidad ante
su padrastro, el lascivo Tetrarca Herodes Antipas,
que este juró darle lo que pidiera inclusive un reino
entero. Pero Salomé pidió humildemente la cabeza
de Juan el Bautista, la que en pocos minutos estaba
servida en una bandeja y hacía parte de esa gran
orgía. La boca de Salomé mordió despiadadamente
los labios muertos de Juan.
http://www.reprodart.com/kunst/bernardino_luini/salome-mit-dem-Haupt-.jpg

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