lunes, 6 de febrero de 2012

Monólogo de Lilith

Olvidaste que fuimos hechos de polvo cósmico, somos
iguales. ¿En qué momento comenzaste a posar de
pavo real, mientras la humanidad se hundía en el
lodo de la guerra y la miseria? La mitología me señaló
con la culpa de tenerte entretenido entre juegos,
sexo, engaños, brujerías. Estoy lejos de considerar
ese pasaje. Aunque un día fuimos felices, nuestra
relación se deterioró muy temprano. Sentí tristeza
de alejarme, de decirte “no más”, después empecé a
verte como a un padre o a un amante desolado, cada
vez más incapaz de cumplir promesas de tierras a
los elegidos, cada vez menos eficiente en hacer llover
maná del cielo. Sin embargo, nunca has engañado
a nadie, por eso puedo mirarte a los ojos y escupir
sobre tu nombre. Fui consciente de las desventajas
patriarcales, pude darme cuenta de cómo fueron
calladas poco a poco mis amadas hijas, mis profetisas
suplantadas, mis hechiceras calcinadas, mis madres
declaradas impuras. Sangré con sus dolores, ¿a
dónde se fueron las otras, cada una con su historia?
Como un testigo de segunda, como Lilith la diosa de
escasos poderes, he actuado en nombre de mis hijas,
he llevado conmigo cada sufrimiento, cada negación,
cada injusticia, cada amordazamiento lo he vivido en
mi carne cósmica.
Entré en guerra cuando me nombraste capitana del
otro bando, a mí, la auto-exiliada, la que se desnudó
ante ti porque te deseaba, la que un día fue feliz
contigo y dejó de serlo porque así es el desencanto,
porque me decidí por seres menos perfectos que tú,
porque vi valor y virtud en los perdedores, inteligencia
en las mujeres, astucia en los pecadores, ternura
en los arrepentidos, abandono y compasión en los
moribundos. Así fue que terminé, sin darme cuenta,
ocupándome de los seres que no quieren nacer.
Aquellos que por una extraña visión saben con lo que
se van a encontrar y me llaman para que los salve
del porvenir y, de paso, para que salve a sus madres
de la culpa de haberlos tirado en esta cloaca que es
el mundo, y que algunas de mis extraviadas siguen
llenando con seres que no querían llegar, con seres
no deseados.
Mi fecundidad es excesiva y libre de culpa, consiste
en tomarme el semen que sobra de las relaciones
sexuales de todos los hombres de la tierra. Vivo
preñada y a la vez pariendo espiritejos, hijos naturales
de los hombres, seres sin cuerpo, demonios con los
mismos derechos de los hijos legítimos. Mi lujuria va
de la mano con la alegría, el derroche, el ingenio, la
gracia y la intuición. Mi pasión legitima la existencia
de seres libres. Mi conocimiento para dar la vida y al
mismo tiempo poderla quitar, me hace Diosa. Por ese
conocimiento me has envidiado, me has temido, has
enviado sobre mí la oscuridad, me vinculaste a las
sombras, a la rebeldía, a la perversión, cuando no hay
nada más perverso que tu orden de atacar.
Un día cualquiera me senté a descansar en mi desierto
y terminé observándome una herida en el bajo
vientre, escarbé en ella con los dedos y empezaron
a salirme todos los pobres de la tierra, hordas de
hombres y mujeres desarraigados, incurables para
la existencia, sin mayor posesión que sus dolorosas
llagas de humildad, silencio, desamor, rebeldía y
pesadumbre. ¿A qué horas los creaste a tu imagen
y semejanza, sin mayor posesión que la miseria de
existir? ¿En qué momento me dejé acorralar tanto en
mi condición demoníaca? ¿Por qué no acudí a sus no
nacimientos? ¿Por qué no estuve en la repartición?,
alguna cosa pude haber hecho por ellos. He ahí mi
culpa, he ahí mi culpa, dejar esto en tus pulcras e
inequitativas manos. Dejaste campear la codicia por
el mundo, he hizo bien su trabajo, permeó hasta
tus discípulos, tus representantes participaron
creando más desigualdad, absolvieron la injusticia,
colaboraron activamente en toda clase de asesinatos
y holocaustos. ¿Cómo los miras a los ojos cuando te
alaban, sin que los borres de tajo de la faz de la tierra?
Actúas con ellos de manera absurda, benevolencia
que perjudica tu imagen de Dios justo y compasivo.
Seguí observando mi herida y salieron miles de mis
hijas, de todos los tiempos, aquellas que siempre llevo
conmigo, las que no clasificaron como seres humanos,
aquellas que sabían la magia de quitar un dolor de
muela, enamorar a un hombre o hacer dormir a un
niño, las que por eso ardieron en hogueras, haciendo
inmensa mi llaga; las que fueron tratadas con crueldad
hasta someterlas, venderlas, menospreciarlas;
esas que van quedando en el olvido donde también
escondieron a sus hijos y protegieron a la humanidad
para que un día fuera eso, humanidad. Me incliné
para besar las lenguas de las que blasfeman y escupen
odio, las lamí para apaciguarlas, pero mis lágrimas
se confundieron con mi sangre y no pude estar más
tiempo ahí, contemplándome, contemplándolas.
Levanté la mirada de mi bajo vientre y agucé la vista
en el desierto. He ahí la magnitud de mi tarea, cada
mujer, un grano de arena, y yo sentada llorando por el
pasado sin contar todas aquellas que llevo a cuestas.
Olvidaste ya que un día fuimos felices. Es evidente tu
furia desde el antiguo testamento y mi acorralamiento
fundacional, pero sabes bien que tú y yo no existimos,
porque al negarme a mí, tú te esfumas, por no venir
de ningún lado. Vine a contar tu pasado, yo que fui
testiga de segunda, ahora soy lengua viperina porque
la humanidad debe saber que a quien divinizaron ya
fue superado en maldad por aquellos que avalo con su
nombre. Un día fuimos felices. Llevo a mis lloronas
colgadas de los senos, a los desvalidos sobre la planta
de mis manos, para las rebeldes es mi trono, para las
lujuriosas mi simpatía, para las infames los buenos
augurios. A ti sólo me resta decirte: “gobernará una
Diosa”, y partiré de la compasión a la misericordia en
sentido inverso.

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