Determinados fenómenos considerados anómalos
–OVNIs, apariciones celestiales, contactos con el mundo de los
espíritus, teleportaciones espacio-tempotales…– y los últimos
descubrimientos en el campo de la física, apuntan hacia una fascinante
posibilidad: que inteligencias procedentes de universos paralelos están
interfiriendo en nuestro mundo tridimensional. “El universo no es plano”
(Palmyra, 2012), obra de reciente publicación de la cual extractamos el
siguiente reportaje, va incluso más allá, ofreciendo evidencias de que
todos podemos acceder a esas otras dimensiones, pues nuestra conciencia
–o alma– es independiente del cuerpo físico
El universo no es plano (Palmyra 2012). Autor: Miguel Pedrero.
Texto: Miguel Pedrero
El estudio de las capacidades telepáticas de los seres vivos
obsesionó durante toda su vida al Dr. Joseph Rhine y su esposa, la
también científica Louisa. Las investigaciones de ambos, desarrolladas
durante décadas en el Departamento de Psicología de la Universidad de
Duke (EE UU), plantaron la semilla de la parapsicología científica.
Emplearon sobre todo la baraja Zener (llamada así en honor al
colaborador de los Rhine que las inventó). Estaba compuesta por
veinticinco naipes en los que se reproducían cinco veces cinco sencillos
símbolos: círculo, cuadrado, cruz, estrella y líneas ondulantes.
En sus miles de experiencias, sometidas a unas exhaustivas medidas de
control, un individuo (emisor) trataba de transmitir mentalmente las
figuras que salían en los naipes a otra persona (receptor), la cual no
podía ver las mismas. Los resultados de sus experimentos mostraban que
el índice de aciertos estaba estadísticamente por encima del atribuido
al azar. De hecho, algunos individuos obtuvieron resultados
espectaculares, como el que acertó en tantas ocasiones el naipe correcto
que la posibilidad de que se tratara de una simple casualidad era de
una entre 298.000 billones. Estas personas son lo que los especialistas
denominan sensitivos, pues poseen una aptitud especial para esta clase
de experimentos u otros similares.
El matrimonio Rhine también descubrió algo de suma importancia, que
sería corroborado en posteriores investigaciones en las décadas
siguientes: el índice de aciertos es más elevado cuanto mayor es la
relación afectiva entre el emisor y el receptor. En otras palabras, el
fenómeno de la telepatía no depende de la cercanía espacial entre los
individuos participantes en un experimento, sino de su proximidad
afectiva. De hecho, algunos estudiosos opinan que el amor a primera
vista o flechazo, esa extraña sensación que nos hace sentirnos atraídos
por otra persona nada más toparnos con ella, en realidad podría
constituir un modo de conexión telepática. En este sentido, la doctora
Ruth Sinclair realizó una encuesta a 1.284 parejas de EE UU, cuyos
resultados fueron sorprendentes: aquellas parejas que sintieron amor a
primera vista estaban más compenetradas y eran más felices que el resto
en una proporción más que significativa de nueve a uno.
Rhine también averiguó que las mejores parejas telepáticas eran las
compuestas por hermanos, sobre todo si eran gemelos. Pero hay más. Según
la carga emocional para el receptor del mensaje transmitido, éste
obtendrá diferentes resultados, tal como muestran los estudios del
ingeniero Douglas Dean. El investigador empleó un pletismógrafo digital
que medía, a través de unos sensores conectados a un individuo que hacía
de receptor, variaciones ínfimas de su flujo sanguíneo. Otra persona,
desde una habitación diferente, transmitía ciertos colores, cinco
nombres al azar y otros diez nombres de sujetos relacionados con el
receptor. Precisamente, cuando eran emitidos estos últimos, el aparato
registraba variaciones significativas en su corriente sanguínea.
La moderna física descubre cómo se produce
Después de más de cincuenta años de investigaciones en laboratorio,
los parapsicólogos todavía no hallan respuesta a dos cuestiones básicas:
cómo funciona la telepatía y por qué se obtienen mejores resultados
cuando emisor y receptor están unidos por lazos afectivos. La solución a
estos enigmas, aunque parezca increíble, podría encontrarse en una
serie de experimentos con partículas subatómicas (de un nivel
estructural inferior al átomo), que constituyen la base de la moderna
física cuántica. Los primeros resultados se obtuvieron empleando dos
electrones que, en un laboratorio, se hicieron vibrar al unísono en un
estado conocido como "coherencia". A partir de ese momento, ambas
partículas quedaron unidas para siempre por una especie de "cordón
umbilical" invisible que los científicos todavía no han logrado
descubrir. Este fenómeno se conoce por el nombre de "entrelazamiento
cuántico", e implica que cualquier cambio generado en un electrón,
instantáneamente es transmitido al otro, aunque cada uno se encuentre
situado en un extremo diferente del universo.
En otras palabras, algún tipo de conexión profunda los vincula para
siempre, independientemente de la distancia que exista entre ellos. Por
ejemplo, si uno de los electrones gira en una dirección, su "gemelo" lo
hace de inmediato en la contraria. En realidad, lo que se está
produciendo es un intercambio instantáneo de información y, por lo
tanto, por encima de la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por
segundo). En 1993, científicos de la multinacional IBM, dirigidos por
Charles Benett, demostraron que empleando el fenómeno del
entrelazamiento cuántico era posible teletransportar objetos al menos a
nivel atómico. Es decir, demostraron que se podía transmitir toda la
información contenida en una partícula a otra. Desde entonces, físicos
de diferentes centros de investigación y universidades han conseguido
teletransportar fotones e incluso átomos de cesio enteros.
Quizá, en unos años sea posible hacerlo con virus o con una molécula
de ADN, pues las posibilidades en este campo científico son
inabarcables. Hasta el momento, el logro más impactante tuvo lugar en
2006, cuando científicos del Instituto Niels Bohr de Copenhague y el
Instituto Max Plank de Alemania consiguieron entrelazar un haz luminoso
con un gas de átomos de cesio, en un experimento que involucró a
billones de átomos. Uno de los científicos que participaron en la hazaña
aseguró: "Por primera se ha conseguido el teletransporte cuántico entre
luz (portadora de información) y átomos".
Estos experimentos apuntan a una fascinante posibilidad: la telepatía
se produce porque dos individuos son capaces, hasta cierto punto, de
vibrar al unísono. Es decir, logran que sus partículas se entrelacen
cuánticamente, por lo que es posible que uno reciba determinada
información que el otro almacena en su cerebro. En definitiva, el
fenómeno de la coherencia de las partículas subatómicas, que genera una
comunicación invisible e inmediata entre ellas, podría constituir la
base de la telepatía. Por tanto, cuanta más afinidad exista entre ambos
individuos, mayor será la posibilidad de que tenga lugar un "acto
telepático", pues mayor "coherencia" o "entrelazamiento cuántico"
conseguirían generar el uno en el otro (que es lo mismo que decir entre
sus partículas subatómicas).
Precisamente ahí puede radicar la clave de la conexión entre dos
individuos: en la afinidad afectiva entre ambos, de modo que podrían
crear una indisoluble unión más allá de la distancia física a la que se
encuentren. Así sería posible explicar aquello casos –que todos, en
mayor o menor medida, hemos vivido en alguna ocasión– en los que, por
alguna razón que no logramos entender, sabemos que una persona querida
se halla en dificultades en ese preciso instante o que en unos segundos
vamos a recibir la llamada de nuestra pareja o de un amigo íntimo.
Cambiando la materia con nuestro pensamiento
Pero las consecuencias científicas de los experimentos de
entrelazamiento cuántico van más allá de las infinitas aplicaciones que
se podrían obtener en un futuro más o menos cercano, pues apuntarían a
que todas las partículas del universo, en cierta medida, estarían unidas
por un "hilo invisible" desde el principio de los tiempos. En otras
palabras, todos –seres humanos, animales, plantas, estrellas, luz,
calor, piedras, etc.– estamos conectados cuánticamente, así que
cualquier circunstancia que nos afecta, también lo hace al resto del
universo. Por lo tanto, como postulan el budismo y otras filosofías
orientales, todo lo que pensamos o sentimos puede cambiar la realidad
material que nos circunda, pues un pensamiento también es energía y
puede entrar en "coherencia" con la realidad material, cambiando sus
estructuras subatómicas y, por consiguiente, la realidad en sí misma.
De hecho, la hipótesis cosmológica sobre el origen del universo
mayormente aceptada por los astrofísicos es la del big bang
(literalmente "gran explosión"), según la cual la materia surgió cuando
un "punto" de densidad infinita "reventó", generando la expansión del
universo en todas direcciones.
Cada vez se hallan más evidencias de que efectivamente la "gran
explosión" tuvo lugar hace unos quince o veinte mil millones de años. Es
conocido que el universo se está expandiendo como consecuencia de dicho
"estallido" porque las estrellas se alejan de nuestro punto de vista a
velocidades increíbles. Los astrónomos lo saben porque pueden medir la
distorsión de la luz estelar. Por otro lado, la distribución de los
elementos químicos en nuestra galaxia coincide con la predicción de la
teoría del big bang. Además, los objetos más antiguos del universo
tienen alrededor de 15.000 millones de años, lo que también coincide con
dicha hipótesis.
Según advirtieron los defensores del big bang, a finales de los
cuarenta la explosión tuvo que producir una especie de "eco" cósmico –en
realidad una radiación de microondas que impregna todo el universo
conocido– que en alguna ocasión debería ser detectado por nuestros
instrumentos. Y esto ocurrió en 1965 cuando Arno Penzias y Robert
Wilson, científicos de los Bell Telephone Laboratories, lo descubrieron
por pura casualidad y ganaron el Premio Nobel de Física por ello. Todo
lo anterior quiere decir que la materia de la que está constituido el
universo entero –y por consiguiente también nosotros mismos– posee un
origen común, una misma fuente. Así que no tiene nada de extraño que
toda la "realidad" se encuentre conectada por un hilo invisible cuya
fuente hay que buscarla en la "singularidad espacio-temporal" de
densidad infinita de la que, según los astrofísicos, se originó la
expansión del espacio. Desde entonces, los objetos astronómicos se han
alejado unos de los otros.
Pero hay más. Según una de las teorías más extendidas, dicha
"singularidad" se originó debido a la ruptura de un universo
decadimensional que se dividió en uno de cuatro (el nuestro) y en otro
de seis, el cual estaría "enrollado" en el "mundo subatómico". Mediría
10-33 centímetros, por lo tanto demasiado pequeño para ser localizado
mediante un experimento en laboratorio al menos en los próximos siglos,
pues sería necesario emplear tal cantidad de energía que hoy en día es
pura ciencia ficción.
Todo retornará al "origen" cuando tenga lugar el big crunch, es
decir, en el momento que el universo se pliegue sobre sí mismo,
volviendo a su estado inicial. Pero no nos alarmemos, esto sucederá
dentro de muchísimos millones de años. Claro que, primero tendremos que
hacer frente a otra clase de problemas cósmicos de ámbito más "local",
como la extinción de nuestro Sol en "sólo" unos 5.000 millones de años…
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