Alouqua (Alouqa) es la madre de una temible raza de vampiros femeninos provenientes de las leyendas hebreas.
Esta vampiresa es una verdadera experta en el arte amatorio, operación que normalmente lleva hasta las últimas consecuencias.
Al contrario que los Íncubos, Súcubos y vampiros sexuales en general, Alouqua
no se demora más de una noche en sus víctimas, ni prolonga
innecesariamente el rito sexual. Su capacidad amatoria es tan descomunal
que sus amantes no resisten más de una sesión antes de perder
definitivamente la cordura. De hecho, tal como señala Langton en La Démonologie, un encuentro amoroso con Alouqua deriva siempre en la locura y, posteriormente, el suicidio.
Esto se debe a una lógica perfectamente defendible. Hacer el amor con esta vampiresa
es el punto máximo del placer sensual. Después de ello sólo restan dos
alternativas: el ascetismo carnal o la muerte. Muchos, apunta Langdon,
eligen el segundo camino por ser el más fácil.
En la antigüedad la judería poseía talismanes que prevenían el asalto de Alouqua,
hechos de bronce, sedas y combinaciones cabalísticas, las cuales nunca
fueron afines a la sensualidad. Por otro lado, el gueto de Praga
(detallado magníficamente por Gustav Meyrink en El Golem -Der Golem-) recibía visitas periódicas de Alouqua, quien se mostraba piadosa con los moribundos, otorgándoles la potencia viril para una última noche antes de partir.
Versiones antiquísimas relacionan a Alouqua con Lilith, la madre de los vampiros. Según se dice, fue ella quien asistió a Lilith en el destierro, enseñándole a enloquecer a los hombres, aunque su poder jamás podría ser igualado ya que Alouqua
no proviene de los círculos del mundo, sino que fue forjada antes de
él, en algún remoto pensamiento de Yahvé que los sabios han tomado la
precaución de no mencionar.
Que buena forma de irse…
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