domingo, 12 de febrero de 2012

Eva no abrio las piernas a la serpiente.


I
Fue creada como la fiel compañera de Adán.
Al sumirse él en un profundo sueño, ella fue concebida de su costado. De esta forma Dios creó un ser diferente e independiente de Adán, el primer poblador humano.
Eva fue creada y su función no era únicamente la de acompañar a Adán, sino también ser su sombra, su espejo evocador. Para lo cual era inminente la inserción en una existencia distinta, con una consciencia nueva.
Ni el hombre ni la mujer, ni Adán ni Eva, sabían de sus diferencias. No concebían la división, no tenían los ojos abiertos a la dualidad, a la polaridad, no conocían espacio ni tiempo: el espacio era el Paraíso y el tiempo un presente continuo. Estaban inmersos en un aquí y ahora constante.
Eran, pues, felices: con fe en la ley divina, la cual garantiza unidad por sobre todas las cosas, comunión de las polaridades todas, sin división.
No apreciaban diferencias en el entorno que los rodeaba, y reconocían en cada cosa a la unidad cósmica de Dios.
El tiempo no corría ni se detenía, simplemente no existía en el Paraíso. Así como no era pertinente concebir la existencia de otro espacio, diferente de aquél; tampoco era posible pensar un momento distinto al presente continuo en que vivían.

II
Eva encuentra en el árbol del conocimiento a una serpiente enroscada que tendiendo su lengua bífida, trataba de balbucearle unos incomprensibles verbos.
Sobre la cabeza del reptil pendía una circunferencia plana con dos agujas que giraban.
Al acercarse, la serpiente comenzó a hablarle a Eva que, en su desnudez, la escuchaba con mucha atención, y observaba detenidamente sus movimientos y los de aquel nuevo instrumento que la encantaba. Eva se cuestionaba cómo era posible la existencia de un nuevo elemento, nunca antes visto en el mundo.
La serpiente terminó por ofrecerle el objeto a la mujer como un regalo y le decía que sería acompañado por una nueva percepción.
Eva no comprendía las propuestas del animal en su totalidad, pero algo interior la empujaba a aceptar el ofrecimiento de la serpiente.
Ella le prometía la posibilidad de distinguir: el bien del mal, el ahora del pasado y el futuro, el aquí del allá. Todas nociones que fueron, hasta el momento, unidades para Eva, comenzaban a ser diferenciables en la lengua bífida de la serpiente. Finalmente, el deseo por lo desconocido comenzaba a tener más fuerza en Eva, que el anhelo por la unidad. En su blanca pureza espiritual, la oscuridad de lo prohibido y dual empezó a dominarla y a empujarla hacia la promesa de la serpiente.
La caída del ser humano en el mundo divisible y contabilizado del tiempo, tiene por fin el de hacer que el hombre reconduzca su negro cuerpo hacia el blanco anhelo de unidad. Y esta tarea debe realizarse a través del tiempo, ese saturnino reloj que todo nos marca.
Decidió aceptar. Eva y la serpiente se unieron en un amargo beso. Un beso que aún hoy perdura. Y con ese sello la criatura diabólica sembró en Eva la capacidad de discernir.
Cuando abrió sus ojos se dio cuenta de su desnudez y temió que Adán pudiera verla, por eso se cubrió con un traje negro que la serpiente le entregó; pero de todas formas, hubo partes del cuerpo que permanecieron descubiertas, exponiendo la blancura de su piel, como recuerdo de esa unidad indiscernible en que una vez vivió. Blanca unidad a la que aspira, consciente o inconscientemente, el ser humano con sus acciones.

III
Una vez que abrieron los ojos comenzaron a darse cuenta de todas las distinciones que los rodeaban y dejaron de ver en las cosas la unidad. Ahora, las comparaban y diferenciaban cada vez más. Por lo cual, casi sin darse cuenta, fueron alejándose cada vez más del edénico jardín y terminaron por caer en el mundo polar de las formas materiales. Donde el tiempo es el dios que domina y controla todo y a todos.

El primer grano de arena cayó al darse vuelta la clepsidra.
Y se estableció, así, la misión del ser humano luego de la caída:
a través del tiempo, superar el tiempo
para convertirlo en un instante único y eterno.
Por un intento inflexible hacia la unidad.

 

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