I
Fue creada como la fiel compañera de Adán.
Al sumirse él en un
profundo sueño, ella fue concebida de su costado. De esta forma Dios
creó un ser diferente e independiente de Adán, el primer poblador
humano.
Eva fue creada y su función no era únicamente la de acompañar
a Adán, sino también ser su sombra, su espejo evocador. Para lo cual
era inminente la inserción en una existencia distinta, con una
consciencia nueva.
Ni el hombre ni la mujer, ni Adán ni Eva, sabían
de sus diferencias. No concebían la división, no tenían los ojos
abiertos a la dualidad, a la polaridad, no conocían espacio ni tiempo:
el espacio era el Paraíso y el tiempo un presente continuo. Estaban
inmersos en un aquí y ahora constante.
Eran, pues, felices: con fe en
la ley divina, la cual garantiza unidad por sobre todas las cosas,
comunión de las polaridades todas, sin división.
No apreciaban diferencias en el entorno que los rodeaba, y reconocían en cada cosa a la unidad cósmica de Dios.
El
tiempo no corría ni se detenía, simplemente no existía en el Paraíso.
Así como no era pertinente concebir la existencia de otro espacio,
diferente de aquél; tampoco era posible pensar un momento distinto al
presente continuo en que vivían.
II
Eva encuentra en el árbol
del conocimiento a una serpiente enroscada que tendiendo su lengua
bífida, trataba de balbucearle unos incomprensibles verbos.
Sobre la cabeza del reptil pendía una circunferencia plana con dos agujas que giraban.
Al
acercarse, la serpiente comenzó a hablarle a Eva que, en su desnudez,
la escuchaba con mucha atención, y observaba detenidamente sus
movimientos y los de aquel nuevo instrumento que la encantaba. Eva se
cuestionaba cómo era posible la existencia de un nuevo elemento, nunca
antes visto en el mundo.
La serpiente terminó por ofrecerle el objeto a la mujer como un regalo y le decía que sería acompañado por una nueva percepción.
Eva
no comprendía las propuestas del animal en su totalidad, pero algo
interior la empujaba a aceptar el ofrecimiento de la serpiente.
Ella
le prometía la posibilidad de distinguir: el bien del mal, el ahora del
pasado y el futuro, el aquí del allá. Todas nociones que fueron, hasta
el momento, unidades para Eva, comenzaban a ser diferenciables en la
lengua bífida de la serpiente. Finalmente, el deseo por lo desconocido
comenzaba a tener
más fuerza en Eva, que el anhelo por la unidad. En su blanca pureza
espiritual, la oscuridad de lo prohibido y dual empezó a dominarla y a
empujarla hacia la promesa de la serpiente.
La caída del ser humano
en el mundo divisible y contabilizado del tiempo, tiene por fin el de
hacer que el hombre reconduzca su negro cuerpo hacia el blanco anhelo de
unidad. Y esta tarea debe realizarse a través del tiempo, ese saturnino
reloj que todo nos marca.
Decidió aceptar. Eva y la serpiente se
unieron en un amargo beso. Un beso que aún hoy perdura. Y con ese sello
la criatura diabólica sembró en Eva la capacidad de discernir.
Cuando abrió sus ojos se dio cuenta
de su desnudez y temió que Adán pudiera verla, por eso se cubrió con un
traje negro que la serpiente le entregó; pero de todas formas, hubo
partes del cuerpo que permanecieron descubiertas, exponiendo la blancura
de su piel, como recuerdo de esa unidad indiscernible en que una vez
vivió. Blanca unidad a la que aspira, consciente o inconscientemente, el
ser humano con sus acciones.
III
Una vez que abrieron los
ojos comenzaron a darse cuenta de todas las distinciones que los
rodeaban y dejaron de ver en las cosas la unidad. Ahora, las comparaban y
diferenciaban cada vez más. Por lo cual, casi sin darse cuenta, fueron
alejándose cada vez más del edénico jardín y terminaron por caer en el
mundo polar de las formas materiales. Donde el tiempo es el dios que
domina y controla todo y a todos.
El primer grano de arena cayó al darse vuelta la clepsidra.
Y se estableció, así, la misión del ser humano luego de la caída:
a través del tiempo, superar el tiempo
para convertirlo en un instante único y eterno.
Por un intento inflexible hacia la unidad.
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