"Puede que el cielo esté cerrado, pero yo estoy siempre abierto".
jueves, 4 de octubre de 2012
LA LEYENDA DE VERÓNICA
... pues todos los espejos son una vías
de entrada al Otro Mundo y conducen directamente
a la cueva de Lilith. Ésta es la cueva donde fue
Lilith cuando abandonó a Adán y el Jardín del
Edén para siempre, la cueva donde se divirtió
con sus amantes los demonios. De estas uniones
nacieron multitud de demonios, que salieron en
tropel de esa cueva y se infiltraron en el mundo.
Y cuando quieren volver, sencillamente entran en
el espejo más cercano. Por esa razón se dice que
Lilith ha hecho su hogar en todos los espejos.
(Howard Schwartz)”.
Carolina
y Verónica se habían enamorado perdidamente de aquél chico tan
atractivo que llegara tan solo una semana antes al convento. Las dos
muchachas, novicias, habían convenido en su día convertirse en
religiosas, motivo de una promesa tal vez no demasiado meditada, y que
las había arrastrado de forma irremediable hacia una vida, en realidad,
de ninguna de las maneras deseada. Pero, lejos de profundizar en su
religión, habían terminado por sucumbir ante el agradable semblante del
muchacho de una de las congregaciones llegadas para participar en la
convivencia religiosa, organizada por el convento.
La
amistad entre ellas surgió cuando ambas eran aún muy pequeñas. Carolina,
que tenía 17 años, era tres años mayor que Verónica, que sólo contaba
con 14. Los padres de las muchachas, tras su matrimonio, fueron a
residir justo en la misma calle, una casa enfrente de la otra. Durante
su infancia, habían sido inseparables, y su amistad realmente parecía
algo especial. Rara era la vez que terminaba el día sin que hubieran
consumado alguna de sus travesuras. Aunque Carolina era la mayor, y se
suponía debía tener la voz cantante, no era sino Verónica quien casi
siempre convencía a su amiga para hacer realidad todas las barrabasadas
que se les ocurrían. A tanto llegaron, que, sin pensárselo dos veces, a
Verónica se le cruzó por la cabeza, en una de aquellas alocadas mañanas
infantiles, una de sus innumerables ideas perversas: Si Carolina llegaba
a cumplir 17 años sin haberse enamorado de ningún chico, era porque sin
duda tenía alma de monja y tenía que ingresar en un convento. Por
supuesto, las mismas condiciones valían para Verónica, pero para
entonces ésta aún tendría tres años más para derribar la apuesta. Así
que la decisión final fue que, si al cumplir 17 años Verónica, ninguna
de las dos había logrado enamorarse, ambas entrarían en el convento el
mismo día, cosa que finalmente, sucedió. Sin notificar nada a sus
padres, la misma noche en que Verónica alcanzó la edad, ambas llamaron a
la puerta del convento, cerrándose tras de sí el mundo exterior.
Al
principio fue divertido. Cada una pugnaba por demostrar a la otra que
podía ser mejor monja, y las religiosas más veteranas no notaban nada
extraño en ellas, salvo un par de chiquillas que deseaban reconocer en
sus corazones el amor a Dios. Pero poco a poco fueron cambiando, según
pasaba el tiempo, hasta volverse algo rebeldes y díscolas. La gota que
colmó el vaso fue la llegada de aquel muchachito de ojos azules, llegado
en una de las congregaciones, donde había sido desde muy pequeño criado
por los monjes al ser abandonado por su madre, cosa harto habitual en
aquellos tiempos.
Desde su llegada al convento, Carolina
perdió totalmente la razón por aquél muchacho, cuyo nombre era Álvaro.
Por su parte, ocurría que Verónica también se había enamorado de él, lo
que podría redundar en un desagradable enfrentamiento entre ambas
amigas.
Carolina asediaba continuamente a Álvaro, por
todos los rincones, por los pasillos. Y a pesar de que el muchacho
intentaba zafarse de todos sus arrebatos, en el fondo algo debía sentir
también por ella, porque ambos terminaban besándose siempre y
prometiéndose estar juntos a la menor ocasión. Carolina le había hecho
saber a su amiga el amor que sentía por Álvaro, decidiendo Verónica
desde aquel momento mantener en secreto sus sentimientos hacia el joven.
Sin embargo, ésta última, bastante más avispada que su amiga, supo
encandilar con mayor rapidez a su amado, y quiso la fatalidad que,
encontrándose en la habitación de Álvaro ambos jóvenes haciendo el amor,
fuesen sorprendidos por Carolina, quien después de buscar a Verónica
por todas partes sin hallarla, se le había ocurrido preguntar al
muchacho por ella acudiendo directamente a sus aposentos.
La
reacción de Carolina no se hizo esperar, dando gritos y haciendo
aspavientos, sin dejar de amenazar a su, hasta aquel momento, amiga del
alma. En vano Verónica pudo explicarle a su amiga, quien había
finalmente abandonado la habitación corriendo sin mirar hacia atrás, su
intención de renunciar a la vida religiosa y casarse con Álvaro en
cuanto fuese posible, a pesar de su corta edad. Al comprobar que
resultaba imposible hacer entrar en razón a Carolina, decidió regresar a
su habitación y hablar con ella a la mañana siguiente. Aunque esa
mañana.... jamás llegaría para Verónica...
Así pues,
mientras Verónica dormía plácidamente esa misma noche, aquella en la que
fuera sorprendida por su amiga, tramaba ésta su perdición, al precio
que fuese. Cogiendo unas tijeras de costura, que curiosamente estaban
atadas a un lazo rojo, para que pudiesen permanecer colgadas del cuello
sin posibilidad de pérdida, Carolina estaba más que dispuesta a terminar
con la vida de Verónica, cosa que sin lugar a dudas, haría sin remedio.
Después de entrar en su habitación y comprobar que ésta se encontraba
dormida, levantando las tijeras, totalmente fuera de si, las clavó en el
corazón de la muchacha mientras gritaba con furia: “Verónica”,
“Verónica”, “Verónicaaaaa”.
Aún pasarían unos minutos
antes de que Carolina reparara en lo que había sido capaz de hacer. Al
levantar la mirada y comprobar que había matado a su amiga, dio un leve
respingo, asustada, sollozando amargamente a partir de aquel instante.
Una vez medianamente respuesta, resolvió que lo único que podía hacer
era enterrarla en los alrededores del convento, y de forma tan
atropellada lo hizo que incluso bajo tierra acabó dejándola con las
tijeras clavadas en su pecho.
Un año transcurrió después
de aquel suceso, y Carolina seguía en el convento, como si nada hubiera
pasado. Ahora, con 18 años, había dejado su tono rebelde, para
convertirse en una futura sierva de Dios. Al menos, lo intentaba, quizá
queriendo olvidar algo imposible, el asesinato de su amiga por sus
propias manos.
En el convento todos creían que Verónica
finalmente se había marchado junto a Álvaro al terminar la convivencia
religiosa, y para nada podían sospechar su trágico final. La muchacha,
un día antes de su muerte, se había preocupado de notificar a la madre
superiora del convento su intención de abandonar la orden y casarse con
Álvaro, algo que, por descontado, no acababa de aprobar la suprema
devota, con lo cual, a nadie habría sorprendido la probable fuga de la
muchacha.
Y entonces, llegada la noche del
aniversario del asesinato de Verónica, sonidos y voces extrañas
empezaron a oírse por todos los recovecos del convento, espeluznantes y
lastimeros a la vez. Difícil saber como tomarían el asunto las
religiosas de la orden, si estaban acostumbradas a sucesos semejantes,
dadas las leyendas en torno a los conventos y monasterios más antiguos, o
bien caerían todas al suelo dispuestas a rezar sin fin, hasta la
desaparición de algo tan tenebroso como aquello. Lo verdaderamente
cierto fue la reacción de Carolina, quien, acurrucada en su cama, y
sabiendo el día en que se
encontraba, muerta de terror se
hallaba. Incapaz de abrir los ojos, pegadas sus pestañas, podía escuchar
como unos leves pasos en el corredor se abrían paso hacia su
habitación, hasta que, tras un estremecimiento de miedo que le recorría
por toda la espina dorsal y que le hizo abrir los ojos totalmente
desorbitados, vio aparecer el corrompido cuerpo de su amiga Verónica, la
cual, sujetando entre sus manos las tijeras con su lazo rojo, y antes
de que Carolina pudiese ni siquiera reaccionar, consumó aquella su
venganza, clavando las tijeras en el corazón de su amiga y causándole la
muerte de forma irremediable.
Aún los gritos de Carolina,
antes de morir, se fundieron con aquellos estertores venidos del “Mas
allá”, y no fue hasta el día siguiente cuando las hermanas de la orden
encontraron a la joven yaciendo en la cama, con las tijeras del lazo
rojo incrustadas en su corazón, y en sus manos una Biblia con las tapas
de color rojo, en cuyo interior de ellas Carolina dejó relatado el
asesinato de su amiga por ella cometido, a causa de sus descontrolados
celos.
Aún hoy se dice que el espíritu de Verónica sigue
vagando continuamente, sin sentirse del todo saciada de su venganza, en
constante acecho en busca de víctimas... “Todos aquellos que se atrevan a
invocarla, nombrándola tres veces durante tres veces, con unas tijeras
sujetas por un lazo rojo, una Biblia abierta por el centro y en plena
noche, allí donde se reflejen sus rostros o sus cuerpos, en una
habitación amparada como toda luz solo por dos sencillas velas...”,
puede que reciban su visita, y eso significaría, una muerte cierta...
Muchos
han sido los que la han desafiado desde entonces, y no pocos los
sucumbidos. Aquellos cuya alma esté corrompida, y prueben a tentarla,
que Dios los ampare...
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