En un lugar de la Sierra Ecuatoriana donde la carretera
circula entre montañas y grandes abismos, un matrimonio con su hijo
avanzaban con cautela en el coche. Era una noche con mucha niebla y el viaje era muy peligroso.
Regresaban
de un viaje en la montaña y se dirigían a su casa por una carretera,
poco transitada. De pronto se les apareció una mujer en medio de la
carretera con el cuello y la ropa llenos de sangre gritando para que
parasen. La familia paró y el marido se bajó del coche. Entonces habló
con la mujer que, muy alterada y llorando, le dijo que habían tenido un
accidente y que se habían caído con el coche por el barranco. La mujer
le rogó que la ayudara, que tenía un bebé y se había quedado atrapado
entre los hierros del coche, que bajara y lo sacara de allí.
El
hombre cogió su equipo de montaña y se puso a bajar por el barranco. Al
rato subió muy nervioso con el bebé en brazos y le preguntó a su esposa
dónde estaba la mujer. Esta le respondió que se había sentado en una
piedra grande que había allí en la carretera, pero cuando miraron ya no
estaba. Entonces el hombre se metió rápidamente en el coche con el bebé y
le dijo a su mujer que hiciera lo mismo. Arrancó el coche y se fueron.
Su mujer, muy enfadada, le preguntó que por qué se iba con el bebé, que
por qué no habían buscado a la mujer, el marido le dijo que se
tranquilizara y que cuando llegaran a su casa le contaría.
Cuando
llegaron, la mujer le pidió explicaciones a su marido. Este le contestó
que cuando bajó y cogió al bebé vio a la mujer muerta, el accidente
había sido brutal y su cuerpo estaba cubierto de sangre y el cinturón de
seguridad enredado a su cuello.
El espíritu de la mujer era el que le había pedido ayuda para que salvaran a su hijo.
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