jueves, 4 de octubre de 2012
¿Quieres jugar con nosotros?
*Como cada día, como cada mañana, después de mi placentero paseo por aquél parque de abundante vegetación, me decidí a acomodarme en uno de sus bancos. Antes que nada, contemplaba aquel hermoso paisaje durante un buen rato. Miraba el quehacer cotidiano de la gente. El mismo jardinero de todos los días regaba y sembraba nuevas flores. Dos chicas calentaban antes de hacer foonting. "El chico de los perros" que jugaba con ellos al tira y busca del palito. Y aquellos mocosos que diariamente con sus gritos, juegos y risas, colmaban de vitalidad el hermoso parque. Sin duda esos niños eran los que me hacían acudir allí diariamente a matar el tiempo. Me recordaban a mi cuando de pequeño asistía a ese parque para jugar con los chicos de mi escuela. Pero eran otros tiempos, ni siquiera existían estos columpios que por aquél entonces se reducían a unas simples vallas de madera donde hacíamos nuestras apuestas para ver quién salataba más alto. Los juegos eran distintos y las personas que por allí se acercaban, eran otras.
Recuerdo a un hombre mayor, siempre llevaba un sobrero negro y un abrigo que le cubría casi todo el cuerpo. Nunca se despegaba de su bastón y por la dificultad con la que se movía, debía ser un poco cojo. El hombre diariamente se acercaba a nosotros para ofrecernos unas golosinas. Parecía que disfrutaba con vernos allí jugando. Se le notaba en sus cansados ojos que nos miraban brillosos. Nos sonreía y acto seguido nos tendía su mano que al abrirla estaba rebosante de caramelos y chicles. Íbamos como pequeños buitres hambrientos con la necesidad de saciar nuestras ansias de azúcar, pero con la inocencia que caracterizan a los niños.
Su voz era la de un anciano ya cansado de la vida, sin fuerzas y ronca, le costaba pronunciar las palabras. Todas las mañanas nos repetía la misma frase. "Los niños deben jugar, tenéis que seguir jugando" Las repetía una y otra vez diariamente mientras nos ofrecía aquellas golosinas. Supongo que aquel anciano disfrutaba viéndonos llenos de energía y aprovechando nuestra juventud y vitalidad.
Sólo había un chico que nunca jugaba con nosotros. Se sentaba en un banco todos los días y nos miraba fijamente con cara de enfado. Nunca jugaba. Aprovechaba que le colgaban las piernas para zarandearlas de alante hacia atrás, dejándose caer en sus brazos apoyados en el banco, y con esa cara de enfado nos miraba fijamente viéndonos jugar todo el rato, sin apartar sus ojos de nuestros juegos y sin pronunciar una sola palabra. Así se llevaba todo el rato. Recuerdo que un día me acerqué a él atraido por la curiosidad. Quería invitarle a jugar, pues me daba lástima que quizás nadie antes se había atrevido a hablarle, quizás el chico tan solo fuese tímido. Me senté a su lado con la intención de que me prestara un poco de antención, pero el chico ni siquiera me miraba, él seguía zarandeando sus piernas mirando hacia el frente con las cejas fruncidas y la boca apretada. Recuerdo que era un chico de pelo muy negro y de tez blanquecina. Unos ojos de un azul muy intenso y penetrante y unos labios demasiado colorados, como si acabase de comerse un caramelo de fresa y se le huibiese quedado el color del caramelo en los labios.
¿Quieres jugar con nosotros? le dije. Pero aquel chico ni siquiera me miró, ni siquiera se inmutó de que estaba a su lado. No quise insistir y decidí regresar con mis amigos, pero no sin antes volver a echarle un último vistazo más, pero el chico seguía en la misma posición, zarandeando las piernas y frunciendo las cejas.
También recuerdo a Manuel, un chico que antes jugaba todos los días con nosotros. Pobre Manuel, qué mal lo tuvo que pasar. Su padre cayó en una profunda depresión y su madre se suicidó al enterarse de que su hijo había sido asesinado en los alrededores del aquel parque. Desde entonces, a aquel chico solitario que se sentaba en el banco a contemplarnos, lo llamábamos "el espíritu de Manuel", porque parecía un fantasma, siempre invadido en unos profundos pensamientos, como si a la vez que nos observaba se sumergiera en su propio mundo.
Cuántos recuerdos de infancia y cuántas historias se contaban de aquel parque. Recuerdo que durante un periodo de tiempo se cerró. Fue a raíz de la desgraciada muerte de Manuel y de las numerosas desapariciones que se producían de niños. Se tuvo que cerrar porque ya nadie quería pasear por allí y los niños dejaron de ir a jugar. No sólo fue Manuel, también Carlos, un niño que tan sólo tenía 8 añitos desapareció y nadie nunca más supo de él. Y Anita, una adorable niña a la cual vieron por última vez cuando se dirigía a recoger una muñeca que uno de sus amigos le había quitado y tirado para hacerla mosquear. Ya no se supo nada más de Anita. Contaban las leyendas que cada año se aparecía el fantasma de un niño en ese parque. Pero sólo eran fantasías que los chicos inventaban a raíz de aquellas desapariciones para asustar a los más débiles.
Había muchas lagunas en mis pensamientos pero aún recordaba esos momentos tan entrañables. El anciano de las golisinas, nuestras apuestas, nuestras aventuras, el chico solitario del banco que nos observaba, las historias de miedo que se contaban, cuando arranqué una margarita para regalársela a Paula y aquél jardinero se vino detrás mía para regañarme ...Fueron momentos inolvidables de mi infancia ... cuánto los hecho de menos. Ojalá pudiese volver atrás y volver a vivir todo aquello. Cuando eres pequeño no te importan los problemas, no le das importancia a las cosas que no la tienen. Eres feliz, inocente y tu único objetivo es pasarlo bien, sin importarte las consecuencias...
Algo que me alarmó hizo que saliera de aquellos profundos pnesamientos. Un hombre con sombrero negro se acercó al grupo de niños que jugaban en frente mía. Me picó mucho la curiosidad y me quedé mirándolo fijamente. Me sorprendí mucho cuando el anciano se acercó a los niños y con una sonrisa muy familiar les tendió su mano y empezaron a salir caramelos y chicles. Su cara me resultaba muy familiar. No, no podía ser, lo que yo estaba viendo no podía ser real. Ha pasado demasiado tiempo y era imposible que ese hombre aún viviera. No ..., quizás sea otro hombre y yo me este confundiendo, o quizás esque simplemente se le pareciese mucho. Observé cómo los niños corrían hacia él como pequeños locos en busca de sus dosis diarias de azúcar. Me quedé atónito y aquello ya empezaba a mosquearme, no podía ser real ...¿era el mismo hombre? ... Cuál fue mi sorpresa cuando el anciano levantó la cabeza y me miró. Se quedó mirándome un buen rato, tanto que ya me estaba empezando a mosquear. Me puse un poco nervioso porque no soporto que un desconocido se me quede de esa forma mirando sin decirme nada. ¡ Qué poca educación ! Para más sorpresa todavía el anciano levantó el brazo y me saludó . ¿Se acordaba de mi? pero ...¿era el mismo anciano? desde luego eran idénticos pero parecía imposible que aún viviera. Había pasado demasiado tiempo.
Pero lo peor aún estaba por llegar. Uno de los niños se me acercó con cara de curiosidad, pero yo no podía dejar de mirar a aquel anciano. Me estaba dejando asombrado su gran parecido y sobre todo el hecho de que me saludara sin conocerme de nada. Noté como el niño se sentó a mi lado y me miraba fijamente. Giré mi cabeza hacia él. Una sensación extraña me estaba recorriendo todo el cuerpo. Mis pensamientos se entremezclaban con mi pasado y el presente, y yo me sentía raro. Tenía la sensación de que se me apetecía acercame a aquellos niños para jugar con ellos y comer golosinas. Pero no podía, algo me lo impedía. Estaba condenado a permanecer en ese banco hasta que el sol se escondiera. Me bastó sólo una frase de aquél niño que estaba sentado junto a mi para comprender qué me estaba sucediendo...
¿Eres nuevo en el parque?.... ¿A qué colegio vas?.... ¿ Quieres jugar con nosotros?...
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