jueves, 15 de marzo de 2012

Carta del Padre de Robert E. Howard a Lovecraft

Doctor I. M. HOWARD
para H. P. LOVECRAFT,
29 de junio de 1936
Sr. H. P. Lovecraft
66 College Street
Providence, R.I.
Mi Querido Sr. Lovecraft:
Es poco probable que usted pueda haber oído por alguna otra fuente sobre la muerte de Robert E. Howard, mi hijo. Si no, le diré que después de tres semanas de observar vigilantemente en la cabecera de su madre, durante la mañana del 11 de junio de 1936, a las ocho, él salió de la casa, entró en su coche que estaba estacionado delante del garaje, cerró las ventanas y se dio un tiro en la cabeza. La cocinera lo vio salir y entrar en su coche desde la ventana de la parte trasera de la casa. Ella pensó que se preparaba para ir a la ciudad como por lo general hacía. Cuando oyó el sonido sordo del arma y lo vio caer sobre el volante, corrió y llamó al médico que estaba tomando una taza del café conmigo en el comedor mientras hablábamos. Nos precipitamos al coche y lo encontramos. Pensamos al principio que había sido un tiro mortal, pero la bala había pasado sin tocar el cerebro. El tiro fue justo encima de la sien. La bala salió por el lado contrario, encima y detrás del oído izquierdo. Alcanzó a vivir ocho horas y nunca recobró la conciencia.
Venía vigilando a Howard como si anticipara esto, y yo lo sabía, pero no pensé que él se mataría antes de que su madre falleciera. Su madre estaba en coma y lo había estado por muchas horas cuando todo esto ocurrió. Había dos enfermeras entrenadas en la casa y doctores allí todo el tiempo. Él no le preguntó a un doctor, tampoco a mí, pero preguntó a una enfermera si pensaba que su madre alguna vez recobraría el conocimiento lo suficiente como para reconocerlo, y la enfermera le dijo que ella temía que no. Yo no sabía esto. Si lo hubiese sabido, podría haberlo prevenido, porque ahora me doy cuenta de que él estaba totalmente decidido a no ver a su madre morir.
En marzo del año pasado, cuando su madre estaba muy mal en el Hospital de Kings Daughters en Temple, Texas, el Doctor McCelvey expresó el temor de que ella no se recuperaría; él comenzó a hablar conmigo sobre sus asuntos, e inmediatamente entendí lo que esto quería decir. Comencé a conversar con él, tratando de disuadirlo de seguir ese camino, cuando su madre comenzó a mejorar. Inmediatamente él se puso muy alegre y no hablamos más del tema. En febrero de este año, su madre estaba muy mal y no tenía más que unos días de expectativa de vida. En aquel tiempo ella estaba en el Hospital Shannon en San Angelo, Texas. San Angelo está algo así como a cien millas de aquí. Él conducía de ida y vuelta diariamente de San Angelo a la casa. Una tarde me dijo que encontraría sus papeles ordenados, aunque no eran muchos, cuidadosamente guardados en un sobre grande sobre su escritorio. Otra vez le rogué que no lo hiciera, pero él positivamente no tenía intenciones de seguir viviendo después de que su madre se hubiera ido.
En los meses venideros, su madre mostró alguna mejoría. Él pensó que esta mejoría sería permanente y que iría en aumento. Yo sabía muy bien que no, pero me abstuve de comentárselo. Dos semanas antes de morir, ella comenzó a empeorar rápidamente. Vi la terrible preocupación que se apoderó de él. Lo seguía, observándolo de cerca, pero no imaginé que haría algo hasta que su madre se fuera.
En eso me equivoqué, porque él claramente no tenía ninguna intención de ver morir a su madre. La noche antes de su muerte (N.del T, de Robert), tomó una actitud casi alegre, parecía incluso más interesado en mí, como si intentara tomar las riendas de la situación y cuidarme. Se me acercó en la noche, puso su brazo alrededor mío y dijo: “¡Ánimo, estás a la altura de esto, lo superarás!” Me distrajo de la idea de su muerte, pero yo sabía muy bien qué esperar después. Murió sin volver a recuperar la consciencia a las 4 de la tarde, el 11 de Junio de 1936. Su madre le sobrevivió, en coma, por 31 horas, sin recobrar jamás el conocimiento.
Los enterré en el cementerio Greenleaf, en Brownwood, Texas. Escogí ataúdes exactamente iguales. Él había comprado un sepulcro varias semanas antes de que todo esto sucediera. El terreno se ubicaba en la parte restringida del cementerio. Es una tumba de mantenimiento perpetuo.
Cuando compró el terreno funerario, fue hasta donde el sacristán a preguntarle si existía un contrato confiable y si se mantendría en orden. Le dijo al sacristán, “Quiero saber si el sepulcro estará bien. Mi padre y yo nos iremos, y no regresaremos jamás.” El Sr. Bass, el sacristán, tuvo la impresión de contemplar hacia dónde nos dirigíamos, pero no pensó que él fuera a matarme, sino que tuvo la certeza de que sería la impresión la que me mataría”. (Robert) Tuvo cuidado de mantener a las enfermeras y a los médicos a mi alrededor, pero sin duda sabía que yo moriría de la impresión, y creo que las últimas palabras que escribió así lo indican. Estas líneas fueron encontradas en una tira de papel, en una boleta en el bolsillo de su pantalón después de que se disparó. Las líneas son las siguientes:
“Todos huyeron -- todo esta hecho, así es que elévenme en la pira.
La Fiesta ha terminado, y las lámparas se han apagado.”
No sé si estas palabras eran una cita u originales, pero fueron escritas, sin duda, poco antes de su muerte.
No sé lo que pasaba por su mente. He tratado de interpretar esto como el fin de toda una familia, La Fiesta, los treinta años de amor en nuestra casa. Robert me amó con un amor hermoso. Amaba mi compañía por encima de la de cualquier otra persona, y cada vez que pudo, pasó su tiempo conmigo, en lugar de pasarlo con otros; pero siendo yo un médico rural, y ejerciendo la medicina en un condado relativamente poco poblado, estaba fuera de casa gran parte del tiempo, pero cada vez que mi profesión me lo permitía, pasábamos horas discutiendo gratamente sobre hombres, mujeres, animales, la vida al aire libre, las aventuras, historias eternas de hombres de fronteras, y cosas así. Él era un gran lector. Me hacía feliz tan sólo sentarme a escucharlo leer. Adquirió un conocimiento de la historia, gracias a la lectura, que jamás vi.
Me temo que para no causarle más preocupaciones, Sr. Lovecraft, dejaré esto hasta aquí, pero tengo el deber de decirle que Robert era un gran admirador suyo. A menudo lo oía decir que usted era el mejor escritor de cuentos de misterio del mundo, y disfrutó intensamente entablar correspondencia con usted. Solía expresar la esperanza de que usted nos pudiera visitar en nuestra casa algún día, de modo que él, su madre y yo podríamos verlo y conocerlo personalmente. Robert admiraba mucho a todos los escritores de misterio, con frecuencia le escuchaba hablar de cada uno por separado y manifestar admiración por todos. Dijo que eran un puñado de grandes hombres y que los admiraba muchísimo a todos.
La Universidad de Howard Payne, en Brownwood, solicitó cartas de los corresponsales. Si usted está de acuerdo, voy a entregar algunas cartas de su correspondencia con Robert, ya que él las guardaba todas, y hay muchos que están interesados en estas cartas.
Sus libros fueron entregados a la Universidad de Howard Payne, y será conocido como el “Robert E. Howard Memorial Collection” (Colección a la Memoria de Robert E. Howard). Está dispuesta de tal modo, que es posible añadir escritos de sus amigos. Si usted tiene un libro que le gustaría agregar a ella con un autógrafo, será más que apreciado.
Cordialmente suyo,
Dr. I. M. Howard
P.S.: Le remito un fajo de papeles que contienen todo.

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