El 3 de enero de 1984, Karl Brugger
, corresponsal de origen alemán que por ese entonces residía en el estado de
Río de Janeiro –Brasil -, fue asesinado en pleno día por un tirador anónimo que
le disparó a quemarropa mientras se encontraba paseando con un colega amigo, Ulrich
Eucke, por la famosa playa de Ipanema. (1)
En una ciudad donde la criminalidad, marginalidad y pobreza registran una de
las tasas más elevadas del mundo, nadie prestó demasiada atención a la
desaparición del periodista. La policía abrió un expediente para investigar el
hecho, aunque las pruebas recopiladas no fueron muy efectivas. Solamente se
pudo reconocer el arma, identificada como una ametralladora portátil 9 mm
similar a una mini UZI, y que suele utilizar el personal militar. El agresor
nunca fue detenido y el caso entró en zona muerta.
Ocho años antes de su deceso, Brugger, había alcanzado cierto éxito con un
libro de su autoría, “La Crónica de Akakor. Mito y leyenda de un pueblo
antiguo de Amazonia (1976)” (2), best-sellers
en Europa y EE.UU. La obra fue la culminación de un largo reportaje que dejó un
saldo de doce tapes de grabación, con un único interlocutor, Tatunca
Nara, mestizo indígena y líder de los Ugha Mongulala quién en
forma oral contó un extraño y fantástico relato sobre los orígenes milenarios
de su pueblo.
Nacía la leyenda de Akakor.
Remontémonos a 1971. Cuenta la historia, que los integrantes de
una línea área comercial alemana Swissair, se encontraban paseando por Manaus
estado de Amazonia, cuando fueron abordados por un mendigo vestido en forma
harapienta, que les solicitó el pago de una comida.
La sorpresa surgió al comprobarse que el
desconocido, podía expresarse en perfecto alemán, causando el asombro de los
tripulantes y en especial de su comandante, Ferdinand Schmidt,
experimentado aviador.
“ En 1977, un medio europeo, Spekula, publicó un
artículo crítico sobre la historia de Akakor. Las comparaciones entre las
declaraciones del libro, y las grabaciones mostraron serias desviaciones. Se
advirtieron conceptos más refinados e intelectuales que de ningún modo se
esperaban de un indígena de la selva. Se determinó, que Brugger habría
manipulado Crónica de Akakor, intercalando pasajes completos de viejas leyendas
mitológicas.”
El misterioso personaje dijo llamarse Tatunca
Nara, príncipe de una tribu perdida de la selva, los Ugha Mongulala.
Reveló además, que un contingente de 2.000 alemanes arribaron a su país en los
últimos tramos de la Segunda Guerra Mundial -1939-1941-, refugiándose en
Akakor, antigua ciudad subterránea legada por maestros venidos de las
estrellas.
De vuelta en Alemania y aún impresionado por el relato de Tatunca Nara,
Schmid, decide informar acerca del extraordinario encuentro a un periodista, Kart
Brugger quién prestaba colaboración para una televisora pública nacional,
la ARD, una de las cadenas de comunicación más importante de Europa.
Nacido en Munich -1941-, Brugger, además de su título como Periodista,
contaba con estudios en Sociología e Historia. Con el tiempo se transformó en
un reputado especialista de culturas nativas americanas.
Intrigado por la confidencia, el corresponsal alemán decide aceptar el reto
y partir a Brasil en busca del “príncipe del mundo subterráneo”.
A su llegada, inicia una serie de
investigaciones que después de un año de pesquisas e indagaciones, se verían
coronadas por el exito.
“El 3 de marzo de 1972. M., al mando en Manaus
del contingente brasileño en la jungla, facilitó el encuentro. Fue en el bar
Gracas á Deus («Gracias a Dios») donde por primera vez me enfrenté con el
blanco caudillo indio. Era alto, tenía el pelo largo y oscuro y un rostro
finamente moldeado. Sus ojos castaños, ceñudos y suspicaces, eran los
característicos del mestizo. Tatunca Nara vestía un descolorido traje
tropical, regalo de los oficiales, como posteriormente me explicaría.
El cinturón de cuero, ancho y con una hebilla de
plata, era realmente sorprendente. Los primeros minutos de nuestra conversación
fueron difíciles. Con cierta indiferencia, Tatunca Nara
(imagen derecha) expuso en un deficiente alemán sus impresiones de la ciudad
blanca, con sus miles de personas, la prisa y la precipitación en las calles,
los altos edificios y el ruido insoportable. Sólo cuando hubo vencido sus
reservas y su suspicacia inicial, me contó la más extraordinaria historia que
jamás había escuchado. Tatunca Nara me habló de la tribu de los ugha
mongulala, un pueblo que había sido «escogido por los dioses» hacía 15.000
años.
Describió dos grandes catástrofes que habían
asolado la Tierra, y habló de Lhasa, el legislador, un hijo de los dioses que
gobernó el continente sudamericano, y de sus relaciones con los egipcios, el
origen de los incas, la llegada de los godos y una alianza de los indios con
2.000 soldados alemanes. Me habló de gigantescas ciudades de piedra y de los
poblados subterráneos de los antepasados divinos. Y afirmó que todos estos
hechos habían sido registrados en un documento denominado la Crónica de Akakor.
“ La historia parecía demasiado extraordinaria:
otra leyenda más de los bosques, el producto del calor tropical y del efecto
místico de la jungla impenetrable. Cuando Tatunca Nara concluyó su relato, yo
tenía doce cintas con un fantástico cuento de hadas”
A pesar de sus vacilaciones en el terreno, el
periodista decidió sondear entre sus contactos regionales para ver si se
obtenían datos extras que validaran la historia. Cuando le fueron presentados
los resultados, quedó sorprendido.
Supo, que la irrupción de Tatunca Nara en escena se produjo en 1968.
“Cuando un periódico menciona a un caudillo indio
que salvó las vidas de doce oficiales, le fueron concedidos un permiso de
trabajo brasileño y un documento de identidad. Según diversos testimonios, el
misterioso caudillo habla un deficiente alemán y sólo comprende algunas
palabras de portugués, pero está familiarizado con varias lenguas indias
habladas en las zonas altas del Amazonas. Unas pocas semanas después de su
llegada a Manaus, Tatunca Nara desapareció súbitamente sin dejar huella ”.
En 1969 estalló un violento enfrentamiento que
involucró a las tribus salvajes y los colonos blancos en la provincia
fronteriza peruana Madre de Dios.
“El líder de los indios, quien, según los
informes de prensa peruanos, era conocido como Tatunca («gran serpiente de
agua»), huyó tras la derrota a territorio brasileño. Con objeto de impedir una
repetición de los ataques, el gobierno peruano solicitó del brasileño la
extradición, pero las autoridades brasileñas se negaron a cooperar. Las
hostilidades en la provincia fronteriza de Madre de Dios se prolongaron durante
1970 y 1971.
Las tribus indias salvajes huyeron hacia los
bosques casi inaccesibles cercanos al nacimiento del río Yaco. A Tatunca
Nara parecía habérselo tragado la tierra. Perú cerró la frontera con Brasil
e inició la invasión sistemática de los bosques vírgenes. Según los testigos
oculares, los indios peruanos compartieron el destino de sus hermanos
brasileños: fueron asesinados y murieron víctimas de las enfermedades de la
civilización blanca”.
Por ese mismo año, una terrible sequía golpeó a
la región de los Ugha Mongulala. Con el hambre en puerta, Tatunca
Nara decidió arriesgarse a salir a la superficie, para pedir ayuda a
los “Blancos Bárbaros”, y así aliviar los pesares que amenazaban a su gente.
Su confianza se depositó en un sacerdote (3).
“Vestido con las ropas de los soldados alemanes,
abandoné Akakor y después de un laborioso viaje, llegué a Río Branco. una de
sus grandes ciudades, situada en la frontera entre Brasil y Solivia. Aquí me
dirigí al sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros, a quien había conocido por
intermedio de los doce oficiales blancos. Le revelé el secreto de Akakor y le
hablé sobre la miserable situación de mi pueblo. Como prueba de mi historia, le
entregue dos documentos de los Dioses, y éstos convencieron definitivamente al
sumo sacerdote blanco. Accedió a mi petición y regresó conmigo a Akakor. La
llegada a Akakor del sumo sacerdote blanco provocó violentas discusiones con el
consejo supremo. Los ancianos y los señores de la guerra rechazaron todo
contacto con él.
Para evitar cualquier posible traición, exigieron
incluso su cautividad. Solamente los sacerdotes estaban preparados para
discutir una paz justa. Después de argumentaciones infinitas, el consejo
supremo concedió al sumo sacerdote blanco un período de seis meses, durante el
cual expondría a su propio pueblo la terrible situación de los Ugha Mongulala.
Para que pudiera reforzar su historia, le fueron entregados varios escritos de
los Padres Antiguos. Si no lograba convencer a los Blancos Bárbaros, tenía la
obligación de devolver los documentos a Akakor.
Durante seis meses, nuestros exploradores
esperaron en el lugar acordado para el encuentro en la zona alta del Río Rojo.
El sumo sacerdote blanco no regresó. (Algún tiempo después me enteraría de que
había muerto en un accidente de aviación. De todos modos, había enviado los
documentos a una lejana ciudad llamada Roma. Esto es lo que, en
cualquier caso, dijeron sus servidores.)”
En las postrimerías de 1972, Tatunca Nara
llevó su historia a las autoridades brasileñas, para convencerlas de tomar
cartas en el asunto.
“Con la ayuda de los doce oficiales cuya vida
había salvado, entró en contacto con el servicio secreto brasileño. Apeló
asimismo al Servicio de Protección India (FUNAI) y le
habló a N., secretario de la embajada de la República Federal de Alemania en
Brasilia, sobre los 2.000 soldados alemanes que, según sostenía, habían
desembarcado en Brasil durante la Segunda Guerra Mundial y están todavía vivos
en Akakor, la capital de su pueblo. N. no creyó la historia y negó a Tatunca
Nara todo acceso posterior a la embajada.
FUNAI sólo accedió a cooperar una vez que muchos
de los detalles de la historia de Tatunca Nara sobre tribus indias desconocidas
de la Amazonia fueron comprobados durante el verano de 1972. El servicio formó
una expedición para establecer contacto con los misteriosos ugha mongulala y
dio instrucciones a Tatunca Nara para que hiciera todos los preparativos
necesarios. Sin embargo, estos planes se vieron interrumpidos por la
resistencia de las autoridades locales de la provincia de Acre. Siguiendo
instrucciones personales del entonces gobernador Wanderlei Dantas,
Tatunca Nara fue arrestado. Poco antes de su extradición a la frontera peruana,
sus amigos oficiales lo liberaron de la prisión de Río Branco y lo devolvieron
a Manaus”
Con los datos recogidos, Brugger decidió
emprender una expedición hacia Akakor, que contaría con la guía de Tatunca Nara
y la participación de un fotógrafo. Pero la aventura casi termina en tragedia.
“Abandonamos Manaus el 25 de septiembre de 1972.
Remontaríamos el río Purus hasta donde pudiéramos en un barco alquilado,
tomaríamos después una canoa con motor fuera borda y la utilizaríamos para
alcanzar la región del nacimiento del río Yaco en la frontera entre Brasil y
Perú, luego continuaríamos a pie por las colinas bajas al pie de los Andes
hasta llegar a Akakor. Tiempo necesario para la expedición: seis semanas;
probable regreso: a comienzos de noviembre. Nuestro equipo se componía de
hamacas, redes para mosquitos, utensilios de cocina, alimentos, las ropas
habituales para la jungla y vendajes médicos. Como armas, un Winchester 44, dos
revólveres, un rifle de caza y un machete. Además, llevábamos nuestro equipo de
filmación, dos registradoras magnetofónicas y cámaras.
Los primeros días fueron muy diferentes de lo que
esperábamos: nada de mosquitos, ni de serpientes de agua ni de pirañas. El río
Purus era como un lago sin orillas. Contemplábamos la jungla sobre el
horizonte, con sus misterios ocultos tras una muralla verde. El primer pueblo
que alcanzamos fue Sena Madureira, último asentamiento antes de penetrar en las
todavía inexploradas regiones fronterizas entre Brasil y Perú. Era un lugar
Típico de la Amazonia: polvorientas carreteras de arcilla, ruinosas barracas y
un desagradable olor a agua estancada. Ocho de cada diez habitantes sufren de
beriberi, lepra o malaria. La malnutrición crónica ha dejado a estos seres en
un estado de triste resignación. Rodeados por la brutalidad de la inmensidad y
aislados de la civilización, dependen principalmente del licor de caña de
azúcar, único medio de escapar a una realidad sin esperanza.
En un bar, nos despedimos de la civilización y
nos topamos con un hombre que dice conocer las zonas altas del río Purus. En su
búsqueda de oro, fue hecho prisionero por los indios haisha, una tribu
semi-civilizada que se asienta en la región del nacimiento del río Yaco. Su
relato es desalentador: nos habla y no para sobre rituales caníbales y flechas
envenenadas. El 5 de octubre, en Cachoeira Inglesa, cambiamos el bote por la
canoa. A partir de aquí dependemos de Tatunca Nara. Los mapas de ordenanza
describen el curso del río Yaco, pero sólo de una manera imprecisa. Las tribus
indias que viven en esta región no tienen aún contactos con la civilización
blanca. A J. y a mí nos domina un sentimiento de incomodidad. ¿Existe, después
de todo, un lugar como Akakor? ¿Podemos confiar en Tatunca Nara? Pero la
aventura se muestra más apremiante que nuestra propia ansiedad.
Doce días después de haber dejado Manaus, el paisaje comienza a cambiar.
Hasta aquí el río semejaba un mar terroso sin orillas. Ahora nos deslizamos a
través de las lianas por debajo de árboles voladizos. Tras una curva del río,
hallamos a un grupo de buscadores que han construido una primitiva factoría
sobre la orilla del río y criban la arena de grano grueso con cedazos.
Aceptamos su invitación de pasar la noche y escuchar sus extraños relatos sobre
indios con el pelo pintado de rojo y azul con flechas envenenadas. El viaje se
convierte en una expedición contra nuestras propias dudas. Nos hallamos a
apenas diez días de nuestro presunto objetivo.
La monótona dieta, el esfuerzo físico y el temor
a lo desconocido han contribuido cada uno lo suyo. Lo que en Manaus parecía una
fantástica aventura se ha convertido ahora en una pesadilla. Principalmente,
comprendemos que nos gustaría dar la vuelta y olvidarlo todo sobre Akakor antes
de que sea demasiado tarde .Todavía no hemos visto a ningún indio. En el
horizonte aparecen las primeras cumbres nevadas de los Andes; a nuestras
espaldas se extiende el verde mar de las tierras bajas amazónicas. Tatunca Nara
se prepara para el regreso con su pueblo. En una extraña ceremonia, se pinta su
cuerpo: rayas rojas en su rostro, amarillo oscuro en el pecho y en las piernas.
Ata su pelo por detrás con una cinta de cuero decorada con los extraños
símbolos de los ugha mongulala.
El 13 de octubre nos vemos obligados a regresar.
Después de un peligroso pasaje sobre rápidos, la canoa es atrapada por un
remolino y zozobra. Nuestro equipo de cámaras, empaquetado en cajas, desaparece
bajo los densos arbustos de la orilla; la mitad de nuestros alimentos y de las
provisiones médicas se han perdido también. En esta situación desesperada,
decidimos abandonar la expedición y regresar a Manaus. Tatunca Nara reacciona
con irritación: se muestra violento y contrariado. A la mañana siguiente, J. y
yo levantamos nuestro último campamento. Tatunca Nara, con la pintura de guerra
de su pueblo, cubriéndole únicamente un taparrabos, toma la ruta terrestre para
regresar con su pueblo. Este fue mi último contacto con el caudillo de los ugha
mongulala. ”
Pasaría mucho tiempo hasta que Karl Brugger
y Tatunca Nara volvieran a reunirse. Con la edición del libro, la fama
de Akakor se extendió por todos los rincones, y su historia,
trascendió fronteras.
En su crónica oral, el líder de los Ugha Mongulala relató al
periodista germano, que visitantes estelares aterrizaron en Sudamérica hace
cerca de 15.500 años, procedentes de Schwerta, lugar remoto y “centro
de un imperio conformado por numerosos mundos situado en los confines de
nuestro universo ”.
Fueron 130 familias que se establecieron en este continente.
“Ellos civilizaron a los hombres y fundaron la
Tribu de los Ugha Mongulala, que significa “Tribus Escogidas Aliadas”. Y para
sellar su alianza eterna, se unieron a ellos. De aquí que los miembros de esta
Tribu se parezcan a los Shuerta, hasta en el color de la piel”.
Tatunca los describió como
similares a nosotros en lo físico, salvo por un detalle: los desconocidos
contaban con seis dedos.
Los extranjeros erigieron 26 ciudades, casi todas
subterráneas, tres de las cuales fueron elegidas como principales.
“ La ciudad de Akakor se extendía más allá del
río Purus, en un alto valle, situado en la frontera que divide a Brasil de
Perú. La región de Madre de Dios (Perú) y Acre (Brasil), señalarían los límites
de su territorio”
Toda la ciudad está rodeada por una gran muralla
de piedra con trece puertas. Éstas son tan estrechas que únicamente permiten el
acceso de las personas de una en una.
La llanura del Este, a su vez, está protegida por atalayas de piedra en las
que escogidos guerreros se hallan continuamente en vigilancia de los enemigos.
Akakor está dispuesta en rectángulos. Dos calles principales que se cruzan
dividen la ciudad en cuatro partes, que corresponden a los cuatro puntos
universales de nuestros Dioses.
El Gran Templo del Sol y una puerta de piedra tallada de un único bloque
están situados sobre una gran plaza en el centro.
El templo mira hacia el Este, hacia el Sol naciente, y está decorado con
imágenes simbólicas de nuestros Maestros Antiguos. En cada mano, una
criatura divina sostiene un cetro en cuyo extremo superior hay una cabeza de
jaguar. La figura está coronada con un tocado de ornamentos animales. Una
extraña escritura, y que sólo puede ser interpretada por nuestros sacerdotes,
reseña la fundación de la ciudad. Todas las ciudades de piedra construidas por
nuestros Maestros Antiguos tienen una puerta semejante.
El edificio más impresionante de Akakor es el Gran
Templo del Sol. Sus paredes exteriores están desnudas y fueron construidas
con piedras artísticamente labradas. El techo está abierto de modo que los
rayos del Sol naciente puedan llegar hasta un espejo de oro, que se remonta a
los tiempos de los Maestros Antiguos, y que está montado en la parte delantera.
Figuras de piedra de tamaño natural flanquean la entrada del templo por ambos
lados. Las paredes interiores están tapizadas con relieves. En una gran arca de
piedra hundida en la pared delantera del templo se encuentran las primeras
leyes escritas de nuestros Maestros Antiguos”
Luego le sigue Akanis (Fortaleza 1),
edificada “sobre una estrecha lengua de tierra, cercana a México, dónde se
enfrentan los dos océanos (4).
La última, Akahim (Fortaleza 3) quizás la
más misteriosa, se encuentra al norte de Brasil lindante con Venezuela.
“ Se parece a Akakor, con su puerta de piedra, el
Templo del Sol y los edificios para el príncipe y los sacerdotes. Una piedra
labrada en forma de dedo extendido señala el camino hacia la ciudad. La entrada
real está oculta detrás de una inmensa cascada de agua. Sus aguas caen hasta
una profundidad de 300 metros”. . Yo puedo revelar estos secretos porque desde
hace 400 años Akahim está en ruinas.
Después de guerras terribles contra los Blancos
Bárbaros, el pueblo de los Akahim destruyó las casas y los templos de la
superficie y se retiró al interior de las residencias subterráneas. Estas
residencias están dispuestas como la constelación estelar de los Dioses y se
hallan conectadas mediante unos largos túneles de forma trapezoidal. Hoy en
día, sólo cuatro de las residencias están todavía habitadas; las nueve
restantes están completamente vacías. Los en un tiempo poderosos Akahim apenas
ascienden actualmente a 5.000 almas.
“Akahim y Akakor se comunican entre sí mediante un pasadizo subterráneo y un
enorme sistema de espejos. El túnel comienza en el Gran Templo del Sol de
Akakor, continúa por debajo del cauce del Gran Río y termina en el centro de
Akahim. El sistema de espejos se extiende desde el Akai por encima de la
alineación de los Andes, hasta las Montañas Roraina, que es como las llaman los
Blancos Bárbaros.
Consiste en una serie de espejos de plata de
altura equivalente a la de un hombre y montados sobre unos grandes andamios de
bronce. Cada mes, los sacerdotes se comunican por este sistema los
acontecimientos más importantes en un idioma de signos secretos. Fue de esta
forma cómo la nación hermana de los Akahim tuvo noticias por primera vez sobre
la llegada de los Blancos Bárbaros al país llamado Perú.”
Además de la descripción de las ciudades
subterráneas, se incluyeron otras revelaciones importantes, que acrecentaron
aún más el enigma
Tatunca habló de tecnología extraterrestre y
documentos antiguos que se ocultarían en los recintos.
“Mi pueblo únicamente ha conservado la memoria
del Imperio de Samón y sus regalos a Lhasa, los pergaminos escritos y las
piedras verdes. Nuestros sacerdotes los han guardado en el recinto religioso subterráneo
de Akakor, en donde también se conservan el disco volante de Lhasa y la
extraña vasija que puede atravesar las montañas y las aguas. El disco volante
es del color del oro resplandeciente y esta hecho de un metal desconocido. Su
forma es como la de un cilindro de arcilla, es tan alto como dos hombres
colocados uno encima del otro, y lo mismo de ancho. En su interior hay espacio
para dos personas. No tiene velas ni remos.
Pero dicen nuestros sacerdotes que con él Lhasa
podía volar más rápido que el águila más veloz y moverse entre las nubes tan
ligero como una hoja en el viento. La extraña vasija es igualmente misteriosa.
Seis largos pies sostienen una bandeja plateada. Tres de los pies apuntan hacia
delante, otros hacia atrás. Estos e parecen a cañas dobladas de bambú y son
móviles; terminan en unos rodillos de la largura parecida a los lirios del
valle. Fieles a los deseos de nuestros Maestros Antiguos, los
sacerdotes recogieron todos los conocimientos y todas las experiencias y lo
conservaron en las residencias subterráneas.
Los objetos que dan testimonio de 12.000 años de la historia de mi pueblo se
guardan en una habitación labrada en la roca. Aquí se hallan también los
misteriosos dibujos de nuestros Padres Antiguos. Están grabados en
verde y en azul sobre un material desconocido para nosotros. Ni el agua ni el
fuego pueden destruirlo.”
“Uno de los mapas muestra que nuestra Luna no es
la primera y que tampoco es la única de la historia de la Tierra. La Luna que
nosotros conocemos comenzó a acercarse a la Tierra y a girar en derredor de
ella hace miles de años. En aquel entonces el mundo tenía otro aspecto.
“En el Oeste, allí donde los mapas de los Blancos Bárbaros solamente
registran agua, existía una gran isla. Asimismo en la parte septentrional del
océano se encontraba una gigantesca masa de tierra. Según nuestros sacerdotes,
ambos quedaron sumergidas bajo una inmensa ola durante la primera Gran
Catástrofe, la de la guerra entre las dos razas divinas. Y añaden que esta
guerra trajo la desolación a la Tierra y también a los mundos de Marte y de
Venus, que es como los Blancos Bárbaros los llaman.”
Y también de cuerpos alienígenas en estado de
suspensión.
“Entré en el recinto religioso al despuntar la
mañana, poco después de la salida del sol. Envuelto en el traje dorado de
Lhasa, descendí por una espaciosa escalera. Me condujo al interior de una
habitación, y ni aún ahora puedo decir si ésta era grande o pequeña. El techo y
las paredes eran de un color infinitamente azulado. No tenían ni comienzo ni
final. Sobre una losa de piedra labrada había pan y una fuente de agua, los
signos de la vida y la muerte. Un profundo silencio reinaba en la habitación.
Repentinamente, una voz que parecía proceder de todas partes me ordenó que me
levantara y que entrara en la siguiente habitación, que se parecía al Gran
templo del Sol. Sus paredes estaban recubiertas de muchos y muy diversos
instrumentos. Brillaban y resplandecía en todos los colores.
Tres grandes losas hundidas en el suelo
fosforecían como el hierro. Contemplé maravillado los extraños instrumentos
durante algún tiempo. Tan deslumbrados estaban, mis ojos por la brillante luz
que tarde bastante tiempo en reconocer algo que ya nunca olvidaré. En el centro
de la habitación cuyas paredes irradiaban una misteriosa luz se encontraban
cuatro bloques de piedras transparentes. Cuando, lleno de temor, pude
acercarme, descubrí en ellos a cuatro misteriosas criaturas: cuatro muertos
vivientes, cuatro humanos durmientes, tres hombres y una mujer. Yacían en un líquido
que los cubría hasta el pecho. Eran como los humanos en todos los aspectos,
sólo tenían seis dedos en las manos y seis dedos en los pies.”
Cuando esta información llegó a oídos de los
investigadores, Erich Von Däniken, de origen suizo, fue uno de
los primeros en retomar la posta abandonada por el periodista alemán. En el
libro de Brugger, Däniken , figuraba en los créditos como redactor del prólogo
de Akakor, y por ende, contaba con antecedentes en el tema. Teniendo en cuenta
el espíritu aventurero que el escritor tan bien supo imprimir en sus libros, no
resultó sorpresa su intención de lanzar una expedición en busca de la ciudad
perdida, a pesar de la experiencia fallida de Brugger. Pero desde el comienzo,
arreciaron las dificultades.
En Testigo de los Dioses, el suizo relató los pormenores que
hicieron fracasar la operación.
“Hace dos años entré en contacto, sin que ello
guardase ninguna relación con el libro de Brugger, con un señor de Manaus
llamado Ferdinand Schmidt. Dicho señor Schmidt había sido toda su vida
piloto de la Swissair. Después de jubilarse aceptó la misión de trabajar para
la Cruz Roja en Brasil. Esa misión le llevó a Manaus, y en el marco de sus
actividades tuvo ocasión de tratar muchas veces a Tatunca Nara. Este le contó
al señor Schmidt la historia de su tribu, exactamente en los mismos términos
que más tarde publicaría Brugger.
Schmidt y yo intercambiamos algunas cartas, y
luego tuvimos una entrevista en Zurich. Yo propuse organizar una expedición al
territorio de la tribu de Tatunca, como única manera de verificar hasta que
punto era verídica tan extraordinaria historia. Schmidt regresó a Manaus y, en
su calidad de experto piloto, empezó a programar la expedición, manteniéndose
al mismo tiempo en contacto con Tatunca, quién dijo hallarse dispuesto a guiar
un pequeño grupo hasta los lugares donde moraba su tribu.
La expedición estaba prevista para la primera
quincena de julio (1977), y deberíamos acercarnos cuanto fuese posible al
territorio de la tribu empleando dos helicópteros. Contábamos para ello con la
autorización de la Comisaría brasileña de asuntos indígenas, la FUNAI. El jefe
de la expedición iba a ser Tatunca Nara, pues sólo él sabía el
emplazamiento de la misteriosa ciudad. Pese a mi gran curiosidad, yo no deseaba
lanzarme a ciegas a una aventura que iba implicar para mí un esfuerzo
financiero bastante considerable. Después de las conversaciones preliminares,
Ferdinand Schmidt convenció al caudillo indígena para que regresara solo, de
momento, a reunirse con los de su tribu y recoger allí una prueba convincente
de la existencia de artefactos técnicos como los descritos por él.
Por ejemplo, Tatunca podría tomar fotografías de
los mismos. La presentación de esos documentos sería la señal de salida para la
expedición, ya preparada en todos sus detalles. Tatunca recibió una cámara de
manejo sencillo y, además, un motor fuera de borda nuevo para su barca. A
finales de marzo salió de Manaus con instrucciones de regresar dos meses más
tarde. Tatunca nunca apareció.
“Ahora bien, como los indios no tienen la noción de la puntualidad tan
definida como nosotros, los retrasos no son cosa rara tratándose de ellos. Por
otra parte, era posible que la demora viniese impuesta por condiciones
climáticas adversas. A veces, los afluentes del río Negro, llevan tan poco
caudal, que dejan pasar una lancha motora y se hace preciso aguardar a las
próximas lluvias. El 10 de julio aterricé en Manuas. Tatunca aún no había
aparecido. El retraso era de un mes y medio.
Sin su presencia, hubiese sido absurdo iniciar la
expedición con los helicópteros. Pero la empresa que alquilaba los helicópteros
no estaba dispuesta a tener inmovilizados por mucho tiempo sus costosos
aparatos. Insistió en que avisáramos con cuatro semanas de anticipación, cuando
estuviéramos dispuestos a utilizarlos. Por tanto, si yo hubiera dado luz verde
a la expedición el 10 de julio, habríamos tenido que partir cuatro semanas más
tarde, con Tatunca o sin él. Como a mediados de julio Tatunca seguía si
aparecer, anulé la expedición.
Saqué pasaje para regresar a Europa, y precisamente el último día de mi
estancia allí se presentó Tatunca con su barca por el río Negro. Su primera
pregunta fue si habíamos recibido las fotos, entregadas diez días antes a un
carguero comercial con instrucciones que nos fuesen transmitidas a nosotros.
Desde luego, no habíamos recibido nada. Tatunca dijo que había estado con los
de su tribu en la ciudad de Akahim, y nos reiteró de nuevo sus manifestaciones
acerca de los depósitos de material técnico de los dioses en la mencionada
ciudad. El caso es que no lleva consigo ninguna prueba.
Cuando se lo reprochamos, él nos contestó que su
obligación era mirar por su pueblo y no por nosotros, y que no podía traicionar
a los suyos llevándose ningún objeto de los que ellos consideraban sagrados;
que ello sería lo mismo que para nosotros robar una Iglesia. Nuestra
conversación duró doce horas, y todavía no sé que pensar de toda esa historia.
Lo que nos contó no era ilógico ni imposible …¡pero sí extraordinariamente improbable!.
Tatunca notó mi desconfianza, y prometió hablar con sus sacerdotes aquella
misma noche …”
“Tatunca dijo que los indios sabían comunicarse
por vía extrasensorial o, como diríamos nosotros, telepática.(5)
Si bien, según Tatunca, esa clase de comunicación no emplea palabras ni frases,
sino una concentración intensa de sentimientos, de sensaciones como el hambre,
el amor, la amistad, el odio, la felicidad, la guerra, la enemistad, y así
sucesivamente. Con ello sería posible crear símbolos y entenderse a distancia.
Dijo que todos los indios practicaban esta clase de comunicación telepática
desde su primera infancia.”
“Aplacé mi regreso veinticuatro horas. Al día
siguiente, Tatunca se presentó con mucho aplomo y dijo que había conseguido
explicar a sus sacerdotes que no podía presentarse ante mí con las manos
vacías, pues el hombre blanco no le haría caso. Ahora tenía permiso de los
sacerdotes para aportar una prueba capaz de convencerme. Por consiguiente,
partiría de nuevo a reunirse con los suyos, recogería la prueba y volvería a
Manaus. El señor Schmidt quedó encargado de avisarme por teléfono cuando todo
ello se hubiese cumplido. Hasta la fecha Tatunca no se ha presentado con las
pruebas prometidas. Sigo esperando.”
Cuando Tatunca se relacionó con Däniken
, le contó detalles inéditos de las ciudadelas y que diferían un tanto del
relato confiado a Brugger. Uno de esos ejemplos se presentó con Akahim.
El indígena señaló que en esa fortaleza se,
“adoraba un objeto misterioso que hace mucho
tiempo atrás había sido entregado a los sacerdotes por los Dioses venidos del
cielo en una nave brillante. Un objeto milenario que según las tradiciones
comenzaría a cantar en el momento que esos Dioses retornaran a la Tierra. Y que
recientemente había comenzado a emitir extraños zumbidos semejantes al de las
abejas, causando un intenso fervor y reverencia entre su pueblo”.
Esto motivó las ansias del escritor por encontrar
el objeto extraterrestre.
A pesar de sus reservas iniciales, Däniken dio luz verde para que la expedición
se concretase. Nuevamente Tatunca y Schmidt fueron convocados. El gobierno
brasileño la autorizó, pero con la condición que se contará con la
participación de Roldão Pires Brandão, un renombrado arqueólogo y
expedicionario. Faltando dos días para arribar a Akahim, se produjo un confuso
episodio que involucró a Pires Brandão (6), el cual
resultó herido de bala en un brazo, hecho calificado como “accidente”.
Durante la travesía truncada, Pires Brandão observó extrañas formaciones en
la selva. A su regreso partió en un vuelo por la zona, dándose cuenta que esos
montículos no eran normales, sino que se asemejaban a pirámides. Por esa época
un grupo de exploradores ingleses intentaban llegar a Akahim a través de
Venezuela. Temiendo perder la primicia, el arqueólogo informó de su
descubrimiento a la revista “Veja”, una de las más importantes de Brasil. El 1
de Agosto de 1979, un reportaje de cinco páginas mostró el increíble hallazgo.
La noticia recorrió el mundo (7).
Cuatro años antes, en 1975, el satélite Landsat
de la NASA había captado diez formaciones piramidales en el sudeste del Perú,
en la zona de Alta Madre de Dios.
NOTAS
1. “Karl Brugger tenía tatuada
en su pecho una tortuga, igual a la que también posee Tatunca Nara, en idéntico
lugar de su cuerpo. Es el emblema de la tribu Ugha Mongalula: la bala asesina
perforó justamente ahí”.
2. “En 1977, un medio europeo,
Spekula, publicó un artículo crítico sobre la historia de Akakor. Las
comparaciones entre las declaraciones del libro, y las grabaciones mostraron
serias desviaciones. Se advirtieron conceptos más refinados e intelectuales que
de ningún modo se esperaban de un indígena de la selva. Se determinó, que
Brugger habría manipulado Crónica de Akakor, intercalando pasajes completos de
viejas leyendas mitológicas.”
3. Obispo Grotti.
4. ¿Istmo de Panamá?
5. Tatunca contó a Karl Brugger
que sus sacerdotes: “saben como transmitir el pensamiento si utilizar palabras.
Esto le permite comunicarse con otras personas a través de las más largas
distancias, no en detalle, sino que pueden trasmitirse si su corazón están
alegres o tristes. Pero para esta comunicación son precisos el conocimiento del
legado de los Dioses y un poder absoluto sobre las fuerzas mentales”.
6. “Durante la 5ta. reunión
mundial de la “Ancient Astronaut Society” realizada en julio de 1978
en Chicago (EE.U), Daniken hizo un relato pormenorizado y ampliado de los
hechos … manifestando su esperanza de que la expedición pudiera obtener el
ansiado contacto con la civilización subterránea de Akakor. Pero tres meses
después, en la revista “Ancient Skies”, órgano de la asociación mencionada … en
su volumen 5, nº 4, el propio renombrado escritor aparecía suscribiendo un
comunicado – o al menos, a él se le atribuía – donde narraba los enormes
problemas que había causado Roldão, que entre otras menudencias se hirió con
sus propia arma, por negligencia en el manejo de la misma, y por eso se debió
forzar el regreso de los expedicionarios cuando sólo faltaban dos días para
llegar a Akahim.
El itinerario que había seguido era el curso del
Río Negro, y luego penetraron en un sub-afluente del Amazonas donde, como la
región era muy montañosa debieron continuar su camino a pie. Fue justamente al
llegar a la base de un cerro donde Brandão se accidentó y, por fortuna, pudo
socorrérsele a tiempo, pero tenía fiebre muy alta y habría fallecido, de
continuar . Así accedieron a un puesto policial, donde un hidroavión recogió al
grupo, trasladándolo sin perdida de tiempo a Manaus”.
“Según parece, Brandão se autolesionó con el fin
de detener la expedición organizada por Dãniken una vez que él tuviese
localizada la ubicación exacta de las pirámides”. Así aseguró para Brasil la
primicia del descubrimiento, adelantándose a otras expediciones extranjeras que
ya merodeaban por la zona.
7. “Casi enseguida surge una
cohorte de negadores, juzgando que esas elevaciones no tienen nada de
pirámides; manifestando “son sólo pequeños morros”. A eso Daniken se siente
obligado a responder y en forma enfática publica en la primera página del nº 14
(volumen 6) de Ancient Skies (septiembre-octubre de 1979) un caluroso
artículo, con el título de “Akahim existe”, ilustrándolo con la fotografía de
una forma piramidal”.
No resulta fácil encuadrar esta
historia en una época determinada. Por una parte se habla de una raza
extraterrestre que llegó a la tierra hace 600.000 años. Pero rápidamente
tenemos un asesinato y conspiraciones en la década de los setenta. Luego la
historia de un pueblo descendiente de los extraterrestres con una historia de
15.000 años. Finalmente Los nazis con sus bases secretas y sus planes de
continuar la guerra.
Pero aparte de encuadrarla, esta
historia viene a repetir lo ya relatado en este blog. Se habla de una cultura
anterior a Los Nefilim. Una cultura que trató con humanos, que ya existían en
la Tierra. Además una cultura que levanta pirámides y ciudades subterráneas.
Este podría ser el conocimiento antiguo que después generó los focos de
desarrollo cultural tras el Diluvio. Además explica una de las lagunas de la
teoría de Los Nefilim, Las culturas Preincaicas en Sudamérica. Por si fuera
poco habla de enfrentamientos entre razas extraterrestres (algo que ya habíamos
apuntado en el blog). La Victoria final de Los Nefilim sobre el continente
Americano.
La historia aporta nueva documentación
sobre la alianza entre los nazis y los Nefilim, ya explicada en el blog.
Finalmente también se hace eco de la conspiración, para mantener en secreto los
descubrimientos que sacarían a la luz nuestro origen y la participación de
culturas extraterrestres.
La descripción de los seres barbudos
con seis dedos y tez blanca se había asociado a los Atlantes, en anteriores
post.
Después de esta segunda parte,
seguiremos publicando en el blog Las crónicas de Akakor, donde se detallan
estos 15.000 años de historia.
“Dichas pirámides y la ciudad de Akahim se
situaban en la cordillera de Parima, en el sistema montañoso del Gurupira, en
las fuentes donde nace el río Padauiri (que es afluente del Rio Negro). Su
localización está cercana a la frontera con Venezuela y el territorio es
considerado por el gobierno brasileño de “seguridad nacional”. Las pirámides
son de base cuadrangular y la más elevada debe tener entre 100 y 150 metros de
altura. Las otras son de menores dimensiones. El arqueólogo Roldao Pires
Brandao observó que “las pirámides por su forma son idénticas a las
descubiertas en México”. Las fotos publicadas por la revista Veja muestran
otras construcciones cubiertas por vegetación baja.”
Pirámide de Akahim.
Revista Veja 01-08-79
“La expedición brasileña asegura haber tenido como
guía al indio Tatunca Nara que, no solo les llevó hasta el lugar donde
se ubicaban las pirámides sino que prosiguieron hasta el noroeste, siguiendo
las crestas de la Sierra de Gurupira, hasta llegar a las inmediaciones de las
ruinas de una ciudad perdida y abandonada medio escondida entre la espesura de
la selva. En ella pudieron observar incontables bocas de cavernas por entre las
rocas del lugar adyacente.
Al
parecer, según testimonios posteriores, la ciudad ya había sido vista por
pilotos civiles y militares de las Fuerzas Aéreas Brasileñas que sobrevolaron
la región. Un etnólogo que les acompañó, Ryoku Yuhan (1),
llegó a la conclusión, después de haber examinado “desde lejos” la ciudad, de
que las ruinas tenían gran semejanza con construcciones de estilo incaico y
deben tener una antigüedad de “cientos de siglos” (?). Incluso apuntó la
posibilidad de que tales ruinas correspondiesen a las de Eldorado, tan buscadas
por los españoles. Esta ciudad fue localizada a unos 180 kms. del lugar donde
se ubicaban las pirámides.”
El descubrimiento de las pirámides del Amazonas, le
brindó a la historia de Akakor una publicidad extra. Tatunca Nara,
aumentó su credibilidad entre los investigadores, que intuyeron tras su relato
una fuente de verdad.
“Además de estas poderosas ciudades, los Padres
Antiguos erigieron tres recintos religiosos sagrados: Salazere, en las
zonas altas del Gran Río; Tiahuanaco, sobre el Gran Lago: y Manoa,
en la llanura elevada del Sur. Eran las residencias terrestres de los Maestros
Antiguos y un lugar prohibido para los Ugha Mongulala. En el centro
se levantaba una gigantesca pirámide, y una espaciosa escalera conducía hasta
la plataforma en la que los Dioses celebraban ceremonias desconocidas por
nosotros. El edificio principal estaba rodeado de pirámides más pequeñas e
interconectadas por columnas, y más allá, sobre unas colinas creadas
artificialmente, se situaban otros edificios decorados con láminas que
resplandecían.
Cuentan
los sacerdotes que con la luz del Sol naciente las ciudades de los Dioses
parecían estar en llamas. Éstas radiaban una misteriosa luz, que se reflejaba
en las montañas nevadas.”
” También los recintos religiosos son un misterio
para mi pueblo. Sus construcciones son testimonio de un conocimiento superior,
incomprensible para los humanos. Para los Dioses, las pirámides no sólo eran
lugares de residencia sino también símbolos de la vida y de la muerte. Eran un
signo del sol, de la luz, de la vida. Los Maestros Antiguos nos
enseñaron que hay un lugar entre la vida y la muerte, entre la vida y la nada,
que está sujeto a un tiempo diferente. Para ellos, las pirámides suponían una
conexión con la segunda vida”.
Con la noticia en primera plana, Däniken
optó por una nueva expedición, la cual tampoco prosperó. Solo alcanzó para un
relato oral de Ferdinand Schhmidt (2).
Llegados
al punto más abajo de la catarata mayor, en el que estaba enclavado nuestro
antiguo campamento, nos plantamos en veinte minutos de marcha a través de la
selva ante la pared rocosa que había que escalar. Alcanzamos el punto más alto,
que estaba poblado de muchas variedades de cactus, y que ofrecía una grandiosa
panorámica hacía el oeste. Desde aquí pude fotografiar las tres pirámides y la
inmediata cadena montañosa con las antiguas ruinas de Akahim. A partir
de ahora nos encaminamos juntos en dirección hacia la catarata, a través de la
selva, y a poca distancia de la orilla.
De repente había ante nosotros, apoyado en un
árbol, un indio.
Entre él y nosotros mediaba una hondonada pequeña.
Tatunka se detuvo y exclamó “Ramos”.El indio se encaminó hacía Tatunka y ambos
se abrazaron. Ramos tenía cabellos negros que le caían sobre los hombros, lucía
una cinta trenzada en la frente, era de piel bastante oscura, pero tenía ojos
claros, verdes. De la oreja derecha le pendía una cadenita en forma de gota,
con alguna figura y un reborde exterior decorado.
Ramos era el jefe de la tropa de los
Mongulala y estaba allí con sus guerreros, quienes esperaban más arriba. Ramos
advirtió a Tatunka que los sacerdotes de su tribu habían decidido su casamiento
con la princesa que le había sido asignada hace ya muchos años(3).
Después Ramos le preguntó por el escritor (Däniken), ya que los Mongulala
esperaban encontrarse con él, en lugar de con Ferdinand Schmid.
Como Tatunka debía volver para casarse con la
princesa, Schmid tuvo que elegir entre proseguir él solo con Ramos y sus
guerreros o echar para atrás y regresar: El suizo sabía que apenas quedaban
unos kilómetros para alcanzar Akahim, la ciudad donde se ocultaban las reliquias
tecnológicas de los dioses. Schmid estaba en un dilema. Ramos y sus guerreros
no le daban garantías por su vida tanto en su viaje a Akahim como en el retorno
a Manaos.
Pese ello, con cierta osadía, se empeñó en ir a
Akahim. Pensó que, después de tan largo y penoso camino por una jungla donde
llovía copiosamente la mayor parte del tiempo, estando a un par de pasos del
objetivo tanto tiempo esperado no podía desaprovechar aquella oportunidad que,
tal vez, fuese la última.
Pero Tatunka le dijo que tenía miedo de
volver solo a la civilización. Argumentó que, si regresaba sin Schmid, los
blancos – y en especial el propio Däniken -, querrían saber de su paradero y
Tatunka se preguntaba si creerían la palabra de un indio. Schmid pensó que si
le daba una carta para Erich von Däniken el problema quedaba resuelto.
Pero el indio no lo veía claro. Si les daba la carta a los blancos estos
podrían pensar que él la escribió presionado por amenazas. De esta forma,
Schmid no tuvo más remedio que volver con Tatunka a Manaos.
Resignado,
el suizo captó la señal de alerta, marchándose de regreso a su país. Otros
investigadores desoyeron “las señales”, y continuaron buscando las ciudades
subterráneas. La mayoría desapareció en la selva amazónica.
Lista
macabra:
- 1977: Un joven norteamericano obsesionado con Akakor arriba al Cuzco, para tratar de organizar una expedición que lo conduzca hacia las zonas desconocidas de del sureste del Perú. Contrató a una guía para que lo acompañara hasta las fuentes del Río Yaco, donde esperaba entrevistarse con un “indígena” que lo llevaría a la ciudad oculta. Nunca más se lo vio con vida.
- 1980: John Reeds, otro norteamericano desaparecido. Una carta fue encontrada dentro de sus pertenencias donde declara estar a dos días de Akahim. En la misma hay elogios hacia Tatunca Nara. Sin embargo contra los deseos de este se interno solo en la selva.
- 1983: Herbert Wanner. Ciudadano suizo. Desaparecido y encontrado muerto. Tuvo contacto con Tatunca Nara. Interrogado negó cualquier implicancia.
- 1986: Christine Heuser. Investigadora alemana de la AAS (4). Paso cuatro semanas con Tatunca Nara. Se cree que tuvo un romance con el líder de los Ugha Mongulala. Hasta hoy figura como desaparecida.
En la distancia, Karl Brugger observaba los
acontecimientos que se sucedían y planificaba su regreso en silencio, el cual
se concretó en 1981. Acompañado de Tatunca Nara, intentó convencer a un
cineasta, Orlando Senna para que produjera un video documental sobre Akakor.
Senna se
negó a participar, argumentando:
“que no estaban dadas las condiciones de seguridad
para una incursión a zonas tan inhóspitas” (5).
Cuando en 1984 sobreviene la muerte del periodista,
un nuevo capítulo comienza a escribirse en la intrincada y enigmática historia
de Akakor. Hasta ese entonces no existían objeciones demasiado graves en
contra de la figura de Tatunca Nara, pero todo eso cambió, cuando desde
Alemania se difundió que el indígena en realidad era un ciudadano de ese país
con un pasado como convicto.
Günter
Hauck, tal su
verdadero nombre, figuraba en los archivos policiales alemanes como
desaparecido desde el 15 de Febrero de 1968, fecha, en la cual abordó un barco
para dirigirse a Río de Janeiro. A partir de allí, su rastro se perdía. El
expediente también mencionaba, que durante su estadía en prisión fue conocido
con el apodo de Tatunca Nara.
Solo el
dato de la fecha, bastaba para demoler una de las primeras incongruencias
detectadas del relato que Tatunca contara a Karl Brugger. Era imposible que su
proclama de príncipe de Akakor fuera viable en 1968, teniendo en cuenta que su
ingreso a Sudamérica se produjo en esa misma época.
En medio
de la polémica, otro tema salió a luz. Se denunció que en los días posteriores
a la muerte de Brugger, el consulado alemán entró a su departamento y se llevó
toda la documentación privada del periodista.
¿Qué
estaba pasando?.
Surgieron
versiones acerca de un nuevo libro que Brugger pensaba publicar a la brevedad.
Según sus allegados, el periodista confió, que estaba trabajando en una
hipótesis más controversial acerca del tema de las ciudades subterráneas, y que
de conocerse, causaría sensación. También habló, sobre incursionar en el tema
nazi y sus exploraciones en la jungla sudamericana, pues dijo contar con
documentos inéditos que avalarían su investigación (6).
De estas
afirmaciones se desprende, que Brugger nunca perdió las esperanzas de encontrar
las ciudades perdidas. Podemos suponer, que era consciente de la verdadera
identidad de Tatunca Nara, pero aún así, el indígena continuó jugando un papel
fundamental en el trazado de su historia. Tal vez Brugger, no creyó necesario
hacer público un detalle que ponía en riesgo la credibilidad de su libro, y por
otra parte, hasta sus últimos días tuvo la certeza que Tatunca no mentía.
Pero si
no mentía, no se explica el fracaso de todas las expediciones emprendidas,
incluyendo la del propio Brugger. Ahora bien, en el tren de conjeturas, ¿qué es
lo que se esconde tras Akakor?. Y, ¿por qué ese repentino interés en el
factor nazi?.
Veamos.
Durante
la redacción de Crónicas
de Akakor, Tatunca
Nara contó a Brugger una intrigante historia. Refirió, que en 1936 Sinakaia,
príncipe de su pueblo por esos años, tomó parte en el asalto de Santa María,
poblado brasileño situado en las zonas altas del Río Negro. Los Ugha Mongulala,
asesinaron a gran parte de los ocupantes, exceptuando, a cuatro mujeres que
fueron hechas prisioneras. Sólo sobrevivió una monja de nacionalidad alemana,
Reinha, que más tarde renunció a sus hábitos y se casó con Sinkaia. De esta
unión habría nacido Tatunca Nara.
Cuatro
años después, en 1941, la nueva princesa partió como embajadora en un viaje
secreto hacia Alemania. Un año después, Reinha regresó con algunos dirigentes
alemanes. Se estableció una alianza entre los dos pueblos. El acuerdo
contemplaba que Akakor, recibiría dos mil soldados alemanes para enseñar a los
Ugha Mongulala el manejo de armas poderosas, y que a cambio, estos últimos, se
comprometían a construir grandes fortificaciones y a ganar nueva tierra
cultivable.
“Pero la parte más importante del acuerdo,
estableció que los alemanes desembarcarían en la costa brasileña y ocuparían
las ciudades más importantes. Los guerreros de los Ugha Mongulala apoyarían la
campaña mediante rápidas incursiones sobre los poblados de los Blancos Bárbaros
situados en el interior del país.
Tras la
esperada victoria, Brasil sería dividido en dos territorios: los soldados
alemanes reclamarían las provincias de la costa; los Ugha Mongulala serían
satisfechos con la región sobre el Gran Río que les había dado por los Dioses
12.000 años antes.”
Según Tatunca los soldados alemanes tenían una ruta
de viaje que les permitía ingresar al Continente Sudamericano sin problemas.
“El punto de partida lo constituía una ciudad
alemana llamada Marsella. Se les decía que su destino era Inglaterra. Una vez a
bordo de la nave, que podía moverse bajo el agua como un pez, les era revelado
su auténtico destino. Después de viajar durante tres semanas por el océano
oriental, llegaban a la desembocadura del Gran Río. Aquí les recogía un barco
más pequeño, que los transportaba hasta las zonas altas del Río Negro.
En la última parte de su viaje eran acompañados por
exploradores de Ugha Mongulala. El trayecto hasta la gran Catarata situada en
la frontera entre Brasilo y Perú lo realizaban en canoas, y desde aquí
solamente eran necesarios veinte horas de camino hasta llegar a Akakor. En
conjunto el viaje de los soldados alemanes duraba unas cinco lunas.”
Para 1945 dos mil soldados alemanes se encontraban
viviendo en Akakor. La finalización de la Segunda Guerra interrumpió el
plan original. Ante la imposibilidad de volver a Alemania, los soldados optaron
por establecerse con los Ugha Mongulala.
En este
punto de su libro, Brugger, prestó mucha atención y decidió buscar
registros históricos que dieran asidero a la versión brindada por Tatunca.
Escribió:
“Las operaciones en América del Sur de las
asociaciones secretas alemanas no fueron menos numerosas y bien fundadas. Ya en
1938, un submarino alemán reconoció la zona inferior del Amazonas. Su
tripulación hizo una investigación geográfica y estableció contactos con la
colonia alemana en Manaus. Realizó asimismo el primer film histórico sobre la
Amazonia, que todavía se conserva en los archivos de Berlín Oriental. El
material fotográfico hecho público demuestra que el interés de los
investigadores fue mucho más allá de la mera recogida de datos personales.
Otras operación, que se halla documentada en los archivos de la fuerza aérea
brasileña, fue el viaje del barco de la S.S. Carolina en junio de 1943 desde
Maceió hasta Belem. Sólo puede imaginarse cuáles eran las órdenes del audaz
carguero alemán.
La fuerza área brasileña pensó que transportaba un
cargamento de armas para agente secretos alemanes y atacó el barco sin éxito.
Más esta explicación, vista retrospectivamente, parece poco probable. Nunca
hubo colonia alemana alguna en el área de Maceió ni tampoco instalaciones de
las fuerzas brasileñas. Hay numerosas referencias sobre operaciones secretas
del Tercer Reich en Brasil. Testigos oculares afirman haber observado el
desembarco de submarinos alemanes en la costa de Río de Janeiro. Un periodista
de la revista brasileña Realidad e incluso descubrió en el Mato Grosso una
colonia alemana, compuesta al parecer exclusivamente de antiguos miembros de
las S.S.
“Según la
Crónica
de Akakor, 2.000
soldados alemanes llegaron a la capital de los ugha mongulala entre 1940
y 1945. El punto de partida de esta operación secreta lo constituyó Marsella.
Entre sus miembros se encontraban A. Jung de Rastatt, H. Haag de
Mannheim, A. Schwager de Stuttgart, y K. Liebermann de Roth.
Mujeres y niños acompañaron al último grupo. El contacto había sido facilitado
por una hermana misionera alemana de la estación de Santa Bárbara. Una
investigación de los datos contenidos en la Crónica de Akakor suministró la evidencia
de que los cuatro soldados mencionados fueron dados por muertos en 1945. Según
información recibida de la diócesis amazónica, la estación misionera de Santa
Bárbara fue atacada y destruida por tribus salvajes indias en el año 1 936.
Entre los numerosos muertos se encontraban varias monjas alemanas.
“Teniendo
en cuenta los preparativos técnicos que el desembarco de 2.000 soldados
alemanes habría requerido, los datos son insuficientes. Pero las operaciones de
los comandos secretos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial podrían ser
comprobadas en los casos en los que hubieran sido organizadas por la Abwehr.
Los documentos sobre las actividades de la división extranjera del Partido
Nacional Socialista o de asociaciones secretas del tipo de la Ahnenerbe
o bien nunca fueron registrados o bien fueron quemados. Técnicamente, el
desembarco de 2.000 soldados alemanes podría haber sido posible. La
predilección de Hitler por las ciencias ocultas debió haberle urgido a
establecer contactos con un «Pueblo Escogido».
El biógrafo de Hitler, Rauschning,
caracteriza al «Führer del Gran Imperio Alemán» de la siguiente manera:
«Los planes y las acciones políticas de Hitler
únicamente pueden comprenderse si uno conoce sus más profundos pensamientos y
ha experimentado su convicción de la relación mágica entre el hombre y el
Universo».”
Coincidimos con Brugger, que tanto la Abwehr,
como la Ahnenerbe, contaban con los medios necesarios para implicarse en
una operación de esta envergadura.
La Abwehr,
fue el servicio de inteligencia alemán que comenzó a funcionar en 1866. Durante
la Segunda Guerra Mundial fue dirigido por el Contralmirante Wilhelm Canaris
(1887-1945?) (7). Además de estar encargado de la
inteligencia, la Abwer, desarrolló tareas de espionaje, contrainteligencia,
seguridad, actividades de sabotaje y subversión. En Sudamérica se concentraron
en tareas de inteligencia naval y marítima. Muchos países del continente que
simpatizaban con los alemanes, prestaron una valiosa colaboración a la causa nazi.
Algunos
biógrafos sostienen que Canaris fue,
“el artífice de un plan denominado Z-Plan, un plan,
para continuar la guerra, en caso de que Alemania perdiera militarmente.
También creó una organización denominada “Die Kette” (8) ,
para continuar la guerra desde fuera de Alemania si el territorio era invadido
y cuyo símbolo era un águila alemana sobre un Sol negro. Tanto el Z-Plan como
la organización Die Kette no fueron concebidos con fines a corto o
mediano plazo, sino para perdurar por varias generaciones”.
Una hipótesis no confirmada sugiere que Canarias,
quién era amigo del general Franco,
“obtuvo la península de Jandia (Fuenteventura) en
las Islas Canarias por su contribución en la guerra civil, supuestamente era
una base secreta de submarinos que sería descubierta después de la guerra,
donde los alemanes la utilizarían como vía de escape, aprovisionamiento y
escala rumbo a otras bases secretas en América del Sur y la Antártica. Esta
residencia llamada Villa Winter sería del General Gustav del servicio de
inteligencia alemán al que los nativos de la isla llamarían “Don Gustavo”. Esta
base estaría construida bajo alto secreto sobre cuevas y caverna naturales que
comunicarían a su vez con la residencia camuflada que serviría de bunker y
punto de observación de la costa.”
Resulta sugestiva la mención de bases
sudamericanas. ¿Pudo haberse establecido alguna en territorio brasileño?. No,
si pensamos que este país le declaró la guerra al Eje en 1942, factor que
complica cualquier acción de esa índole. Pero las posibilidades están abiertas
y no se pueden descartar.
Como
segunda opción tenemos a la Ahnenerbe.
Notas
1. Ryoku Yuhan, es el seudónimo
adoptado por José Alair da Costa Pires, quién cambió su nombre al convertirse
al budismo.
2. El bote del capitán Schmidt
naufragó, perdiéndose importante material fílmico que revelaba indicios de
Akahim. Rumores que circularon por Manaus, señalaron a Tatunca Nara como el
responsable del fracaso, atribuido a su errático comportamiento que durante
todo el trayecto buscó boicotear la misión.
3. Según relató Däniken más
tarde, “Tatunca explicó a Schmidt que no podía volver a Akahim puesto que no
quería concretar aquel casamiento, pues estaba ya matrimonialmente unido en
Manaus con una mujer blanca; no obstante, le dice que puede seguir a Ramos
hasta la ciudad, pero no le garantiza pueda regresar algún día a la
“civilización””.
4. Ancient Astronaut Society.
Fundada por Erich Von Däniken en 1973.
5. “Entrevistado Senna por la
revista “Trance”, en el número de junio de 1982, manifestó que no realizó la
expedición porque el propio Tatunca no le garantizó ninguna seguridad, puesto
que había que cruzar regiones muy inhóspitas, con miles de nativos en pie de
guerra contra cualquier invasor que se acercara. El proyecto entonces queda en
la nada.
6. “Se comentó que Karl iba a
hacer públicas en los días próximos a su asesinato, fotos y filmaciones que
probaban que hubo un asentamiento del Tercer Reich en la parte alta de Río
Negro”.
7. En 1940 fue ascendido a Almirante.
Desde la Abwerh organizó la ayuda alemana al General Francisco Franco durante
la Guerra Civil Española. Más tarde sería acusado de integrar una red de
conspiradores para matar a Hitler. En 1945 fue internado en el campo de
concentración de Flossenburg,, donde se lo ejecutó un poco antes de terminar la
Guerra. Investigaciones recientes, sugieren que su detención y posterior
muerte, fue en realidad una pantalla de camuflaje para desviar la atención de
los aliados. Canaris habría continuado con sus operaciones desde la
clandestinidad.
1 El
regreso de los Dioses
3166 – 2981 a. de C.
3166 – 2981 a. de C.
El
calendario maya comienza en el año 3113 a. de C. y termina el 24 de
diciembre de 2011 d. de C. La historiografía tradicional sitúa el inicio de
los acontecimientos históricos hacia 3000 a. de C. El período que se extiende
hasta las migraciones germánicas (375 d. de C.) constituye la Antigüedad, y
comienza con el nacimiento de las altas civilizaciones en los oasis fluviales
del bajo Nilo y entre el Eufrates y el Tigris, que es donde el hombre
desarrolla su primera existencia histórica. Los momentos culminantes de la
historia oriental se caracterizan por inmensos imperios gobernados por monarcas
fuertes y agresivos.
La vida espiritual queda restringida a la religión
organizada. El Oriente es la cuna de la escritura, del servicio civil y de una
tecnología asombrosamente eficiente. Entretanto, el hombre europeo y el
asiático continúan en el nivel neolítico. Se han sugerido diversas fechas para
el comienzo de las civilizaciones americanas. El explorador británico Niven
estima que los primeros asentamientos urbanos de los antecesores de los aztecas
fueron fundados hacia 3500 a. de C.
Según el arqueólogo peruano Daniel Ruiz, Machu Picchu, la misteriosa ciudad en ruinas
de los altos Andes, fue fundada antes de la catástrofe mundial descrita en la
Biblia como el Diluvio. La historiografía tradicional rechaza ambas fechas.
Lhasa, el
Hijo Elegido de los Dioses
La Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo desde la hora cero hasta el año 12.453. es nuestro mayor tesoro. Contiene toda la sabiduría de los Ugha Mongulala, escrita en el lenguaje milenario de nuestros Padres Antiguos. Recoge el legado de los Maestros Antiguos, que ha determinado la vida de mi pueblo durante más de 10.000 años. Contiene los secretos de las Tribus Escogidas y corrige asimismo la historia de los Blancos Bárbaros. Porque la Crónica de Akakor describe el nacimiento y la decadencia de un pueblo escogido por los Dioses hasta el final del mundo, cuando ellos regresarán después de que una tercera Gran Catástrofe haya destruido a los pueblos. Así está escrito. Así es cómo hablan los sacerdotes.
La Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo desde la hora cero hasta el año 12.453. es nuestro mayor tesoro. Contiene toda la sabiduría de los Ugha Mongulala, escrita en el lenguaje milenario de nuestros Padres Antiguos. Recoge el legado de los Maestros Antiguos, que ha determinado la vida de mi pueblo durante más de 10.000 años. Contiene los secretos de las Tribus Escogidas y corrige asimismo la historia de los Blancos Bárbaros. Porque la Crónica de Akakor describe el nacimiento y la decadencia de un pueblo escogido por los Dioses hasta el final del mundo, cuando ellos regresarán después de que una tercera Gran Catástrofe haya destruido a los pueblos. Así está escrito. Así es cómo hablan los sacerdotes.
Así ha sido registrado, con buenas palabras, con
lenguaje claro:
Todavía el crepúsculo cubría la superficie de la
Tierra. Todavía un velo cubría el Sol y la Luna. Aparecieron entonces las naves
en el cielo, poderosas y de un color dorado. Grande fue la alegría de los
Servidores Escogidos. Sus Maestros Antiguos volvían. Regresaban a la Tierra con
sus rostros resplandecientes. Y el Pueblo Es-cogido reunió sus ofrendas: plumas
del gran pájaro de los bosques, miel de abejas, incienso y frutas. Los
Servidores Escogidos depositaron estas ofrendas a los pies de los Dioses y
bailaron.
Bailaron con sus rostros vueltos hacia el Este,
hacia el Sol naciente. Bailaron con lágrimas de alegría en sus ojos por el
regreso de los Maestros Antiguos. Y los animales también se regocijaron. Todos,
hasta el más humilde, se irguieron en los valles y contemplaron a los Padres
Antiguos. Mas no eran muchos los que quedaban. Los Dioses habían matado a la
mayoría en castigo por su conducta. Sólo unas pocas personas quedaban vivas
para saludar con el debido respeto a los Maestros Antiguos.
En el año 7315 (3166 a. de C.)* los Dioses,
que tan ansiadamente habían sido esperados por mi pueblo, regresaron a la
Tierra. Los Maestros Antiguos de las Tribus Escogidas regresaron a Akakor
y asumieron el poder. Pero únicamente unas pocas naves llegaron a nuestra
capital, y los Dioses apenas permanecieron tres meses con los Ugha Mongulala.
Seguidamente abandonaron de nuevo la Tierra. Tan sólo los hermanos Lhasa
y Samón no regresaron al lugar de sus Padres Antiguos. Lhasa se
estableció en Akakor; Samón voló hacia el Este y fundó su propio imperio.
* Los años entre paréntesis son «según el
calendario de los Blancos Bárbaros» o cristiano. (N. del E.)
Lhasa, el Hijo Elegido de los
Dioses, asumió el poder sobre un imperio devastado. Únicamente 20 millones
de personas de los 362 que vivieron durante la Edad de Oro habían sobrevivido a
la segunda Gran Catástrofe. Los asentamientos y los pueblos estaban en ruinas.
Hordas de Tribus Degeneradas avanzaban por las fronteras. La guerra imperaba
por todo el territorio. El legado de los Dioses había sido olvidado. Lhasa
reconstruyó el antiguo imperio. Como una protección contra las tribus hostiles
que avanzaban, mandó construir grandes fortalezas. Bajo su mando, los Ugha
Mongulala erigieron grandes murallas de tierra a lo largo del Gran Río y las
fortificaron con empalizadas de madera.
A escogidos guerreros les fue confiada la tarea de
proteger la nueva frontera y de avisar a Akakor sobre los avances de las
tribus hostiles. En el sur del país llamado Bolivia, Lhasa levantó las
bases de Mano, Samoa y Kin. Estaban compuestas por trece edificios amurallados
siguiendo la estructura de los recintos religiosos de nuestros Padres Antiguos.
Una pirámide con una escalera en su parte delantera, un techo inclinado, y una
habitación abovedada interior y exterior, dominaba sobre el campo que le
rodeaba. Lhasa asentó a las Tribus Aliadas en las cercanías de las tres
fortalezas. Estaban bajo el mando del príncipe de Akakor y tenían la obligación
de pagar el impuesto de guerra.
Desde
hacía miles de años, una nación vivía en las fronteras occidentales del
imperio, y con la cual los Ugha Mongulala habían estado relacionados con una
amistad especial. Esta nación, los incas, conocía el idioma y la
escritura de los Maestros Antiguos. Sus sacerdotes conocían asimismo el legado
de los Dioses. Hacia el final de la segunda Gran Catástrofe, esta tribu
trasladó sus poblados a las montañas del país llamado Perú y allí fundó
su propio imperio. Lhasa, preocupado por la seguridad de Akakor, dispuso que se
erigiera una fortaleza en la frontera occidental y dio órdenes para la
construcción de Machu Picchu, una nueva ciudad de templos situada en una
elevación de los Andes.
El sudor
perlaba las frentes de los porteadores. Las montañas se tiñeron de rojo con su
sangre. Por eso se les llama las Montañas de Sangre. Pero Lhasa no les
dio descanso. La nación de los Servidores Escogidos hacía penitencia por
la traición de sus antepasados. Y los días pasaron. El Sol salió y se puso.
Llegaron las lluvias y el frío. Las quejas de los Servidores Escogidos
resonaron en el aire. Cantaban su sufrimiento con dolor.
La
construcción de la ciudad sagrada de Machu Picchu es uno de los grandes
acontecimientos de la historia de mi pueblo. Los detalles sobre su construcción
permanecen oscuros. Muchos son los secretos eternamente ocultos en la escarpada
Montaña de la Luna que protege Machu Picchu. Según los relatos de los
sacerdotes, los trabajadores arrancaban de las rocas las piedras para las casas
de los guerreros y las residencias de los sacerdotes y sus servidores. Un
ejército de operarios trasladaba los bloques de granito para el palacio de
Lhasa desde los lejanos valles de las laderas occidentales de los Andes.
Y cuentan también los sacerdotes que dos
generaciones no fueron suficientes para completar la ciudad, y que las quejas
de los Ugha Mongulala eran cada vez más insistentes a medida que el tiempo
pasaba. Las Tribus Escogidas comenzaron a rebelarse y a maldecir a los Padres
Antiguos. Parecía que iba a surgir una revuelta contra Lhasa, el Hijo Elegido
de los Dioses. Se produjo entonces un estruendo en el cielo y la luz del día se
convirtió en tinieblas. La ira de los Dioses explotó en un trueno resonante y
en una iluminación terrible.
Y mientras caía una densa lluvia, los dirigentes de
los insatisfechos quedaron convertidos en piedra, piedras vivientes y con
piernas. Lhasa les ordenó que se introdujeran en las montañas y que se emparedaran
dentro de las escaleras y terrazas de Machu Picchu.
Así es cómo fueron castigados los rebeldes.
Ellos soportan la ciudad sagrada sobre sus
espaldas, eternamente prisioneros dentro de las piedras.
Machu
Picchu es una ciudad sagrada. Sus templos están dedicados al Sol, a la Luna, a
la Tierra, al mar y a los animales. Una vez que cuatro generaciones de hombres
hubieron completado la ciudad, Lhasa se trasladó a ella y desde aquí condujo al
imperio a un nuevo periodo de esplendor y prestigio.
Bajo Lhasa,
el número de guerreros creció. Se sentían fuertes y no tenían que preocuparse
por el país o por la familia. Sólo tenían ojos para las armas. Protegidos por
los Dioses, vigilaban las posiciones de los enemigos. Recorrían el mundo
siguiendo las instrucciones de Lhasa, porque el Hijo Elegido de los Dioses era
verdaderamente un gran príncipe. Nadie podía derrotarle ni matarle. Lhasa
era uno de los Dioses. Durante trece días, se elevó en los cielos. Durante
trece días caminó para encontrarse con el Sol naciente. Durante trece días
adoptó la forma de un pájaro y era verdaderamente un pájaro. Durante trece días
se convirtió en un águila. Era realmente un elegido. Todos se inclinaban ante
su presencia. Su poder llegaba hasta los límites del cielo, hasta los límites
de la Tierra. Y las tribus se inclinaron ante el señor divino.
Lhasa fue
el innovador decisivo del imperio de los Ugha Mongulala. Durante los
trescientos años de su reinado, sentó las bases de un poderoso imperio. Luego
regresó con los Dioses. Convocó a los ancianos del pueblo y a los sumos
sacerdotes y les transmitió sus leyes. Ordenó al pueblo que viviera para
siempre según el legado de los Dioses y que obedeciera sus prescripciones.
Luego Lhasa se volvió hacia el Este y se inclinó ante el Sol naciente.
Antes de que sus rayos tocaran la ciudad sagrada, ascendió en su disco
volante la Montaña de la Luna que se destaca sobre Machu Picchu y se retiró
para siempre de los humanos.
Esto es lo que cuentan los sacerdotes sobre la
misteriosa partida de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, el único príncipe
de las Tribus Escogidas que vino de las estrellas.
Samón y
el imperio del Este
A menudo Lhasa estaba ausente con su disco volante. Visitaba a su hermano Samón. Volaba al poderoso imperio del Este. Y llevaba consigo una extraña vasija que podía atravesar el agua y las montañas.
A menudo Lhasa estaba ausente con su disco volante. Visitaba a su hermano Samón. Volaba al poderoso imperio del Este. Y llevaba consigo una extraña vasija que podía atravesar el agua y las montañas.
La Crónica
de Akakor no dice mucho sobre el imperio de Samón, el hermano de Lhasa, que
había descendido a la Tierra con los Dioses en el año 7315. Según la historia
escrita de mi pueblo, se estableció sobre un gran río situado más allá del
océano oriental. Escogió a unas tribus errantes y les transmitió sus
conocimientos y su sabiduría. Bajo su dirección, cultivaron los campos y
construyeron poderosas ciudades de piedra. Surgió un poderoso imperio, imagen
idéntica del de Akakor, y construido según el mismo legado de los Dioses que
también determinaba la vida de los Ugha Mongulala.
Lhasa, el
Príncipe de Akakor,
visitaba regularmente a su hermano Samón en su imperio y permanecía con él en
las magníficas ciudades religiosas sobre el gran río. Para reforzar los lazos
entre las dos naciones, en el año 7425 (3056 a. de C.) ordenó la construcción
de Ofir, una poderosa ciudad portuaria sobre la desembocadura del Gran Río.
Durante casi dos mil años, los barcos procedentes del imperio de Samón
arribaron aquí con sus valiosos cargamentos. A cambio de oro y de plata, traían
pergaminos escritos en el idioma de nuestros Padres Antiguos, y también raras
maderas, finísimos tejidos y unas piedras verdes que eran desconocidas para mi
pueblo. Pronto Ofir se convertiría en una de las ciudades más ricas del
imperio y botín apetecido de las tribus salvajes del Este.
Éstas
asaltaron la ciudad en repetidos ataques, hicieron incursiones contra los
barcos anclados e interrumpieron las comunicaciones con el interior. Cuando
unos mil años después de la partida de Lhasa el imperio se desintegró, lograron
por fin conquistar Ofir en el curso de una poderosa campaña. Asolaron la ciudad
y la quemaron completamente. Los Ugha Mongulala entregaron las provincias
costeras del océano oriental y se retiraron hacia el interior del país. Y la
conexión con el imperio de Samón quedó cortada.
Mi pueblo
únicamente ha conservado la memoria del imperio de Samón y sus regalos a
Lhasa, los pergaminos escritos y las piedras verdes. Nuestros sacerdotes los
han guardado en el recinto religioso subterráneo de Akakor, en donde
también se conservan el disco volante de Lhasa y la extraña vasija que puede
atravesar las montañas y las aguas. El disco volante es del color del oro
resplandeciente y está hecho de un metal desconocido. Su forma es como la de un
cilindro de arcilla, es tan alto como dos hombres colocados uno encima del
otro, y lo mismo de ancho.
En su interior hay espacio para dos personas. No
tiene ni velas ni remos. Pero dicen nuestros sacerdotes que con él Lhasa podía
volar más rápido que el águila más veloz y moverse por entre las nubes tan
ligero como una hoja en el viento. La extraña vasija es igualmente misteriosa.
Seis largos pies sostienen una gran bandeja plateada. Tres de los pies apuntan
hacia delante, otros tres hacia atrás. Éstos se parecen a cañas dobladas de
bambú y son móviles; terminan en unos rodillos de una largura parecida a los
lirios del valle.
Estos son
los últimos vestigios del glorioso período de Lhasa y de Samón. Desde entonces,
mucha agua ha caído en el océano. El imperio antiguamente poderoso, las 130
familias de Dioses que vinieron a la Tierra, han desaparecido y los hombres
viven sin esperanza. Pero los Dioses regresarán. Regresarán para ayudar a sus
hermanos, los Ugha Mongulala, que son de la misma sangre y tienen el mismo
padre, tal y como está escrito en la crónica:
Esto es lo que Lhasa ha profetizado. Y así
sucederá. Nuevos lazos de sangre se establecerán entre los imperios de Lhasa y
de Samán. Se renovará la alianza entre sus pueblos, y sus descendientes se
encontrarán nuevamente los unos con los otros. Entonces regresarán los Maestros
Antiguos.
Akahim, la Tercera Fortaleza
Las
noticias sobre Akahim, la Tercera Fortaleza, proceden de los tiempos de
Lhasa. Esta ciudad de piedra está situada en las montañas en la frontera norte
entre los países llamados Venezuela y Brasil. No sabemos quién
construyó Akahim. Únicamente podemos imaginarnos cuándo fue levantada. Sólo
comienza a mencionársele en la crónica tras el regreso de los Maestros Antiguos
en el año 7315. Desde entonces, Akakor y Akahim han estado unidas por una gran
amistad.
Yo mismo
he visitado en varias ocasiones la capital de la nación hermana de las Tribus
Escogidas. Se parece a Akakor, con su puerta de piedra, el Templo del Sol y los
edificios para el príncipe y los sacerdotes. Una piedra labrada en forma de
dedo extendido señala el camino hacia la ciudad. La entrada real está oculta
detrás de una inmensa cascada de agua. Sus aguas caen hasta una profundidad de
300 metros.
Yo puedo revelar estos secretos porque desde hace
400 años Akahim está en ruinas. Después de guerras terribles contra los Blancos
Bárbaros, el pueblo de los Akahim destruyó las casas y los templos de la
superficie y se retiró al interior de las residencias subterráneas. Estas
residencias están dispuestas como la constelación estelar de los Dioses y se
hallan conectadas mediante unos largos túneles de forma trapezoidal. Hoy en día,
sólo cuatro de las residencias están todavía habitadas; las nueve restantes
están completamente vacías. Los en un tiempo poderosos Akahim apenas ascienden
actualmente a 5.000 almas.
Akahim y Akakor se comunican
entre sí mediante un pasadizo subterráneo y un enorme sistema de espejos. El
túnel comienza en el Gran Templo del Sol de Akakor, continúa por debajo del
cauce del Gran Río y termina en el centro de Akahim. El sistema de espejos se
extiende desde el Akai, por encima de la alineación de los Andes, hasta las
Montañas Roraina, que es como las llaman los Blancos Bárbaros. Consiste en una
serie de espejos de plata de altura equivalente a la de un hombre y montados
sobre unos grandes andamios de bronce. Cada mes, los sacerdotes se comunican
por este sistema los acontecimientos más importantes en un idioma de signos
secretos. Fue de esta forma cómo la nación hermana de los Akahim tuvo noticias
por primera vez sobre la llegada de los Blancos Bárbaros al país llamado Perú.
La
Segunda Fortaleza y la Tercera Fortaleza son los últimos vestigios del en un
día poderoso territorio de nuestros Maestros Antiguos. Son el testimonio de un
conocimiento superior, de una sabiduría inconmensurable, y de los secretos de
los Dioses que ellos legaron a los Ugha Mongulala para preservar la
herencia, tal y como está escrito en la crónica, con buenas palabras, con
lenguaje claro:
He aquí nuestra ley suprema. Conservad nuestro
legado. Mantenedlo sagrado, allá donde vayáis, allá donde construyáis vuestras
cabañas, allá donde encontréis un nuevo hogar. Nunca actuéis según vuestra
propia voluntad. Cumplid la voluntad de los Dioses. Escuchad sus palabras con
respeto y gratitud. Porque ellos son grandes e inconmensurable es su sabiduría.
2 El
imperio de Lhasa
2982 – 2470 a. de C.
El cultivo de los valles fluviales del Nilo, del Eufrates y del Tigris inició el desarrollo gradual de las más antiguas civilizaciones de Oriente. Hacia 3000 a. de C., el Rey Menes fundó el Imperio Antiguo de Egipto. Era éste un Estado administrado centralmente y con un servicio civil de admirable estructuración. El Faraón, la Gran Casa, tenía poder absoluto para gobernar como una reencarnación divina. Su acción oficial más importante consistía en la construcción de una gigantesca tumba de piedra, la pirámide.
2982 – 2470 a. de C.
El cultivo de los valles fluviales del Nilo, del Eufrates y del Tigris inició el desarrollo gradual de las más antiguas civilizaciones de Oriente. Hacia 3000 a. de C., el Rey Menes fundó el Imperio Antiguo de Egipto. Era éste un Estado administrado centralmente y con un servicio civil de admirable estructuración. El Faraón, la Gran Casa, tenía poder absoluto para gobernar como una reencarnación divina. Su acción oficial más importante consistía en la construcción de una gigantesca tumba de piedra, la pirámide.
Las estatuas y los relieves mágicos encontrados en
las cámaras funerarias evidencian el elevado nivel de su cultura material y
espiritual. La escritura jeroglífica altamente desarrollada, y perfeccionada
por los sacerdotes, describe las glorias del imperio. Hacia 2500 a. de C., los
sumerios avanzaban hacia Babilonia. En el año 2350 a. de C., el rey semita Sargón
fundó el primer gran imperio que conoce la historia.
Los únicos datos sobre el desarrollo histórico
paralelo en el continente americano nos los proporciona el historiador español Fernando
Montesinos, quien sitúa el origen de la dinastía inca de los Reyes del Sol
en el tercer milenio a. de C.
El nuevo orden
Nada existía durante mucho tiempo, únicamente la tierra y las montañas. Esto es lo que los Dioses nos enseñaron. Ésta es la ley de la Naturaleza. También mi pueblo está sujeto a dicha ley. Es lo bastante poderoso para confiar en la mas importante ley del mundo. ¿Pero qué sentido tiene la vida para nosotros si no luchamos? ¿Qué sentido tiene si los Blancos Bárbaros quieren exterminarnos? Nos han privado de nuestra tierra y cazan a los hombres y a los animales. Los gatos monteses desaparecen con rapidez. Ya sólo quedan algunos jaguares allí donde hace unos años abundaban.
Nada existía durante mucho tiempo, únicamente la tierra y las montañas. Esto es lo que los Dioses nos enseñaron. Ésta es la ley de la Naturaleza. También mi pueblo está sujeto a dicha ley. Es lo bastante poderoso para confiar en la mas importante ley del mundo. ¿Pero qué sentido tiene la vida para nosotros si no luchamos? ¿Qué sentido tiene si los Blancos Bárbaros quieren exterminarnos? Nos han privado de nuestra tierra y cazan a los hombres y a los animales. Los gatos monteses desaparecen con rapidez. Ya sólo quedan algunos jaguares allí donde hace unos años abundaban.
Cuando hayan desaparecido, moriremos de hambre. Nos
veremos obligados a rendirnos a los Blancos Bárbaros. Pero ni siquiera
esto les satisface. Exigen que vivamos según sus propias leyes y costumbres.
Mas nosotros somos hombres libres del sol y de la luz, y no deseamos llenar
nuestros corazones de pesadumbre con sus falsas creencias. No queremos ser como
los Blancos Bárbaros, que pueden estar felices y llenos de alegría incluso
cuando sus hermanos están infelices y tristes. No nos queda, por tanto, otra
alternativa que la de recoger la Flecha Dorada, luchar, y morir tal como Lhasa
—el Hijo Elegido de los Dioses que llegó para fundar un nuevo imperio y
proteger a los Ugha Mongulala de la destrucción— nos enseño.
Lhasa dejó tras sí el poder y la
gloria. Había decisiones y gobierno. Los hijos nacieron. Muchas cosas
ocurrieron. Y el Pueblo Escogido adquirió aún mayor fama cuando reconstruyó Akakor
con argamasa y cal. Pero los Servidores Escogidos no trabajaban. No construían
fortalezas ni residencias. Dejaron esta tarea para las Tribus Sometidas. No
tenían necesidad de pedir, ni de mandar, ni de utilizar la violencia, ya que
todos obedecían con alegría a los nueras señores. Y el imperio se extendió.
Grande era el poder de los Servidores Escogidos. Sus leyes imperaban sobre las
cuatro esquinas del imperio.
Lhasa
restauró la fama de los Ugha Mongulala. Las fronteras, apaciguadas y seguras:
las tribus hostiles, derrotadas; las Tribus Aliadas, sometidas al servicio
militar, tal y como Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, había ordenado. Pero Lhasa
no sólo restableció el poder exterior del imperio sino que también renovó el
orden interior del territorio. Lhasa dividió a los Ugha Mongulala en rangos y
en clases, y por primera vez el legado de los Dioses quedó registrado en leyes
escritas. Durante miles de años, éstas han regido la vida de mi pueblo.
Únicamente serian modificadas y completadas tras la llegada de los 2.000
soldados alemanes muchos siglos después.
«Hemos de
dividir nuestras tareas.» Así habló y decidió Lhasa. Y así fueron renovados los
rangos y distinguidas las clases. Todos los títulos y dignatarios —el príncipe,
el sumo sacerdote y los ancianos del pueblo— fueron nombrados de nuevo. Éste
fue el origen de los rangos y de las clases. Éste fue el nuevo orden del Hijo
Elegido de ¡os Dioses, y que determinó la vida de los Ugha Mongulala.
Según las
leyes escritas de Lhasa, el príncipe es el jefe de los Ugha Mongulala. Él es el
más alto servidor de los Dioses, el descendiente de los Maestros Antiguos y el
gobernador de las Tribus Escogidas. El pueblo lo llama el Elegido, porque los
Dioses le han escogido para administrar el imperio. No es elegido por el
pueblo. El oficio de príncipe es hereditario y se transmite de padre a hijo, al
que a partir de los once años los sacerdotes enseñan el legado de los Dioses.
Éstos le instruyen en la historia de las Tribus Escogidas y le preparan para su
futura tarea con ejercicios físicos y espirituales.
Cuando el
príncipe ha muerto, su hijo primogénito es llamado por los ancianos. Ha de
demostrarles que está preparado para ser el más alto servidor de los Maestros
Antiguos. Una vez que ha pasado la prueba, el sumo sacerdote le envía a una
región secreta de las residencias subterráneas. Aquí deberá permanecer durante
trece días y dialogar con los Dioses. Si éstos piensan que aquél merece la
herencia de su legado, los ancianos lo presentarán como el nuevo gobernador de
su pueblo. Pero si los Dioses lo rechazan y no regresa de las regiones
subterráneas después de los trece días, los sacerdotes determinarán el correcto
heredero con la ayuda de las estrellas. Ellos calcularán el nacimiento de un
muchacho varón un día y una hora seis años antes. El escogido será llevado a
Akakor y preparado para su futura tarea.
Y así es
como el príncipe gobierna sobre las Tribus Escogidas: él es el supremo señor de
la guerra y el más alto administrador del imperio. Los guerreros de los Ugha
Mongulala están bajo sus órdenes. Asimismo, los ejércitos de las Tribus Aliadas
le deben fidelidad. Decide por sí solo la guerra y la paz. Nombra a los más
altos servidores civiles y a los señores de la guerra. Las leyes venerables de
Lhasa solamente podrán ser modificadas con su aprobación. Porque como legítimo
descendiente de los Dioses, el príncipe se sitúa por encima de las leyes de los
hombres y está autorizado para rechazar el consejo de los ancianos en tres
ocasiones.
Los tres
mil mejores guerreros, seleccionados de entre las familias más famosas, se
hallan bajo las órdenes directas del príncipe. Únicamente a ellos les es
permitida la entrada en las residencias subterráneas portando armas. Los
guerreros ordinarios lo tienen prohibido bajo pena de exilio. Pero la posición
del príncipe no se basa exclusivamente en su poder personal, sino que descansa
en su sabiduría, en su prudencia, en su conocimiento y en el legado de los
Dioses, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor:
Sobre lo alto de las montañas, entronizado por
encima de los mortales, el príncipe gobernaba. Grande era su corazón. Dignas de
confianza eran sus palabras. Conocía los secretos de la naturaleza. Decidía el
destino de las Tribus Escogidas. Las otras tribus también estaban sometidas a
su mando. Todos los hombres se inclinaban ante su ley.
El príncipe es el primer servidor de mi pueblo. A
su lado está el Consejo de Ancianos, compuesto de 130 hombres y que se
corresponden con el número de familias divinas que poblaron la Tierra. Todos
los miembros del consejo supremo han destacado por sus conocimientos especiales
o por sus hazañas en la guerra. Forman asimismo parte de él los cinco sumos
sacerdotes y los señores de la guerra. El Consejo de Ancianos asesora al
príncipe en todas las cuestiones importantes: supervisa el cumplimiento de las
leyes, ordena la construcción de caminos, de poblados y de ciudades, y
determina los impuestos que deben pagar todas las Tribus Escogidas.
El
consejo supremo se reúne, según un ritual prescrito, una vez al mes en la Gran
Habitación del Trono de las residencias subterráneas. Los cinco sumos
sacerdotes dirigen las acciones de los 130 ancianos y depositan una hogaza de
pan santificado y una fuente de agua sobre una piedra sacrifical sagrada
situada en el centro de la habitación. Los señores de la guerra rinden sus
armas delante de esta piedra, simbolizando con ello su sometimiento a los
Dioses Todopoderosos. Seguidamente, el príncipe, envuelto en una magnifica capa
de azules plumas, entra en la habitación.
Los miembros del consejo supremo visten capas
blancas de lienzo. Únicamente una cadena hecha de pequeñas plumas permite
identificar su rango. Tras la llegada del príncipe, los sacerdotes entonan una
canción de alabanza en honor de los Dioses. Todos los presentes se inclinan
hacia el Este, hacia el Sol naciente. Poco después, los 130 ancianos se mezclan
con el pueblo reunido, y una vez que han escuchado a todos los demandantes,
regresan hasta el príncipe e inician las deliberaciones. El ritual concluye con
el anuncio de sus decisiones, que serán registradas por los escribas para toda
la eternidad.
El
príncipe y el consejo supremo gobiernan a las Tribus Escogidas. La
transmisión de sus órdenes y disposiciones cae bajo la responsabilidad de una
clase especial, la de los servidores civiles. El proceso de selección es muy
estricto. Los mejores estudiantes de las escuelas de los sacerdotes esparcidas
por todo el país serán enviados a Akakor, donde los ancianos les
instruirán sobre sus futuras tareas. Si el príncipe los considera merecedores
del puesto, los enviará a una de las 130 provincias del país. Las funciones más
importantes de los servidores civiles consisten en la supervisión de las leyes
sagradas de Lhasa y en la observancia del pago de los tributos por parte
de las Tribus Aliadas. Los servidores civiles informarán al consejo supremo
sobre los acontecimientos que ocurran en las partes más alejadas del
territorio, y constituyen el apoyo del príncipe en su gobierno sobre los Ugha
Mongulala.
Desde el
reinado de Lhasa, la administración del imperio ha quedado confiada
exclusivamente al príncipe, al consejo supremo y a la nueva clase de los
servidores civiles. Los sacerdotes únicamente poseen la prerrogativa de
conservar el legado de los Dioses. Para evitar la repetición de las luchas por
el poder que se dieron durante la era de sangre, Lhasa promulgó una nueva ley.
Dividió el ejército y asignó un guerrero a cada uno de los sacerdotes. El
ejército de los señores de la guerra protege el país; el ejército de los
sacerdotes protege el legado de los Dioses; tal y como está escrito en la
crónica:
Así habló
y decidió Lhasa. Porque era sabio y conocía las debilidades de los humanos.
Destruyó sus ambiciones con sus leyes. Determinó el futuro de las Tribus
Escogidas v su bienestar.
La vida en la comunidad
Los Blancos
Bárbaros piensan solamente en su propio bienestar y diferencian
estrictamente entre mío y tuyo. Allá donde exista algo en su mundo —un trozo de
fruta, un árbol, un poco de agua, o un pequeño montón de tierra—, siempre hay
alguien que dice que eso le pertenece. En el idioma de los Ugha Mongulala,
mío y tuyo significan lo mismo. Mi pueblo no dispone ni de posesiones ni de
propiedades personales. La tierra pertenece a todos por igual. Los servidores
civiles del príncipe asignan un pedazo de tierra fértil a cada familia,
dependiendo su tamaño del número de sus miembros. Muchas de las familias están
agrupadas en una comunidad rural, en la que colectivamente se cultivan las
cosechas y los campos. Un tercio de lo recogido corresponde al príncipe, otro
tercio a los sacerdotes, y el tercero queda en la comunidad.
El Ugha
Mongulala medio pasa toda su vida en la aldea. Goza de la protección del
príncipe y es al mismo tiempo su servidor. Realiza su trabajo en el campo bajo
la guía de los funcionarios. El trabajo se inicia al final de la estación seca,
al comenzar la preparación para la siembra. El seco y duro suelo de los campos
es aflojado por un arado, y las semillas colocadas en el interior de la tierra.
Seguidamente, los sacerdotes sacrifican en el templo de la ciudad fruta recogida
de la última cosecha e imploran la bendición de los Dioses.
Durante la subsiguiente estación lluviosa, las
mujeres están muy ocupadas tejiendo y tiñendo los tejidos, mientras los hombres
salen de caza. Con arcos y flechas y con una larga lanza de bambú siguen las
huellas del jaguar, del tapir y del jabalí. Su presa es cortada en trozos: la
carne fresca es recubierta de miel y enterrada profundamente en la tierra para
su conservación. De este modo se mantiene fresca hasta la próxima estación seca.
Las pieles de los animales son curtidas y
trabajadas por las mujeres para obtener botas y sandalias. Cuando el tiempo de
la recolección ha llegado, las familias salen a los campos con cestos y vasijas
y recogen los frutos. El maíz y las patatas quedan apartados en grandes silos
de almacenamiento y posteriormente son enviados a Akakor en cumplimiento de la
división prescrita de los bienes.
Como los Blancos
Bárbaros han penetrado cada vez más, el fértil suelo de los valles de los
Andes y de las zonas altas del Gran Río se ha hecho escaso. Mi pueblo se ha
visto por ello obligado a iniciar la construcción de terrazas sobre las laderas
y sobre las colinas, e irrigadas por un denso sistema de canales. Muros de
protección inteligentemente escalonados impiden que el suelo fértil sea
excavado por las aguas. Todos los poblados de importancia disponen de grandes
cisternas, y canales subterráneos llevan el agua a los campos. Así es como mi
pueblo se provee de alimentos en las llanuras y en las montañas, tal y como Lhasa
ordenó y tal y como está escrito en la crónica:
Ahora
hablaremos sobre lo que se hace en los campos donde se han congregado los
Servidores Escogidos. Éstos recogen la fruta de la tierra. Recogen
colectivamente maíz y patatas, miel de abejas y resina. Porque lo producido
pertenece a todos y el terreno es propiedad común. Así es como Lhasa lo dispuso
para que no hubiera ni diferencias ni hambre. Y la tierra se mostró generosa.
El pueblo disfrutó de la abundancia y de la vida. Había alimentos más que suficientes
en la tierra, en las llanuras y en los bosques, a lo largo de los ríos y en la
inmensidad de las lianas.
Para su
uso diario, mi pueblo elabora una gran cantidad de objetos artísticamente
trabajados. Las mujeres tejen los más finos tejidos con la lana del carnero de
las montañas. Para colorear los vestidos y convertirlos en prendas sencillas y
hermosas, utilizan vegetales y jugos de árboles que son desconocidos por los
Blancos Bárbaros. En las llanuras y en los bosques sobre el Gran Río nos
cubrimos con un taparrabos sujeto por un cinturón de lana coloreada. Con una
capa hecha de gruesa lana nos protegemos contra el frío de las montañas.
Únicamente utilizamos los adornos en las fiestas especiales.
Las
mujeres tejen cintas de colores para su pelo, que se corresponden con los
colores respectivos de cada comunidad rural. Los hombres se pintan con los
cuatro colores tribales de los Ugha Mongulala: blanco, azul,
rojo y amarillo. Únicamente las clases superiores —funcionarios,
sacerdotes y miembros del consejo supremo— lucen un collar de plumas de
colores. Como un signo particular de su alta función, el príncipe y los
sacerdotes llevan marcas tatuadas en sus pechos.
Así como
sucede con los demás pueblos del Gran Río, las necesidades diarias de los Ugha
Mongulala son modestas. La alimentación básica se compone de patatas, de maíz,
y de tubérculos y raíces de diversas plantas. Las patatas son cocidas: la carne
es frita en un fogón abierto situado en la antecámara de la casa. En todas
nuestras comidas bebemos agua y jugo de maíz fermentado. Para comer utilizamos
cucharas de madera y cuchillos de bronce. En las cabañas rectangulares de
piedra no disponemos ni de sillas ni de mesas. Durante las comidas, la familia
se arrodilla sobre el puro suelo, y por la noche duerme sobre bancos labrados
en piedra.
Mi pueblo aprendió la utilización de los colchones
rellenos de hierba con la llegada de los soldados alemanes. Perchas de bronce
están insertas en las paredes interiores de las casas. Durante la noche, las
ropas de lana se cuelgan sobre la entrada. Los alimentos se conservan en
grandes vasijas de arcilla fabricadas con tierra roja de las montañas. Mediante
grandes cuerdas, las vasijas son descendidas hasta el interior de los volcanes
apagados para que allí se sequen, y posteriormente serán decoradas con bonitos
dibujos que reproducen escenas de la historia de los Ugha Mongulala. Mas todos
estos objetos no tienen ni punto de comparación con los de nuestros Maestros
Antiguos.
No poseemos herramientas como las que ellos poseían
y que, como si fuera por arte de magia, suspendían las piedras más pesadas,
creaban la iluminación o fundían las rocas. Los Dioses no nos transmitieron
estos secretos. En su legado se reflejan solamente las leyes de la Naturaleza.
Pero la Naturaleza nada sabe sobre el paso del tiempo, del desarrollo o del
progreso.
El ciclo eterno de la vida determina a todo lo
existente —plantas, animales y humanos— tal y como está escrito en la Crónica
de Akakor:
Todo existe y todo se consume. Así es como hablan
los Dioses. Y así lo enseñaron a las Tribus Escogidas. Todos los hombres están
sujetos a sus leyes, porque existe una relación interna entre el cielo que está
arriba y la Tierra que está abajo.
Mi pueblo se ha sometido a la voluntad de los
Dioses. Ello se evidencia en todos los aspectos de la vida, y también en la
familia. Todo Ugha Mongulala ha de cumplir sus deberes para con la comunidad.
Inicia su propia familia a la temprana edad de dieciocho años. Si una joven le
gusta, el hombre vivirá con ella durante tres meses, en la casa de los padres
de él. Durante este periodo de prueba, no le será permitida intimidad alguna.
Si una vez transcurridos los tres meses el joven todavía desea desposarse con
ella, el sacerdote declara el matrimonio y la pareja intercambia unas sandalias
como símbolo de su fidelidad mutua y en presencia de todos los miembros de la
comunidad rural.
Según las
leyes de Lhasa, a una familia le será permitido tener dos únicos hijos.
Después de ello, la mujer recibe una droga del sumo sacerdote que la convierte
en estéril. De esta manera, el Hijo Elegido de los Dioses impidió la
miseria y el hambre. Mi pueblo no cree en el divorcio. Si un hombre y una mujer
insisten, pueden vivir nuevamente separados, pero todo nuevo matrimonio está
prohibido bajo pena de exilio.
Porque sólo aquellos que conocen un solo hombre o
una sola mujer pueden ser realmente felices.
«Has cometido un acto terrible. Que la desgracia te
acompañe. ¡Oh, tú, a quien los Dioses habían mostrado la verdad! ¿qué has
hecho? ¿Por qué has violado las leyes de los Padres Antiguos? Eres culpable.»
Así fue como el sumo sacerdote habló a Hama.
Y Hama, que había rechazado a su esposa y había tomado a una nueva joven,
admitió su falta. Su corazón era presa de angustia y de temor. Lloró amargas
lágrimas. Pero el sumo sacerdote no se conmovió.
«No te han sido reservadas ni la muerte ni la
prisión, Hama. Has violado nuestra más sagrada ley. Serás enviado al exilio.
Esa es nuestra sentencia.»
Y Hama, que se había separado de su esposa, se
separaba ahora de sí mismo. Vivió más allá de las fronteras como un Degenerado.
Nadie se preocupó nunca más por su cabaña. Vagó por las montañas. Comió de las
cortezas de los árboles y de los líquenes, los amargos líquenes que crecían
sobre las rocas. Nunca más conoció los buenos alimentos.
Y nunca más tuvo mujer alguna a su lado.
La gloria de los Dioses
Ciento
treinta familias de los Dioses vinieron a la Tierra y seleccionaron a las
tribus. Convirtieron a los Ugha Mongulala en sus Servidores Escogidos y les
legaron su enorme imperio tras su partida. Con la primera Gran Catástrofe, el
imperio de los Dioses se desintegró. Las Tribus Aliadas dejaron sus antiguos
territorios y vivieron según sus propias leyes. Lhasa restableció el imperio
con su antigua gloria y poder, sometió a las Tribus Degeneradas que se habían
rebelado contra Akakor e integró a numerosas tribus salvajes en su nuevo
imperio en expansión. Para conservar la unidad, les obligó a que hablasen el
idioma de los Ugha Mongulala y a que recibieran nuevos nombres.
Lhasa bautizó a las Tribus Aliadas de las
provincias y de los alrededores de Akakor:
- la Tribu que Vive sobre el Agua
- la Tribu de los Comedores de Serpientes
- la Tribu de los Caminantes
- la Tribu de los que se Niegan a Comer
- la Tribu del Terror Demoníaco
- la Tribu de los Espíritus Malignos
Dio asimismo nombres a los pueblos que vivían en
los bosques sobre el Gran Río:
- la Tribu de los Corazones Negros
- la Tribu de la Gran Voz
- la Tribu Donde la Lluvia Cae
- la Tribu que Vive en los Árboles
- la Tribu de los Cazadores de Tapires
- la Tribu de los Rostros Deformados
- la Tribu de la Gloria que Crece
Las tribus salvajes que vivían fuera del imperio
quedaron excluidas de este honor.
Con la
llegada de los Blancos Bárbaros hace 500 años, el viejo orden de Lhasa
quedó destruido. La mayoría de las Tribus Aliadas renunciaron a las enseñanzas
de los Padres Antiguos y comenzaron a adorar el signo de la cruz. Hoy en día,
únicamente los Ugha Mongulala viven de acuerdo con el legado de los
Dioses. Nuestras creencias difieren de una manera fundamental de la falsa fe de
los Blancos Bárbaros, quienes adoran la propiedad, la riqueza y el poder, y
consideran que ningún sacrificio es demasiado grande con tal de obtener más que
lo que el hombre que está a su lado. Pero el testamento de nuestros Dioses nos
enseña cómo vivir y cómo morir. Afirma la existencia de una vida después de la
muerte.
Nos
enseña cómo se crea el cuerpo, cómo se consume y cómo es constantemente
modificado por el alimento. Por esta razón, el cuerpo no puede representar
nuestra vida real. Nuestros sentidos dependen de nuestro cuerpo, y son
albergados por él como la llama por una vela. Cuando la vela se extingue, los
sentimientos se extinguen igualmente. Por tanto, tampoco los sentimientos
pueden ser nuestra vida real. Dado que nuestro cuerpo y nuestros sentimientos
están sujetos al tiempo, su carácter está compuesto de cambio. Y la muerte es
el cambio completo.
Nuestra herencia nos enseña que la muerte destruye
algo de lo que en realidad podemos prescindir. El yo real, la esencia de los
humanos, la vida, está fuera del tiempo. Es inmortal. Tras la muerte del
cuerpo, el yo regresa al lugar de donde provino. Así como la llama se sirve de
la vela, el yo se sirve del hombre para hacer manifiesta su vida. Tras la
muerte, regresa a la nada, al comienzo del tiempo, al primer comienzo del
mundo. El hombre forma parte de un grande e incomprensible desarrollo cósmico
que se desenvuelve y que está gobernado por una ley eterna. Nuestros Maestros
Antiguos conocían dicha ley.
Así es
cómo los Dioses nos enseñaron el secreto de la segunda vida. Ellos nos
mostraron que la muerte del cuerpo es insignificante y que solamente importa la
inmortalidad de la vida, liberada del tiempo y de la materia. En las ceremonias
del Gran Templo del Sol damos las gracias a la luz por cada nuevo día y
sacrificamos miel de abejas, incienso y frutas escogidas, tal y como está
escrito en la crónica:
Y ahora hablaremos del templo, del llamado Gran
Templo del Sol. Lleva este nombre en honor de los Dioses. Aquí se reunían el
príncipe y los sacerdotes. El pueblo quemaba incienso. El príncipe sacrificaba
las plumas azules del pájaro de los bosques. Éstos eran los signos para los
Dioses. De esta forma los Servidores Escogidos homenajeaban a sus Padres
Antiguos, que son de la misma sangre y tienen el mismo padre.
Los conocimientos de nuestros Maestros Antiguos
eran muy grandes. Conocían el curso del Sol y dividieron el año. Los nombres
que dieron a las trece lunas fueron los siguientes: Unaga, Mena, Laño, Ceros,
Mens, Laime, Gisho, Manga, Klemnu. Tin, Meinos, Denama. e Ilashi. A cada dos
lunas de veinte días les sigue una luna doble. Al finalizar el año, dedicamos
cinco días a la veneración de los Dioses. Seguidamente celebramos nuestra
fiesta sagrada más importante, el solsticio, cuando se inicia la renovación de
la Naturaleza. Los Ugha Mongulala se reúnen en las montañas que rodean Akakor y
saludan al nuevo año. El sumo sacerdote se inclina ante el disco dorado en el Gran
Templo del Sol y vaticina el futuro más inmediato, tal y como prescriben las
leyes de los Dioses.
El legado
de los Padres Antiguos determina la vida de los Ugha Mongulala desde el
nacimiento hasta la muerte. Los jóvenes asisten a las escuelas de los sacerdotes
desde la edad de seis años hasta los dieciocho. Allí aprenden las leyes de la
comunidad, de la guerra, de la caza de los animales salvajes y del cultivo de
los campos. A las muchachas se las instruye en el arte de tejer, en la
preparación de los alimentos y en los trabajos del campo. Pero la función más
importante de las escuelas de los sacerdotes consiste en la revelación y
explicación del legado.
Los jóvenes Ugha Mongulala aprenden los signos
sagrados de los Dioses y como vivir y morir. A los dieciocho años, los hombres
han de pasar por una prueba de valor. Cada uno de ellos deberá luchar contra un
animal salvaje del Gran Río, porque sólo aquel que se ha enfrentado a la muerte
puede comprender la vida. Sólo entonces se hace merecedor de ser aceptado en la
comunidad de los Servidores Escogidos y le es permitido adquirir un nombre e
iniciar una familia. Tras su muerte, su familia separa la cabeza y quema el
cuerpo. Los sacerdotes levantan la cabeza ante el Sol naciente como signo de
que el finado ha cumplido sus deberes para con la comunidad.
Seguidamente la cabeza es conservada en uno de los
nichos funerarios del Gran Templo del Sol, tal y como esta escrito en la
crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro:
Así lo vivo se sacrificó por lo muerto. Todos se
reunieron en el Gran Templo del Sol. El cortejo fúnebre se situó delante de la
mirada de los Dioses. Sacrificaron resina y hierbas mágicas. Y el sumo
sacerdote habló: « Verdaderamente, hemos de dar gracias a los Dioses. Ellos nos
dieron dos vidas. Excelente es su orden en el cielo y en la tierra».
3 Apoteosis y decadencia del imperio
2470 – 1421 a. de C.
En Egipto, el Imperio Antiguo termina alrededor del año 2150 a. de C. Hacia aproximadamente los mismos años, Babilonia es destruida por una invasión de tribus de las montañas. Hacia el año 2000 se funda el imperio de Sumer y de Akkad. Bajo el reinado de Hammurabi la unidad política alcanza un inusitado nivel de arte y de civilización. Su código constituirá la base de la posterior legislación del Imperio Romano. Hacia el año 2000 a. de C., las tribus indogermánicas comienzan a extenderse por Europa.
2470 – 1421 a. de C.
En Egipto, el Imperio Antiguo termina alrededor del año 2150 a. de C. Hacia aproximadamente los mismos años, Babilonia es destruida por una invasión de tribus de las montañas. Hacia el año 2000 se funda el imperio de Sumer y de Akkad. Bajo el reinado de Hammurabi la unidad política alcanza un inusitado nivel de arte y de civilización. Su código constituirá la base de la posterior legislación del Imperio Romano. Hacia el año 2000 a. de C., las tribus indogermánicas comienzan a extenderse por Europa.
Todas las estructuras estatales del Mundo Antiguo
cobran una nueva imagen por la figura de los guerreros montados en carros de
combate. Mientras que en Egipto el poderoso Imperio Nuevo de Tutmés extiende
sus relaciones hasta Creta, en Europa florece la Edad del Bronce, que conduce
al desarrollo de civilizaciones altamente diferenciadas. En el Nuevo Mundo, los
registros de acontecimientos históricos comienzan con los pueblos Chavin en
Perú, en torno al año 900 a. de C.
Nada se sabe sobre la existencia en esta época de
indios en la Amazonia.
El imperio en la cumbre de su poder
Extensa
es la tierra de mi pueblo. Antiguamente, este país es taba habitado
exclusivamente por los Ugha Mongulala y por las tribus salvajes, entre
las que se encontraban muchas naciones poderosas sobre el Gran Río. Desde la
llegada de los Blancos Bárbaros, las tribus han ido extinguiéndose una tras
otra. Si una comunidad se defendía, sus hombres eran asesinados y sus mujeres y
niños tratados como animales. Esto está escrito en nuestra crónica, pero no en
la de los Blancos Bárbaros. Los Blancos Bárbaros registran la historia de una
manera equivocada.
Dicen muchas cosas que no son ciertas. Hablan sólo
sobre sus propios actos heroicos y sobre la estupidez de los «salvajes». Porque
los Blancos Bárbaros siempre están mintiéndose y engañándose los unos a los
otros. Al violar todas las leyes de la Naturaleza, quieren convencerse a sí
mismos de que son capaces de crear un mundo nuevo y mejor. Pero según el legado
de nuestros Dioses, la Tierra fue creada con la ayuda del Sol. La Tierra, el
suelo y mi pueblo se pertenecen los unos a los otros. Están inseparablemente
unidos, tal y como Lhasa nos enseñó y tal y como está escrito en la
Crónica de Akakor.
Los Servidores
Escogidos no gobernaron con mano blanda. No renunciaron a las ofrendas
sacrificales. Ellos mismos las comieron y las bebieron. Grande fue el poder que
obtuvieron y muchos los tributos que recibieron: oro, plata, miel de abejas,
fruta y carne. Estos fueron los tributos de las tribus sometidas. Y fueron
depositados ante el príncipe, ante el gobernador de Akakor.
En el
octavo milenio (2500 a. de C.) el imperio alcanzó la cumbre de su poder. Dos
millones de guerreros dominaban sobre las llanuras del Gran Río, sobre las
enormes regiones de bosques del Mato Grosso y sobre las fértiles laderas
orientales de los Andes. 243 millones vivían según las leyes de Lhasa, el Hijo
Elegido de los Dioses. Pero en el mismo momento en que el imperio había llegado
a su apogeo, comenzó a declinar. En primer lugar, se produjeron cambios que
pusieron a Akakor nuevamente a la defensiva. Las tribus salvajes se contaban
ahora por millares. La tierra apenas era capaz de alimentar a tantas personas.
Movidas por el hambre, invadieron una y otra vez los territorios del imperio.
Y, asimismo, las Tribus Aliadas comenzaron a rebelarse contra la hegemonía de
los Ugha Mongulala. Aparecieron nuevas naciones contra las que Akakor tuvo que
luchar duramente para vencerlas.
Se
movilizaron bajo las órdenes del consejo supremo. Llegaron hasta el Gran Lago
en las montañas y ocuparon el país que lo bordea. Exploradores y guerreros,
acompañados del mensajero con la Flecha Dorada. Habían sido enviados para
observar a los enemigos de Akakor y derrotarlos. Unidos, los guerreros de las
Tribus Escogidas fueron a la guerra y tomaron numerosos prisioneros. Porque las
Tribus Aliadas habían rechazado el legado de los Dioses y se habían dado a si
mismas sus propias leyes. Vivían según sus propias reglas. Pero los guerreros
de los Servidores Escogidos eran valerosos. Derrotaron al enemigo y lo dejaron
sangrando.
Durante
miles de años, los ejércitos de los Ugha Mongulala han sido bastante superiores
a los guerreros de las tribus rebeldes, debido a que eran cuidadosamente
entrenados y entraban en batalla según los planes elaborados por Lhasa. Cien
mil guerreros estaban bajo el mando del señor de la guerra, o Jefe-Cienmil-Hombres.
Diez mil hombres eran dirigidos por un capitán o Jefe-Diezmil-Hombres.
Los Jefes-Mil-Hombres y los Jefes-Cien-Hombres marchaban en
vanguardia del ejército y daban la señal para el ataque. Tras el triunfo en una
batalla, cogían prisioneros y se repartían el botín.
Si la batalla parecía perdida, los Ugha
Mongulala se retiraban, amparados en la oscuridad, hacia unas posiciones ya
preparadas de antemano. Solamente en las ocasiones más excepcionales acompañaba
el príncipe a los ejércitos. Escogidos mensajeros lo mantenían en contacto con
los guerreros, de modo que en casos de emergencia pudiera acudir en su ayuda
con su propia guardia de palacio. Mi pueblo abandonó este orden de batalla
cuando llegaron los Blancos Bárbaros. Ni siquiera un enorme ejército
podría resistir las invisibles flechas del nuevo enemigo. El tiempo de las
grandes campañas había terminado.
En la
actualidad únicamente poseemos un ejército de 10.000 guerreros, todos ellos
entrenados para el combate individual. Están agrupados en partes iguales y se
hallan bajo el mando de los cinco supremos señores de la guerra y de los cinco
sumos sacerdotes. Cada guerrero va equipado de arco y de flecha, de una gran
lanza con una punta afilada, de una honda. y de un cuchillo de bronce. Como
medio de protección contra las flechas del enemigo, porta un escudo hecho de
una densa malla de bambú. El ejército se acompaña de una tropa de exploradores
y, según sus informes, los señores de la guerra determinan la modalidad del
ataque. Sólo el príncipe puede decidir la declaración de guerra. Como anuncio
de la inminente batalla, envía por delante al mensajero con la Flecha Dorada.
La
campaña más importante antes de la llegada de los godos se dio en el año 8500.
Según cuentan los sacerdotes, las tribus salvajes de la frontera septentrional
del imperio se habían aliado con la Tribu de los Caminantes. Asesinando y
saqueando, llegaron hasta el Gran Río. La Tribu de la Gran Voz huyó de pánico. Maid,
el legitimo gobernador de las Tribus Escogidas, declaró entonces la guerra
contra los pueblos hostiles.
Al mismo
tiempo que desde todas las partes del imperio se iba reuniendo un poderoso
ejército, los Ugha Mongulala comenzaron a dotarse del necesario equipo militar.
Prepararon arcos, flechas, hondas y lanzas de bambú en los valles y en los
bosques del Gran Río. Día y noche los cazadores salieron para matar la caza
necesaria para los guerreros. Las mujeres tejieron ropajes de guerra para sus
hombres y cantaron canciones sobre las heroicas gestas de los grandes
príncipes. Todo el territorio de Maid estaba dominado por un poderoso afán de
batalla.
Así es, en cualquier caso, como lo cuentan los
sacerdotes. Finalmente, cuando después de seis meses se hubo reunido un
ejército de 300.000 hombres, Maid, el príncipe, convocó a los ancianos y a los
sacerdotes. Vestido con el resplandeciente traje dorado de Lhasa y portando el
cetro de plumas azules, rojas, amarillas y negras, mandó llamar al mensajero
con la Flecha Dorada. Cuando éste llegó, todos los presentes se inclinaron.
Maid le ofreció agua y pan. los signos de la vida y de la muerte. El júbilo
estalló entre las tribus de los Servidores Escogidos, gritos de alegría que
llegaron hasta las cuatro esquinas del Universo y sembraron el miedo y el
terror entre las tribus hostiles.
Se inició
entonces la gran marcha hacia la frontera septentrional. Durante dos meses, los
enmudecidos tambores retumbaron e hicieron temblar la tierra. Y cuentan los
sacerdotes que al final del segundo mes las Tribus Escogidas encontraron
al ejército enemigo. Con sus gritos de guerra, los guerreros se lanzaron los
unos contra los otros. Los arqueros dispararon sus flechas y destruyeron la
vanguardia del enemigo. Tras ellos, las tropas de lanceros trataron de romper
el cuerpo principal del ejército enemigo.
Al llegar la noche, la batalla se interrumpió:
según el legado de los Dioses, ningún guerrero podrá entrar en la segunda vida
si muere durante las horas de la oscuridad. Pero al comenzar la mañana
siguiente la lucha se reanudó con una intensidad redoblada. En un poderoso
ataque, los Ugha Mongulala derrotaron a la Tribu de los Caminantes.
Sus capitanes se rindieron e imploraron misericordia. Pero Maid no
escuchó y nadie fue perdonado.
La tristeza y la alegría se extendieron al mismo
tiempo por el imperio.
Los Pueblos Degenerados
Durante
el octavo y el noveno milenios, los Ugha Mongulala se vieron envueltos en
varias campañas contra las tribus rebeldes. Maid derrotó a la Tribu de los
Caminantes y rechazó el ataque de las tribus salvajes sobre las zonas bajas del
Gran Río. Nimaia amplió las tres fortalezas —Mano, Samoa y Kin— situadas
en el país denominado Bolivia y levantó fuertes barreras defensivas en
los alrededores del destruido recinto religioso de Mano. Otros príncipes
sostuvieron otras batallas: Anou luchó contra la Tribu de los Comedores
de Serpientes y contra la Tribu de los Corazones Negros.
Ton castigó a los Cazadores de Tapires por su
desobediencia y envió exploradores a las costas del océano oriental. Kohab,
un descendiente especialmente digno de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses,
derrotó a la Tribu de los Rostros Deformados en una sangrienta batalla librada
en las zonas altas del Río Negro y que duró tres días, extendiendo el imperio
hasta el país llamado Colombia. Muda levantó un segundo cinturón
defensivo en torno a Akakor y construyó depósitos subterráneos en los valles
elevados de los Andes.
Pero fue
el príncipe Maid el que tuvo que librar la batalla más peligrosa. Fue
ésta la lucha contra la Tribu que Vive sobre el Agua, que tras la segunda
Gran Catástrofe había fundado su propio imperio en las montañas del Perú. A lo
largo de 800 años, sus caudillos sometieron a numerosos pueblos salvajes y
avanzaron hacia Machu Picchu. El consejo supremo, para impedir que la tribu
atacara Akakor, decidió someterla. En el curso de una guerra que duró tres
años, dura y con enormes pérdidas, y en la cual los Ugha Mongulala sufrieron
muchas derrotas humillantes, Maid logró finalmente vencer a la Tribu que Vive
sobre el Agua y capturar a su caudillo. El peligro procedente del Oeste parecía
haber quedado eliminado.
¿Cómo
acabará todo esto?
Cada vez hay más pueblos que se dotan de sus
propias leyes, que olvidan el legado de los Dioses y que viven como animales.
Grande es el número de los Servidores Escogidos, pero innumerables los
Degenerados. Devastan nuestros campos y matan a nuestros hijos. Son arrogantes.
Muchos son los pueblos que han sometido.
Las
tribus rebeldes mencionadas en la crónica pertenecían a los Degenerados. Lhasa
las había integrado en el imperio de Akakor y les había enseñado el legado de
los Dioses. En el curso de los milenios rechazaron la soberanía de los Ugha
Mongulala y olvidaron las enseñanzas de los Padres Antiguos. Vivían como tribus
salvajes en chozas de paja o en inmensas casas rectangulares suficientes para
alojar a toda la comunidad tribal. Sus poblados están protegidos por una alta
empalizada de madera. No cubren sus cuerpos. No están familiarizados con el
arte de tejer.
Pero son muy inteligentes en el trabajo de las
plumas para convertirlas en tocados. Los Degenerados cultivan la tierra
quemando los bosques. Plantan mandioca, maíz y patatas. La caza es para ellos
tan importante como el cultivo del suelo. Sus arcos y sus flechas son similares
a los nuestros, pero más pequeños y ligeros. Han adoptado el mismo veneno que
los Ugha Mongulala. En el combate cuerpo a cuerpo utilizan una lanza con una
punta de piedra afilada.
Mientras
que mi pueblo venera el legado de los Dioses, las Tribus Degeneradas
adoran a tres divinidades diferentes: el sol, la luna y el dios del amor. Para
ellos, el sol es el padre de toda la vida sobre la tierra; la luna es la madre
de todas las plantas y de todos los animales; y el dios del amor protege a la
tribu y es el responsable de la fertilidad del pueblo. Si una tribu cree que no
es afortunada, el mago-sacerdote ahuyenta a los espíritus malignos. Los
Degenerados también conocen el yo esencial que se separa del cuerpo en el
momento de la muerte y entra en la segunda vida.
Creen que esta segunda vida tiene lugar en las
residencias subterráneas de los Maestros Antiguos.
Viracocha, el Hijo del Sol
Los Blancos Bárbaros creen que ellos poseen los más elevados conocimientos. Y, en efecto, hacen muchas cosas que nosotros no podemos hacer, que nunca comprenderemos y que son un misterio para nosotros. Pero los mayores conocimientos reales de los humanos hace mucho tiempo que desaparecieron. Los conocimientos de los Blancos Bárbaros son solamente un re-aprendizaje y un redescubrimiento de los secretos de los Dioses, los únicos que han conformado la vida de todos los pueblos sobre la tierra.
Los Blancos Bárbaros creen que ellos poseen los más elevados conocimientos. Y, en efecto, hacen muchas cosas que nosotros no podemos hacer, que nunca comprenderemos y que son un misterio para nosotros. Pero los mayores conocimientos reales de los humanos hace mucho tiempo que desaparecieron. Los conocimientos de los Blancos Bárbaros son solamente un re-aprendizaje y un redescubrimiento de los secretos de los Dioses, los únicos que han conformado la vida de todos los pueblos sobre la tierra.
Los Servidores Escogidos son los que con mayor
fidelidad han preservado el legado de los Dioses, y consiguientemente su conocimiento
es superior. Las Tribus Degeneradas apenas recuerdan la época de sus
antepasados, y viven en la oscuridad. El legado de los Dioses nunca les fue
revelado ni a las tribus salvajes ni a los Blancos Bárbaros, y como
animales, vagan por el país. Existe tan sólo un pueblo, aparte de los Ugha
Mongulala, que conoce las leyes de los Dioses. Estos son los incas, una nación
hermana de las Tribus Escogidas. Su historia comienza en el año 7951 (2470 a.
de C.). En ese año, Viracocha, el segundo hijo del príncipe Sinkaia,
se rebeló contra el legado de los Dioses, huyó a la Tribu que Vive sobre el
Agua y fundó su propio imperio.
Y los
sacerdotes, hombres de magia poderosa, se reunieron. Todo lo conocían sobre
futuras guerras. Todo les fue revelado; sabían si la guerra y la discordia
estaban próximas. Verdaderamente, su conocimiento era inmenso. Y desde que
vieron en el futuro la traición de Viracocha, el hijo segundo de Sinkaia, se
mortificaron a si mismos y ayunaron en el Gran Templo del Sol en Akakor. Sólo comieron
tres clases de fruta y pequeños pasteles de maíz. Era realmente un gran ayuno,
para vergüenza del infiel Viracocha. Ninguna mujer se les acercó.
Durante muchos días, permanecieron solos en el templo, observando el futuro,
sacrificando incienso y sangre. Así es como pasaron sus días, desde el alba
hasta el crepúsculo, y sus noches. Rezaron con sus corazones contritos por el
perdón del infiel hijo de Sinkaia.
El rezo
de los sacerdotes no pudo ablandar el corazón del segundo hijo de Sinkaia.
Aunque no estaba autorizado para desempeñar el puesto de príncipe. Viracocha
reclamó la soberanía sobre el pueblo de los Ugha Mongulala. Se rebelo contra el
legado de los Dioses e infringió las leyes de Lhasa. Para preservar la paz en
el territorio, el consejo supremo convocó a Viracocha a juicio. Los ancianos
del pueblo deliberaron sobre su culpa en la Gran Habitación del Trono. Su
sentencia emitió el mayor y más grave de los castigos, y lo enviaron al exilio.
Viracocha, el Hijo del Sol, como
más tarde se hizo llamar a sí mismo, es el único descendiente de la dinastía de
Lhasa que infringió las leyes de los Dioses y que tuvo que pagar su crimen con
el exilio. Este era el mayor castigo de mi pueblo hasta la llegada de los
soldados alemanes, quienes insistieron en la introducción de la pena de
muerte. Para delitos menores, como la violencia o la desobediencia, el
culpable debía pedir perdón públicamente.
La pereza es considerada como una infracción de las
leyes de la comunidad y es castigada con un período de servicio en las
peligrosas fronteras. La embriaguez únicamente constituye delito si el autor no
ha cumplido sus obligaciones por causa de ella. El robo es el delito más
abominable, ya que mi pueblo lo posee todo común y la propiedad personal carece
de significado alguno. Como a los adúlteros, a los asesinos y a los rebeldes, a
los ladrones se les envía también al exilio.
Viracocha
el Degenerado no sólo infringió
el legado de los Dioses, sino que ignoró asimismo la sentencia del consejo
supremo. En vez de vivir aislado y solo en las montañas, como prescriben las
leyes de mi pueblo, huyó a la Tribu que Vive sobre el Agua. Condujo a la
tribu a un valle situado en las montañas de los Andes y construyó Cuzco, la
ciudad de las cuatro esquinas del universo, como él la denominó. Había nacido
una nueva nación hermana, el pueblo de los incas, los Hijos del Sol.
Rápidamente creció y se hizo poderoso su imperio.
Los incas, bajo la dirección de Viracocha y sus
descendientes, conquistaron muchos países y sometieron a numerosas tribus
salvajes. Sus guerreros conquistaron las riberas del océano occidental y
avanzaron profundamente en la inmensidad de las lianas del Gran Río. Acumularon
enormes riquezas en la capital del imperio e introdujeron nuevas leyes que iban
en contra del legado de los Dioses. Desarrollaron incluso una escritura propia.
Ésta consistía en cuerdas de muchos colores que estaban atadas en nudos. Cada
nudo y cada cuerda poseían un significado definido. Varias cuerdas anudadas
juntas formaban un mensaje. Así es cómo desarrollaron su imperio, sobre la
idolatría y la opresión. No les sería muy difícil montar una campaña de
destrucción contra los Ugha Mongulala.
Había sido escrito que los descendientes de Viracocha rechazarán el legado de los Dioses. Cuando su poder se hallaba en su apogeo, la predicción de nuestros sacerdotes se cumplió. Estalló una cruel guerra fratricida que sacudió los fundamentos del imperio.
Había sido escrito que los descendientes de Viracocha rechazarán el legado de los Dioses. Cuando su poder se hallaba en su apogeo, la predicción de nuestros sacerdotes se cumplió. Estalló una cruel guerra fratricida que sacudió los fundamentos del imperio.
Y la destrucción quedo completada con la llegada de
los Blancos Bárbaros.
4 Los
guerreros que llegaron desde el Este
1421 a. de C. – 1400 d. de C.
1421 a. de C. – 1400 d. de C.
Con el
hundimiento de los grandes imperios, el viejo mundo oriental se desintegró en
pequeños Estados. Israel fue fundado hacia el año 1000 a. de C. Por la misma
época surgió en Grecia una gran civilización y, posteriormente, florecería otra
en la ciudad-estado de Roma, sobre el Tíber. Se supone que el nacimiento de Jesús
tuvo lugar en Belén en el año 7 a. de C. Tras la división del Imperio Romano,
los ostrogodos, bajo el mando del rey Teodorico el Grande, fundaron su
propio imperio en Italia.
En el año 552, Narsés, general del Imperio
Romano de Oriente, derrotó a Teja, el último rey de los godos, en la batalla
del Monte Vesuvio. Nada se sabe acerca del destino de los godos que
sobrevivieron. La historia de los vikingos se desenvolvió en la misma época.
Este pueblo marinero ocupó las costas occidentales de Francia e Inglaterra y
estableció una base en Groenlandia. Según informes aún sin confirmar, llegaron
hasta las costas orientales de América del Norte.
La Edad
Media europea comenzó en el año 900. Es en estos momentos cuando en América se
inicia la historia de los aztecas, de los mayas, de los incas. Las tribus de
los aztecas y de los incas desarrollaron, con su estructura de clases, una
civilización puramente neolítica, tipificada por los jeroglíficos y por el
calendario maya.
El aspecto más destacado de los incas, sin embargo,
consistió en la expansión de su imperio, que alcanzaría su apogeo bajo Huayna
Capác a comienzos del siglo XV.
La llegada de los guerreros extranjeros
Los Blancos
Bárbaros son un pueblo de corazón duro. Llevan el fuego a los bosques, y
cuando están ardiendo vemos como los animales atrapados por el fuego corren
locamente tratando de escapar a las llamas, pero inevitablemente acaban por
quemarse. Lo mismo ocurre con nosotros. Desde que los Blancos Bárbaros llegaron
a nuestro país, la guerra es continua. Mas los Ugha Mongulala no fuimos
los primeros en apuntar la flecha. Fueron los Blancos Bárbaros quienes enviaron
el primer guerrero, y el segundo, y el tercero. Sólo entonces enviamos nosotros
al mensajero con la Flecha Dorada.
Pero nuestros sacrificios han sido en vano. Los Blancos
Bárbaros penetran cada vez más, devastándolo todo como un tornado. Sometieron a
las Tribus Aliadas y las obligaron a asumir sus costumbres, que han sido
dictadas por espíritus malignos. Mas el hombre es un ser que ha nacido
libre en las montañas, en las llanuras y sobre el Gran Río, y allí el viento
corre libremente y nada oscurece la luz del Sol allí el hombre puede vivir en
libertad y respirar libremente, aun cuando puedan llegar batallas y caos, tal y
como está escrito en la Crónica de Akakor:
Surgieron la discordia y la envidia. Las tribus
disputaban entre sí y se lanzaban al pillaje. Las fiestas de la comunidad
degeneraban en orgías de borrachos. Los Servidores Escogidos se volvían los
unos contra los otros y se arrojaban los huesos y los cráneos de los
fallecidos. Las Tribus Aliadas abandonaron sus asentamientos tradicionales y
patearon nuevos caminos, donde fundaron sus propios poblados. En contra de la
voluntad del consejo supremo de Akakor, construyeron numerosas ciudades. Cada
uno de sus nuevos caudillos comandaba su propio ejército.
A mediados del undécimo milenio el imperio de los Ugha
Mongulala había traspasado su cénit. El ejemplar territorio de Lhasa
temblaba bajo la revuelta de las Tribus Aliadas. Enormes ejércitos de tribus
salvajes desbordaron las fortalezas fronterizas del Mato Grosso y de Bolivia.
En Akakor, las tensiones entre el consejo
supremo y los sacerdotes aumentaron.
La falsa fe y la idolatría amenazaban el legado de
los Maestros Antiguos. Solamente la triple división del poder introducida por Lhasa
impidió el colapso del imperio. El pueblo de los Ugha Mongulala se benefició de
su orden y de sus leyes. pero ni siquiera éstas pudieron impedir una lenta
desintegración del imperio, que se vio acelerada por los acontecimientos que se
estaban desarrollando en la frontera occidental.
Allí los
incas estaban librando enormes batallas y sometiendo a muchas tribus.
Conquistaron los caminos de acceso a los estrechos del Norte y avanzaron sobre
las laderas orientales de los Andes hasta la destruida ciudad religiosa de
Tiahuanaco. Por vez primera desde el regreso de los Dioses, exploradores
hostiles habían llegado hasta las murallas de Akakor.
Mas entonces ocurrió un acontecimiento que ha que
dado descrito en nuestra crónica con las siguientes palabras:
Ahora hablaremos sobre los guerreros que llegaron
desde el Este. A hora hablaremos sobre la llegada de los godos. Así era
como ellos se llamaban a sí mismos. 364 generaciones habían pasado desde la
partida de los Dioses, desde el comienzo de la luz, de la vida y de ¡u tribu.
¡04 príncipes habían sucedido a Lhasa. Los corazones de los Servidores
Escogidos estaban sombríos.
El clan de Viracocha se había alejado a Cuzco. Allí
construyeron sus cabañas. AIIí erigieron los templos de sus dioses y predicaron
la guerra y el odio. Ése constituía su diario alimento desde el alba hasta el
crepúsculo y por la noche. Un extraño mensaje llegó entonces a Akakor.
Guerreros extranjeros estaban subiendo por el Gran Río: hombres valientes, tan
fuertes como el gato montes, tan arrojados como el jaguar. Niños y mujeres
venían con ellos. Caminaban en busca de sus dioses.
Así fue como los godos llegaron al imperio
de los Ugha Mongulala.
La llegada de los guerreros extranjeros que se
denominaban a sí mismos godos constituye uno de los grandes misterios de
la vida de mi pueblo. Los Ugha Mongulala conocían desde los tiempos de Lhasa la
existencia de un gran imperio situado más allá del océano oriental y que había
sido gobernado por su hermano Samón. Pero desde la destrucción de la
ciudad de Ofir en el séptimo milenio, las relaciones se habían interrumpido.
Hasta la llegada de los godos, los sacerdotes creían que el imperio de Samón se
había desvanecido.
Los guerreros extranjeros eran portadores de un
mensaje bastante diferente: más allá del océano existían muchas tribus y
naciones poderosas. Según los relatos de los godos, también su historia se
derivaba de criaturas divinas. Una antigua familia de príncipes había
descendido desde los cielos y les había enseñado la vida y la muerte. Muchos
miles de años después, los godos se vieron forzados por el hambre y por las
tribus hostiles a caminar hacia tierras extranjeras. Y aquí se había cumplido
su destino.
Este era
el nombre del príncipe de los godos. Ellos le llamaban el Cazador Salvaje.
Poseía una gran sabiduría y una mente perspicaz. Era un profeta, de buena
voluntad y autor de gestas heroicas. Él los salvó de la destrucción. Porque los
valientes guerreros estaban abatidos, parecían condenados a la perdición en la
montaña que vomitaba fuego. Se enfrentaban a su extinción. Pero el Cazador
Salvaje se impuso a la desgracia de su pueblo. Firmó una alianza con los
audaces navegantes del Norte. Y su pueblo salió al mar en busca de los dioses.
Los godos los buscaron por todas las esquinas del mundo, por el Final Azul del
Mundo y por el Final Rojo del Mundo. Cruzaron la infinitud de los océanos.
Y después de treinta lunas encontraron un nuevo
hogar en el país de los Senadores Escogidos.
La alianza entre las dos naciones
La
llegada de los godos en el año 11.051 (570 d. de C.) tuvo un significado
providencial para los Ugha Mongulala. Akakor contaba ahora con el apoyo
de un grupo de experimentados guerreros, infinitamente superiores a las tribus
rebeldes. Durante varios siglos, el consejo supremo y los sacerdotes se
apartaron de las luchas por el poder. El Pueblo Escogido recuperó la confianza
en el legado de los Padres Antiguos. Una vez mas, la profecía de los Dioses se
había probado cierta.
En la hora de la necesidad, habían enviado su
ayuda, tal como está escrito en la Crónica de Akakor:
Así fue cómo los godos llegaron al imperio de las
Tribus Escogidas. Y así fue cómo se establecieron en Akakor. Ahora existían dos
clanes, mas una sola mente. No hubo ni peleas ni discordias; la paz reinaba entre
ellos. No hubo ni violencia ni disputas; sus corazones estaban apaciguados. No
conocían ni la envidia ni los celos.
La alianza entre los godos y los Ugha Mongulala
quedo sellada mediante un intercambio de regalos. El consejo supremo asignó
residencias y tierra firme a los nuevos llegados. Los godos obsequiaron a mi
pueblo con nuevas semillas y con arados tirados por animales. Nos enseñaron
otras formas de cultivar el suelo y mostraron a los artesanos cómo construir
mejores telares. Pero su mayor regalo consistió en el secreto de la producción
de un duro metal negruzco desconocido hasta entonces por mi pueblo y llamado
hierro por los Blancos Barbaros. Hasta la llegada de los godos, únicamente
laborábamos el oro, la plata y el bronce. El oro y la plata procedían de la
región de la destruida ciudad religiosa de Tiahuanaco. Obreros escogidos
arrastraban las piezas a través de los ríos en los cuales se hallaban las
piedras que poseían el oro y la plata.
El bronce era preparado por los sacerdotes en
grandes carboneras orientadas hacia el Este. Pero su calor no era suficiente
para derretir el pardo mineral de hierro. Ahora los godos construyeron hornos
de piedra. Unos agujeros regularmente repartidos aseguraban la ventilación y un
calor mayor. Bajo la vigilancia de los nuevos aliados, los artesanos iniciaron
la fabricación de largos cuchillos y de afiladas puntas para las lanzas, que
eran superiores a las armas de las otras tribus. Prepararon armaduras de hierro
para los señores de la guerra y para los Jefes-Diezmil-Hombres. Durante mil
años, nuestros guerreros acudieron a la guerra con estas armas. Luego llegaron
los Blancos Bárbaros con sus armas de fuego, y contra las cuales ni
siquiera la armadura constituía protección alguna.
La
armadura de hierro, las negras velas y las coloreadas cabezas de dragón de
las naves de los godos han sido conservadas hasta nuestros días, y las
hemos guardado en el Gran Templo del Sol. Según los dibujos de nuestros
sacerdotes, las naves podían llevar hasta sesenta hombres y estaban impulsadas
por una vela de fina tela que iba engarzada a un alto mástil. Más de 1.000
guerreros llegaron a Akakor en estas naves.
Éstos restablecieron el desintegrado imperio y lo
convirtieron en fuerte y poderoso, tal y como está escrito en la crónica, con
buenas palabras, con lenguaje claro:
A sí aumentó la grandeza y el poder de los
Servidores Escogidos. Creció la fama de sus hijos y la gloria de sus guerreros.
Aliados con los guerreros de hierro, derrotaron a sus enemigos. Construyeron un
poderoso imperio. Gobernaron sobre muchas tierras. Su poder llegó hasta las
cuatro esquinas del mundo.
La campaña en el Norte
A pesar
de su derrota en la montaña que vomitaba fuego, los godos seguían siendo una
nación de guerreros. Poco tiempo después de su llegada, comenzaron a apoyar a
los Ugha Mongulala en su lucha contra las tribus rebeldes. Con sus nuevas armas
de hierro empujaron a la Tribu de la Gran Voz a la estéril inmensidad de
las lianas en las zonas bajas del Gran Río. Sometieron a la Tribu de la
Gloria que Crece y a la Tribu Donde la Lluvia Cae, que habían cesado
de pagar el tributo y destruido innumerables tribus salvajes. A comienzos de la
séptima centuria, según el calendario de los Blancos Bárbaros, los guerreros de
los Ugha Mongulala habían avanzado una vez más hasta las zonas bajas del Gran
Río. El antiguo imperio de Lhasa parecía resurgir del pasado.
Así fue
como comenzó la Gran Guerra. Los ejércitos de los Servidores Escogidos
avanzaron. Atacaron a la Tribu de la Gran Voz y acallaron su arrogancia.
Los arqueros y los hondistas superaron las empalizadas y destruyeron las
puertas de los poblados del enemigo. Mataron a un incontable número de
adversarios y un gran botín cayó en sus manos. He aquí la lista: flautas de
huesos y cuernos huecos, preciosos adornos de plumas del gran pájaro de los
bosques, pieles de jaguar y esclavos. De todo capturaron. Las Tribus Escogidas
alcanzaron un poder que no habían poseído durante miles de años.
Según la Crónica
de Akakor, los ejércitos aliados de los Ugha Mongulala y de los godos
salieron a luchar en las cuatro direcciones del imperio y pusieron en fuga a
las Tribus Degeneradas. Era un tiempo de castigo y un tiempo de
retribución por su traición al legado de los Maestros Antiguos. Solamente en la
frontera occidental se limitó Akakor a defenderse. Fiel a la orden de los
Maestros Antiguos de no luchar jamás contra sus propios hermanos, el consejo
supremo se limitó a erigir una elevada muralla para protegerse de los incas.
Durante trece años, 30.000 aliados trabajaron sobre la espaciosa muralla de
piedra con sus contrafuertes y sus trincheras. Fueron instaladas atalayas
rectangulares hechas de gigantesca sillería y situadas entre sí a una distancia
de seis horas de camino. Contenían habitaciones para el almacenamiento de armas
y de alimentos, así como cuartos para los guerreros. Carreteras pavimentadas
unían las fortalezas con Akakor.
La
principal empresa militar del undécimo milenio la constituyó una poderosa
campaña en el Norte. A su llegada, los godos habían traído noticias de un
pueblo de tez morena que llevaba plumas. Vivía más allá de los estrechos del
Norte y comerciaba con sus antepasados*.
* Es decir, con los indios norteamericanos. (.Y.
del E.)
Como en ese momento los sacerdotes descubrieron
signos ominosos en el cielo, el consejo supremo temió un ataque de las
desconocidas naciones, decidió preparar un gran ejército y enviarlo a la
frontera septentrional. Y así, dos millones de guerreros de los Ugha Mongulala
y de las Tribus Aliadas partieron en el año 11.126 (645 d. de C.). tal y como
esta escrito en la crónica:
Así fue cómo habló el príncipe a los guerreros
reunidos: «Marchad ahora hacia ese país. No tengáis miedo. Si existen enemigos,
luchad con ellos, matadlos. Y enviad nos mensajes de modo que podamos acudir en
vuestra ayuda». Éstas fueron sus palabras. Y la gigantesca fuerza se puso en
marcha. Estaban todos: los exploradores, los arqueros, los hondistas, los
lanceros. Atravesaron las colinas. Ocuparon las playas de los océanos. Partieron
hacia el Norte. Construyeron poderosas ciudades para mostrar la fuerza de las
Tribus Escogidas.
La mayor campaña en la historia de las Tribus
Escogidas concluyó sin resultados concretos. Unas lunas después de la
partida del ejército, las comunicaciones se interrumpieron súbitamente. Los
últimos informes en llegar a Akakor mencionaban una terrible catástrofe. El
país más allá de la frontera era ahora un mar en llamas. Los guerreros que
sobrevivieron huyeron hacia el Norte y se mezclaron con un pueblo extraño.
Seria solamente mil años después, cuando los Blancos Bárbaros avanzaban hacia
el Perú, cuando los temores del consejo supremo quedarían confirmados:
guerreros extranjeros llegaron desde el Norte y destruyeron el imperio inca.
Y con su llegada también pereció el poderoso y
pacifico imperio de los Ugha Mongulala.
Un milenio de paz
El pacifico imperio duró mil años, desde el 11.051 hasta el 12.012 (570-1531 d. de C.). En este período, solamente dos tribus gozaban de poder y de prestigio: los Ugha Mongulala, la nación de las Tribus Escogidas, y los incas, los Hijos del Sol. Se habían dividido el país entre ellos y vivían en paz. Los descendientes de Viracocha el Degenerado gobernaban sobre un enorme imperio desde Cuzco. En Akakor, el legitimo sucesor de los Padres Antiguos gobernaba de acuerdo con el legado de los Dioses.
El pacifico imperio duró mil años, desde el 11.051 hasta el 12.012 (570-1531 d. de C.). En este período, solamente dos tribus gozaban de poder y de prestigio: los Ugha Mongulala, la nación de las Tribus Escogidas, y los incas, los Hijos del Sol. Se habían dividido el país entre ellos y vivían en paz. Los descendientes de Viracocha el Degenerado gobernaban sobre un enorme imperio desde Cuzco. En Akakor, el legitimo sucesor de los Padres Antiguos gobernaba de acuerdo con el legado de los Dioses.
Los
Servidores Escogidos conocieron la felicidad, y vivían en paz. Verdaderamente,
su imperio era grande. Nadie podía hacerles daño. Nadie podía derrotarles; su
poder crecía cada vez más. Todo comenzó con la llegada de los godos. Las tribus
más fuertes y las más pequeñas se sometieron con temor; temían a los guerreros
de hierro. Estaban ansiosas de servir a las Tribus Escogidas y trajeron
numerosos regalos. Mas los sacerdotes elevaron sus rostros al cielo. Dieron
gracias por los poderosos aliados. Sacrificaron incienso y miel de abejas.
Y así fue cómo rezaron a los Dioses, éste era el
grito de sus corazones:
«Concedednos hijas e hijos. Proteged a nuestro
pueblo de la tentación y del pecado. Protegedlo de la lujuria; no le permitáis
que tropiece cuando asciende y cuando desciende. Concedednos buenos caminos y
buenos senderos. No permitáis que la desgracia y la culpa le sobrevengan a esta
alianza. Preservad la unidad en las cuatro esquinas del mundo y a lo largo de
los cuatro lados del mundo de modo que la paz y la felicidad reinen en el
imperio de las Tribus Escogidas».
Y los Dioses escucharon las oraciones cíe los
sacerdotes y bendijeron la unión entre la nación de los godos y la nación de
los Ugha Mongulala. Los guerreros extranjeros que habían cruzado el océano en
sus naves dragones se sometieron voluntariamente al legado de los Dioses.
Aprendieron nuestro idioma y nuestra escritura, y se asimilaron rápidamente con
nuestra nación.
Sus dirigentes asumieron importantes funciones en
la administración del imperio. Sus generales se convirtieron en el terror de
las tribus hostiles. Incluso sus sacerdotes renunciaron a sus falsas creencias,
que habían traído en un pesado libro forrado en hierro. Este libro, que los
soldados alemanes llamaban «Biblia», está escrito en signos que son
incomprensibles para mi pueblo.
Contiene escenas sobre la vida de los godos en su
propio país y habla también de un dios poderoso que había venido a la Tierra bajo
el signo de la cruz para liberar al hombre de la oscuridad. Mil años después,
los Blancos Bárbaros afirmarían su origen divino con el mismo
signo. En su nombre y en su honor destruyeron el imperio de los incas y
trajeron la muerte a millones de personas. Pero hasta su llegada, que es
descrita en la tercera parte de la Crónica de Akakor, los Ugha Mongulala y los
godos vivieron en paz, unidos por el legado de los Padres Antiguos.
Realiza ron los sacrificios prescritos, honraron a
los Dioses, y recordaron el lejano período en el que sobre la tierra no
existían ni los hombres ni el Gran Río. tal y como está escrito en la crónica:
Hace incontables años, el Sol y la Luna deseaban
desposarse. Pero nadie podía unirlos. Porque el amor del Sol era ardiente y habría
quemado la Tierra. Y las lágrimas de la Luna eran innumerables y habrían
inundado la tierra firme. Así que nadie los unió y el Sol y la Luna se
separaron. El Sol marchó en una dirección y la Luna en otra.
Pero la Luna lloró durante toda la noche y durante
todo el día. Y sus lágrimas de amor cayeron sobre el planeta, sobre la tierra y
sobre el mar. Y el mar se enfadó, y sus aguas, que durante seis lunas suben
hacia arriba y durante seis lunas bajan hacia abajo, rechazaron las lágrimas.
Fue así cómo la Luna las dejó caer sobre la tierra firme y creó con ellas el
Gran Río.
Este segundo libro de Las crónicas de
Akakor nos narra La apoteosis y decadencia de la cultura de los UGHA MONGULALA.
La época en la que se sitúa la
historia comienza en la que hemos venido llamando en el blog, Etapa de Los
Focos de Civilización.
Esta historia es un buen ejemplo de
cómo prosperaron a partir de un conocimiento antiguo, unos focos de
civilización que expanden la cultura en su entorno. Vemos que a los dioses, le
suceden los semidioses y luego los hombres. Esta sucesión histórica la hemos
contemplado en los otros focos desde El valle del Indo, Mesopotamia, Egipto…
En esta historia hay un dato que
hasta ahora no he visto en los otros documentos analizados. Los dioses vuelven.
Vuelven con menos naves y se quedan
muy poco. Parece que han perdido la batalla y deben marcharse a toda prisa.
Dejan a los semidioses que extiendan su legado y luego son recogidos el
platillos voladores, entonces llega el hombre los príncipes que deben pasar
trece días en cámaras secretas, donde recibir la formación adecuada para
reinar.
Se organiza la sociedad, el trabajo
el poder. Se dan normas y una forma de vivir que garantiza durante un periodo
largo el progreso y el éxito.
Luego el devenir del tiempo hace
decaer los principios y viene la decadencia.
Los dioses se van y terribles
desastres sacuden la tierra. Los continentes los mares cambian su apariencia.
Esto me recuerda el post El Piri Reis En ese mapa las
diferencias con la geografía actual son notables.
Atrás quedan custodiadas joyas
tecnológicas, naves capaces de volar, tecnologías para ablandar las piedras
(Hemos hablado de esto, tratando de Egipto). Tecnologías aparentemente iguales
desde el valle del Indo hasta La Amazonia.
Los extraterrestres fueron vencidos,
luego vinieron los desastres climáticos, luego los semidioses, finalmente el
hombre se comunica con los dioses a través de aparatos, al final se sustituye
el dominio por las religiones.
Tres notas a señalar en el relato es
la llegada y alianza con los godos o vikingos mucho antes de Colón. Se habla de
la construcción de MachuPicchu y de como se utilizarón técnicas para fundir la
piedra (ya comentadas en este blog) y de la vida de Viracocha, un semidios al
que nos hemos referido frecuentemente en el blog.
Resulta curioso ver como en estas
sociedades se procura mantener una economia de consumo moderado, respetuosa con
el medio ambiente. La natalidad es sometida para evitar demografía esagerada.
Los estamentos sociales claros y rígidos. Las normas ,la disciplina, la moral,
el respeto por las tradiciones y los principios por la comunidad son
diametralmente opuestos a nuestra sociedad:
Con una economía devoradora de
recursos y con la exigencia del crecimiento exponencial, devastadora para el
medio, con una natalidad disparada y sin control, con estamentos sociales no
claros y con una decandencia de las normas, y principios sociales y morales.
Esta claro que si estas culturas
volvieran chocarían con los gobernadores actuales de nuestra civilización.
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