jueves, 26 de enero de 2012

La perla del dragon y otras leyendas...

Habitaba en la isla de Borneo, en la montaña más alta de la isla Kinabalu, un pacífico dragón que custodiaba celosamente una preciosa perla. Todos los días jugaba con ella; la lanzaba al aire y la recogía con la boca. Se sentía dichoso con su exquisita perla y no pedía nada más a sus días. Muchos habían intentado en vano arrebatarle su tesoro, ya que el dragón no estaba dispuesto a perder su única posesión.
No obstante, el emperador de China estaba dispuesto a retar al pacífico dragón y solicitó a su primogénito, el príncipe heredero, que consiguiera la perla para el tesoro imperial. Tras varios días de travesía, el príncipe divisó la montaña y, en su cima, al juguetón dragón. Ideó un plan para arrebatarle la perla sin correr peligro. Ordenó a sus hombres que construyeran una cometa capaz de soportar el peso de un hombre y una linterna de papel.
Tras siete días de arduo trabajo, los hombres del príncipe acabaron la cometa, la más hermosa jamás vista. Al caer la noche, montó en la cometa y voló a lo alto de la montaña. Se adentró sigilosamente en la cueva. El dragón dormía profundamente, portando en sus patas la preciada perla. Con sumo cuidado, le arrebató la joya y en su lugar dejó la linterna de papel. Hizo una señal a sus hombres para que recogieran la cuerda de la cometa. Aterrizó, sano y salvo, en la cubierta del barco.
Rápidamente, mandó izar las anclas y el barco zarpó a la mar, aprovechando una suave brisa. Cuando el dragón despertó, descubrió que le habían arrebatado la perla, dejándole una linterna de papel. Estalló en cólera. Comenzó a echar fuego y humo por la boca y se lanzó montaña abajo para atrapar a los ladrones. Rastreó todos los rincones de la isla, hasta que divisó en alta mar un junco chino. Se precipitó hacia el navío y gritó con todas sus fuerzas: “¡devolvedme mi perla!” Los marineros estaban aterrorizados.
El príncipe, en un intento desesperado por zafarse del dragón, mandó cargar el cañón más grande y disparó contra su furioso perseguidor. El dragón vio como entre la nube de pólvora salía una bola y pensó que era su perla. Abrió la boca para recoger su joya… Y se hundió en las profundidades del mar. El príncipe y sus hombres regresaron triunfantes, y la perla se convirtió en la joya más preciada del Reino de China.



El fantasma bebedor de sangre de Irlanda con amor.

En tiempos tan antiguos que sólo los recuerdan aquellos a quienes se los han contado sus abuelos, vivía en la parroquia de Gyleen, en el condado de Cork, sobre la costa del Mar de Erín, al extremo sur de la Isla Esmeralda, un joven de nombre John Shea, el cual cortejaba a tres doncellas del pueblo, sin poder decidir cuál de ellas le agradaba más. Y un día en que regresaba a su casa con sus hermanas, luego de haber concurrido a la feria del pueblo de Kinsale, éstas comenzaron a interrogarlo:
—Dime, John —preguntó Susyann, la mayor—, ¿por qué no te casas de una vez? ¿Qué esperas para decidirte por Annie, Maggie o Peg?
—No puedo contestarles eso hasta que no esté seguro de cuál de ellas desea lo mejor para mí —respondió el muchacho.
—¿Y cómo harás para averiguarlo? —inquirió la otra.
—Para saberlo, hace falta que muera alguien en la parroquia —agregó John enigmáticamente—. Sólo entonces podré decírselos.
A las dos semanas de esta conversación murió el herrero del pueblo, y John acudió al velatorio y al día siguiente al funeral. Sin embargo, al llegar al cementerio, el joven no se acercó al lugar del entierro, sino que permaneció a cierta distancia, junto a un mausoleo bastante deteriorado, que distaba algunos metros de la fosa y, cuando la comitiva se retiró, aún permaneció algunos minutos allí, meditando profundamente. Luego puso su bastón de saúco junto a la puerta del panteón, echó una mirada a su alrededor, como si despertara de un profundo sueño, y emprendió lentamente el camino de su casa, dejando el bastón junto a la entrada de la bóveda.
Una vez en su casa y luego de cenar, John se dirigió a la taberna del pueblo, donde solía reunirse con otros jóvenes amigos, y dio la casualidad de que sus tres novias se hallaban allí presentes, aunque el muchacho estaba tan callado que sus acompañantes no pudieron menos que notarlo.
—¿Qué pasa que estás tan callado esta noche, John? —preguntó una de las damiselas.
—Es que lamento haber perdido mi hermoso bastón de saúco —respondió el joven.
—¿Y cómo fue que lo extraviaste? —preguntó su amiga.
—En realidad, no fue que lo perdiera —explicó John—, sino que lo dejé olvidado junto al mausoleo que está cerca de la tumba donde hoy enterraron al herrero.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? —se interesó Maggie, una de las candidatas.
—Yo, nada; pero estuve pensando que aquélla de ustedes tres que vaya a buscármelo esta noche será la que elija como esposa. ¿Quién de las tres irá por él?
—¡Pues yo, ni loca! —respondió Annie, la mayor de las tres.
—¿Y tú, Peggy? —preguntó John.
No iría al cementerio de noche ni aunque tuviera que quedarme soliera hasta el fin de los tiempos —contestó la aludida, en forma terminante.
—¿Y qué me dices tú, Maggie? —continuó el muchacho—. Si vas a buscarme el bastón, me casaré contigo.
—Iré a buscártelo —accedió la joven—, pero luego más te valdrá que cumplas con tu promesa, o lo lamentarás toda tu vida.
—Puedes estar segura de que lo haré.
Y ante esta confirmación, la muchacha dejó el salón y se dirigió al cementerio, que se encontraba a no más de tres millas de distancia de la taberna. Al cabo de unos minutos de caminata llegó al camposanto, cruzó la puerta entreabierta y se dirigió directamente a la bóveda, guiándose por la tumba recién cubierta. Pero cuando estaba por tomar el bastón, que seguía junto a la entrada, oyó una profunda voz que parecía venir del interior de la cripta:
—Deja el bastón donde está y abre el panteón —ordenó la voz.
Las rodillas de Maggie comenzaron a temblar y sus dientes castañeteaban de terror, pero el mismo miedo le impedía negarse a lo que la voz le exigía.
—Ahora abre la tapa del cajón que hay a tu derecha —volvió a ordenar el muerto, pues Maggie ya estaba segura de que de eso se trataba—. ¡Sácame de aquí y cárgame a tu espalda!
Incapaz de negarse, la muchacha descorrió la tapa, se echó el cadáver a la espalda y salió de la cripta.
—Sal del cementerio y llévame hasta la primera casa que hay sobre el camino real —insistió la perentoria voz y la muchacha volvió a obedecer.
—¡No! ¡Aquí no podemos entrar! —exclamó el muerto—. Aquí dentro tienen una pila de agua bendita y no puedo soportarla. ¡Llévame a la casa de al lado!
Obedeció la joven y tampoco pudieron ingresar a esa casa, pues los habitantes tenían una cruz colgada en el interior de la puerta. Finalmente fueron a la tercera casa y el cadáver estuvo de acuerdo con la elección:
—Está bien, entra aquí. Éstos no tienen agua bendita ni cruces, así que nos podemos quedar.
Maggie entró en la casa cargando con el cuerpo, y la voz le ordenó:
—Ahora, tráeme una silla y ponme sentado en ella junto al fuego. Luego, búscame algo de comida y de bebida.
La muchacha obedeció, lo sentó frente al hogar, que estaba encendido, y buscó por la casa, regresando con un plato de guiso de lentejas, pero sin bebida alguna.
—Para beber sólo puedo ofrecerte un jarro de agua sucia —dijo al muerto.
—Entonces, tráeme un tazón y un cuchillo afilado.
Y cuando ella regresó con lo pedido, le ordenó:
—Cárgame de nuevo y llévame a la habitación de arriba, y no te olvides el tazón.
Así lo hizo, y juntos entraron en el dormitorio, en el cual dormían tres niños, hijos del dueño de casa; y mientras Maggie sostenía el tazón, el muerto fue cortando las muñecas de los chicos y recogiendo en el tazón la sangre que manaba de las heridas.
—Esto es para que sus padres aprendan —explicó el cadáver parlante—. Si hubieran tenido agua fresca y limpia en la casa, no les habría sacado la sangre —continuó, mientras cerraba las heridas de tal forma que no se notaba ni la menor señal de los cortes—. Ahora mezcla esto con el guiso de lentejas, y sirve un plato para mí y otro para ti.
Ella tomó dos cucharas y otros tantos platos de la alacena, sirvió una porción de guiso en cada uno, después de mezclarle la sangre, v ungió comer, aunque, en realidad, escondía el guiso en un pañuelo que llevaba al cuello, hasta que vació el plato.
—¿Te has comido tu parte? —preguntó el muerto.
—Sí —respondió la muchacha.
—Pues yo casi he terminado la mía, así que ya puedes lavar los platos y regresarlos al aparador.
Maggie hizo lo que le mandaba, aunque no se preocupó de lavarlos, y regresó junto al cadáver.
—Ahora, cárgame de nuevo y llévame de vuelta al sitio donde me encontraste —ordenó éste.
—¿Y cómo podría hacerlo? —se quejó ella—. ¡Si casi me muero cuando te traía, menos aún voy a poder hacerlo ahora, que has comido tanto!
—Es que tú también estarás más fuerte después de comer, así que me puedes llevar de vuelta a la bóveda.
Así que Maggie no tuvo más remedio que cargarlo contra su voluntad, pero antes envolvió la comida en el pañuelo y lo escondió dentro de un profundo agujero junto a la puerta de la cocina, donde los dueños introducían la tranca para asegurar la hoja de madera. Luego se echó el cadáver de nuevo a la espalda y emprendió el regreso al camposanto, pero esta vez cortó camino a través de un espacioso solar, siguiendo las órdenes del muerto. Pero cuando estaban al otro lado del terreno baldío, la muchacha le preguntó si había alguna cura para los niños a los que acababa de sacar la sangre.
—No hay más cura que una —respondió el cadáver—, pero sólo se le podría administrar si hubiera quedado algo del guiso con sangre, pues entonces, con tres bocados puestos en la lengua de cada uno de ellos se les devolvería la vida, y ni siquiera sabrían que estuvieron muertos por un tiempo.
"Entonces —pensó Maggie— todavía hay tiempo para salvarlos, y lo voy a hacer en cuanto regrese a la casa".
—¿Ves ese campo? —la voz del muerto la distrajo de sus pensamientos.
—Sí.
—Bueno, pues debes saber que allí hay enterrado tanto oro como para hacer ricas a varias familias de este condado. ¿Ves esos tres lechtans? Debajo de cada uno de ellos hay una enorme olla llena de monedas de oro.
En ese momento, las palabras del muerto se vieron interrumpidas por el canto de un gallo, justo cuando llegaban al portal del cementerio.
—Canta el gallo —dijo entonces Maggie—. Está siendo hora de que regreses a tu ataúd.
—Todavía queda un rato; ese gallo está muy apurado por despertarse.
Un instante después se repitió el canto y Maggie dijo:
—Escucha, está cantando por segunda vez.
—No, ése es otro gallo apurado, no sabe lo que hace.
Mientras se acercaban a la puerta del mausoleo, se escuchó un tercer canto.
—Bueno, ése tiene que ser el gallo correcto —dijo la joven.
—Muchacha, este último gallo te ha salvado la vida. De no ser por él, te hubiera llevado conmigo a la cripta y jamás habrías salido de allí. Y de haber sabido yo que ese gallo cantaría tan pronto, tú no sabrías lo que ahora sabes sobre ese campo y las ollas de oro. Colócame rápido en el ataúd donde me encontraste, pero tómate tu tiempo y hazlo bien, porque ahora ya no puedo hacerte ningún daño.
—¿Me dirás quién eres, antes de que me vaya?
—¿Alguna vez has oído hablar de un hombre llamado Edward Derrihy, o de su hijo Michael? —preguntó el muerto, mientras ella lo colocaba en el féretro.
—Muchas veces he oído a mis padres hablar de ellos.
—Bueno, entonces te diré que Edward Derrihy era mi padre y que yo soy Michael. Ese bastón de saúco que has venido a buscar esta noche al cementerio ha sido tu prenda de buena suerte, aunque estoy seguro de que si hubieses sabido el peligro que te acechaba no habrías venido. Ahora déjame con cuidado en el ataúd y cierra la puerta de la cripta al salir.
Así lo hizo la muchacha, cerró cuidadosamente la puerta y, luego de tomar el bastón, regresó rápidamente a su casa, llegando a ella casi al amanecer. Se encontraba mortalmente cansada, y no era para menos, después de haber cargado el cadáver a lo largo de más de seis millas. Antes de entrar, sin embargo, arrojó el bastón al tejado de bálago que había sobre el portal de entrada, y llamó a la puerta.
—¿Dónde has pasado la noche? —preguntó su hermana al franquearle la entrada—. No me gustaría estar en tus zapatos mañana, cuando madre te pregunte dónde has estado todo este tiempo.
—Vuelve a la cama y no te preocupes por mí— le respondió Maggie, y ambas regresaron al dormitorio que ocupaban juntas.
A la mañana siguiente, cuando se levantaron los padres de los tres jóvenes desangrados por el vampiro y no vieron señales de sus hijos, la madre fue a la habitación a llamarlos y los encontró a los tres muertos en sus camas. Al verlos así, pálidos y exangües, salió chillando a la calle, y todos los vecinos se agolparon a su alrededor, tratando de entender qué había sucedido. En medio de sollozos y gemidos, la pobre mujer les dijo que sus tres hijos habían amanecido muertos en la cama, y la noticia no tardó en correr por todo el pueblo como un reguero de pólvora. También los padres y la hermana de Maggie acudieron presurosos a la casa de los fallecidos, pero la muchacha se quedó en la cama, y cuando sus padres regresaron, la madre tomó una vara de mimbre y comenzó a castigarla, no sólo por haber permanecido toda la noche fuera de la casa, sino también por perezosa.
—Levántate de una vez, holgazana —chilló la madre—, y vete de inmediato al velatorio, que los tres hijos de nuestros vecinos han muerto misteriosamente por la noche.
Sin embargo, la muchacha no pareció demasiado conmovida por la noticia y sólo le dijo:
—Es que estoy muy cansada y me siento enferma. Perdóname por lo de anoche, y dame algo de beber y de comer.
La madre se apiadó de su apariencia maltrecha y le dio leche y algo de cereal, y hacia el mediodía la chica ya se encontraba en condiciones de dejar el lecho, así que marchó a la casa de sus vecinos. Para cuando llegó allí, ya se había reunido una verdadera muchedumbre y los llantos de las plañideras se escuchaban desde varias manzanas a la redonda. Sin embargo, Maggie no lloró, sino que se dirigió directamente hacia el padre, que gemía desconsolado, caminando de un lado a otro y retorciéndose las manos.
—Tranquilícese, señor —trató de calmarlo Maggie—. No se preocupe, que todo saldrá bien.
—¿Cómo quieres que me tranquilice, niña, si mis tres pobres hijos yacen muertos en sus lechos, sin una gota de sangre en las venas?
—Dígame —lo interrumpió ella—, ¿qué le daría usted a la persona que les devolviera la vida y la salud?
—Le daría todo lo que tengo, dentro y fuera de la casa, pero, desgraciadamente, eso es imposible; no hay nadie que pueda volverlos a la vida.
—No deseo que piense que estoy presumiendo ni jactándome —dijo ella—, pero yo puedo devolverles la vida.
—Dudo que puedas hacerlo, pero si fuera posible, cumpliría con mi palabra.
—No quiero todo lo que me ha ofrecido. Sólo le pido a su hijo mayor en matrimonio y el Gort na Leachtan (el campo de los montones de piedra) como dote.
—Querida mía, si logras salvar a mis hijos, no sólo te daré lo que me pides, sino también mis mayores y más sentidas bendiciones. Es más, te daré el campo por escrito ahora mismo, tanto si logras salvar a mis hijos como si no lo consigues.
Maggie aceptó la generosa propuesta de buena gana, y el hacendado le donó el campo mediante un documento de su propio puño y letra, tras lo cual la joven pidió a todos y cada uno de los presentes que abandonaran la casa y no volvieran hasta que ella misma los llamara. Algunos lo hicieron a regañadientes, otros burlándose y los más llorando, pero finalmente sólo quedaron en la casa ella y los tres fallecidos.
Tan pronto como la última de las lloronas se hubo marchado, la muchacha cerró la puerta con tranca, se dirigió a donde había dejado el pañuelo, lo abrió y colocó en la boca de cada muchacho tres bocados del guiso de lentejas mezclado con su propia sangre. A los pocos instantes, los tres recobraron su color natural y comenzaron a respirar normalmente, como si estuvieran dormidos; entonces la muchacha fue hasta la puerta, les pidió a todos que entraran y dijo al padre que subiera a despertar a sus hijos.
Aún no del todo convencido, el hombre subió a la habitación de ellos y los llamó por sus nombres, ante lo cual los tres despertaron tranquilamente y, aunque parecían muy cansados, se vistieron con rapidez, asombrados de ver a tantas personas a su alrededor.
—¿Qué pasa que hay tanta gente aquí? —preguntó intrigado el hijo mayor.
—¿Es que no recordáis nada de lo que os sucedió durante la noche? —lo interrogó a su vez el padre.
—¿Qué pudo habernos pasado? Simplemente nos quedamos dormidos como todas las noches —respondió el hijo menor.
El padre les explicó entonces lo que les había sucedido, pero ellos aún no podían terminar de convencerse, aunque, por el hambre que sentían, parecía como si la explicación fuera la cosa más lógica del mundo.
Maggie, por su parte, cuando vio que los muchachos se habían recuperado totalmente, volvió a su casa y contó a sus padres las peripecias de la noche anterior: el viaje cargando al muerto desde el cementerio a la casa, lo que sucedió allí y el regreso a la cripta, y les pidió encarecidamente que no dijeran a nadie lo que les había contado. A continuación, se dirigió a la casa de los tres jóvenes y pidió hablar con el padre.
—He venido a reclamar lo que me prometió.
—Pues tendrás eso y más, con mi bendición, pues sin ti mis hijos hoy estarían en una fría tumba —dijo el hombre. Luego llamó a su hijo mayor y le preguntó si se casaría con la mujer que le había salvado la vida.
—Por supuesto que lo haré, y con mucho gusto —respondió Aldryn, que así se llamaba el muchacho.
Tres días después ambos se casaron y celebraron una espléndida boda, seguida de una fiesta que duró otros tantos días con sus respectivas noches. Luego pasaron dos semanas disfrutando de su matrimonio, al cabo de los cuales Maggie dijo a su esposo:
—Nuestras vacaciones han sido muy placenteras, pero ha llegado el momento de trabajar. Mañana por la mañana os daré a ti, a tu padre y a tus hermanos trabajo en abundancia, así como también a toda mi familia.
Y al día siguiente los llevó al primero de los lechtans j le dijo:
—Apartad estas piedras y comenzad a cavar un hoyo debajo de ellas.
Sus cuñados y su suegro la miraron como si hubiera perdido el juicio, pero ella les dijo que no se preocuparan, que pronto se darían cuenta de por qué se los pedía. Así que pusieron manos a la obra y no se detuvieron hasta que hubieron cavado un pozo de seis codos de profundidad, en el fondo del cual encontraron una laja cuadrada de tres codos de lado, en cuyo centro se veía una enorme argolla de hierro.
—Pues, para que alguien se haya tomado tanto trabajo en enterrarlo, lo que hay allí debajo tiene que ser muy importante —dijeron los hombres y levantaron la piedra, debajo de la cual encontraron la olla de oro.
—Esto no es nada —los animó Maggie—. Aún hay más riquezas en este lugar. Vayamos ahora al siguiente lechtan.
Nuevamente apartaron las piedras, cavaron, levantaron la segunda laja y retiraron otra olla. Luego repitieron la operación con el tercer montón y extrajeron la tercera vasija. Pero en el costado de este tercer recipiente encontraron una inscripción, escrita en caracteres tan extraños que no los pudieron descifrar, de modo que, luego de vaciarla, pusieron la olla junto a la puerta.
Más de dos meses debieron transcurrir antes de que acertara a pasar por el camino un anciano pobre, que venía precedido de una bien ganada fama de sabio, al que pidieron que estudiara la inscripción, para ver si lograba descifrarla.
—Sí que puedo —aseguró el mendigo-sabio, que no era otra cosa que un hechicero, versado en las artes mágicas de los antiguos druidas—. Lo que dice la leyenda es: "Hay mucho más de lo mismo en el lado sur de cada olla".
El joven esposo no dijo nada, pero le entregó al sabio una suma que excedía con mucho el jornal de un mes de un labrador y, tan pronto como se hubo marchado, se pusieron todos al trabajo, encontrando mucho más oro en los sitios que indicaba la vasija.
Aquel tesoro inesperado los hizo a todos aún más ricos de lo que ya eran, con lo que construyeron espléndidas casas para cada uno de los integrantes de ambas familias y compraron varías granjas y grandes hatos de ganado.
Sin embargo, a Maggie aún la intrigaba una cuestión que no terminaba de comprender del todo: ¿de dónde había salido toda aquella riqueza? ¿Había pertenecido al tesoro de los Derrihy?
Pero, finalmente, la felicidad y el bienestar que rodeaban a Maggie y a todos sus seres queridos fueron tan grandes, que no valía la pena que ella se preocupara por nimiedades. Por lo tanto, la joven y su familia se dedicaron a disfrutar de la vida y a administrar cautamente sus bienes; a tal punto que, al morir ellos, los bienes resultantes fueron suficientes como para asegurar la prosperidad de sus descendientes hasta la séptima generación.


Pishtaco....el demonio de los andes.

En las distintas regiones y pueblos del Perú se cuentan temerosas leyendas sobre demonios que habitan en estos lugares y asechan a los pobladores de estas zonas, uno de los más conocidos y temidos demonios es el PISHTACO cuyo nombre proviene del quechua Pishtay que significa cortar en tiras.
Esta gran y tenebrosa historia se basa en la figura de un extranjero que ataca a los pueblos de la sierra, más aún a las que se encuentran alejadas, y aniquila espantosamente a sus vecinos.
Los lugareños de estas zonas y los que han escuchado sobre el “Pishtaco” aún sienten un frío helado recorrer su cuerpo de pies a cabeza al escuchar los relatos que cuentan como el Pishtaco ataca los pueblos y aniquila espantosamente a sus vecinos. Su sangrienta reputación de cazador de hombres se ha extendido a muchos departamentos de la sierra del Perú; como Junín, Huancavelica, Cuzco, Ayacucho, Apurímac, Pasco y la sierra de Lima.
Los pobladores Alto andinos no dudan al describir al Pishtaco como un ser sobrenatural, maligno, como un monstruo que se alimenta del sufrimiento de la victima, este ser tiene complexión humana de apariencia atlética, color de ojos claros y cabellos dorados como el sol.
Otros manifiestan que se trata ni más ni menos de un asesino en serie, de un supuesto vampiro que ataca a altas horas de la noche a mujeres y hombres. Los relatos del Pishtaco son por demás sangrientos y atemorizantes, que llenan de suspicacia hasta el más incrédulo mortal.
No se sabe con certeza en que lugar apareció por primera vez el Pishtaco, este vampiro y/o cazador de hombres y mujeres, disfruta asaltando personas que circulan solitariamente por las calles de sus pueblos a muy altas horas de la noche, su modus operandi es degollar a sus víctimas, luego les corta en pedazos y separa la piel y grasa de la carne humana, para posteriormente alimentarse de la carne de sus presas y comercializar la piel y grasa que extrae de sus víctimas. Dicen que si sus víctimas con delgadas, las entierra vivas.
“El Pishtaco es un ser solitario y maligno que es imposible ahuyentar y mucho menos escapar de sus garras. Se cree que deambula en la sierra para castigar a quienes pecan y a quienes rondan por la noche solos, él ataca a sus víctimas por la espalda y corta sin piedad sus gargantas, rápidamente extrae su grasa y adereza la carne obtenida que le servirá de alimento. Se dice que lleva a sus victimas a una cueva donde mediante velas prendidas en hace chorrear su grasa del cuerpo.
Se dice que la grasa que extrae de sus víctimas las vende a comerciantes o industriales que las usan para elaborar jabones, o como lubricante industrial de grandes maquinas industriales y/o tecnológicas.
Una historia parecida es la leyenda del karisiri, esto en la región de Puno.
Existen muchos relatos que dan fe de la existencia de este ser; cierto o no coincide con las desapariciones y hallazgos de personas decapitadas en estas zonas; lo que si hay que tener en cuenta es que no es bueno caminar solos en altas horas de la noche, porque uno no sabe a los peligros que se expone o quizás sin darse cuenta tengan al frente al Pishtaco.

LEYENDA DE LOS ANGELES Y EL ALMA GEMELA


Cuenta la leyenda que los bellos ángeles plegaron sus blancas alas, alzándose en los cielos de la noche como blancas palomas para poder retratarse en forma de estrellas, pues la noche era triste con sólo la plata iluminado el cielo. Nos dejaron como legado el firmamento, para que viéramos su belleza noche tras noche.

Ellos pensaban que las estrellas eran las obras más bellas jamás vistas, que sólo podría verlas por la noche en el cielo y esperando que las nubes no lo cubrieran. Cuando te vieron, se dieron cuenta de que se podían ver las estrellas de día, y que las únicas nubes que lo podían encapotar serían mis tristes lágrimas al pensar que te perdería.

Ahora no sabras qué pensar. ¿Eres una estrella o eres un ángel en persona? Pues su voz te alza por los cielos, tus caricias las añoras por minutos, sus besos te dan vida y su amor ilumina como la luna tu oscura monotonía. Da gracias entonces porque no tu belleza, si no tu puro amor, se haya podido topar en tu vida. Ahora, siempre que puedas, ves las estrellas. No puedes dormir. Esa es la razón, porque siempre piensa en ti. Pero no entristezcas, no te importa, pues siempre que veas una estrella ve tus ojos observando los suyos y su brillo te hace llorar al recordar tu sonrisa. Lloras de alegría, lloras por no poder olvidar el ángel de tu vida, la estrella más brillante del firmamento, el corazón mas puro que exista, el amor más deseado de tu vida.

Cuenta una vieja leyenda que
cuarenta días antes de nacer,
a cada niño se le elige su pareja en el cielo.
Dos almas se crean en el firmamento
y entonces un Ángel exclama firmemente:..
" Este niñ@ será para este otr@ ".
A partir de ese día no existirá nada
que impida su encuentro,
infinito.ni
De acuerdo con la leyenda,
hay una buena razón para que los ángeles
le elijan un niño a cada niña.
Es la misma razón por la que Dios
le da al hombre dos ojos,
dos oídos, dos piernas y dos manos:
para que se complementen y actúen
juntos, como si fueran uno solo...
Todos y cada uno de nosotros,
tenemos un alma gemela,
exactamente a nuestra medida y
nosotros a la de esa persona.

A muchos les cuesta más trabajo
que a otros encontrarla, pero Dios
sabe cuándo es el mejor tiempo para
cada uno de nosotros...
Las Almas gemelas existen,
tu complemento perfecto espera por ti...
comienza a ver con el corazón y
cuando llegue a tu vida con solo mirar sus ojos,
sabrás queesa persona vino a este mundo
por ti y para ti....
Pero algunas veces, y solo unas veces se dice Dios,
escucha una suplica una entre millones, de una niña
y solo una persona de todas se le concede la oportunidad
de que su alma gemela sea de las estrellas.

Eso es lo que cuentan las leyendas.....


Leyenda de la madre.

Cuenta una leyenda de un angelito que estaba en el cielo, le tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios:
Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir? tan pequeño e indefenso como soy.
Entre muchos ángeles escogí uno para tí, que te está esperando y que te cuidará.
Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso basta para ser feliz.
Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.
¿Y cómo entender lo que la gente me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres?
Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.
¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?
Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás hablarme.
He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá?
Tu ángel te defenderá más aún a costa de su propia vida.
Pero estaré siempre triste porque no te veré más Señor.
Tu ángel te hablará siempre de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.
En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo pero ya se oían voces terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos sollozando.
¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre!. ¿Cómo se llama mi ángel?
Su nombre no importa, tu le dirás: Mamá.

La leyenda de atzhierathiel

Es verdad, no es un cuento;
hay un Ángel Guardián
que te toma y te lleva como el viento
y con los niños va por donde van.

Tiene cabellos suaves
que van en la venteada,
ojos dulces y graves
que te sosiegan con una mirada
y matan miedos dando claridad.
(No es un cuento, es verdad.)

Él tiene cuerpo, manos y pies de alas
y las seis alas vuelan o resbalan,
las seis te llevan de su aire batido
y lo mismo te llevan de dormido.

Hace más dulce la pulpa madura
que entre tus labios golosos estrujas;
rompe a la nuez su taimada envoltura
y es quien te libra de gnomos y brujas.

Es quien te ayuda a que cortes las rosas,
que están sentadas en trampas de espinas,
el que te pasa las aguas mañosas
y el que te sube las cuestas más pinas.

Y aunque camine contigo apareado,
como la guinda y la guinda bermeja,
cuando su seña te pone el pecado
recoge tu alma y el cuerpo te deja.

Es verdad, no es un cuento:
hay un Ángel Guardián
que te toma y te lleva como el viento
y con los niños va por donde van.

El es el protector de las puertas.
El es el campeon de los reinos.


El judio errante

Lugares donde a sido visto : Lo han visto en Inglaterra, Francia, Alemania, Hungría, Persia, Suecia, Dinamarca, Escocia y otras comarcas, como también en Rostock, en Weimar, en Dantzig y en Koenigsberg. En el año 1575, dos embajadores de Holstein le vieron en Madrid; en 1599 se encontraba en Viena, y en 1601 en Lubeck. En el año 1616 se le vio en Livonia, en Cracovia en Moscú. en Brabante. En boyacá y en Tunja en Colombia en Ixcateopan,Cochisquila y el Izote en Méjico.
Nombres que se le han atribuido : Cartaphilus ,Catafilo,Ahseverus , Ahsevero, Ausero, Ajasuerus,Ahaster, Samer,Joseph,Michob-Ader,Zerib-Bar-Elia, Buttadeus,Juan Butadeo,Votadio,Juan Espera en Dios,vota Dios" o de "voto a Dios", México.

Cuenta Mateo de París que en su tiempo, allá por el año 1229, viajaba por Inglaterra un arzobispo armenio, que llevaba cartas comendaticias del Papa para que le enseñasen todas la reliquias y los monumentos religiosos de aquel pueblo. Preguntado por los personajes más distinguidos en virtud, ciencia y posición acerca del Judío Errante, el Prelado contestó que estaba en Armenia; y uno de los familiares aseguró que era el portero de la casa de Pilato, llamado Catafilo, que viendo que los judíos arrastraban a Jesús fuera del Pretorio, le dio un puñetazo en la espalda, para arrojarle más pronto de allí. Jesús le dijo entonces:“El Hijo del Hombre se va; pero tu aguardarás su venida”. Catáfilo se convirtió al cristianismo, y fue bautizado por Ananías, que le dio el nombre de Joseph. Vive aún y cuando llega a la edad de cien años cae enfermo, en una especie de deliquio, durante el cual rejuvenece y se vuelve a la edad de treinta años que tenía a la muerte de Jesús.
Otro de los familiares del Arzobispo armenio afirmaba que su señor conocía al Judío Errante, con el cual había comido poco tiempo antes de salir del país; que respondía con mucha gravedad y sin reírse a cuantas preguntas se le hacían sobre hechos de la antigüedad; por ejemplo, acerca de la resurrección de los muertos que salieron de sus sepulcros cuando Cristo fue crucificado, sobre la vida de los Apóstoles y de otros Santos. Estaba en un continuo sobresalto, esperando de un momento la venida del Mesías en el día del juicio, porque entonces es cuando él debe morir. El crimen que cometió, arrojando a Jesucristo del Pretorio, le hacía temblar; sin embargo, esperaba el perdón, porque pecó por ignorancia.
Fray Benito Jerónimo Feijoo en sus cartas eruditas y curiosas, nos cuenta como Jacobo Basnage, autor protestante, en su obra “Historia de los judíos” cuenta hasta tres Judíos Errantes. El primero más antiguo , llamado Samer, en pena de haber fundido el becerro en tiempos de Moisés. Otro llamado Catafilo, el portero de Pilatos, anteriormente mencionado. Y por último el siguiente:
En Hamburgo apareció el Judío Errante en el año 1547. Era de edad como de cincuenta años, de elevada estatura y larga cabellera, que le caía sobre la espalda; vestía modestamente y andaba descalzo, aún en el rigor del invierno. De este modo se presentó en la Catedral de Hamburgo un domingo de aquel año, durante los oficios, y se puso a escuchar al orador con atención y recogimiento ejemplares. El obispo de Sleswig, Pablo de Eizen, le preguntó que quién era, y respondió que judío, por nombre Asuero (Ahseverús), zapatero de profesión, que había sido testigo de la crucifixión de Cristo, desde cuya época andaba errante. Decía que había conocido a los Apóstoles, y contaba con admirable precisión y oportunidad todas las revoluciones acaecidas en la serie de siglos de su larga existencia. Cuando Jesús marchaba al Calvario, cargado con la cruz, quiso descansar un poco delante de la tienda de Asuero, el cual rechazando a Jesús con violencia brutal, “fuera de aquí”, le dijo, a lo que repuso Jesús: “no descansaré en este lugar; pero tú no cesarás de andar hasta el último día”. “En castigo de mi insolvencia, añadía, marcho de esta suerte por el mundo sin detenerme en parte alguna”.

Se le ha dado una gran cantidad de nombres al Judío Errante, algunos de los cuales son : Ahasverus; Buttadeu; Larry el Caminante; Joseph Cartaphilus; Juan Espera en Dios; Michob-Ader. Sin embargo posiblemente el nombre más antiguo sea el que aparece en una de las Cartas eruditas y curiosas del padre Feijoo. En ella se cita a Mateo de París, obispo e historiador benedictino, indicando que en el año 1229 afirmó que dicho Judío existía, se llamaba Catafilo, y se encontraba entonces por Armenia.
Igualmente Jacobo Basnage, autor protestante, en su Historia de los judíos, cuenta que hay exactamente tres judíos errantes:
Samer o Samar: Judío errante condenado a vivir siempre, y a vagar, por haber fundido el becerro de oro en tiempo de Moisés.
Catafito o Catáfito: Habría sido una especie de guardia o policía de la puerta del pretorio de Poncio Pilatos, en cuya ocasión, cuando sacaron a Cristo, de dicho pretorio para crucificarle, para que saliese más prontamente y evitar la aglomeración o el bullicio, le dio un empujón en la espalda, a lo cual Cristo, volviendo el rostro, le dijo: “El Hijo del Hombre se va, pero tú esperarás a que vuelva”. Se trata de una profecía del mismo Cristo, por la que este judío no había de morir hasta que Cristo volviese a juzgar vivos y muertos. Cada cien años sufría enfermedad y angustia de muerte, pero luego sanaba y se rejuvenecía hasta los treinta años, edad que tenía cuando Cristo murió.
Ausero: Zapatero de Jerusalén que echó de un empujón a Cristo del quicio de su puerta cuando el Señor se detuvo allí a descansar camino del Calvario, diciéndole: “Despacha, sal cuanto antes; ¿por qué te detienes?”. Cristo le respondió: “Yo descansaré luego, pero tú andarás sin cesar hasta que yo vuelva” (Algunos han añadido “hasta que no nazca niño alguno” o “hasta que la mujer deje de parir”). Desde aquel momento empezó el cumplimiento del vaticinio, siempre andaba peregrinando, sin parar en provincia alguna. Representaba la edad de cincuenta años, y prorrumpía en frecuentes gemidos por la tristeza que le causaba la memoria de su delito. De este dice que en el año de 1547 fue visto en Hamburgo.

El primer documento moderno que se conserva sobre esta leyenda es un panfleto de cuatro hojas llamado Kurtze Beschreibung und Erzählung von einem Juden mit Namen Ahasverus (Breve descripción y relato de un judío de nombre Ahasverus), impreso en Leiden en 1602 por Christoff Crutzer. Sin embargo, no hay registro de ningún impresor con ese nombre en los archivos de Leiden, por lo que se supone que este nombre es un seudónimo.
La leyenda se extendió rápidamente por Alemania; no menos de ocho ediciones diferentes de la leyenda aparecieron durante ese mismo año, y antes del fin del siglo XVIII había al menos 40 variantes en ediciones diferentes. Se conocen 8 ediciones en neerlandés y la primera versión en francés apareció en Burdeos en 1609. La primera versión inglesa fue una parodia de 1625 (Jacobs and Wolf, “Bibliotheca Anglo-Judaica”, p. 44, No. 221). También se conocen versiones en danés, checo y sueco.
Según L. Neubaur, la leyenda se inspiró en las palabras encontradas en el Evangelio de Mateo 16:28:
Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino.
Esta cita figuraba en el panfleto original de 1602. Hay quienes aplican el pasaje citado a San Juan, basándose en un pasaje de su propio Evangelio, concretamente 21:20-23:
Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.»
Otra versión dice que Malco, el asistente del Sumo Sacerdote, al que San Pedro le cortó la oreja, es el Judío Errante. Juan 18:10.
Un precedente del relato del Judío Errante es la leyenda aparecida en el Flores Historiarum de Roger de Wendover, publicado en 1228. Un arzobispo armenio que visitaba Inglaterra relató que se había encontrado con José de Arimatea, bajo el nombre de Cartaphilus; éste le contó que había apurado a Jesús durante la crucifixión, y este le respondió “iré más rápido, pero tú deberás esperar hasta que yo regrese”.
El monje inglés Matthaeus Parisienses, del siglo XIII, recoge esta leyenda en su Chronica maiora, quien otra vez recoge el supuesto relato de un obispo armenio que llega a Inglaterra. Narra éste la historia de un ermitaño que sería un criado de Pilatos castigado por Jesús, porque, al verle pasar, cargado con la cruz, le dice que vaya rápido. Jesús replica que él se irá, pero aquel criado le habrá de esperar hasta su retorno. De este modo, el criado rejuvenece cada vez que llega a la edad de cien años, y así hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, se ha arrepentido y está haciendo penitencia en Armenia.
Igualmente cabe mencionar como curiosidad que a menudo se ha señalado que las leyendas del Holandés Errante presentan similitudes y concordancias con esta leyenda.

Se dice que el Judío errante fue visto en Hamburgo en 1547; en España en 1575; en Viena en 1599; en Lübeck en 1601 y 1603; en Praga en 1602; Baviera en 1604; en Bruselas en 1640 y 1774; en Leipzig en 1642; en París en 1644; en Stamford en 1658; en Astracán en 1672; en Múnich en 1721; en Altbach en 1766 y Newcastle en 1790. Otra aparición mencionada parece haber sido en los Estados Unidos en el año 1868, visitando al mormón llamado O’Grady. Posiblemente, este último era un impostor que se hacía pasar por el Judío Errante. En la Navidad de 1993 un fraile toledano tuvo una visión y afirma que bajo el nombre de “Asuero” se había afincado en Toledo, muy cerca de su cenobio. El Abad le ordenó silencio y no habla desde entonces. Posteriormente y esta vez bajo el nombre Catáfilo fue visto en Miami (Estados Unidos), Quito (Ecuador), Bogotá y Pereira (Colombia) y Estambul (Turquía) donde estableció contacto con los judíos sefarditas en la fiesta anual de Ispahan en agosto de 2005 de la Torre Gálata, cantó con ellos en español y en el calor de la fiesta hizo múltiples referencias a Toledo (España) y su provincia. Aunque nadie sabe a ciencia cierta su número, pueden ser tres o dos o todos al mismo (Samar, Asuero o Catáfilo), ni su identidad actual ni su paradero exactos.

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