domingo, 12 de febrero de 2012

Ninfas.

Los espíritus femeninos acuáticos habitan las aguas saladas como las dulces. Estas doncellas suelen ser muy dadas a los amoríos con varones mortales y son famosas por su belleza sobrenatural y sus extrañas costumbres. Además, todos sus idilios no suelen llegar a buen término, pues acaban siempre abandonando a sus maridos humanos o bien dándoles muerte ahogados en el fondo de las aguas que habitan. Gustan siempre de la música, la danza y son muy coquetas; pueden pasar horas peinando sus largas y hermosas cabelleras y mirándose en el reflejo del agua. Pueden distinguirse entre ellas como oceánides, o hijas de océano, el gran mar que fluye alrededor de la tierra; nereidas, o hijas del dios del mar Nereo, eran ninfas del mar Mediterráneo; potameides, ninfas de los ríos; náyades, ninfas de las fuentes y de las corrientes de agua fresca; oréades, ninfas de las montañas y las grutas y dríades, ninfas de los bosques.

Náyades y ondinas
Por último, terminamos el capítulo referido a los espíritus femeninos de agua dulce, deteniéndonos en dos bellas ninfas acuáticas; las náyades y las ondinas. En realidad, no responden a un tipo de hada en concreto, sino al nombre genérico con el que se conoce a las hadas de las fuentes.  
Náyade es el nombre que se daba en la mitología griega a las ninfas del elemento líquido y que encarnaban la divinidad del manantial que habitaban. Eran seres femeninos de gran longevidad, aunque  mortales. Una fuente podía estar habitada por una sola ninfa; la llamada ninfa de la fuente o por varias ninfas, todas iguales entre sí y consideradas hermanas.
Se decía de ellas que poseían virtudes curativas pero, si alguien cometía el sacrilegio de bañarse en sus aguas, corría un gran peligro. Normalmente, quien se atrevía a esto, caía atacado por una enfermedad desconocida o se volvía loco. Para las náyades, la ofensa de bañarse en sus aguas, se pagaba  independientemente de quién se tratase. Cuentan por ahí, que el mismísimo Nerón se atrevió una vez en Roma a bañarse en la fuente de Marcia. Después de aquello, se vio afectado por una especie de parálisis y mucha fiebre durante varios días.
Narra una leyenda:
Hace ya muchos años, aunque todavía hay quien habla de ello, vivió en Grecia un hombre atrevido al que le gustaba la aventura. Entre los muchos viajes que realizó, dicen que cruzó todo el mar Egeo; atravesando numerosas islas griegas. Partió de Atenas, pasó las Islas Cícladas, llegó a Creta, subió por Roda, se detuvo en Samos y cuentan que, cuando llegó a Quíos, esto es lo que le sucedió. Durante el esplendor de la civilización griega, Quíos fue un estado muy importante y en ella vivían muchos poetas y escultores famosos. Puede ser que uno de estos poetas nos contara la historia.
Pues bien, cuando Hylas, que así se llamaba el aventurero, atracó en Quíos, se alejó de sus compañeros; adentrándose en el bosque en busca de agua potable. No hizo el viaje en vano, pues pronto se encontró un manantial de agua fresca donde unas jóvenes jugueteaban y cantaban. Hylas no era precisamente feo y los años de viaje lo habían convertido en un hombre fuerte, por lo que no es de extrañar que una de ellas se quedara mirándolo con sus hermosísimos ojos verdes. Su mirada era tan profunda, tan intensa, tan dulce, que Hylas era incapaz de desviar sus ojos de ella. Poco a poco empezó a perder su voluntad, no sabía qué le pasaba, sólo que esos ojos le atraían hacia la joven sin poderse controlar. Ya sin voluntad, se acercó al manantial y se metió en el agua. De pronto, unos brazos le aprisionaron alrededor de su cuerpo y sintió la presión de unas manos suaves y frías que no le permitían moverse. No podía hablar, no pudo pedir ayuda. Lo último que supieron sus compañeros es que había sido arrastrado hasta las profundidades del manantial, de donde nunca pudieron sacarlo.
Todas las ninfas del agua son seres muy seductores. Dicen que podemos reconocer a las ondinas porque surgen del lago con la cabellera flotante y húmeda. Si  las ves en la superficie las puedes reconocer porque el extremo del delantal blanco que llevan siempre gotea agua. Si un mortal comete el error de enamorarse de una y la sigue, una enorme ola lo arrastrará hasta ahogarlo.

Las sirenas
Generalmente son consideradas hijas del dios-río, respecto a quien fue su madre, suele ser unánime la idea de que descienden de una musa pero los autores no se ponen de acuerdo sobre cuál pudo ser: Melpómene, Terpsícore o quizás Calíope.
Son monstruos marinos con la mitad superior con forma de mujer y la mitad inferior con forma de ave. Su número varía según las versiones. En un principio eran dos y se llamaban Agláope y Telxíope, posteriormente fueron añadidas Teles, Redne, Molpe, Pisínoe, Parténope, Leucosia y Ligia.
Poseían una maravillosa voz con la que osaron retar a las musas. Las musas vencieron en la competición y, como castigo a la osadía de sus rivales, arrancaron sus plumas. Avergonzadas, las sirenas se retiraron a las costas sicilianas, cerca del estrecho de Mesina.
Con sus cantos atraían a los incautos marineros, que incapaces de resistirse, chocaban irremediablemente contra las rocas. Tras el naufragio, los navegantes eran devorados por las sirenas.
Cuando Ulises pasó cerca de ellas, logró evadir el peligro gracias a los consejos de Circe. El héroe taponó los oídos de su tripulación con cera, pero como él deseaba oír tan hermosos cantos, ordenó que lo atasen al mástil del barco. De esta manera consiguió sustraerse al influjo de las mágicas melodías.
También los argonautas pasaron cerca de las sirenas, sobreviviendo al intento. Cuando estaban junto a ellas, Orfeo entonó tan bellas canciones, que los argonautas no se sintieron embrujados por el canto de las Sirenas. Sólo Butes se arrojó al mar en su intento de alcanzarlas pero Afrodita le salvó.
Según un oráculo, las sirenas perecerían cuando un mortal pudiese sustraerse al hechizo de sus cantos. Por lo que existe una leyenda que relata cómo las sirenas se sumergieron en el mar después de que lograse pasar Ulises y, tras la derrota que les infligió Orfeo, se suicidaron.
Estos monstruos femeninos estaban situados en los limites del mundo conocido y simbolizan la advertencia de los peligros que pueden acechar a los que pretendan traspasar esta frontera. La idea del cambio de un mundo a otro desconocido, derivó en una asociación de la sirenas con el mundo de los muertos. De manera que son finalmente consideradas divinidades de ultratumba. Cantaban para los bienaventurados y representaban la armonía celestial; por lo que frecuentemente podemos encontrarlas representadas en sarcófagos.
Ahora, toca el turno a las habitantes de agua dulce; las hermosas ninfas de los ríos, lagos, estanques y fuentes.

Las doncellas de los lagos
Las hadas acuáticas suelen reflejar el medio en que se mueven. Así, si las mujeres del río varían su humor dependiendo del estado del agua (como veremos más adelante) las doncellas del lago reflejan una serenidad permanente. Las hadas del lago  son siempre muy hermosas, de piel suave y delicada, cabello dorado y ojos verdes.  Suelen ser bondadosas con el ser humano y son muchas las historias de amor que se cuentan entre éstas; sobre todo de doncellas-cisnes y las gwraggedd annwn con los mortales.
Entre los relatos celtas de hadas, es frecuente encontrar como protagonista a una mujer-cisne. El cisne es un animal admirado en todas las culturas, símbolo de elegancia; si la Cenicienta se convertía en princesa, el patito feo se convertía en cisne. El cisne blanco, el más conocido de los cisnes, se encuentra en lagos y ríos de cauce lento de Europa, Asia y Norteamérica. Es precisamente en los ríos europeos donde encontramos una larga tradición de mujeres que se convierten en cisnes.
Estos relatos siempre tienen unos puntos en común: un hombre; puede ser cazador o tal vez príncipe, asiste al baño de una o varias mujeres; todas de gran belleza y roba el manto de una de ellas. Ante esta pérdida, la joven, que no recupera su piel, se ve obligada a permanecer con el hombre. Es una buena esposa y vivirá feliz con su marido hasta que un día, por casualidad, encuentre su manto escondido y lo recupere. Entonces, desaparecerá para siempre.
En todos estos relatos la doncella asume su destino con resignación; siempre silenciosa y obediente. En algunos de estos relatos, tienen un papel activo al ayudar al hombre a superar las pruebas que le impone el padre de ésta para llevársela.
Además de las doncellas-cisnes, otras doncellas que habitan los lagos son las gwragedd annwn, unas hermosas hadas que habitan en ricos palacios bajo los lagos galeses. Rubias, altas y distinguidas, dicen de ellas que las noches de luna llena suelen salir a la superficie, donde danzan y bailan toda la noche. De belleza irresistible, ojos apaciblemente azules y vestidas con deslumbrantes vestidos blancos, las gwragged annwn despiertan una enorme pasión entre los mortales.
Con muy buen gusto, estas mujeres prefieren la compañía de hombres jóvenes y hermosos, con los que suelen vivir grandes amores que, con más frecuencia de lo que quisieran, no acaban bien y, como casi siempre, la culpa la tienen los hombres, que incumplen la condición que ellas le ponen: no tocarlas con hierro y no golpearlas más de tres veces.
Uno de los relatos más conocidos sobre esta hada narra cómo un granjero vio junto al lago Llyn y Fan Fach a una joven de belleza sobrenatural. Cada día iba a visitarla, hasta que un día se atrevió y le ofreció el trozo de pan que llevaba. El hada se negó a aceptarlo con la cabeza, y le dijo: “tu pan es muy duro”, mientras se hundía en el lago. Volvió a visitarla al día siguiente y esta vez le llevaba un pan sin cocer, pero ella se negó de nuevo: “tu pan es demasiado blando”.Entonces, sin perder la esperanza, el granjero intentaba día tras día, hasta que una vez le llevó un pan ni demasiado hecho ni demasiado crudo pero no veía a la joven. En su lugar, apareció un anciano con dos hermosas mujeres idénticas que le dijo:  “si adivinas cuál de mis hijas es la que amas, puedes llevártela contigo”. El granjero las miraba asombrado; tal era la belleza y la igualdad de las mujeres pero miró los pies y reconoció los zapatos de su amada. Sólo le puso una condición, “trátala con amabilidad. Como la golpees tres veces sin motivo me la llevaré conmigo y nunca la volverás a ver”. Durante años fueron felices pero en ocasiones el hombre no se mostró comprensivo con sus extrañas costumbres. El primer golpe se lo dio porque la joven lloraba desconsolada en un bautizo y el hombre la regañó con un leve golpe. El segundo fue en un funeral, mientras todos lloraban la joven reía y el marido, sorprendido, la golpeó. El tercero fue en una boda, que lloraba ante la vergüenza del marido. Al sentir el tercer golpe, todos leves, la joven rompió a llorar porque debía abandonar a su marido, besó a sus tres hijos y desapareció para siempre. Hay quien contaba que mientras sus hijos fueron pequeños, a escondidas aparecía cada día a visitarlos.
Entre sus virtudes dicen que conocen todos los secretos de las plantas; entre sus defectos que no saben contar más de cinco pero ¿es que hay alguien perfecto?
Más tímidas y delicadas se muestran las asrai, unas frágiles hadas que viven en los lagos ingleses. Suelen tener la altura de un niño, el cabello verde y la piel blanca. Son tan delicadas que no puede rozarles el sol, un sólo rayo de sol puede hacer que se desvanezcan y diluyan en el agua, es por eso que no pueden vivir en la tierra, sino en el fondo de los ríos.  De noche salen a la superficie para mirar la luna.
Cuentan que un pescador, una noche de luna llena, sintió una fuerte sacudida en el fondo de las redes. Tiró con todas sus fuerzas y descubrió una hermosísima mujer enganchada entre sus redes. La subió a su barca con toda delicadeza y la tapó con un trozo de manta, pues estaba muy fría. El día empezó a abrirse mientras remaba hacia la orilla. La muchacha sollozaba pero el pescador no sabía cómo consolarla. El primer rayo de la mañana rozó levemente a la joven, que sólo pudo emitir un tímido gemido. Su cuerpo se derretía gota a gota a los pies del pescador hasta que quedó convertida en un pequeño charco.
En los lagos y estanques de las aguas catalanas, cuenta la tradición que podemos encontrar a las donas d'aigua o alojas. Como el resto de las hadas, coinciden los testimonios en describirlas como jóvenes y hermosas. Viven en los bosques próximos a los lagos y estanques, donde acuden las noches de luna llena a lavar sus ropas o a hilar. También les gusta la danza, los juegos y cantos; a veces muy peligrosos. Cuentan que, con sus mágicos cantos, pueden atraer a los jóvenes y, ya hipnotizados, arrastrarlos al fondo de las aguas hacia sus ricos palacios.
 Cuenta una leyenda catalana que hace muchos años, un noble vasallo de los primeros condes de Barcelona, el señor de Casa Blanc, tenía como única pasión la caza; sobre todo las piezas de caza mayor. Todas las mañanas, en cuanto sentía que empezaba a amanecer, abandonaba su castillo montado en su caballo, cruzando los bosques, dispuesto a dar caza a osos, ciervos y jabalís. Un día, cansado de las horas que llevaba entregado a su afición, decidió tumbarse a descansar sobre la hierba. Era mediodía, comió abundantemente y se dejó caer a la sombra de una encina. Estaba ya casi dormido, cuando se despertó sobresaltado por el silencio que se había producido en el bosque, sólo una débil y dulce voz se oía a lo lejos. El noble se levantó y salió en busca de esa melodiosa voz. Cruzaba el bosque siguiendo el sonido de aquella voz, cuando se acercó a un arroyo. Sentada junto a él, una bellísima muchacha peinaba su cabello mientras miraba su reflejo en el agua. El señor de Casa Blanc habló a la muchacha:
 - ¿Cómo te llamas, bella mujer?
Pero ella no contestaba, sólo sonreía.  
- ¿De dónde eres? 
Y tampoco contestaba.
 - Eres hermosa y sé que eres la mujer que he soñado toda mi vida. Ven conmigo, acompáñame y serás la dueña de todas mis posesiones.
La joven sólo sonreía y se dejó coger la mano cuando éste la llevó hacia donde estaban sus súbditos.
  - Aquí tenéis a la dona d'aigua, desde ahora vuestra señora.
La muchacha estaba asustada pero callaba y se acercaba a su futuro marido buscando protección.
Días antes de la boda, la muchacha por fin habló con el noble.
- Siento por ti el mismo profundo amor que tú sientes por mí; por lo que acepté unirme a ti pero quiero advertirte algo: me tendrás siempre contigo y prometo serte fiel y buena esposa pero nunca vuelvas a preguntarme por mi origen ni a llamarme dona d'aigua, porque desapareceré igual que me encontraste.
El noble aceptó la condición y fueron felices durante años pero, con el paso del tiempo, empezó a aburrirse de esa hermosa mujer que apenas hablaba y volvió a salir a cazar y cada día volvía más tarde, hasta que apenas compartían nada los esposos. Una noche, la joven se atrevió a hacerle un leve reproche a su esposo. Éste enfurecido le grito:
- ¡Cómo te atreves a reprocharme nada, tú; siempre silenciosa. Tú, que nada sé de ti, sólo que eras una dona d'aigua!
La joven enmudeció, miró con tristeza a su marido, se acercó a sus hijos y los besó en la frente. Luego, desapareció. El noble nunca volvió a verla. Cumplió su palabra. Sólo sabía que de noche volvía a visitar a sus hijos, los peinaba cada mañana, los vestía y desaparecía. Por más que la esperaba y la buscaba, nunca la vio. Tampoco la veía, aunque espiara agazapado a sus hijos, porque ella era más lista. Continuó visitando a sus hijos cada día, hasta que crecieron y ya no la necesitaban.  Un buen día desapareció y nadie más volvió a verla.
En los lagos de las Islas Baleares encontramos a las donas d'aigo, muy similares a las anteriores; aunque la descripción de éstas es mucho más delicada. También jóvenes y hermosas, las donas d'aigo sienten gran debilidad por los mortales, a los que observan desde su escondite y de los que se enamoran perdidamente. Tremendamente dulces y adorables, salen cada noche a limpiar a escondidas el hogar del hombre que aman. De día, se sorprenden al encontrar su casa limpia y ordenada. En ocasiones, son descubiertas. Entonces, se quedan con los mortales. Son frecuentes los relatos que cuentan los amores de una dona d'aigo y un mortal pero, como ocurre en la mayoría de los casos entre hadas y mortales, no siempre tienen un final feliz.

Mujeres de río
Se conoce así a unas jóvenes hadas que destacan sobre las demás por su juventud y belleza. De piel blanca y suave, pelo dorado y ojos verdes; es frecuente verlas a la orilla de los ríos peinándose el cabello mientras esperan que aparezca algún hombre. Entonces, explotan todo su encanto, los miran como sólo puede mirar un hada y sonríen llenando de luz el paisaje. Sólo tienen un defecto, sus pechos son tan largos que se los pueden echar sobre las espaldas, pero suelen esconderlos tapándolos con sus largos cabellos.
Aún más inquietante que su belleza son sus continuos cambios de humor. Dependiendo de cómo estén las aguas, pueden pasar de una dulzura relajante a una violencia extrema. Cuando las aguas están revueltas, pueden incluso atraer al agua a los hombres y luego ahogarlos. La época más violenta es la primavera; cuando la naturaleza está en todo su esplendor y probablemente estén aún más bellas. Visten de blanco y pueden cambiar de apariencia, tomando apariencia humana, de peces o de mujeres-peces. Pueden construir su hogar en las raíces de los árboles, en palacios de coral y perlas bajo el agua o en casas en la orilla de los ríos.
En la superficie, se sientan a la orilla de los ríos y disfrutan peinando sus cabellos, tocando el arpa, bailando entre ellas o entonando dulces canciones. Si te encuentras a una bella mujer de blanco a la orilla de un río, mírale el borde del vestido; si está mojado, ya sabes que es un hada.
A las mujeres del río las podemos encontrar por toda Europa, aunque las más conocidas son las eslavas rusalki y las gwragedd annwn galesas.
Cuentan que las rusalki son las almas de las muchachas que se suicidaron tirándose a un río; por eso, ésta es su morada. Viven en la orilla de los ríos rusos y rumanos y su pelo nunca debe secarse, porque se morirían. Como el resto de las mujeres de río, son de piel pálida, voz suave y largos cabellos rubios, pero no les gusta llevar vestidos, prefieren correr desnudas por la ribera o adornarse con hojas de los  árboles. Es tal su unión con la naturaleza, que tienen el poder de controlar las lluvias y el viento y dicen que si bailan sobre un terreno, sin duda la siguiente va a ser una próspera cosecha.
Llevan una vida muy ordenada, por lo que no es posible verlas en cualquier época del año. En cuanto llega el invierno, vuelven al interior de las aguas y allí se quedan hibernando hasta que llega el Jueves Santo, cuando abandonan las aguas. En la sexta semana después de Pascua, se trasladan a los árboles y en la séptima, se dedican a recoger plumas para preparar su morada invernal. En verano, corren por los campos, en los que les gusta jugar y bailar. En esta época es cuando más dóciles están y es más fácil acceder a ellas.  
Pueden ser peligrosas cuando están enfadadas o no consiguen su capricho. Pueden llegar a ser destructivas. De belleza infinitamente deseable, cuando están sentadas en la orilla de los ríos atraen a los hombres para luego arrastrarlos hasta el fondo de los lagos. Aquí cabe un consejo: si te encuentras con una rusalki mejor será que accedas a sus caprichos y si te hacen una adivinanza, más vale que aciertes; porque, si fallas, te harán cosquillas hasta que caigas muerto.

Hadas de fuentes y arroyos
Al igual que las hadas vile protegen los bosques; las korrigans y lamignaks protegen las fuentes y los arroyos. Korrigans es el nombre que se da a las guardianas de estos lugares en Inglaterra, lamiñas, lamignaks, lamiñaks o lamias es como se las conoce en el País Vasco.
Aunque pasan muchas horas cerca de las fuentes y manantiales, su hogar lo tienen en cuevas bajo el suelo. Las lamignaks; por ejemplo, prefieren adornar las grutas subterráneas. A las korrigans es muy difícil verlas de día; la luz de la noche las embellece. Entonces, salen a la superficie próxima a las fuentes y allí disfrutan peinando sus cabellos, bañándose en las aguas y entonando bellas canciones. Las lamiñas prefieren la luz del día y no aparecen en la superficie hasta que amanece. De día, se puede apreciar la belleza de estas pequeñas jóvenes, de apenas sesenta centímetros. Peinan sus largos cabellos rubios cerca de las fuentes y, aunque bellísimas, suelen poseer alguna característica animal que las afea, como tener las patas de cabra o de oca.  
Entre sus facultades, está la de poder cambiar de aspecto, transformándose en anguilas o serpientes y, mediante unos rituales secretos, convierten las corrientes en aguas curativas.
No son agresivas pero, como todas las hadas, son celosas de su intimidad. Si un hombre las sorprende bañándose, tiene de plazo tres días para casarse con ellas. Si, al término de estos días, el hombre no les promete matrimonio, caerá muerto como castigo. También condenarán a muerte al humano que ose irrumpir en sus fiestas, sobre todo en la fiesta de la primavera.
Aunque son frecuentes los encuentros entre lamignaks y korrigans con humanos, el entendimiento entre ellos es muy difícil. A las mujeres de las fuentes las caracteriza su contradicción; siempre dicen lo contrario de lo que piensan. Si te dicen que está lloviendo, quieren decir que luce el sol; si te dicen que pegues una paliza a los niños, en realidad te están diciendo que los cuides; cuando dicen que no, quieren decir que sí. Luego dirán los hombres que las mujeres somos difíciles.

Xanas;  las hadas asturianas de las fuentes
Unas hadas menuditas y bondadosas que habitan las fuentes asturianas son las xanas. En toda la mitología asturiana son frecuentes los relatos que afirman la existencia de estas ninfas de las fuentes.
El nombre de Xana proviene del latín Diana, diosa de la caza, aunque en Asturias se pueden encontrar otras formas lingüísticas para nombrarlas, como Xania, Xiana o Injana. Aunque el mito las sitúa sobre todo en la zona oriental y centro de Asturias, la presencia de las xanas se va extendiendo cada vez más hacia la parte occidental de ese principado español.
Estas pequeñas y hermosas hadas, de apenas 40 cm de altura, suelen ir vestidas de blanco y dicen que sus ondulados cabellos son largos y rubios y sus ojos verdes y transparentes. Habitan en cuevas cercanas a las fuentes, donde pasan la mayor parte del día y prefieren las fuentes de agua cristalina, en las que disfrutan jugando con la espuma.
Al igual que el resto de las hadas, las xanas son muy trabajadoras. Se pasan horas y horas hilando, siempre con su huso y la rueca. También se dedican a las labores del hogar y cuidan a los niños. En las noches del luna llena, salen a las fuentes a lavar las madejas que han hilado pero, en cuanto sale el primer rayo del sol, recogen sus madejas y corren a esconderse en sus cuevas. Se piensa que son muy tacañas porque una de sus ocupaciones preferidas es ocultar tesoros pero no es así; porque, si alguien les cae bien o les ayuda, se muestran más generosas de lo esperado.
Determinados días del año, como la mañana de San Juan; día en que se celebra el solsticio del verano, se las puede encontrar a la orilla de las fuentes, peinando sus cabellos. Son coquetas y, entre sus objetos personales, suelen llevar con ellas un peine de oro y un espejo. Aunque son unas hadas dulces y pacíficas, son tan coquetas que, si te atreves a robarles su peine, estalla toda su rabia; te persiguen y te amenazan, hasta que logran que se los devuelvas.
Debido a la atracción que ejercen sobre los mortales, son frecuentes las relaciones entre los hombres y las xanas. Algunas veces, son ellas las que tratan de seducir a un mortal pero en la mayoría de los casos son los hombres los que, rendidos a su belleza y a la fama de sus tesoros, tratan de casarse con ellas. Como en muchas historias de hadas, las xanas suelen poner una condición al matrimonio, que cumple el mortal durante varios años en los que viven felices pero siempre, al final, termina el mortal incumpliendo la norma y la xana desaparece para siempre. Se cuenta que las xanas están fuertemente ligadas a las fuentes por un hilo de oro y, si lo encuentras y tiras fuertemente sin soltarlo, puedes sacarlas con él.
Muchos topónimos del lugar testimonian la presencia de estos seres, como la Cueva de la Xana, Desfiladero de las Xanas, Río de las Xanas, Fuente de la Xana, Monte de la Xana; así como muchos otros lugares que llevan su nombre por toda Asturias.
Cuenta una leyenda que, por los años 790 a 800 de nuestra era, reinaba en la monarquía asturiana Mauregato; quien gobernó entre el 783 y el 788 d.C. Los reyes sucesores de Alfonso I, fundador del reino Astur, tuvieron que soportar la presión de los musulmanes. Mauregato, ante la presión musulmana, se comprometió a entregarles cien doncellas cada año; siempre las más bellas del lugar, a cambio de vivir en paz. Una vez al año, los soldados del rey elegían a las jóvenes más hermosas y se las llevaban a la fuerza. Cuando llegaron al pueblo de Illés, encontraron a una bella niña, Galinda, quien huyó cuando vio que se acercaban los soldados. Atemorizada, se acercó a una fuente, intentando esconderse de ellos. De pronto, escuchó una voz; como un susurro que le decía: “Si quieres ser mi xana, vivirás días dichosos”.  “¿Y qué debo hacer para ello?”, dijo la joven. “Bebe un sorbo de mis aguas y te encontrarás libre de peligro.” La muchacha obedeció y observaba cómo los soldados la buscaban por todos lados hasta que se cansaron y regresaron a casa. A la mañana siguiente, los soldados, buscándola sin cesar, próximos a la fuente, vieron cómo Galinda se había transformado en una hermosa xana; aún más hermosa que antes y también miraban cómo peinaba sus cabellos en el borde de la fuente. Los soldados se lanzaron sobre ella pero, al instante, sólo con su mirada, los convirtió en corderos. El rey, preocupado, salió en busca de sus soldados y se encontró con la xana. “¿Dónde están mis soldados?”, le gritó. “¿Qué soldados? ¿Te refieres a esos corderos?” El rey se volvió, y comprobó cómo los soldados que le seguían también se habían convertido en corderos. Atemorizado por el poder de la xana, le suplicaba que dejara libres a sus soldados; que cumpliría lo que ella le mandara. “Yo libero a tus soldados y, a cambio, tú romperás tu trato con los moros y nunca más entregarás a una joven asturiana. Si no lo haces así, cada vez que un soldado toque a una asturiana se convertirá en cordero; aunque te quedes sin hombres.” El rey accedió arrepentido, rompió su pacto con los musulmanes y comprobó como el rebaño de corderos se convertía de nuevo en sus obedientes soldados. Nunca más los asturianos volvieron a temer que los soldados se llevaran a sus hijas, porque las protegía la xana de la fuente.
Varias son las ninfas acuáticas españolas y suelen guardar unos rasgos en común. Las xanas asturianas coinciden en muchos puntos con las mouras o donas gallegas. Ambas son doncellas bellísimas que se ocultan en las fuentes, de vestido sencillo, apenas una túnica blanca, de cabello dorado que peinan todo el día y una obsesión: los tesoros que guardan y que comparten  a su antojo con los mortales.
Las donas gallegas son generosas si las tratas bien y, si las desencantas, te conceden uno de sus grandes tesoros escondidos. Se las llama encantadas cuando adoptan forma de serpiente; mouras cuando están relacionadas con un castro o monumento megalítico. Muchos son los relatos que cuentan cómo estos seres construyeron estos túmulos o habitan en ellos.
Se diferencian del resto de las hadas en que prefieren salir de día a tomar el sol y también porque portan objetos beneficiosos para el hombre, como un cántaro de agua, que tiene el poder de curar al instante.
También intentan ayudar a los seres débiles que las necesitan, como a los niños perdidos, los ancianos o las jóvenes abandonadas. Frecuentemente salen a solicitar un favor de los mortales, como que les peine su cabello. Si éstos satisfacen sus deseos, se muestran generosas. Por el contrario; si alguien las ofende, arrojarán su rabia sobre su ofensor, a quien le conceden todas las desgracias posibles.
Los que aseguran haberlas visto, dicen que la mañana de San Juan salen a las fuentes a hilar o peinar su cabello. Como hemos visto, comparten muchas de sus características con las lamias vascas, que también habitan en las fuentes.

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