lunes, 6 de febrero de 2012

Los motivos del mundo inferior

El infierno es el mundo (Schopenhauer)
El infierno es el desamor (Bernanos)
El infierno es el olvido (Unamuno)
El infierno es la ausencia (Verlaine)
El infierno son los otros (Sartre)
Tímidamente preferiría fiarme del Tommaseo: “parte ínfima de
la tierra, porque infierno se comprende según su etimología, que
no suena a otra cosa que a algo inferior...”
Gesualdo Bufalino
Dios en su inmensa soledad quiso tener compañía
y parte de ésta se hallaba representada por ángeles,
arcángeles, querubines, serafines, etc. Entre las cosas
que no le quedaron bien hechas, estuvo uno de los
ángeles. Desde que fue creado el angelito comenzó
a hacer fechorías, era rebelde, se creía de superior
belleza y sabiduría, vivía dedicado a admirarse a sí
mismo, sentía total fascinación por su figura. Pulcro
y malicioso este habitante del éter, mostró desde
el primer momento ser muy diferente a los demás
miembros de la corte celestial.
Por su parte, El Que Todo Lo Sabe nunca lo llamó a su
lado, ni le tuvo afecto alguno, no fue de sus preferidos,
no le tuvo en cuenta para misiones angelicales, no
hubo entre ellos amistad ni tratos. Sin permiso de
nadie, se lanzó un día del cielo ignorando que tomaba
el camino al abismo, tampoco se percató de que desde
ese momento no volvería a tener paz. El sublevado
traía planes que no vio realizarse, él comenzaba su
“aventura” al mismo tiempo que el Padre le abría
un agujero para que siguiera derecho hacia las
profundidades de la tierra, lo confinó a las cloacas,
a las minas, a las fosas. El hueco era tan hondo que
llegó a la zona del fuego. El infortunado no conocía ni
disfrutó placer terrenal alguno, nunca se convirtió en
serpiente, no sedujo a nadie y no pasó por el paraíso.
Por el contrario, le tenia gran fobia a los reptiles, no
soportaba ver a una víbora amenazándolo, así que
procuro estar rodeado por las llamas para evitar no
sólo a sierpes sino a tanta naturaleza muerta, raíces,
almas y sustancias inmundas. La combustión avivó su
libido, pasó a ser amigo de masturbarse.
Dice Lilith que el diablo se convirtió desde entonces
en el duende del fuego, ángel carbonizado, feliz de
todas maneras de no vivir en las alturas, así lo indican
sus carcajadas que se oyen aún en el vacío y tienen la
fuerza de un incendio. Nadie debe creer que los pecados
capitales se dan en el infierno, ni siquiera la gula se
puede practicar, el ángel que venía acostumbrado a
una alimentación exquisita nunca volvió a saborear
lo que se come, ha tenido que conformarse con las
porquerías que consigue, seres putrefactos, almas en
descomposición, de ahí sus pésimas digestiones. Su
estiércol difunde, al contacto con el fuego, los olores
más insoportables y nauseabundos.
Esta brutal caída hacia lo repugnante, al humus,
también convirtió al demonio en el máximo juez de las
profundidades. Aunque vive ocupado desde siempre
evitando la carroña que le rodea, porque diariamente
descienden allí miles de almas que se lanzan por
sus propias culpas o son empujadas por otras. Estos
espíritus que apestan y, peor aún, que no mueren,
sacuden el ambiente en hordas peligrosas, esperan un
juicio que nuestro ocupado en sí mismo nunca hará.
Sumergido en sus ruidos, en sus ritmos, en sus
olores, perdido de puntos cardinales, refinado en la
blasfemia, de ojos inteligentes, dueño absoluto de su
monólogo, de juguetona maldad interior que jamás
podría compararse con la maldad estructural de los
seres humanos, Satanás en su particular egoísmo
no escucha a los que claman afuera de su círculo de
fuego, no ve a los que pelean entre sí, ni oye a los
que mugen, chillan, braman, silban, gritan, ladran,
aúllan. Escondido el diablo de lo que sucede afuera de
las llamas, convirtió el averno en un tribunal donde
no se resuelve nada, ningún juicio llega a término, allí
caducan las fechas de vencimiento. A él pertenecen la
región de las tinieblas, el río de fuego y los cimientos
de la tierra.
Este ángel, dice Lilith que lo ha visitado, está esculpido
en actitud vengativa desde la hondura. Jamás ayudó
a bruja o hechicera, no delegó poderes, ni hizo
apariciones en público. A pesar de su naturaleza
ardiente, no tentó a nadie. Lilith aprovechó la lujuria
demoníaca para procrear y parir espiritillos que no
se podrían catalogar de malignos, llamados Lilim
o demonios bebés. Así quedó ella marcada con la
calumnia histórica de ser “la consorte del demonio”,
aunque la cópula con él solo duró unos segundos;
y durante el trance sólo se trató sobre asuntos de
políticas de almas.
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