jueves, 9 de febrero de 2012

La redención y otros secretos de Enoc

El Libro de Enoc (o Libro de Henoc, Libro de Enoch) es un oscuro libro apocalíptico aceptado como canónico por la Iglesia Copta y negado por todas las demás. Se piensa que fue compuesto alrededor del siglo III a.C.

¿Quien era Enoc (Henoc, Enoch)? Nada menos que el abuelo de Noé, el constructor del arca, testigo de antiguas y extraordinarias historias, a menudo sombrías y siniestras, que involucran a los ángeles en una guerra casi desconocida. Pero no nos adelantemos.


Existen, de hecho, cuatro Libros de Enoc, casi todos versiones posteriores que aportan poco a las leyendas del original. El Libro de Enoc, tal y como fue concebido, está dividido en las siguientes partes:


Libro del Juicio:

Sobre la bendición de Enoc a los justos, que vivirán cuando los réprobos sean condenados.

Libro de las parábolas (El mesías y el reino):
Anuncia la venida del Hijo del Hombre, la caída de los reyes y el día del Elegido.

Libro del cambio de las luminarias celestiales (Libro astronómico):
Calendario solar hebreo, acorde con el Libro de los Jubileos.

Libro de los sueños:
Sobre dos visiones apocalípticas y oníricas de Enoc. La primera anuncia que la Tierra será destruida y la segunda es un repaso por la historia de la humanidad hasta el apocalípsis.

Carta de Enoc (Apocalipsis de las semanas):
Sobre la historia universal resumida en diez semanas.

El Libro de Noé:
Fragmentos del Libro de Noé, perdido desde la antigüedad, aunque mencionado muchas veces en los manuscritos del Mar Muerto. Profetiza sobre los crímenes de la humanidad y la llegada de los tiempos mesiánicos.


Libro de los Vigilantes (La Caída de los ángeles):
Este es, sin dudas, el capítulo más interesante del Libro de Enoc. Aquí se habla de una raza de ángeles con muy poca prensa: los Grigori, o Vigilantes. No son demonios, pero tampoco ángeles que habitan en el Cielo. Son, en toda regla, ángeles caídos, pero devotos de una caída que poco tiene que ver con la soberbia o la libertad, y mucho con los placeres carnales destinados a los hombres.

En hebreo se los conoce como Bnei ha'elohim, los Hijos de Elohim, nombre que los griegos tradujeron por Grigori (Egregoroi), cuyo significado es Vigilantes u Observadores. El Libro de Enoc, así como otros textos hebreos, señala que los Vigilantes descendieron a la Tierra cautivados por la belleza de sus mujeres. La leyenda asegura que mantuvieron relaciones sexuales con estas mujeres, de cuyos vientres nacieron los Nephilim, los Gigantes, seres infames que desataron violencia y ritos abominables sobre el orbe.


La Segunda Guerra de los Ángeles.
La Primera Guerra de los Ángeles tuvo un desarrollo desconocido, aunque con un final rotundo: Satán y sus huestes fueron arrojados del Cielo. Ahora bien, la Segunda Guerra de los Ángeles, mucho menos conocida que la primera, no tuvo lugar en las amplias planicies siderales, sino sobre el suelo áspero de la Tierra.

Satán y sus ejércitos yacían en el averno. Los ángeles y arcángeles que lo derrotaron reestablecieron el orden celestial. Es entonces cuando los Vigilantes, atraídos por las mujeres humanas, abandonaron los salones de Jehová y descendieron al mundo para saciar sus apetitos.

Poco se sabe sobre esta raza de ángeles caídos. Sólo que son alrededor de doscientos, y que nunca fueron enviados al infierno, a pesar de haber traicionado la misión que Jehová les había encomendado, es decir, custodiar la Tierra de posibles contraofensivas de parte de Satán y sus generales.

De estos 200 ángeles caídos apenas sobrevive un puñado de nombres. Así los define el Libro de Enoc:


...Samyaza era su líder, Urakabarameel, Akibeel, Tamiel, Ramuel, Dan'el, Azkeel, Saraknyal, Asael, Armers, Batraal, Anane, Zavebe, Samsaveel, Ertael, Turel, Yomyael y Azazel eran los prefectos de los doscientos ángeles, y el resto eran todo con ellos.


Es importante aclarar que estos ángeles cayeron por propia voluntad, no fueron expulsados del Cielo. Descendieron como un viento gélido y en las llanuras de oriente adquirieron cuerpos hermosos. Así enamoraron a las mujeres más bellas de la Tierra, con las que engendraron a los Nephilim, entidades ciclópeas e insaciables.

Citamos nuevamente el Libro de Enoc:


Ellos devoraron todo el trabajo de los hombres hasta que estos ya no alcanzaron alimentarlos. Entonces los gigantes se volvieron contra los hombres y los devoraron, y empezaron a pecar contra los pájaros, contra las bestias y los peces, a devorar unos la carne de los otros y a beber su sangre. Entonces la tierra acusó a los violentos por todo lo que se había hecho en ella.

La devastación fue tan grande, y tan descomunal la traición al Cielo, que el arcángel Miguel se presentó humildemente ante el Hacedor y expuso el caso en los términos más vivos. Acusó a los Vigilantes (nada menos que los primeros ángeles guardianes) de haber desviado su misión y encarnado la explotación, la opresión, la destrucción, la guerra, la vanidad, la hechicería, la fornicación y el engaño. El Libro de Enoc aclara que el clamor de los muertos acompañó el reclamo de Miguel. (8:1-3) ...y como parte de la humanidad era aniquilada, su clamor subió al cielo.


Las palabras del arcángel fueron tan elocuentes, tan sincera su ofensa por el comportamiento de sus hermanos, que Jehová lo autorizó a reunir el viejo ejército que había desterrado a Satán y lo envió a la Tierra.

El arcángel Miguel, el mismo que había derrotado a Satán en combate singular, lideró las huestes celestiales. A su derecha iba Sariel (Uriel), a su izquierda Rafael, y Gabriel, como en otras ocasiones, se limitó a llevar noticias del frente a las filas que aguardaban en la retaguardia. La Segunda Guerra de los Ángeles, así lo asegura el Libro de Enoc, fue breve y despiadada. Los Vigilantes y sus hijos, los Nephilim, fueron vencidos por las espadas flamígeras forjadas en duro acero divino, y, sobre todo, por la mirada encendida de Miguel, cuyo fulgor y violencia quemaron a los rebeldes.

Los Vigilantes fueron encadenados. Los Nephilim, en cambio, fueron prolijamente exterminados. El Libro de Enoc señala que los primeros, conociendo su derrota de antemano, rogaron a Enoc que intercediese por ellos ante Dios, cosa que el abuelo de Noé, piadoso y aparentemente desapegado de las tropelías cometidas, realizó con toda la pasión de su oratoria.

Luego el Libro de Enoc detalla la visita onírica de Enoc al cielo, y las revelaciones majestuosas que allí recibió.

El destino de los Vigilantes continúa siendo incierto.


El Libro de Enoc estuvo perdido durante mil años, aunque se lo menciona en innumerables ocasiones citando pequeños fragmentos. Por ejemplo, fue citado por Justino Mártir, Atenágoras, Taciano, Ireneo, Orígenes, Clemente de Alejandría, Tertuliano, Lactancio, y muchos más. Incluso el Nuevo Testamento habla del Libro de Enoc en tres versículos: Lucas 3:37; Hebreos 11:5; Judas 1:14.


El Libro de Enoc fue ocultado y barrido del canon en el Concilio de Laodicea (364). Posteriormente, la versión griega se perdió. La última cita occidental proviene del monje bizantino Syncellus en el siglo VIII. Luego cayó en el olvido.

Convertido en mito durante mil años, aunque los francmasones escoceses siempre aseguraron tener una copia, el Libro de Enoc reapareció en el siglo XVIII. James Bruce, célebre viajero, obtuvo en Abisinia tres copias del libro, traducidos al inglés en 1821 por Richard Laurence. De aquel desgastado manuscrito hemos recuperado la Segunda Guerra de los Ángeles, una historia que, según afirman los estudiosos, aún nos reserva nuevos misterios.

" De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares". (Jud. 14.)

 El puro y hermoso jardín del Edén, de donde habían sido expulsados nuestros primeros padres, permaneció en la tierra hasta que Dios decidió destruirla por medio del diluvio. El Señor había plantado ese jardín y lo había bendecido de manera especial, y en su maravillosa providencia lo sacó del mundo, y lo devolverá a éste más gloriosamente adornado que antes que fuera retirado. El Altísimo se propuso preservar una muestra de la perfección de la creación, libre de la imprecación mediante la cual maldijo la tierra.

 El Señor desplegó más ampliamente ante Enoc el plan de salvación, y por medio del espíritu de profecía lo condujo a lo largo de las generaciones que vivirían después del diluvio, y le mostró los grandes acontecimientos relacionados con la segunda venida de Cristo y el fin del mundo. (Jud. 14.)

 Enoc estaba preocupado por los muertos. Le parecía que los justos y los impíos irían juntos al polvo y que ése sería su final. No comprendía claramente el tema de la vida de los justos más allá de la tumba. En visión profética se lo instruyó con respecto al Hijo de Dios, que habría de morir como sacrificio en favor del hombre, y se le mostró la venida de Cristo en las nubes de los cielos, acompañado por una hueste de ángeles, para dar vida a los justos muertos y rescatarlos de sus sepulturas. También vio la corrupción que prevalecería en el mundo cuando Cristo apareciera por segunda vez, que habría una generación jactancioso, presuntuosa y testaruda, en abierta rebelión contra la ley de Jehová, para negar al único Dios soberano y a nuestro Señor Jesucristo, pisotear su sangre y despreciar su expiación. Vio a los justos coronados de gloria y honor mientras se separaba a los impíos de la presencia del Señor para ser consumidos por el fuego . . .

 Enoc crecía en espiritualidad a medida que se comunicaba con Dios. Su rostro irradiaba un fulgor santo que perduraba mientras instruía a los que escuchaban sus palabras llenas de sabiduría. Su apariencia digna y celestial llenaba de reverencia a la gente. El Señor amaba a Enoc porque éste lo seguía consecuentemente, aborrecía la iniquidad y buscaba con fervor el conocimiento celestial para cumplir a la perfección la voluntad divina. Anhelaba unirse aun más estrechamente a Dios, a quien temía, reverenciaba y adoraba. El Señor no podía permitir que Enoc muriera como los demás hombres; envió pues a sus ángeles para que se lo llevaran al cielo sin que experimentara la muerte. En presencia de los justos e impíos Enoc fue retirado de entre ellos. Los que lo amaban pensaron que Dios podía haberlo dejado en alguno de los lugares donde solía retirarse, pero después de buscarlo diligentemente, en vista de que no lo pudieron encontrar, informaron que no estaba en ninguna parte, pues el Señor se lo había llevado. (Elena G de White, “ La historia de la redención”.

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