Cuando decidí que saldría con aquella mujer a pasar un agradable día de campo, nada me hizo suponer la serie de acontecimientos que se desencadenarían con posterioridad.
Todo comenzó como un esfuerzo más de mi amigo Jester para tratar de emparejarme con toda mujer soltera que se cruzaba en su camino. Pero Diana no era una mujer habitual. Debí haberme dado cuenta el primer día que la vi. Si una mujer como ella se fijaba en un tipo como yo, no era precisamente por el físico. Tenía que haber buscado la razón de su insistencia en estar a mi lado a toda costa, sin importarle nada más que mi bienestar.
Ella estuvo insistiendo durante varios días para que saliéramos al campo los dos solos. Habíamos ido unas cuantas veces a tomar alguna copa en cualquier bar de la ciudad, no importándonos demasiado el ambiente de alrededor. Diana conocía sitios en los que yo nunca había estado, y en los que no reparé hasta pasado un tiempo. Aparentemente era bastante conocida en todos los lugares que frecuentábamos, lo que ayudaba a que todo el mundo me tratara de una forma agradablemente familiar.
Accedí por fin a su petición y decidimos que el siguiente Sábado iríamos a algún paraje cercano a la ciudad.
El día en cuestión, pasé a recoger a Diana por su casa a eso de las diez de la mañana. Me hizo pasar con la excusa de encontrarse indispuesta, y convinimos en descansar unos minutos antes de salir.
Me desperté en su habitación. Era de noche. A oscuras y sin poder recordar por qué estaba allí, una música lúgubre y lejana me hizo girar sobre mí mismo y mirar en la dirección de la cual provenía el sonido. Fue entonces cuando la vi. Allí estaba ella. Increíblemente bella, rodeada de un halo luminoso y mirándome directamente a los ojos. Me hizo gestos para que me acercara. Yo no entendía nada, y me parecía estar en un sueño mezcla de pesadilla y fantasía, en el que mi cuerpo y mi mente habían dejado de pertenecerme.
Dijo que no podíamos dejar pasar la ocasión de pasar un día fuera de la ciudad, y que no me preocupara, ya que ella se encargaría de todo. Al instante me encontré rodeado de una tenue luz que no me dejaba ver más allá de mi entorno más inmediato, y sentí cómo era transportado por los aires de una forma rápida y suave.
Cuando abrí los ojos, lo que vi me dejó aterrado. Me encontraba en una pradera desolada, alumbrada por varias antorchas dispersas. Estaba atado por las muñecas y los tobillos sobre una tabla de madera situada muy cerca de una gran hoguera. Desde mi posición horizontal, podía ver cómo Diana se encontraba levitando sobre el fuego, sumida en una especie de trance que le hacía pronunciar extrañas palabras. Sin comprender nada de lo que estaba pasando, grité con todas mis fuerzas, en espera de una ayuda que no llegó.
Otros hombres y mujeres con el mismo diabólico semblante que Diana, se fueron situando alrededor de la hoguera sin prestarme la más mínima atención. Unieron sus manos y se incorporaron a los rezos en aquel incomprensible idioma, produciendo una música tenebrosa y sombría que hizo que se me estremeciera el alma.
De pronto, Diana se acercó a mí, mientras los demás me señalaban y proferían gritos ensordecedores. Antes de desmayarme, pude ver cómo Diana se inclinaba sobre mi cuello con unos enormes colmillos sobresaliendo sobre el resto de su dentadura.
No puedo recordar nada más. Sólo sé que desperté en mi casa varios días después, empapado en sudor por la fiebre y rodeado por mi amigo Jester, su esposa y el médico de la familia. Me contaron cómo me habían encontrado delirando por el centro de la ciudad, sin ser capaz de dar una explicación razonable a mi estado. Me llevaron a casa y me estuvieron cuidando durante los siguientes tres días no sin temer por mi vida, ya que la fiebre no remitía y no recuperaba la consciencia más que para pronunciar palabras sin sentido.
Pasé varios días más recuperándome, sin contar a nadie lo sucedido, y sin poder creérmelo ni yo mismo. Pero no quedó en un mal sueño como hubiera deseado, ya que hay un detalle que me recuerda todos los días, que lo que viví fue real como la vida misma. Ese detalle es que a partir de ese día, ningún espejo ha sido capaz de mostrar mi reflejo. He guardado todos los de mi casa en la buhardilla y trato de evitarlos en cualquier sitio en el que me encuentre.
No sé qué ha sido de Diana. Ni siquiera sé si me dejó vivo por compasión o para castigarme por mi arrogancia al creer que la tenía bajo mi control. Busqué en los sitios en los que estuvimos y nadie parecía conocerla. La gente que estaba allí cuando íbamos juntos, había desaparecido. No pude hacer nada.
Solo, encerrado en mi casa, pienso en Diana y no comprendo por qué actuó de esa forma. Si hubiese querido, me podría haber matado sin más contemplaciones después del terrorífico ritual vampírico, o haberse aprovechado de mí más veces hasta extraerme la última gota de sangre de mi cuerpo.
O quizás, es que en el fondo era verdadero su amor hacia mí, y está esperando el momento adecuado para volver a mi lado . . ., quizás . .
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