lunes, 12 de noviembre de 2012

Origen

Este es un mundo muy extraño para mi. Por el cielo vuelan unos barcos a los que llaman aviones. Hay unos espejos, los llaman televisores, que muestran el reflejo de seres que pueden estar muy lejos tuyo. Hay unos carros de metal que sirven para transportar gente, carros que se mueven a una velocidad muy superior a los carros tirados por caballos. ¿Cómo he llegado aquí? Creo que me volveré loco. Tendré que abandonar mi clan y unirme a los Malkavian. Si incluso esto que escribo lo hago apretando unas letra (teclas, me han dicho que se dicen),¡Y estas se reflejan en otro espejo! Pero empecemos por el principio. ¿Quién soy? Mi nombre es Jon, y nací en el año del Señor de 1154. En mi vida mortal no era mas que un leñador que vivía en el reino de Inglaterra, una gran isla al norte del continente (ahora me han dicho que lo llaman Europa). Mi pequeño pueblo, Dorchester pertenecía al ducado de Dorset, y se encontraba a pocas millas de la llanura de Salisbury, cerca del río Támesis. La nuestra era una población que subsistía de la caza que conseguíamos, muy abundante en esa región, y lo poco que podíamos cultivar.
Yo iba cada ciclo de la luna al ducado portuario de Dorchester a cambiar parte del producto de mi esfuerzo por pescado, alimento que escaseaba en mi región. Fue durante el viaje de retorno de una de estas salidas cuando le encontré. Oí el aullar de lobos, demasiado cercanos para mi gusto, y oí las pisadas de alguien corriendo. Vi a un hombre atravesar el camino como si lo persiguiese el diablo, y a poca distancia tras el aparecieron seis lobos enormes, demasiado grandes, pero en aquel momento no me fijé en este detalle. La luna estaba llena. Oí un cuerpo que caía al suelo, el rugir de los animales, y un grito inhumano de dolor. No lo pude evitar. Paré mi carro, cogí la maza, y me puse a correr al auxilio de aquel pobre desgraciado.
Lo encontré rodeado por los lobos, que lo mordían y rasgaban con sus dientes y garras. Alcé mi arma, y ataqué a las bestias. Al oírme, una de ellas se giró y me miró. Esa mirada. Nunca olvidaré esa mirada. Detecté en aquellos dos ojos una gran inteligencia y sabiduría, pero mezcladas con un intenso odio y rabia. Me detuve. No podía atacar. Un gran temor me llenaba el cuerpo. Entonces, aquel majestuoso, tenebroso animal, aulló. Y el aullido aun resuena en mi cabeza, si, ahora vuelvo a oírlo. Me pareció que me volvería loco. Me tapé los oídos, no lo podía soportar.
La mirada. El aullido. Cerré los ojos. Oí pasos que se acercaban. Sentí que uno de los lobos me olfateaba – noté su aliento en la cara. Yo estaba de pié. Atemorizado, aterrado, no me atreví a abrir los ojos. Noté una cosa que pasaba rozándome. Dos. Tres. Los lobos se iban. No me mataban, no me hacían nada. Allí quedé yo. Caí al suelo, temiendo por mi cordura, chillando de desesperación. Entonces recordé al extraño.
Abrí los ojos, y allí estaba, bañado en sangre. Su cuerpo estaba lleno de heridas, mortales la mayoría. De hecho, al primer vistazo, creí que estaba muerto. Sangraba por todo el cuerpo. Tenia el cuello rasgado por una garra, las piernas casi separadas del cuerpo a mordiscos, se veía los intestinos que le salían del cuerpo. Aquel, fuese quien fuese, tenía que estar muerto. Hasta que le oí la voz. Ayúdame – dijo – no me puedo mover. No dejes que me toque la luz del sol – ¡Aquel hombre aún estaba vivo! ¿Cómo podía ser? Nadie puede sobrevivir a tan graves heridas…
Intenté cerrar sus heridas como pude, y lo llevé al carro. Lo estiré en la parte de atrás, dije una oración por el, y seguí el viaje. Lo llevaría a casa, para que muriese en paz. Puede que aún estuviese vivo, pero no podía aguantar mucho mas.
Llegamos que casi era ya de día. Después de dos, casi tres, horas de viaje, ¡aún estaba vivo! Lo llevé a mi cama, donde lo tumbé. -La luz…- oí que murmuraba – no dejes que me toque la luz…- Cerré la ventana. Había oído leyendas de seres demoníacos que no soportan la luz solar, y que salen durante las noches de luna llena. Pero no, eso era una persona. Los restos vivientes de una persona. No creía que un demonio pudiese ser abatido por una manada de lobos.
El día pasó tranquilo, como cualquier otro. Cambié algunos salmones por carne de conejo, y narré los hechos que había presenciado a mis vecinos. Todos se quedaron azorados, pero no supieron explicarme nada. Hacia años que no se veían lobos por la zona, es todo lo que saqué en claro. Ah, si hubiese hecho caso a las supersticiones… Volví a casa, el dormía, un sueño muy profundo. Su cuerpo ya no sangraba. ¿Cómo supe que dormía? Pues realmente no lo se. Mi primera impresión fue que ya estaba muerto, y no se percibía el ritmo respiratorio, pecho arriba, pecho abajo. No me atreví a buscarle el pulso. Tenia la esperanza de que estuviese vivo. Ja. Vivo.
Y llegó la noche. Me fui a dormir, no en la cama, claro. Yo era un mortal que fácilmente cogía el sueño. Pero esa noche fue diferente. Cuando cerraba los ojos tan solo veía la mirada. La mirada del lobo. Y oía el aullido. Tenía miedo. Terror. Miedo al lobo. Miedo al extraño, miedo a todo. De repente oí un ruido. ¡El extraño! ¡Se había movido! Me levanté rápidamente, y corrí hacia el. – Sangre. Necesito sangre – En aquel momento no entendí lo que decía. Oh si, las palabras si, pero no el significado. ¿Sangre? Pensé. Y le traje el conejo. Lo desmenucé y se lo di. Pero su cuerpo no lo aceptaba. Estaba demasiado débil – o eso creí yo -. Lo que si se tomó, y muy ávidamente, fue la sangre que caía de la bestia muerta. – La sangre es alimento – pensé – si no puede comer, le daré mas. – Y así lo hice, una noche tras otra. Hasta que se curó.
Ah, su curación. No entendía como no se había muerto, y aún me sorprendió mas su curación. En dos semanas todas sus heridas estaban cerradas. Pero mi mayor sorpresa fue pasadas dos semanas mas. Nunca olvidaré ese día, en toda la eternidad que tengo por delante. Bien, no ese día, si no aquella noche.
Yo estaba durmiendo, cuando de repente me despertó un fuerte dolor en el cuello. ¡Algo me lo agujereaba! Intenté resistirme, pero no pude hacer nada. Un gran placer recorrió mi cuerpo. Un placer muy intenso, de una intensidad rayana al dolor. Nunca había sentido eso. Un escalofrío me recorrió el espinazo, arriba y abajo, arriba y abajo. Una fría calor, originada en la herida que me acababan de producir, recorrió mi cuerpo. Eso era mejor que el placer sexual. Mas, quería mas. Oh si, ¡que placer! ¡Que dolor! De repente, todo se acabó. No podía ser, aquello tenía que seguir, quería mas, no se podía acabar. Y salí del estupor. Abrí los ojos, mareado, y lo vi. El extranjero, delante mío, con la boca llena de sangre – mi sangre, extasiado. Y caí al suelo. Mis piernas no me aguantaban.
- Te debo la vida, mejor la muerte. No te preocupes, te pagaré. – Oí que decía, justo antes de perder la consciencia.
Abrí los ojos. Y los volví a abrir. ¿O los tenía abiertos? No veía nada. Notaba las muñecas y los tobillos fríos. ¿Cuánto rato había estado inconsciente? Estaba atado a la pared mediante argollas. ¿Dónde estaba? ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Y volví a perder el conocimiento.
Algo me llenaba la boca. Un líquido caliente, con gusto a hierro. ¡Sangre! Abrí los ojos. Allá estaba el, el extranjero. Tenía un corte en el brazo, y me daba a beber la sangre que manaba.
- Hola, salvador mío. Veo que te has despertado. ¿Qué tomaremos hoy para almorzar? Ahora que… mejor diríamos cenar, ¿verdad?. ¿Como, que no tienes hambre? Oh… que mal educado… Yo que tan amablemente te proporcionaba alimento, sangre calentita… acabo de cazar… ¡Bebe!
Esta última palabra no fue pronunciada, si no gritada, mientras me forzaba su brazo en la boca.
- Bebe – dijo suavemente – bebe de la fuente de la vida, acostúmbrate a su sabor, ya que no tomarás nada mas… – dijo con una voz tenebrosa, macabra – ¡¡¡Ha ha ha ha ha ha hahaha!!!
- ¿Quieres que te diga una cosa? ¿No? Pues te la diré igualmente. Mira te he de confesar un secreto, pero no se lo dirás a nadie, ¿verdad? ¿Me prometes que quedará entre tu y yo? ¿Si? Entendidos, confío en ti. Mira, ¿sabes qué? Yo soy un vampiro. Uuuuuuuu! Ay no, esto lo hacen los fantasmas – y se puso a reír. Una risa aterradora. Una risa insana. Una risa de loco. – ¿Quieres que te diga otra cosa? A mi me gusta mucho cazar. Ir al pueblo – a tu patético pueblo o a cualquier otro, da lo mismo. Escoger una persona y ¿ves estos dientes? Clavárselas en el cuello. Apretar fuerte, hundirlas al máximo. Pero espera, no nos precipitemos… antes de atacar, el cazador debe asediar a su presa… dejarse entrever, una sombra aquí, otra allá. Aterrorizarla. Oh, si, que divertido es cuando ves que mira atrás, discretamente, para ver quien le persigue. A veces dejas ver, otras no. Unas veces eres una sombra, otras eres su sombra.
Como disfruto con su cara de terror cuando no llega a saber que es lo que le sigue. Hay que echan a correr, y yo les salto encima. Hay que tienen más sangre fría, y siguen andando. Y yo sigo con el juego. Como me gusta hacer ruidos, ¡cómo saltan cuando los oyen! Es deliciosamente dulce, el terror… y cuando menos se lo espera, se le echas encima. Y suelta ese grito. Y le clavas los dientes. Y empieza a salir la sangre. ¡Qué éxtasis! Este es el momento que me gusta mas… la roja sangre mana rápidamente, con fuerza, y el placer se esparce por mi cuerpo, provocándome una calor excitante, oh, que bien me siento.
¿Te aburro con mi historia? Haces una cara… ¿quieres vomitar? Tu mismo, ya lo limpiarás después… Pero, ¿por dónde iba? Ah, si, la calor. Recorre mi cuerpo provocándome deliciosos escalofríos. Y entonces he de tomar una decisión. ¿Lo mato o lo dejo vivir? Si la caza me ha satisfecho, acostumbro a perdonarle la vida, me ha divertido. Pero si no, le vacío las venas, no le dejo ni una gota. Pero ¿no querrás que la gente sepa lo que hay entre ellos? Lo abro en canal. ¿Te hago asco? No te preocupes, en seguida acabo. Como te decía, lo rajo en canal y lo tiro al río. Y si no hay río, a una piara. Algunas veces lo he tirado dentro de una casa, tan solo para oír el grito de terror de sus habitantes. Otra cosa que me gusta mucho también hacerles es romper todos sus huesos. Crec. Crec. Crec. Este ruido lo hacen las costillas. Crac. Eso era una pierna. ¡Craff! Eso era un cráneo aplastado con una piedra. Otras veces escondo el cadáver, si quiero volver la noche siguiente. Ahora que si lo he dejado vivo… ¿sabes cuantas “epidemias” he provocado?
Debilidades, palidez, pérdida de fuerzas… estos son algunos de los síntomas que provoca la desagnación. Esta noche ataco a uno, la siguiente a otro. Ya empiezan a circular rumores. Un par de personas mas la noche siguiente, y otra la otra. Y ya tienes una epidemia de fiebres. Pero, ¡no la extiendas mucho! No sea que vengan los Nosferatus a aprovecharse de la “plaga”…
Pero no puedes salir a cazar cada noche. Vivir en la montaña tiene sus inconvenientes, ¿sabías? Y te los puedo resumir en una sola palabra : Garou. Viven en los bosques, ¿sabes? Y odian a mi gente. ¿Por qué? Pues porque si. Y nosotros los odiamos a ellos, ya sabes. Ah, ¿no lo sabías? Pues ya lo sabes. ¿Qué dices? ¿Que qué son los garú? No, no, garú no. Garou. Garou, perros, lobos, hombres lobo… todo es lo mismo. Son hombres que creen que son lobos. ¿O lobos que creen que son hombres? Pxé, hay de todo. ¿Ves? Ni ellos saben lo que son. ¿Qué te puedes esperar de bueno?
Pues, como decía antes de que me interrumpieras, vivir en una cueva tiene sus inconvenientes. No siempre puedes salir a cazar, ¿sabes? A veces te los encuentras delante de la puerta, como cuando me salvaste. Como te lo hiciste para que no te mataran, no lo se. No acostumbra a pasar, pero pasó. Y te debo la muerte. Si, si, has oído bien, la muerte. Porqué no estoy vivo. ¿Entiendes el chiste?
Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja.
Pues como decía, pongámonos serios.
No siempre puedes salir a cazar. Pero te has de alimentar igualmente, ¿sabes? Pues aquí es donde entras tu. Ya que tan amablemente me salvaste, te tomo la palabra. Me servirás de reserva, de alacena. Mientras te de mi sangre no morirás. Y así, cuando tenga hambre, solo tendré que morderte. Y tu sangre será buena. Lógico. ¿Cómo quieres que no sea buena? Tu sangre te la habré dado yo.
Esa fue la primera noche. No se cuanto tiempo había pasado, ni cuanto pasó después. Algunas veces tenía frío, otras calor. Había temporadas en las que no veía a ese ser, aquel vampiro, durante unos cuantos días. Y el hambre recorría mi cuerpo.
Necesitaba comer. Entonces aparecía el, y me obligaba a tragar su sangre. A veces se pasaba mucho tiempo sin salir de la cueva. Cada noche me clavaba esos colmillos, y ese placer, ese maldito placer, volvía. Deseaba que me mordiese, y odiaba el simple pensamiento de que lo hiciese. Un día se inventó un juego nuevo. Decidió que quería experimentar en mi un nuevo método de desagnación. Y apareció con una maza, mi maza. Y me golpeó el estómago. – ¿No sangras? – Me preguntó. Y me golpeó el brazo. – Sí, por ahí sale un poco. Ampliemos el agujero – Sacó un cuchillo de entre la ropa con el que me hizo un tajo. Y empezó a sorber. Este tipo de torturas me “distrajo” durante un tiempo mas.
Un día apareció con una muchacha. – Mirad – nos dijo – me han dicho que en un parto corre mucha sangre. ¿Sabéis que? Quiero asistir a uno. – Y nos forzó a mantener relaciones sexuales, durante las cuales se dedicaba a mordisquearnos los órganos púbicos. Y quedó embarazada, pero el parto no llegó, ya que un día decidió que quería saber como es un niño no nato, y se la agujereó con las manos, y entre de sus gritos de dolor le sacó la criatura. – ¡Qué cosa mas rara! ¿Esto es un niño? Creo que no, que alguno de vosotros tiene algún problema… – La muchacha llevaba todavía dos meses de embarazo.
Y el tiempo pasó, las estaciones empezaron y se acabaron. Nunca he llegado a entender como no me volví loco. Lo que si creció dentro de mi fue el odio. Un odio intenso hacia esa criatura infernal que me hacía eso. Que me obligaba a beber su sangre, e incluso a veces la sangre de otros que arrastraba hasta allá, su lugar de reposo.
Y una noche me llegó la libertad. Estaba yo medio adormecido, cuando oí un ruido. Levanté la cabeza, y me encontré con la persona mas extraña que jamás había visto. El Diablo, pensé yo. Los ojos le brillaban de color rojo, e iba vestido con pieles. Su cuerpo era musculoso y bien formado.
- Hace ya tiempo que observo lo que pasa aquí, mortal – me dijo -. Hace ya tiempo que observo como ese loco Malkavian hace contigo lo que quiere. Y hace tiempo que también percibo tu odio, tu fuerte odio, hacia el. ¿Quieres venganza, verdad? Pues yo te puedo proporcionar los medios. ¿Te gustaría irte de aquí y ser tan fuerte como el? Yo te ofrezco la posibilidad. Pero atención, te costará tu alma. Serás un condenado a la vida eterna. A la muerte eterna.
- Si – contesté yo – Dame tu bautismo de sangre. Quiero ser como tu. Para matarle.
Así fue como recibí el abrazo. Aquel Gangrel, después supe el nombre de su clan, me introduzco a la muerte en vida, a la vida en la muerte. Pasé con el sesenta años, tiempo durante el cual aprendí a ver en la oscuridad, a hablar con los animales, a hacerme crecer garras en las manos, a soportar el dolor, a fundirme con el suelo. Durante este tiempo mis aptitudes físicas mejoraron hasta límites sobrehumanos, cosa que repercutió en mis habilidades. Aquel vampiro, mi sire, me enseñó todo lo que sé sobre vampiros, me habló de los trece clanes, de la Bestia, de las Tradiciones. Los sesenta años que pasé con el no se puede decir que fuesen los mejores de mi vida – de mi no vida, pero si los que tuvieron mas propósito. Todo yo estaba abocado a aprender lo que fuese para acabar con aquel hijo de mala madre. Todo yo luchaba por mejorar, por superar mis propios límites. Mi no existencia tenía una sola finalidad : acabar con el.
Y a los sesenta años mi sire me dejó libre. – No te puedo enseñar nada mas. Hay, pero, muchas cosas que aún no sabes, y que has de descubrir por ti mismo. Viaja o establécete en algún lugar. Hagas lo que hagas respeta las Tradiciones. Ahora vete. Y que Caín te acompañe.
Estas son las últimas palabras que le oí. Viajé por toda Europa y parte de África. Podría decir muchas cosas de esos viajes, pero seamos sinceros, no me sirvieron de gran cosa. Mi corazón no estaba en lo que hacía. Tan solo tenía ganas de volver y vengarme. Y un día no pude resistir mas. Me presenté en la casa de mi antiguo torturador, el Malkavian. No estaba. Lo esperé. Sabía por experiencia que tarde o temprano volvería, y yo lo estaría esperando.
Y volvió. Y me reconoció. Y luchamos. Y la lucha duró poco. Yo no era rival para el, y huí gravemente herido, cerca de la muerte verdadera. I me fundí con el suelo para aletargarme, para recuperarme. Y un día me desperté. Han pasado 739 años. El mundo no es el mismo, he de volver a aprender a vivir, a no vivir. Hay aparatos que te permiten hablar con gente muy lejana a ti – teléfonos -, las casas ya no son de madera. Muchas cosas han cambiado. He de volver a empezar.
¡Por cierto! Hay alguna cosa que no entiendo. Yo vivía en el reino de Inglaterra. ¿Cómo llegué aquí, a dentro de un ataúd, a un continente muy lejano al mío, un continente desconocido en mi época. Eso y si mi sire está aún vivo, son dos cosas que quizá nunca sabré. Lo que si sé seguro es que el Malkavian no está muerto. Yo he de acabar con el. 

  



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