- Los vampiros existen - decía Enrique -. Y pienso demostrároslo en cuanto me cruce con uno y me transformen en uno de ellos.
Eso hacía reír a sus
pocos amigos y a los que no lo eran. Los que no le conocían le
consideraban un loco, sin embargo sus amigos íntimos no le
consideraban peligroso en absoluto. Enrique era peculiar y
simplemente cuando le daba por un tema, se obsesionaba hasta que se
aburría.
Sus padres le ignoraban
ya que sacaba buenas notas y nunca se metía en líos. Si le gustaba ese
tema no había razón para impedirle investigar.
En el instituto,
Enrique, se pasaba los recreos solo y leyendo sus libros y cómics de
vampiros. Tenía un par de amigos a los que les gustaban también y
a veces se juntaba con ellos y les contaba cosas que había visto en
un periódico que podían ser por un vampiro. Ninguno le reprochaba nada,
disfrutaban con sus paranoias. Incluso les había
convencido para crear un foro por Internet donde solo se hablara de
vampiros y cada uno se hacía pasar por uno. Se inventaban historias de
cómo acechaban a sus víctimas y cómo vivían. Disfrutaban
si alguien les preguntaba si todo eso que contaban era cierto.
La vida de Enrique
cambió cuando descubrió por Internet que existía un bar en Londres,
donde él vivía, en el que unos programadores de videojuegos
habían ido a conseguir información de gente que se cree vampira.
Fueron allí para conseguir información y dar la mejor ambientación
posible al juego en el que estaban trabajando. Esto estimuló
los deseos de Enrique de ir a ese bar y ver con sus propios ojos a
esos vampiros. Porque obviamente eran vampiros, para él. Conseguir su
dirección no le fue nada fácil. Los diseñadores se
cuidaron muy bien de guardarla en secreto. ¿Sería mentira entonces?
Se hizo pasar por su
padre y llamó a la redacción de la revista que publicó el artículo.
Alegó que su hijo iría a ese bar y que necesitaban saber su
dirección para ir a buscarlo ya que no lo encontraban. La
telefonista le pasó con el redactor del reportaje y éste accedió a darle
la dirección exacta.
Ese día Enrique haría realidad sus sueños. Vería un vampiro y le pediría que le dejara beber su sangre.
Sus amigos se negaron a
acompañarlo, Enrique dijo que le daba igual, podía ir solo pero luego si
no le creían iba a ser culpa suya por no ir con él.
Ninguno creyó que realmente hubiera vampiros en ese bar.
- Hoy podría ser el
último día que me veáis como una persona vulgar. Mañana seré un vampiro y
podría ir a buscaros por la noche. Vigilar vuestras
ventanas.
No fueron pocas
carcajadas las que arrancó de ellos al decir esto. Enrique disfrutó de
esas risas pensando que realmente esa noche podría ser un
vampiro. Vivía cerca de ese bar y podía ir en tren. Se vistió sus
mejores galas (camiseta negra y roja con pantalones vaqueros negros) y
durante el trayecto miró con nerviosismo a la gente porque
tenía la impresión de que todos sabían que esa noche cambiaría su
vida. Los vampiros existían, estaba a punto de demostrarlo y convertirse
en uno de ellos. Si el mundo no se enteraba le daba
igual, él sería uno de ellos y eso era lo que le importaba.
El viaje llegó a su fin. Estaba justo en el oscuro callejón donde estaba el Pub "El rincón de los malditos".
Se preguntaba por qué nadie se
había percatado de que estaban allí, por qué la gente seguía
pensando que eran un mito. La calle era muy concurrida y el bar no tenía
mucha gente. Los vecinos tenían que haber visto entrar y
salir miles de vampiros. Allí estaban, solo tenía que entrar. Su
corazón se había acelerado tanto que no podía detener el temblor de sus
manos.
Sus pies se movieron por
instinto, caminó hacia la puerta y la empujó. Sus ojos tardaron un
momento en acostumbrarse a la roja oscuridad. La única luz
eran fluorescentes de luz infrarroja, excepto en la barra, donde
eran normales. Curiosamente muchas botellas parecían contener sangre
fresca en lugar de los típicos mostradores adornados con
diferentes botellas de licor y whisky de diversos países.
Se acercó a la barra y dijo muy serio, tratando de ocultar sus nervios.
- Dame una copa de sangre.
La camarera le guió un
ojo y le enseñó sus colmillos. Eran postizos pero consideró simpático el
detalle de que la obligaran a llevarlos. Era una chica
guapísima de ojos verdosos amarillentos. Enrique nunca había visto
unos ojos tan seductores en su vida.
La copa que le puso fue un vaso de tubo lleno de whisky con zumo de mango y tomate.
- ¿Esas botellas no son bastante buenas para mí? - le preguntó señalando las botellas de sangre.
- Corazón, esas botellas son un adorno.
Dicho eso cogió una de
ellas y la movió como si fuera a verter el líquido. Este ni se movió y
la botella parecía de plástico y hueca.
- Debes ser el primer ingenuo que se cree que son reales, qué encantador.
- Todo lo que hay aquí es... fingido, ¿todo es un adorno?
- No, muñeco, yo soy real y de carne y hueso.
- ¿No hay vampiros aquí? - preguntó Enrique, bastante decepcionado.
- ¡Todos somos vampiros!
- le dijo un borracho que estaba justo a su lado. Entonces simuló que
le mordía con los dientes postizos en el cuello. Enrique
no quiso continuar su broma y se apartó empujándole con brusquedad.
- Eh, tranquilo - dijo el borracho, sacándose los colmillos postizos -. Solo es una broma, no soy vampiro de verdad...
- Ese es el problema - le reprochó Enrique.
La camarera sonrió al
borracho y giró el dedo sobre su sien como diciéndole que no molestara
más al chico, que estaba mal de la cabeza.
Enrique cogió su vaso de "sangre" y se paseo por las mesas del Pub.
En su paseo vio a una
pareja mordiéndose figuradamente en sus cuellos. La sangre y los
colmillos eran falsos pero parecían disfrutar eróticamente de
sus mordiscos con colmillos de goma. Pasó de largo y vio a un hombre
de pelo blanco solo en una mesa y le miraba intensamente con unos ojos
amarillos fosforescentes. Enrique se emocionó por que
al fin había encontrado uno, se acercó y se sentó a su lado.
- Sé que no estás fingiendo - le dijo -. Tranquilo sabré guardar tu secreto.
- Chico levanta tu
puerco culo de mi sitio - replicó el hombre -. Estoy esperando a mi
mujer y está tardando. Estas mujeres de mierda, siempre llegan
tarde.
- ¿No es un vampiro?
- Oh, sí, claro que lo soy... uuuuaaaaaa, ¿no te asusto? -se burló -. Vete.
- Pero sus ojos...
- Son lentillas cutres. Las venden en la barra por dos libras.
Enrique enrojeció de vergüenza.
- Si te molan cómprate las tuyas y lárgate de aquí.
Se levantó y volvió a la barra, junto a la camarera. Esta había estado observando y le sonría picaronamente.
- Disculpa, ¿llevas muchos años trabajando aquí? - se atrevió a preguntarle él.
- Desde que abrieron, hace dos años - respondió.
- ¿Ha venido alguna vez un vampiro de verdad?
- Todos los días - ella puso los ojos en blanco.
- En serio, por favor, estoy haciendo un estudio sobre si los vampiros son realidad o ficción.
La camarera le miró extrañada y negó con la cabeza.
- ¿Vas a publicar eso? Pero si no tienes ni quince años.
- Tengo dieciséis.
- Oh, vaya, seguro que eso influye mucho en la seriedad de tu estudio - le siguió la corriente la camarera.
- No, claro que no... bueno, es más curiosidad personal.
- Bien, muñeco, aquí los únicos vampiros son mis jefes.
Los ojos de Enrique se
iluminaron ilusionados al ver que la camarera le mostraba sus preciosos
colmillos vampíricos, como refiriéndose a ellos.
- No hay mes que no
traten de chupar la sangre. Siempre pagan menos de lo que dice el
convenio y tengo que estar detrás amenazando con mi abogado.
Menuda cara tienen.
Enrique agachó los hombros decepcionado.
- Pero no te preocupes -
le animó ella -, si te van los vampiros de verdad no eres el único
interesado. Antes de las dos siempre se junta una panda de
frikis en la barra que creen ser vampiros. Hasta van por las calles
asustando a la gente. Más de uno ha terminado en la cárcel - soltó una
carcajada -. Seguro que te llevas bien con ellos.
Enrique pareció animarse con esa información.
- ¿Cómo te llamas peluchín? - le preguntó ella.
- Enrique - respondió.
- Oh, como el director de cine.
- ¿Quién? - preguntó él.
- Henry Ford, ¿chico en qué siglo vives?
- Ah, claro, sí ese director. Pensé que te referías a otro.
- Vaya, debes ser todo un crítico de cine ya que conoces otro Henry, director.
- ¿Como te llamas tú? - Cambió de tema él. Fuera del género de terror no conocía mucho más del cine.
- Samantha - respondió
ella con una sonrisa que volvía a mostrar sus largos colmillos -. Si
fuera una vampiresa estarías en aprietos, me gustan los
jovencitos como tú...
Enrique volvió a
enrojecer de vergüenza. En realidad no llegaba ni a los diecisiete y
ella parecía superar los veinte con holgura.
- ¿Seguro que no eres vampiresa? - preguntó él, medio en broma.
- Mira ese espejo- dijo Sam con una encantadora sonrisa -. ¡Hola! Esa soy yo. Si me puedes ver es porque no soy vampiresa.
- No me creo ese mito del espejo -dijo Enrique.
- ¿Y sí crees el mito del vampiro? Eres un poco raro, ¿no?
- Tú también aparentas dieciocho - dijo él, intentando cambiar de tema.
- Bueno, en realidad tengo 597 años, pero ya sabes, cosas de vampiros. Me mantengo bien.
Enrique rió de buena
gana ya que lo dijo tan seria que parecía que hablaba en serio. Sin
embargo ella tardó un par de segundos en reír.
- Quien pudiera ser vampiro, ¿Eh? Eternamente joven - dijo Enrique, melancólico.
- Si yo te contara - dijo ella, siguiendo la broma.
- Espera, no puedes tener 18, no podrías estar trabajando desde hace dos años.
Ella se apoyó en la barra sonriendo y negando con el dedo.
- Te lo dije, tengo más
de 500 años - por su expresión estaba comenzando a tontear con él-. Pero
no eres tan suspicaz, amigo, desde los 16 se puede
trabajar sin problemas.
Enrique no era de los
que ligan en los Pub y muchísimo menos con camareras cañón como esa
morena de ojos verdes. Parecía una modelo de la revista
playboy. Por eso se sonrojó y dejó que ella pasara sus finos dedos
por su mejilla haciéndole estremecer.
- Me gustas mucho - le
dijo ella -. Eres inocente como un corderillo. Me gustan los chicos que
nunca han roto un plato pero que además se creen
malotes, como tú.
- Vaya, gracias... tú tampoco estás mal... también me gustas.
- Entonces ya está todo dicho. Si te quedas toda la noche te invito a dormir a mi casa. Vivo sola.
- Genial... - Enrique se
terminó de un trago su whisky con tomate, a pesar de que estaba
realmente asqueroso. Se imaginó que era sangre y así consiguió
pasarlo por su gaznate. Se preguntó si realmente la sangre daba esa
misma sensación de calor y embriaguez y tuvo un deseo fugaz de probar la
sangre humana para saber lo que se sentía al
beberla.
- Son 10 libras - dijo ella, sin borrar su sonrisa.
- Claro.
Enrique se sorprendió de
lo caro que era tomar un trago allí pero sabía que las noches de
Londres salían caras, generalmente. Sacó su billetera y pagó
con el único billete que tenía encima. No necesitaría dinero para un
taxi esa noche ya que iría a dormir a casa de esa belleza. Al fin
perdería la virginidad y... por primera vez dejó de pensar
en vampiros a pesar de que su ligue era una preciosa vampiresa de
mentira.
- ¿No te da miedo que
pueda ser una vampiresa de verdad? ¿En serio te vendrías a mi casa? - la
media sonrisa picarona de Samanta hizo enrojecer de
vergüenza a Enrique.
- Te aseguro que preferiría que lo fueras. Me muero por ver uno de verdad.
- ¿Es que no sabes que esos monstruos matan y no tienen conciencia? - preguntó ella -. Al menos eso dice Bram Stoker.
- Sería flipante y seguro que le convencería para que me dejara beber su sangre.
- Pareces muy seguro de que existen.
- Tú deberías creer más que yo. Sin duda ha venido alguno aquí y nadie se ha dado cuenta, ni siquiera tú.
- He visto a muchos chalados, sí. Pero dudo que ninguno lo esté más que tú.
Enrique sonrió, devolviéndole la bonita sonrisa a Samantha.
- Mira, ahí vienen tus colegas - dijo ella, apartándose de la barra.
Entraron varios chicos
disfrazados de conde Drácula con colmillos tan falsos que se les caían. A
su lado Samantha era una perfecta actriz, parecía
auténtica. Claro que eso solo era por que esos sí que eran unos
frikis de vampiros que daban miedo.
- Hola Sam - dijo uno de ellos. Tenía una barba de tres días y los colmillos se los había sacado para hablar con ella.
- Hola Steve - dijo ella -. ¿Alguna víctima esta noche?
- Que va, todas huyen como puercas.
- Normal, es que dais miedo - se burló ella.
- Hola - dijo Enrique, nervioso.
- ¿Hola? ¿Te atreves a hablar con un vampiro?
Dicho eso se puso los dientes y le intentó asustar con un gesto de fantasma exagerado.
- Tú no eres un vampiro - dijo Enrique, nuevamente desilusionado y fastidiado.
- ¿Tú sí? Uh, que miedo me das.
- Cuando lo sea... - iba
a fanfarronear diciendo que le buscaría por las noches y se lo
demostraría, pero no quiso hacerlo delante de ella, no fuera
que se asustara de él y cambiara de idea sobre esa noche. Sabía que
estaba en la frontera del graciosillo y el loco peligroso. No quería
cruzarla no siendo que anulara la cita.
- ¿Cuando lo seas? - el friki se carcajeó de él.
- Sí, bueno, si me dejáis ser de los vuestros, puede que reconozca que tú lo eres.
- ¿Quieres ser un vampiro? Bueno, eso tiene sus peligros, sabes. Hay que hacer una ceremonia de iniciación, ¿verdad chicos?
Los demás empezaron a gritar a coro:
- Novato, novato, novato, novato.
- Callaros ya pesaos -
se quejó Steve -. Verás son unos plastas, cada vez hacen pruebas más
difíciles. La última vez que hicimos una obligaron al
infeliz a morder a alguien por la calle y beber su sangre. El pobre
terminó en la comisaría por intentar agredir a una viejecilla que
paseaba a su perro.
- Solo fue una noche, pero ya soy vampiro - terminó uno de ellos, orgulloso.
Las carcajadas de sus compañeros le hicieron reír a él también por inercia.
- ¿Tengo que morder a alguien por la calle? ¿Sólo eso?
- ¿Sólo eso? Bueno,
sería un comienzo. No puedes ser vampiro sin estar dispuesto a morder a
la gente. Sería como ser polizonte sin estar dispuesto a
disparar tu pistola.
- Como ser bombero y que te de miedo apagar un incendio - añadió otro.
- Claro, claro, pero ¿para eso no tendría que beber la sangre de uno de vosotros?
- Jo, tío estas mal de la olla, qué te pasa, creía que estábamos de buen rollito.
- Es lo que hacen los vampiros para transmitirse el don.
Steve y los demás dejaron de reírse cuando entendieron que Enrique hablaba en serio.
- Habla en serio - dijo uno asustado.
- Nos está tomando el pelo - dijo otro.
- Los vampiros no existen, solo existimos nosotros, pringao - le dijo Steve.
- Desde luego que vosotros tampoco lo sois - susurró Enrique mientras ellos se alejaban a una de las mesas.
Sam les siguió para
coger la lista de bebidas que iban a tomar. Enrique se quedó solo en la
barra sintiéndose ridículo por haber creído que allí
encontraría vampiros. Creyó más que nunca que había tirado buena
parte de su vida a la basura leyendo sobre el tema y dándole crédito a
todas las historias. Ni Drácula de Stoker, ni Lestat, ni
Pandora, ni Armand, ni Louise, ni los Cullen, ni los vampiros de
Tarantino estaban basados en una historia real. Se arrepintió de cada
día que estuvo esperando encontrar evidencias en la película
de Drácula cuando manipuló su VHS para poder reproducirla hacia
atrás y no encontró ningún mensaje oculto de los vampiros.
Samantha volvió a la barra y al verle tan abatido se acercó a el y le puso una mano en su hombro.
- Lo siento, ¿en serio crees que existen los vampiros? ¿Y tú crees que iban a venir aquí?
- Podía ser, tenía que comprobarlo.
- Si fuera así no
vendría ni un alma. Si la gente supiera que realmente hay vampiros, nos
cerrarían el local. Lo de la fama del Pub es únicamente para
atraer a los que les gusta este tipo de ambientación. Aquí solo
vienen a celebrar cumpleaños temáticos de terror y cosas así, no hemos
tenido ni siquiera un accidente con sangre.
- Bueno, la noche sigue siendo interesante - dijo Enrique mirándola con evidente deseo -. ¿Cuándo cierras?
- La noche es joven - dijo ella -. Aún faltan tres horas de suplicio.
- Son muy pesados - dedujo Enrique.
- Son insoportables.
Sobre todo cuando seleccionan a uno para que venga a morderme. Parecen
niños, no asumen que ya están en la universidad y deben
saber comportarse.
- ¿Es cierto que obligan a sus miembros a morder a la gente y beber su sangre?
Samantha asintió con seriedad.
- Te digo que son peligrosos, se creen vampiros.
- Bueno, no mucho no si no beben la sangre entre ellos.
- Sí claro, ellos saben
que no lo son pero... es como si estuvieran aprendiendo a serlo,
¿entiendes? Buscan gente que se atreva a dar el paso que ellos
no dan. Si tú hubieras aceptado, te habrían seguido como un líder y
podrías obligarles a hacer lo que les dijeras. Si les dices que se
muerdan, lo harán... Solo es cuestión de liderazgo.
- ¿Quieres que vaya por ahí mordiendo a viejecitas?
- Las viejas son muy
escandalosas y tienen la piel dura. Además te pueden pegar cualquier
enfermedad. Puedes intentarlo con alguna jovencita. Eso sí
solo un mordisco en el hombro, que sangre un poco y le chupas la
sangre. La noticia de un vampiro suelto correrá por ahí y seguro que
estos te aceptan con los brazos abiertos.
- Suena divertido - dijo Enrique.
- No serías capaz, eres un pedazo de pan, lo veo en tus ojos.
- Véndeme unas lentillas de esas y unos colmillos como los tuyos - dijo Enrique, decidido.
- ¿Lo vas a hacer?
- Claro, no hay problema.
- ¿Estás mal de la cabeza?
- No te preocupes, solo asustaré a una chica y ya está.
Samantha no parecía creerle.
- Aquí tienes. Son doce con noventa libras.
- El tipo de allí dijo que eran dos libras por las lentillas - protestó Enrique.
- ¿Dos? Cinco cada una.
Los colmillos valen dos y los noventa son mi propina, que todavía no me
has dado nada y creo que estoy siendo una buena
chica.
- Genial - Enrique miró su billetera y la encontró vacía -. No puedo comprarlas.
Samantha sonrió picaronamente.
- Claro, claro, no lo harás porque no tienes dinero... ya me sé ese cuento Caperucita.
- Mañana te lo doy. Tengo que volver para enseñarles el periódico, ¿no? Venga dámelos.
- Está bien, pero solo por ver hasta donde puedes llegar.
- No me conoces, soy
capaz de esto y mucho más. Siempre me he imaginado acechando a las
chicas como un vampiro, siempre he querido ser uno de
ellos.
- Que generación - dijo ella -. En mis tiempos la palabra vampiro hacía llorar a los jóvenes de tu edad.
- ¿Tus tiempos? - Enrique no entendió, ella tenía un año o dos más que él.
- Bueno, ya sabes, tengo seiscientos años - dijo ella, sonriente.
- Ah, claro, tus tiempos - dijo él, cogiendo el sobre con las lentillas y los dos colmillos blancos.
Ella le señaló la puerta
del baño sin decir nada más. Se dirigió para allá ansioso por ponerse
las lentillas y los colmillos. En las instrucciones de
uso de las lentillas decía que había que humedecerlas con agua antes
de usar. Abrió el grifo y con el agua cayendo en un fino chorro mojó la
primera. Dejó que escurriera bien y se la llevó al
ojo. Nunca antes se había puesto lentillas de ningún tipo de modo
que fue incapaz de mantener abierto el ojo el tiempo suficiente para
meter la lentilla dentro. Era imposible mantener el parpado
abierto, era un acto reflejo.
- Maldita sea... no puede ser tan difícil.
Volvió a intentarlo y
esta vez el párpado pilló la lentilla en medio y ésta casi se le cae por
el desagüe. Con miedo a perderla puso papel higiénico
debajo por si se le caía de nuevo y volvió a tratar, esta vez
sujetándose los párpados con la otra mano. Con dificultad logró
mantenerlos abiertos y la lentilla entró. Parpadeó un par de veces y
sintió como si tuviera una piedra metida en el ojo, era bastante
molesta. Podía intentar acostumbrarse. Solo iba a ser un rato.
Luego procedió con la
otra y esta vez la puso a la primera. Se miró al espejo y vio que sus
ojos no habían cambiado. Seguían siendo negros. Esto le
decepcionó mucho y después de colocarse los colmillos de goma salió y
fue a ver a Sam.
- No brillan - dijo con dificultades por culpa de sus colmillos.
- Tienes que ponerte en
una luz fuerte, estas un ratito y luego vas a la oscuridad. Son
aterradores, dejarás sentada de miedo a la más valiente.
Enrique buscó una luz fuerte por el Pub.
- Esta luz es suficiente
- ella le señaló un fluorescente blanco sobre su cabeza -. Míralo unos
segundos y vete al baño otra vez.
Hecho eso, corrió al
baño entusiasmado. Jugar a ser vampiro le estaba gustando tanto o más
que serlo de verdad. Cuando se asomó al espejo vio sus ojos
amarillos resplandecientes, con una intensidad viva. Incluso le
asustaron a él mismo. Esas lentillas eran geniales, mejor que geniales,
eran increíbles, aterradoras.
- ¡Guau! - dijo ella al verle aparecer pletórico -. Eso sí que es un vampiro, así me gusta. Vete y aterroriza a las nenas.
- Vengo en un ratito. No pienso perderme nuestra cita.
- Ten cuidado con la poli, escóndete como el humo.
- Tendré cuidado, no voy a hacer tanto daño a nadie. Solo es un sustito.
- Si fuera un susto, no saldrás en los periódicos. Asegúrate de que ella cree que eres vampiro.
Enrique asintió y salió
del Pub entusiasmado. Si lograba hacer eso demostraría que podía ser
vampiro y tendría a sus propios secuaces cumpliendo sus
órdenes. Entonces, en plena calle, su móvil comenzó a vibrar.
Alguien le llamaba.
Miró la pantalla y resopló desganado.
- Mi madre... que pesada...
Pulsó el botón verde y se puso el aparato en la oreja.
- ¿Enrique?
- Sí, mama, ¿qué pasa?
- ¿Dónde estás? Es hora de estar en casa.
- Estoy en la fiesta de cumpleaños de un amigo.
- He dicho que vengas a casa, no me importa ese amigo tuyo, como si es el Papa.
- Pero mamá, estamos en lo mejor de la fiesta.
- ¡A casa!
- Pero, mama...
- Como tenga que repetírtelo te espera una buena.
Y le colgó. Enrique se
avergonzó de esa conversación, resultaba difícil ser vampiro si su madre
le trataba así. Se pensaba que por tener menos de
dieciocho años era responsabilidad suya. Esta vez una preciosa
camarera le esperaba y tenía una misión. Morder a alguien.
Se acercó a la calle
principal y observó a la gente. Sus ojos habían vuelto a ser normales ya
que la luz había dejado de hacer efecto, lo supo por el
reflejo de su cara en su móvil. Esperó pacientemente en una esquina
hasta que una chica pasó a su lado con muestras de tener prisa. La
siguió sutilmente y ésta alcanzó a llamar a un taxi. Enrique
dio por perdida su presa pero para su asombro, el taxi no paró y se
quedó ella sola en medio de la calle. Era muy guapa y llevaba una
minifalda azul que brillaba con las luces. Llevaba una blusa
que dejaba al descubierto sus hombros y sus brazos, debió salir de
una fiesta.
Sin pensarlo dos veces
corrió hacia ella y ésta se percató de su presencia justo a tiempo para
empezar a correr. Chilló como una histérica y con sus
zapatos de tacón apenas podía correr. Enrique se sintió superior, le
embriagó la sensación de causar terror a alguien. En lugar de
alcanzarla jugó con ella para que hubiera testigos. No había
suceso en los periódicos sin un par de testigos. Entonces una pareja
salió de un portal y se los quedó mirando, era el momento perfecto.
Saltó como un tigre sobre la espalda de ella y la empujó
al suelo. En la caída, ella se hizo varias heridas en las rodillas
se puso a chillar por el dolor y el pánico. Enrique disfrutó de la
estridencia de su voz. Se echó sobre ella y le lamió la cara.
Tuvo una arcada ya que se le llenó la lengua de maquillaje. Sujetaba
los brazos de la chica y esta se resistía. Entonces le miró los ojos y
ella volvió a chillar de terror. Ese era el momento,
para ella era un vampiro sediento. Sin pensarlo dos veces, como
había imaginado cientos de veces, le mordió el cuello... Pero sus
dientes no podían dañarla. Sus colmillos eran muy cortos. Intentó
morderla una y otra vez hasta que sintió que un golpe en el estómago
le dejó sin aire.
- ¿Qué pasa que la
fiesta de Halloween no es suficiente para los frikis como tú? - dijo el
novio de la chica, los que habían salido del portal.
- Gracias, gracias, gracias - repitió la víctima como unas letanías, con apenas un hilo de voz.
- ¿Estas bien? - dijo el "heroe" -. Llama a la poli cariño yo mantendré sujeto a este gilipollas.
Enrique trató de
levantarse para correr pero el otro chico le cogió con fuerza y le
volvió cara al suelo, sujetándole sus manos a la espalda. No podía
moverse. Tenía que hacer algo, eso era un desastre.
- Si no me sueltas en cinco segundos me comeré el corazón de tu novia - le amenazó con poco convencimiento.
- Pringao, tú lo que vas a comer es la mierda que te den en la cárcel.
- Sé donde vivís y me soltarán. Déjame marchar y estaremos en paz.
Eso enfureció al extraño que le agarró del pelo y le obligó a mirarle a los ojos. No parecía asustado, más bien muy cabreado.
- Escúchame bien niñato
estúpido,... - Metió su mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó su
cartera. La abrió con una mano y vio que el DNI estaba
justo a la vista -... Vaya, Enrique y esta debe ser tu dirección.
Interesante... Verás... - tiró del pelo tan fuerte hacia atrás que creyó
que le rompería el cuello -. Las amenazas las hago yo.
Si algo le pasa a alguien de esa casa, iré a por ti. Así que ya
puedes velar por ellos porque si algo les pasa será el último día de tu
vida. ¿Lo has entendido?
- Eres patético, ese carnet es una tapadera, huelo tu miedo - se envalentonó Enrique.
La sirena de la policía
comenzó a sonar a lo lejos. Eso no era bueno, estaban tardando demasiado
poco. Forcejeó lo que pudo pero el otro le sujetaba
con tanta fuerza que casi le dislocó el hombro.
- No te mees encima.
Estoy harto de vosotros, siempre queriendo dar la nota. Os pensáis que
con vuestros estúpidos disfraces podéis atacar a la gente.
No eres el primero que agarro y te aseguro que tampoco el último.
Cuado vayas a la trena te van a enseñar muchas cosas, entre ellas que
hay cosas peores que un vampiro. Créeme, cuando seas la
mascota de alguien en la cárcel desearás morir.
Enrique siguió forcejeado.
- Es inútil que te
resistas Enrique - dijo el chico -. Sé quién eres y dónde vives. ¿O es
que no piensas volver nunca con tu mamaíta?
- Cariño suéltalo - dijo la novia a su espalda.
Enrique solo podía ver la cara de la chica a la que había agredido y miraba hacia su novia, bastante asustada.
- ¿De qué vas? - le reprochó -. ¿Cómo quieres que lo suelte? Es peligroso.
Cuando se volvió soltó a
Enrique al instante. Este agradeció poder mover los brazos y se apartó
del inoportuno héroe. Cuando se volvió, lo que vio le
dejo petrificado. Una figura encapuchada, que parecía salida de sus
peores pesadillas tenía sujeta a la novia por el pelo y solo se
distinguían unos brillantes colmillos en la sombra. Estos
goteaban sangre, la sangre de ella.
- Suéltala - dijo el chico.
- Quiero que os marchéis y dejéis a Enrique tranquilo - siseó la sombra con voz aterciopelada y femenina.
- Nos marcharemos pero suéltala.
Las sirenas de la policía acechaban cada vez más cerca.
- Está bien.
La soltó y ella corrió a abrazarlo. Él miró su herida del cuello, aún sangrante y puso su mano, con un kleenex, sobre la herida.
- Sé tu nombre... - se volvió hacia Enrique y se marcharon corriendo.
- No me dejéis sola con
estos - la víctima de Enrique quiso huir, pero la figura encapuchada la
alcanzó en apenas dos zancadas y no la dejó marchar
sujetándola por el pelo. Los salvadores dudaron un instante pero
luego salieron corriendo sin volverse siquiera para ayudarla. Ahora era
cosa de la policía.
- Por favor… - lloraba la chica suplicante -. No me matéis. Me caso en unos meses…
- Tienes una misión esta noche - siseó la sombra -. Tienes que iniciar a mi amigo.
La chica estaba pálida de terror.
Antes de que pudiera
replicar la sombra se inclinó sobre su cuello y la mordió por encima de
la clavícula. Chupo su sangre un par de segundos y luego
la dejó caer junto a Enrique.
- Bebe. Eso ayudará a tus colmillos.
Enrique se inclinó sobre
ella y bebió la sangre que aún manaba por las dos heridas de su cuello.
Al principio sintió asco al sentir el cálido flujo por
su garganta. Era mucho peor que beber whisky con tomate. Luego el
sabor a hierro y la sangre acumulada en su estómago le abrieron el
apetito hasta el punto de que chupó y chupó sin medida.
- Basta, no queremos que muera - dijo la sombra.
Enrique no se detuvo, eso era como drogarse.
- Una vez tienes un atracón de sangre es difícil querer comer otra cosa. Déjala ya, tendrás más ocasiones para llenarte.
Enrique obedeció. La
chica estaba más pálida y la herida dejó de sangrar. La policía debía
estar ya a unas pocas manzanas de distancia.
- Vámonos - dijo la sombra.
Ambos huyeron por los callejones, corriendo. La chica trató de pedir auxilio pero no tenía fuerzas ni voz.
- Gracias - dijo Enrique a la figura encapuchada.
Ya lejos de cualquier
mirada la chica se quitó la capucha y se detuvo apoyándose en la pared.
La reconoció en seguida aunque ya sospechaba que era
ella.
- Sam, eres increíble - dijo el chico -. Hasta yo pensé que eras una vampiresa de verdad.
El jadeo de la chica por la carrera le impidió contestar. Enrique estaba cansado pero su curiosidad podía más con el cansancio.
- ¿Cómo has conseguido esos colmillos duros?
- Bueno, - ella seguía
jadeando-, las camareras del Pub tenemos colmillos de mejor calidad que
los que vendemos. Se supone que tenemos que dar el
pego.
- Ha sido increíble, ¿crees que saldremos en los periódicos?
- No lo sé, pero ha sido divertido. ¿Te gustó la sangre? Parecía que bebías con ansia.
- Fue una sensación
indescriptible, creía que no podía parar. Al principio me daba asco pero
luego, según me calentaba el cuerpo y sentía que me ardía
el estómago creía que nunca había bebido algo tan delicioso.
- Espero que no quieras repetir - dijo ella -. No siempre voy a estar ahí para ayudarte.
- No, no... Casi me
pillan, no puedo volver a exponerme así. Mi madre cree que estoy en casa
de unos amigos y si me pasa algo por aquí ni siquiera
sabrían donde buscarme.
- Genial, un niño de mamá. Espero que al menos quieras venir a mi casa todavía.
- Sí, claro que quiero - los ojos de los dos ardían de deseo.
- Bien porque te pienso
dejar seco... - Samantha no se había quitado los colmillos postizos pero
Enrique ahora dudaba de que no fueran reales.
Sección de sucesos
Jueves, 8 de octubre de 2009
Vampiros en Londres
Cuando nos aproximamos a la fiesta de
Halloween, esta noche ha sido especialmente terrorífica en las calles
londinenses. Una chica fue atacada por un vampiro que al
parecer estaba acompañado por otro vampiro. La policía estudió su
caso examinando las heridas de su cuello y dio por válido su testimonio.
Además los servicios de urgencia examinaron a la joven y
detectaron una preocupante falta de sangre en su cuerpo. Se encontró
en un estado de Shock y con medio litro menos de sangre en el cuerpo.
Por suerte se recupera favorablemente del susto y su
herida ha sanado con normalidad.
«Me mordió pero no tenía colmillos,
entonces una vampiresa le ayudó mordiéndome y haciéndome la herida para
que él pudiera beber.»
Según los dos testigos que
presenciaron la escena, trataron de reducir al chico vampiro pero una
amiga suya, también vampiresa según testigos, mordió a uno de ellos,
que huyeron presa del pánico.
No es la primera vez que se producen
sucesos en Londres a causa del fenómeno vampiro. Otros jóvenes han
emulado sus juegos de rol y han atacado a los transeúntes,
pero hasta ahora se pensaba que eran jóvenes obsesionados con el
tema vampírico. Esta noche lo sucedido no parece tan fácil de explicar.
¿Existen los vampiros?
Paralelamente un niño de dieciséis
años de edad desapareció esta madrugada y sus padres alegaron que era un
fanático del vampirismo. Investigaciones policiales han
concluido que pudo ser el causante del ataque, al menos así lo
recoge el informe en el que uno de los testigos reconoció su fotografía,
pero no volvió a su casa de noche. Los vecinos dicen que le
vieron en un Pub con ambientación gótica y un testigo dijo que
estaba buscando vampiros de verdad. ¿Los habrá encontrado? ¿Se habrá
convertido en uno de ellos ahora? La familia espera
desesperadamente tener alguna pista sobre su paradero desde hace dos
días, el tiempo que lleva desaparecido.
FIN
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