Aquel día, en la plaza del Mercado Viejo de Ruán llevaon a la hoguera a Juana de Arco, una muchacha que decía haber oído la voz de Dios y estar destinaa a salvar a Francia del saqueo de los ingleses. Ocurrió durante la Guerra de los Cien Años y, fuese verdad o mentira que había oido a Diós lo cierto es que Juana comandó un ejército en el sitio de Orléans y ganó para los franceses una de las batallas más decisivas de la guerra. Y, a pesar de haberse convertido en una heroina nacional Juana de Arco calló en desgracía y fue condenada a morir en la oguera por herejía.
Cuenta la leyenda que aquel día hubo tal exhibición de fanatísmo, que las gargolas despertaron de su sueño de años y arrasaron la ciudad por la noche. Desde las cornisas de la catedral, los monstruos alados y cornudos contemplaron el escalofriante espectaculo de la muerte de una inocente y decidieron vengarla.
Y se dice que a la mañana siguiente aparecieron por las calles de Ruán los cadáveres de cientos de personas, y que todos ellos habían asistido al suplico de Juana de Arco en la Plaza del Mercado, y que todos habían disfrutado viendo cómo se quemaba.
Gárgolas: guardianes frente al mal Se asoman desafiantes en las cornisas de las grandes catedrales góticas. Monstruos infernales, imágenes grotescas, muecas burlonas o animales dantescos. Cualquier representación es buena si consigue su objetivo: custodiar el recinto sagrado de los embates del Maligno. Son las defensoras pétreas, depositarias del encargo divino... Son las gárgolas. La Leyenda que las formó Refiere la tradición oral francesa la existencia de un dragón llamado La Gargouille, descrito como un ser con cuello largo y reptilíneo, hocico delgado con potentes mandíbulas, cejas fuertes y alas membranosas, que vivía en una cueva próxima al río Sena. |
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La Gargouille se caracterizaba
por sus malos modales: tragaba barcos, destruía
todo aquello que se interponía en la trayectoria
de su fiero aliento, y escupía demasiada agua,
tanta que ocasionaba todo tipo de inundaciones. Los habitantes del cercano Rouen intentaban aplacar sus accesos de mal humor con una ofrenda humana anual consistente en un criminal que pagaba así sus culpas, si bien el dragón prefería doncellas. En el año 600 el sacerdote cristiano Romanus llegó a Rouen dispuesto a pactar con el dragón si los ciudadanos de esta localidad aceptaban ser bautizados y construían una iglesia dedicada al culto católico. Equipado con el convicto anual y los atributos necesarios para un exorcismo –campana, libro, vela y cruz–, Romanus dominó al dragón con la sola señal de la cruz, transformándolo en una bestia dócil que consintió ser trasladada a la ciudad, atado con una simple cuerda. La Gargouille fue quemado en la hoguera, excepción hecha de su boca y cuello que, acostumbrados al tórrido aliento de la fiera, se resistían a arder, en vista de lo cual, se decidió montarlos sobre el ayuntamiento, como recordatorio de los malos momentos que había hecho pasar a los habitantes del lugar. |
Sumideros
Sagrados Esta curiosa leyenda, más encantadora que real, viene a explicar el origen de la palabra gárgola como sinónimo de escupir agua con facilidad, intención primigenia de las esculturas ubicadas en las cornisas de iglesias y catedrales medievales. El concepto de una proyección decorativa a través de la cual el agua se expulsase del edificio era conocido desde la antigüedad, siendo utilizado por egipcios, griegos, etruscos y romanos. Mientras que los griegos tenían especial querencia por las cabezas de león, fueron los romanos los que utilizaron estos canalones decorativos con abundancia, tal y como lo demuestran los ejemplares de la ciudad de Pompeya, conservados intactos hasta la actualidad merced a la capa de lava que los cubrió durante la erupción del Vesubio, en el primer siglo de Nuestra Era. |
Aunque cumplen funciones decorativas y simbólicas su principal tarea es desviar el agua de la lluvia para evitar la erosión en los edificios. |
Durante la Edad Media, las
gárgolas se utilizaron como desagües y sumideros
a través de los cuales se expulsaba el agua de
la lluvia, evitando que cayera por las paredes y erosionase
la piedra. Es esta la utilidad a la que se refieren todos los idiomas europeos, cuando idearon palabras para designar estos apéndices arquitectónicos: el italiano gronda sporgente, frase muy precisa, arquitectónicamente hablando, que significa "canalón saliente"; el alemán wasserspeider, que describe lo que una gárgola puede hacer, esto es, escupir agua; el español gárgola y el francés gargouille, que derivan del latín gargula, garganta; o el inglés gargoyle, derivado de los dos anteriores. Las primeras gárgolas aparecen a comienzos del siglo XII. Es en la época del gótico, concretamente durante el siglo XIII, cuando se transforman en el sistema predilecto de drenaje, si bien no todas ellas tenían esta utilidad. Parece que los primeros ejemplos góticos de gárgolas son las que se pueden observar en la Catedral de Lyon, seguidas de las que pueblan Notre-Dame de París. |
Un
arte terrorífico Es raro encontrar una gárgola sola. Generalmente suelen estar agrupadas en hileras, sobre los altos de iglesias y catedrales, a modo de una sociedad de gente de piedra. Las gárgolas del primer gótico apenas si estaban elaboradas, pero según fueron proliferando, el diseño se fue haciendo cada vez más elaborado, transformándose en auténticas obras de arte. El rasgo distintivo de sus expresiones es que nunca eran bellas sino intencionadamente horribles, grotescas o irónicas. En general, el gótico se caracteriza por ser más realista que el románico, con la excepción de las gárgolas, que parecen perpetuar la fascinación, típicamente románica, por las criaturas grotescas y monstruosas. Desde finales del siglo XIII las gárgolas se hicieron más complicadas, abandonándose la representación de animales, que fueron reemplazados por figuras humanas. Aumentaron su tamaño y se transformaron en figuras más exageradas y caricaturizadas. Las connotaciones demoníacas se abandonaron en el siglo XV, cuando se extremaron las poses y expresiones faciales, perdiendo sus significados religiosos y haciéndose más cómicas. |
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Las gárgolas eran
algo más que una decoración funcional,
si bien su significado profundo permanece aún
sin determinar. Entre las numerosas que pueblan los
edificios medievales no se han podido encontrar dos
iguales, demostración de la extraordinaria imaginación
de sus constructores. La documentación contemporánea a su elaboración ofrece muy poca ayuda en la resolución del enigma sobre su significado derivado, en gran medida, de la costumbre medieval por crear ambigüedad, lo que provoca y permite múltiples sentidos. La gran variedad, tanto en formas como en significados, va en contra del uso típicamente medieval, esto es, educativo; si se quería enseñar es evidente que debía entenderse el mensaje transmitido a través de las gárgolas. Es por ello que encontramos gárgolas no sólo en iglesias y catedrales, sino también en edificios seculares y casas privadas. |
Guardianes
de la Fe Son muchas las explicaciones que se han intentado buscar, a lo largo de los siglos, para explicar el significado oculto de las gárgolas. Se han visto como símbolos de lo impredecible de la vida, pues nunca representan especies animales conocidas. En otros casos, se ha dicho que son las almas condenadas por sus pecados, a las que se impide la entrada en la casa de Dios. Esta podría ser una interpretación apropiada, especialmente, para las gárgolas más visibles y terroríficas, que pueden servir como ejemplo moralista de lo que puede ocurrirle a los pecadores. De todas las explicaciones posibles, la más aceptada es aquella que nos habla de ellas como guardianes de la Iglesia, signos mágicos que mantienen alejado al diablo. Esta interpretación puede explicar el porqué de tan diabólicos y espantosos aspectos y su ubicación fuera del recinto sagrado. |
Una de las teorías explica que se creaban como protectoras de la Iglesia. |
Esta línea argumental
es la seguida por Richard de Fournival, Obispo de Amiens
en el siglo XIII, y autor de Roman d’Ablandane,
donde cuenta cómo el maestro cantero Flocars
hizo dos gárgolas de cobre, que situó
en la puerta de entrada a la ciudad de Amiens, con la
intención de que evaluaran las pretensiones de
todo aquel que quisiera entrar en ella. Si el individuo era malévolo, las gárgolas escupían un veneno sobre él que lo mataba; por el contrario, si era una buena persona, los guardianes se encargaban de escupir oro y plata. |
También se utilizaron figuras grotescas. |
Señales
Demoníacas Entre las posibles interpretaciones que se han atribuido a las gárgolas destacan aquellas que las asimilan a representaciones del demonio, tan presente en el imaginario colectivo medieval, que recuerda al cristiano la necesidad de seguir los preceptos religiosos si quiere escapar del infierno. Así, muchas de las llamadas gárgolas grotescas parecen representar a dragones, diablos y demonios, símbolos del mal para el cristiano de la Edad Media. El dragón fue el animal fantástico más reproducido por el arte medieval. La palabra dragón deriva del sánscrito dric, que significa "mirar", en referencia a la capacidad de este animal para destruir con sus ojos. |
Mientras que otros, como
el león, podían alternar su carácter
maléfico y benéfico, según la representación
que se considerase, el dragón siempre ha significado,
dentro del arte occidental, maldad y destrucción.
De esta forma, muchas veces se ha representado al diablo
como un dragón. Aunque el arte medieval no predeterminó una representación fija del dragón, sí puede observarse en todos ellos la existencia de alas semejantes a las de un murciélago, animal asociado a la oscuridad y el caos. Alas que, probablemente, indican el origen angélico del demonio. Como es de sobra conocido, antes que Lucifer se revelase y fuera expulsado del paraíso, era el más bello de todos los ángeles. Pero cuando cayó, toda su belleza se transformó en fealdad, cambiando su nombre por el de Satán, que significa "adversario u oponente". Si uno es el diablo, Satán, muchos son los demonios, espíritus maléficos servidores del ángel caído. Su representación en la iconografía medieval recoge todo lo que de repugnante y desagradable tenía la naturaleza: si Dios era el Creador de todas las cosas bellas, su oponente, Satán, sólo podía representar lo feo, sórdido y despreciable. Ciertas gárgolas muestran estas características, sólo atribuibles al demonio y sus servidores. Si bien la apariencia externa es humana, hay numerosos signos demoníacos: los cuernos, las orejas animales puntiagudas, los colmillos, las barbas, las alas membranosas, la cola, los pies en forma de patas hendidas y desgarradoras, los cuerpos desprovistos de vello y el semblante amenazador... Una gárgola con alguna de estas características, sino todas, era inmediatamente asociada al mal, por parte de sus espectadores medievales. La fisionomía polimórfica de estas gárgolas diabólicas era la expresión perfecta de la habilidad del demonio para transformarse, para presentarse ante el cristiano desprevenido bajo diversos disfraces. Los guardianes de la nocheGrifos, Gárgolas, Quimeras… bestias mitológicas y legendarias que desde sus atalayas contemplan el paso de los siglos en perturbador silencio. Guardianes pétreos de antiquísimos templos, figuras grotescas y retorcidas, seres que aparecerán en las peores pesadillas de todos aquellos que intenten penetrar en su territorio defendido. Seres que en las noches más oscuras, cobran vida y sobrevuelan sus dominios hasta que, al alba, retornan a sus pedestales inmortales, a la espera de que los primeros rayos de sol, los vuelvan a convertir en piedra.Gárgola (del francés gargouille > gargouiller ‘producir un ruido semejante al de un líquido en un tubo’, latín gargărīzo y griego γαργαρίζω ‘hacer gárgaras’), parte sobresaliente de un caño que sirve para evacuar el agua de lluvia de los tejados. En la arquitectura da la edad media, especialmente en el arte gótico, son muy usadas en iglesias y catedrales y suelen estar adornadas mediante figuras intencionadamente grotescas que representan hombres, animales, monstruos o demonios. Probablemente, tenían la función simbólica de proteger el templo y asustar a los pecadores. Esto se mantuvo, aunque con menor desarrollo, en la arquitectura renacentista española o incluso en algunas iglesias barrocas. Es un error extendido llamar gárgolas a cualesquiera figuras grotescas o monstruosas contenidas en iglesias medievales; sólo se pueden calificar como tales las que se ajusten a la función antes especificada. Así, por ejemplo, las famosas figuras monstruosas de función puramente decorativa instaladas por Viollet-le-Duc en la catedral de Notre Dame de París deben ser denominadas quimeras, y no gárgolas.
(Wikipedia)
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Refiere la tradición oral francesa la existencia de
un dragón llamado La Gargouille, descrito como un ser con cuello largo y
reptilíneo, hocico delgado con potentes mandíbulas, cejas fuertes y
alas membranosas, que vivía en una cueva próxima al río Sena.
La Gargouille se caracterizaba por sus malos
modales: tragaba barcos, destruía todo aquello que se interponía en la
trayectoria de su fiero aliento, y escupía demasiada agua, tanta que
ocasionaba todo tipo de inundaciones.
Los habitantes del cercano Rouen intentaban aplacar
sus accesos de mal humor con una ofrenda humana anual consistente en un
criminal que pagaba así sus culpas, si bien el dragón prefería
doncellas.
En el año 600 el sacerdote cristiano Romanus llegó a
Rouen dispuesto a pactar con el dragón si los ciudadanos de esta
localidad aceptaban ser bautizados y construían una iglesia dedicada al
culto católico.
Equipado con el convicto anual y los atributos
necesarios para un exorcismo –campana, libro, vela y cruz–, Romanus
dominó al dragón con la sola señal de la cruz, transformándolo en una
bestia dócil que consintió ser trasladada a la ciudad, atado con una
simple cuerda.
La Gargouille fue quemado en la hoguera, excepción
hecha de su boca y cuello que, acostumbrados al tórrido aliento de la
fiera, se resistían a arder, en vista de lo cual, se decidió montarlos
sobre el ayuntamiento, como recordatorio de los malos momentos que había
hecho pasar a los habitantes del lugar.
Sumideros Sagrados
Esta curiosa leyenda, más encantadora que real,
viene a explicar el origen de la palabra gárgola como sinónimo de
escupir agua con facilidad, intención primigenia de las esculturas
ubicadas en las cornisas de iglesias y catedrales medievales.
El concepto de una proyección decorativa a través
de la cual el agua se expulsase del edificio era conocido desde la
antigüedad, siendo utilizado por egipcios, griegos, etruscos y romanos.
Mientras que los griegos tenían especial querencia
por las cabezas de león, fueron los romanos los que utilizaron estos
canalones decorativos con abundancia, tal y como lo demuestran los
ejemplares de la ciudad de Pompeya, conservados intactos hasta la
actualidad merced a la capa de lava que los cubrió durante la erupción
del Vesubio, en el primer siglo de Nuestra Era.
Durante la Edad Media, las gárgolas se utilizaron
como desagües y sumideros a través de los cuales se expulsaba el agua de
la lluvia, evitando que cayera por las paredes y erosionase la piedra.
Es esta la utilidad a la que se refieren todos los idiomas europeos,
cuando idearon palabras para designar estos apéndices arquitectónicos:
el italiano gronda sporgente, frase muy precisa, arquitectónicamente
hablando, que significa “canalón saliente”; el alemán wasserspeider, que
describe lo que una gárgola puede hacer, esto es, escupir agua; el
español gárgola y el francés gargouille, que derivan del latín gargula,
garganta; o el inglés gargoyle, derivado de los dos anteriores.
Las primeras gárgolas aparecen a comienzos del
siglo XII. Es en la época del gótico, concretamente durante el siglo
XIII, cuando se transforman en el sistema predilecto de drenaje, si bien
no todas ellas tenían esta utilidad.
Parece que los primeros ejemplos góticos de
gárgolas son las que se pueden observar en la Catedral de Lyon, seguidas
de las que pueblan Notre-Dame de París.
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