Lilith se encontraba en el paraíso a la hora de la
expulsión de Eva y Adán, con tan mala suerte para
las serpientes que Lilith estaba también en aquel
manzano. Comía feliz limones y manzanas mientras
observaba con gusto infinito que Eva y Adán habían
aprendido a usar del sexo. Estaban entusiasmados
inaugurando lugares sombríos y distintas posturas,
imparables en aquello del reconocimiento inicial.
En este momento Lilith no era astuta y la serpiente
pasaba por ahí. Simplemente asistían a la naturaleza
desde aquel árbol. La sombra del arbusto era remanso
de frescura para los novatos e incansables amantes,
que fueron pillados en ese lugar por el Todopoderoso,
in fraganti. Puede dar fe Lilith de que la cosa del sexo
entre ellos no había empezado allí, si el Hacedor lo
hubiera querido evitar hubiera llegado antes o no los
hubiera sexuado.
Dios, como un niño malcriado que no sabe qué hacer
con la culpa, condenó lo que más a la mano tenía, a las
serpientes a arrastrarse por siempre y a las manzanas
a ser frutos prohibidos por el hecho de estar en el
lugar y en la hora equivocada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario