Mucho se ha escrito acerca del Tratado sobre los vampiros del monje benedictino y exégeta francés Dom Agustín Calmet, de modo que no entraremos desparramar nuestra opinión sobre el asunto. Baste decir que la obra fue minuciosamente despedazada por Voltaire, quien acusó a Dom Calmet de candoroso, entre otras valoraciones menos simpáticas.
Dom Agustín Calmet escribió dos libros que analizan el tema de los vampiros, y que luego se fundieron en una sola obra monolítica: Disertaciones
sobre las apariciones de ángeles, demonios, espíritus, resucitados, y
vampiros de Hungría, Bohemia, Moravia, y Silesia (Dissertations
sur les Apparitions des Anges, des Démons et des Esprits, et sur les
revenants, et Vampires de Hongrie, de Boheme, de Moravie, et de Silésie).
El estudio fue publicado en 1746, y con el tiempo se transformó en una especie de Biblia de los vampiros, un compendio donde se reunía todo el saber -dudoso, por cierto- sobre los vampiros y sus andanzas en Europa oriental. Claro que los vampiros de Dom Calmet no siempre son los espectros necrófagos que uno esperaría encontrar. Por el contrario, muchas de las historias de vampiros vertidas en el tratado no pasan de meras anécdotas etílicas, como aquella en la cual un vampiro
retorna al hogar, no para cebarse en la sangre de sus familiares, sino
para exigir que se le siga colocando un plato en la mesa.
El Tratado sobre los vampiros
-título que posteriores traducciones han considerado más oportuna-
versa sobre estas cuestiones pueriles: apariciones mezquinas y vampiros de personalidad inocua. Veamos una de las descripciones de Dom Calmet sobre ellos:
(Los vampiros) son
hombres muertos desde hace un tiempo considerable, más o menos
prolongado, que salen de sus tumbas e inquietan a los vivos, les chupan
la sangre, se les aparecen, provocan golpes en sus puertas y en sus
casas, y, en fin, a menudo les causan la muerte. Se les da el nombre de vampiros o de Upires, que significa en eslavo, según dicen, sanguijuela.
Hasta dónde sabemos, no existen versiones digitales completas del Tratado sobre los vampiros, al menos en español, de manera que les dejamos apenas un breve párrafo de la obra, y nos retiramos señalando el camino hacia cualquier buena biblioteca dedicada a estos confusos estudios.
Tratado sobre los vampiros, Dom Calmet.
-Fragmento-.
...Quieres
ser informado de todo lo que acontece en Hungría a propósito de algunos
que resucitan y dan muerte a muchas gentes del país.
Puedo
hablar de ello con fundamento, ya que he estado varios años en esas
tierras y soy curioso por naturaleza. He escuchado muchas veces narrar historias infinitas, o hechas pasar por tales, sobre los espíritus
y sus sortilegios, pero apenas he creído una sola. Sobre este punto
conviene ser cauteloso, y siempre se corre peligro de resultar engañado.
Hay, sin embargo, ciertos hechos que no se puede menos que creerlos. En
fin, en cuanto a los resurrectos de Hungría el asunto es el siguiente:
Una
persona enferma, pierde el apetito, adelgaza evidentemente, y al cabo
de ocho, diez, a lo sumo quince días, muere sin fiebre, sin ningún otro
síntoma fuera de la magrez y la extenuación.
Se dice comúnmente
en esos países que ello proviene de un resucitado que le asalta y le
chupa la sangre. La mayor parte de los atacados de este mal cree ver un
espectro blanco que lo sigue por todas partes, como la sombra al cuerpo.
Cuando estábamos acuartelados en el banato de Temeswar, entre los
valacos, dos soldados de la compañía en la cual yo era corneta, murieron
de este mal, y muchos también que estaban atacados habrían muerto, si
un cabo de nuestra compañía no hubiera hecho cesar el mal con un remedio
que suelen practicar los paisanos.
Es uno de los más singulares, y si bien es infalible, jamás lo he leído en ningún ritual. Escuche.
Se
busca un joven que pueda creerse aún virgen: se le hace montar en pelo
sobre un caballo que nunca haya sido apareado, y de pelo enteramente
negro, y se le pasea por el cementerio pasando encima de todas las
sepulturas; aquella sobre la que el animal se resista a pasar, no
obstante forzárselo a ello con insistencia, se juzga que contiene un vampiro.
Se
abre el sepulcro y allí se encuentra un cadáver tan carnoso y bello
como si fuera un hombre en tranquilo, dulcísimo sueño; se rompe con una
zapa el cuello del cadáver y brota en abundancia sangre viva y roja. Se
juraría que el hombre que se degüella fuese de los más sanos y
vivientes. Se cubre de nuevo la sepultura, con la seguridad que la
enfermedad cesa, y cuantos estaban afectados de ella recuperan poco a
poco las fuerzas, como personas extenuadas por una larga dolencia.
Así
sucedió con nuestros soldados que estaban enfermos. Yo era en aquel
tiempo comandante de la compañía, en ausencia de mi capitán y del
lugarteniente, y me desagradó en extremo que sin mí el cabo hubiera
hecho esa experiencia. Me contuve con esfuerzo para no obsequiarle con
múltiples bastonazos, mercancía que se da a muy buen precio en las
tropas del emperador. Hubiera pagado muchísimo por encontrarme presente
en aquella operación, pero fue necesario tener paciencia.
Dom Calmet (1672-1757)
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