El Capitán Fisher nos contó esta historia extraordinaria, conectada con su propia familia.
-Fisher,
-dijo el capitán- puede sonar un nombre plebeyo, pero su familia es de
antigua estirpe, y por varios siglos poseyeron un curioso lugar en
Cumberland, que tenía el extraño nombre de Granja Croglin. La
característica de la casa era que nunca, en ningún período de su larga
existencia, ha habido más que un alto, aunque siempre tuvo una terraza
desde la cuál grandes terrenos se extendían hacia donde había una
iglesia, y desde donde se tenía una gran vista.
A lo largo de los
años, los Fisher acrecentaron su fortuna y número en la Granja Croglin.
No quisieron cambiar los detalles del lugar construyendo otra torre, y
se marcharon hacia el sur, para residir en Thorncombe, cerca de
Guildford, dejando la Granja Croglin.
Los Fisher fueron
afortunados con sus inquilinos, dos hermanos y una hermana. Ellos
escucharon sus encomiables palabras acerca de todos los cuartos. Sus
vecinos eran buenos y gentiles, les dieron una gran bienvenida. Por su
parte los nuevos inquilinos se vieron muy a gusto en la nueva
residencia. Era como si la Croglin hubiese sido hecha para ellos.
El
invierno pasó felizmente para los nuevos habitantes, quienes compartían
los placeres sociales, haciéndose muy populares. Al otro verano, hubo
un día, muy particular, de terrible calor, casi insoportable. Los
hermanos estaban bajo un árbol, con sus libros. Habían cenado temprano, y
luego se sentaron en el porche, disfrutando del aire fresco de la
noche, y observaron la puesta del sol, y la salida de la luna sobre las
copas de los árboles que separaban los campos del cementerio de la
iglesia.
Cuando se separaron por la noche, cada uno se retiró a
su cuarto en la planta baja (no había escaleras en esa casa), la hermana
sintió que el calor era tan intenso que no podía dormir y habiendo
trabado su ventana, apoyada en sus almohadones, se quedó viendo la
espléndida belleza de esa noche. Gradualmente, notó dos luces, dos luces
que parpadeaban, entre los árboles que separaban el jardín de los
campos de la iglesia; y, a medida que su vista se posó en ellas, las vio
emerger, y componerse en una sustancia oscura, horrible, que parecía
acercarse más y más, aumentando en tamaño a medida que se aproximaba.
Durante algunos momentos se perdía entre las sombras que se extendían
por el jardín, desde los árboles, y luego volvía a emerger, más grande
que antes, y aún avanzando. Mientras observaba, el más incontrolable
horror se apoderó de ella. Intentó salir, pero la puerta estaba cerrada y
la ventana también, y aún la cosa se acercaba a ella. Trató de gritar,
pero su voz estaba paralizada, su lengua pegada al paladar.
Ella
nunca pudo explicarlo: el terrible objeto pareció volverse sobre un
lado, como si fuera a rodear la casa. Inmediatamente ella saltó de la
cama y acometió contra la puerta; y mientras trataba de destrabarla
comenzó a escuchar scratch, scratch, scratch, contra la ventana, y vio
un horrible rostro marrón con ojos ardientes que la miraba.
Aterrorizada, regresó a la cama, pero la criatura continuaba rascando la
ventana, scratch, scratch, scratch. Sintió una especie de alivio cuando
se convenció que la ventana estaba bien cerrada desde el interior.
Súbitamente el rasqueteo cesó, y se escuchó una especie de sonido como
de picotazo. Luego, en su agonía, ¡se dio cuenta que la criatura estaba
picando la unión de los vidrios! El ruido continuó, y un panel de vidrio
cayó dentro de la habitación. Luego el largo y huesudo dedo de la
criatura ingresó y giró la manija de la ventana. La misma se abrió, y la
criatura entró en la habitación, y el terror de la chica fue tan
intenso que no pudo gritar. La criatura entrelazó sus largos dedos en el
cabello de ella, y comenzó a arrastrarla por la cama. En esta situación
violenta se hirió la garganta.
Cuando pasó esto, su voz se
liberó, y gritó con todas sus fuerzas. Sus hermanos se despertaron, pero
la puerta estaba cerrada por dentro. Fueron a buscar un atizador y
rompieron la cerradura y entraron. Entonces la criatura ya había
escapado por la ventana. Ella sangraba por una herida en la garganta, y
yacía inconciente a un lado de la cama. Un hermano persiguió a la
criatura, que corría bajo la luz de la luna, hasta que desapareció sobre
el muro de los límites del camposanto. El hermano regresó junto a su
hermana. Ella estaba malherida, y estuvo por morir; pero era de
disposición fuerte, no se dejaba llevar por el romance o la
superstición, y cuando volvió en sí, dijo:
-Lo que pasó fue
extraordinario, y estoy herida. Me parece inexplicable, pero por
supuesto habrá una explicación, y tenemos que encontrarla. Debe ser que
algún lunático ha escapado de un asilo y ha venido hasta aquí...
La
herida curó, ella se recompuso, pero el doctor que fue a atenderla no
podía creer que se hubiese recuperado de tan terrible shock tan
fácilmente, e insistió que ella tenía que cambiar de paisaje; así que su
hermano la llevó a Suiza.
Siendo una chica sensible, cuando fue
al extranjero, se interesó por las novedades locales: secó plantas, hizo
dibujos, escaló montañas, y, cuando llegó el otoño, fue quien urgió a
sus hermanos de regresar a Croglin. -La tenemos desde hace siete años,
-dijo- y solo hemos estado allí uno. Siempre hemos tenido dificultades
para encontrar casas con solamente un alto, así que será mejor que
regresemos. Los lunáticos no se escapan todos los días.
Y como
ella los urgió, regresaron a Cumberland. Ya que no había escaleras en la
casa, les fue difícil hacer grandes cambios en su disposición. La
hermana ocupó la misma habitación, aunque jamás volvió a dejar abierto
los postigos. Los hermanos tomaron la habitación opuesta a la de su
hermana, y siempre tenían pistolas cargadas.
El invierno pasó
pacíficamente. En marzo, la hermana se despertó una noche por un sonido
que le recordó el scratch, scratch, scratch, sobre el vidrio de la
ventana. Y mirando a la ventana, pudo ver en el panel superior, el mismo
rostro marrón, horripilante y arrugado, con ojos brillantes, mirándola
fijamente. Esta vez gritó tan fuerte como pudo. Sus hermanos salieron
del cuarto, con las armas en la mano, y vieron que la criatura huía por
el jardín. Uno de ellos hizo fuego y le dio en una pierna, pero la cosa
siguió corriendo, hacia la pared de la iglesia, donde desapareció dentro
de una bóveda que perteneció a una familia que habíase extinto hacía
mucho tiempo.
Al siguiente día los hermanos llamaron a todos los
inquilinos de Croglin, y fueron a abrir la bóveda. Una horrible escena
se reveló. La bóveda estaba repleta de cajones; todos rotos, y sus
contenidos horriblemente despedazados y desfigurados, esparcidos en todo
el piso del lugar. Un solo ataúd permanecía intacto. Levantaron la tapa
y ahí estaba, marrón, reseco, arrugado, momificado, pero aún entero, la
misma horripilante figura que se veía por la ventana de Croglin, con la
marca de un reciente disparo en la pierna.
Hicieron lo único que podía hacerse con un vampiro: lo quemaron.
Augustus Hare (1834-1903)
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