lunes, 12 de noviembre de 2012

El color de mis ojos



Mi nombre es Morgana, y tengo 250 años. Sí, como lo leéis, 250 años.
Todo ocurrió a mediados del siglo XVIII, cuando contaba 22 años de edad. Eran tiempos oscuros, donde los aquelarres y la quema de brujas estaban a la orden del día, en una sociedad ignorante y supersticiosa, al tiempo que ejercían una poderosa influencia sobre jóvenes como yo.
Tras varios intentos, una noche decidí reunirme en el bosque con amigas y conocidas para participar en uno de aquellos ritos. Verdaderamente, no recuerdo muy bien qué pasó. Mis recuerdos son confusos debido a las bebidas y al olor del humo que despedía la hoguera. Lo que sí recuerdo con claridad es encontrarme gritando con ellas ante el fuego, alzando los brazos e invocando al mismísimo diablo y a todos los espíritus oscuros en busca de lo que queríamos.
En base fue muy sencillo. Un simple pacto, un deseo cumplido… a cambio de algo. Cierro los ojos y aún veo aquel hermoso ser de apariencia humana, con el pelo tan largo y negro como la piel blanca.
- “Pídeme lo que quieras”. Mis labios pronunciaron un único deseo: la juventud eterna.

- “Muy bien, pero para ello deberás robarles la juventud a los mortales. Cuando los mates su alma será mía. Utilizarás tu cuerpo y tu belleza para atraparlos y los envolverás con tus ojos. Así conseguirás lo que tú quieres, y lo que quiero yo”.

En aquel momento ni siquiera pensé en lo que ello implicaba. Levanté la mirada con orgullo y arrogancia y acepté.
A través de los años he tenido que cambiar mi identidad, mi vida, mi nombre,… he visto cosas que ningún mortal verá jamás. He visto guerras, tratados, descubrimientos,… en fin, he visto como todo en la vida cambia y evoluciona. Lo que no cambia es mi cuerpo. Sigo joven y bella, pero soy una anciana atrapada en un cuerpo joven, una anciana que se sigue sintiendo joven a pesar de sus 250 años, y para ello sigue matando.
Y la forma de hacerlo es básicamente la misma. Ahora es más fácil. Salgo en la gran ciudad donde vivo, y me pierdo entre la gente. Un bar, una terraza, una discoteca,… que más da. Miro a mi alrededor y escojo a la que será mi próxima víctima, normalmente chicos jóvenes entre 20 y 30 años. De forma fría los atraigo, los miro y los envuelvo en mis ojos claros mientras los atrapo en mi red. Es el placer de la caza. Ninguno se resiste. Entonces los arrastro literalmente a cualquier lugar tranquilo, y mientras los beso les arranco lentamente la vida, y con ella la juventud que necesito para vivir yo. Y miro en sus ojos y veo como nadan, o flotan, en mis ojos azules. Algunos de ellos se dan cuenta de lo que ocurre, pero ya es demasiado tarde. Su deseo es mayor por mí, y por lo que ven en la profundidad de mis ojos claros, donde se pierden… para siempre.
Esto ocurre cada 5,6,… 8 días como máximo. Sin embargo, hay noches que me despierto gritando y tocándome para ver que aún soy joven, mientras las ansias de matar se apoderan de mí. Entonces salgo de caza a por una víctima más a quien arrancarle lo que necesito para vivir. Porque sé que, si no lo hiciera, acabaría convirtiéndome en cenizas. Hay días en los que simplemente lo haría, pero mi sed es tan grande que no puedo hacerlo, hay algo que me impulsa a buscar mi siguiente víctima, a seguir robándoles la juventud.
Hace tiempo que dejé de ser humana. Me he vuelto insensible, mi corazón es de hielo y ya no me importa. Las razones son muchas. No sólo el placer de la caza, o el que siento al matar, sino que no puedo estar mucho tiempo con alguien, porque no envejezco. Mi vida pasa a saltos entre distintas ciudades, trabajos, amantes y entre la gente que voy conociendo.
Y hay noches en las que creo que no podré parar nunca, que no podré dejar de atrapar y matar gente, al tiempo quelos envuelvo y hago caer en mi tela de araña… con mis ojos azules. Y entonces me pregunto:
¿Realmente quiero parar? 





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