Poco después del Abrazo de Augustus
Giovanni, Japheth y el propio Cappadocius
cayeron nuevamente en letargo. La suma
sacerdotisa Constancia asumió el liderazgo del
Templo de Erciyes, mientras que Augustus
Giovanni comenzaba a Abrazar nuevos
chiquillos en Venecia y aumentaba el
poder nigromántico de su familia.
Mientras dormía Cappadocius tuvo la
tercera y más vívida de sus revelaciones.
Cappadocius se encontró en medio de un
fuego sangriento que se extendía para
devorar a todos sus chiquillos, mientras
figuras sombrías permanecían más allá de las
llamas, riendo al contemplar el destino
del clan. Cuando ardió hasta quedar en nada,
una chispa resplandeciente se elevó entre
sus cenizas, subiendo al Cielo. Cappadocius se
dio cuenta de que su clan estaba
condenado.
El Antediluviano se despertó de su letargo
y partió de inmediato hacia Roma,
abandonando el Templo de Erciyes. Su
búsqueda lo llevó hasta una serie de catacumbas
secretas excavadas bajo el palacio del
Papa. Allí, entre libros prohibidos sobre
prácticas satánicas y magia tántrica, y
los fundamentos de todas las herejías del mundo,
encontró los fundamentos que le llevarían
a la apoteosis. Era necesario que adquiriese
la divinidad, que bebiese la esencia de
Dios y ocupara su lugar. Trabajó con pasión
tratando de encontrar un modo de escapar
de su destino, creyendo que si fallaba,
condenaría al mundo entero. Tras reunir
todos los libros, rollos y documentos que
podía necesitar, Cappadocius abandonó
Roma.
Refirió su visión a Japheth por medio de
sus sueños. Aunque Cappadocius
desconocía cuándo llegaría su terrible
destino, sabía que debía trabajar rápidamente
para ascender a la Divinidad. La visión
le proporcionaba un sentimiento apremiante de
urgencia para buscar una forma de cambiar
el futuro, o por lo menos intentarlo. Habló
de la Unción, un elaborado ritual fruto
de la investigación de milenios, que le haría uno
con los poderes unificados de la luz y la
oscuridad, otorgándole un poder infinito sobre
la vida y la muerte. Su apoteosis
congelaría el ciclo entre ambos estados, otorgando a
todos los seres vivos el don de la vida
eterna. Ningún alma podría ser destruida ni
expulsada de la Tierra. Con la muerte
alejada para siempre, todas las criaturas vivirían
una existencia perfecta y perpetua bajo
su benévolo cuidado.
Al despertar, Japheth transmitió la visión
de Cappadocius al resto del clan.
Comunicó la noticia en una reunión en
Erciyes, estremeciendo a todos los asistentes. Los
más sorprendidos fueron los vampiros de
la familia Giovanni: tenían la impresión de que
se les había otorgado la inmortalidad para
arrebatársela de un golpe. Se dieron cuenta
de que el vampirismo era una espada de
doble filo y no el atajo al poder que su líder
había esperado.
Los demás Capadocios de Erciyes
reaccionaron de formas distintas a la noticia.
Los más devotos cristianos consideraban
que la intención de Cappadocius de ocupar el
lugar de Dios en el Cielo era una
blasfemia, pero de alguna apreciaron su convicción.
Los seguidores de la Senda de lo Huesos
se negaban a creer que la derrota de la muerte
resultase en la vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario