jueves, 29 de marzo de 2012

Vampiros en el siglo XXI

Belek, el enano vampiro de Flores.

Buenos Aires esconde algunos vampiros siniestros, circenses, y genéticamente desdichados, tales como Belek, el enano vampiro de Flores.

Nadie mejor que el numismático y podólogo de Villa Crespo, el profesor Lugano, para administrarnos esta leyenda retacona.


En los años sesenta, o setenta -oscurece nuestro especialista- llegó a la Argentina el Circo de los Zares, una compañía intinerante de recursos modestos e ideología monárquica.

Cierto día, su dueño, Boris Loff, encontró a Belek, un enano prusiano de ascendencia húngara, succionando prolijamente el cogote de un mono tití, cuyo nombre no ha trascendido. Belek fue expulsado de la compañía, no sin antes recibir una buena dosis de reprimendas capitalistas, y se refugió en la zona de Flores, barrio grisáseo y fantásmagórico de Buenos Aires.

Deambuló varios días sin hallar ninguna clase de compasión por sus tendencias hematófagas, hasta que encontró una vieja casona abandonada en la calle Recuerdo, esquina Castañón.

Belek se refugió entre escombros y muebles putrefactos, hasta que tuvo hambre. "¡Y qué lija!", asegura hoy un comerciante de embutidos de la zona. El asentamiento de Belek coincide con otro hecho ominoso. Los gatos comenzaron a desaparecer.

Primero fueron los famélicos gatos callejeros. Luego los achanchados felinos burgueses. Belek los bebía estando vivos, de una larga y licuefacta succión. Con la piel de sus víctimas confeccionó un pituco sobretodo.

Los vecinos de Flores comenzaron a hablar de vampiros. Algunos, incluso, aseguraron a viva voz haber visto a un niño-vampiro ululando por la calle Asamblea. Otros, menos cautos, informaron que el vampiro no era un niño, sino un enano, y ruso, además, detalle que alarmó especialmente a los comerciantes.

La venta de ajo creció a un ritmo vertiginoso. Las correrías de Belek llegaron a ser atestiguadas en regiones tan míticas como Cnel Bonorino. Dos agnósticos fueron masticados en el pasaje Cipoletti, una señorita fue tarasconeada en los tobillos mientras esperaba en la parada del 63, y un robusto armenio fue bestialmente chupado en el pasaje Pernaut.

Los casos se multiplicaron por todo el barrio. La prensa se hizo eco de las denuncias más alocadas, como la de Noemí Balestierra, enfermera de profesión y maestra pizzera por necesidad, quien declaró en una rueda de prensa que el enano no sólo era un vampiro, sino que defendía una postura marxista.

Pronto se organizaron ruedas de vecinos y comedidos que recorrían las calles portando pitos y estacas. La iglesia de Flores aumentó su producción de agua bendita de un modo que sólo puede calificarse de milagroso. El párroco local, Sergio Primitivo, encabezó una liturgia incendiaria, y conminó a sus ovejas -Dios mediante- a exterminar debidamente al esperpento que aterrorizaba a los buenos cristianos de la zona y a uno o dos judíos.

Era sábado, temprano, cuando agarraron al enano. Unos muchachos que jugaban a la pelota cerca de la Plaza de la Misericordia advirtieron un bulto sanguinolento entre los yuyos. Era Belek, vestido con el pellejo de sus banquetes gatunos.

Fue atrapado con la red de un arco. Nadie se atrevió a interpelarlo. El enano se contorsionaba como un cascarudo descomunal. Antes de llegar a la iglesia, para su cristiana ejecución, Belek cortó la red con los dientes y disparó hacia el cementerio.

Todavía vive allí. Muchos lo han visto correteando entre las tumbas, mascando tibias resecas y emitiendo quejidos guturales, que algunos alcahuetes han confundido con el ruso. De vez en cuando se lo ve orinando vilmente junto al paredón del cementerio, acechando a los incautos que todavía no creen en vampiros.


Cementerio de vampiros.

Recientemente hablábamos del célebre vampiro del cementerio Highgate, y pronto descubrimos que éste no es el único ejemplo de vampirismo en los cementerios. Hoy daremos cuenta de un ominoso descubrimiento arqueológico en Lesbos, relacionado con una plaga de vampiros -imaginarios o no- que asolaron aquella región.




El cementerio vampírico de Lesbos.

El cementerio está ubicado en Mytilene, capital de la isla de Lesbos, Grecia, parte de la cadena de ínsulas del mar Egeo. En abril de 1994 un grupo de arqueólogos de la Universidad de Columbia descubrieron una serie de esqueletos perfectamente alineados en tumbas regulares. Todos ofrecían la curiosidad de haber sido estaqueados en el tórax con varas de hierro de un metro de largo, y atravesados por la boca con estacas de madera, parcialmente conservadas.

Repasando las crónicas de viajeros del siglo XIX, los arqueólogos recogieron una especie de histeria masiva en torno a una supuesta plaga de vampiros en la región, la cual fue abordada con el mayor rigor imaginable.

Las crónicas hablan de una invasión de Vrykolakas, aquella raza de vampiros que habitó el folklore griego durante siglos. El método que se utilizó en el cementerio de Lesbos para lidiar con estos vampiros pertenece a la tradición de los balcanes, que además de atravesar el corazón de los vampiros también propone asegurarlos con estacas de hierro a la altura de la pélvis, y rematar la operación con estacas de madera obturando la boca y asegurándolos al fondo de la tumba.

Uno de los que aportó mayores datos al misterio del cementerio de Lesbos fue el vicecónsul británico Charles Newton, quien menciona haber visto cómo se daba cazaba a estos vampiros y cuáles éran las operaciones necesarias para asegurarse de que no regresen al mundo de los vivos (Travels and Discoveries in the Levant, 1850).

Recordemos que Grecia es dueña de una riquísima tradición vampírica, más antigua, incluso, que la palabra "vampiro". La concepción helénica del retorno de la tumba posee rasgos verdaderamente arcaicos, relacionados con el Olimpo y el Hades. Para la mentalidad griega (mentalidad clásica, aclaramos) la realidad de ultratumba no se dividía únicamente entre la moradas de los bienaventurados y los condenados. Los campos Elíseos y el Hades son apenas dos extremos entre una infinidad de matices. En el medio habitan realidades y condiciones de existencia ciertamente terroríficas. Si trasladasmos el tema al vampirismo, quien mejor describe el porqué del alzamiento de los vampiros de sus sepulcros es nada menos que el mismísimo Eurípides, quien declara:

Al morir, tal vez la Tierra y el Mar rechacen mi carne.


Esta frase letal resume perfectamente el concepto de Vampiro en la mitología griega: un ser exiliado, sin lugar en el cielo y el infierno. La tierra y el mar no le darán descanso. Su condena, trágica y circular, es ser vomitado periódicamente al mundo de los mortales.



Como invitar a un vampiro.

La leyenda afirma: ningún vampiro puede entrar en una casa a menos que sea invitado.

Veamos de dónde proviene esta extraña creencia.


Charles Nodier, no sin dudar, señala que los vampiros sólo pueden entrar en una casa si son invitados por el dueño, y que esta invitación se prolonga aún después de la muerte del propietario. Incluso apunta un caso en el que un vampiro entraba y salía a gusto de un burdel de Lyon doscientos años después de haber sido invitado a dicho establecimiento.

En un opúsculo alemán titulado: Wie man einen Vampir einlädt, escrito en el siglo XVIII, se asegura que los vampiros no pueden entrar en una casa si no son invitados, pero sí pueden hacerlo en un establecimiento público.


Citamos un decálogo atribuido a Voltaire:
  • Los vampiros pueden entrar en un edificio público (bibliotecas, tiendas, letrinas) sin necesidad de ser invitados.
  • Los vampiros solo pueden entrar en una casa si son invitados.
  • El anfitrión no necesita saber que está invitando a un vampiro.
  • El anfitrión debe ser un residente de la casa, no necesariamente el dueño de la propiedad.
  • La invitación no puede retirarse sin el debido ritual. El vampiro, mientras dure la invitación, puede entrar en la casa a través de puertas, ventanas y otras aberturas menos ortodoxas.
  • Si un vampiro intenta entrar a una casa sin invitación, un muro energético se lo impide.
  • Los vampiros no necesitan invitaciones para entrar en hoteles y otras casas de hospedaje.
  • Los vampiros pueden entrar en casas abandonadas.
  • Los vampiros pueden entrar en la casa de otros vampiros sin ser invitados.
  • Las habitaciones privadas (dormitorios) son considerados como residencia. De modo que si alguien invita a un vampiro a entrar en su cuarto éste no podrá acceder al resto de las dependencias.

El historiador inglés Walter Map (De Nagis Curialum) relata la historia de una monja de Burdeos acosada por un párroco vampiro llamado Pailledure. Durante 40 noches el vampiro arañó la ventana de la piadosa monja, solicitándole que abra en los términos más injuriosos. Hastiada por la falta de sueño, la hermana cedió, invitó al vampiro a entrar, y aún hoy -el hoy de Walter Map- ronda descaradamente por los pasillos del convento St Hilaire de Montpellier.

Goethe traslada la necesidad de invitar a los vampiros a su demonio favorito, Mefistófeles, quien requiere toda clase de ceremonias para ingresar en una casa.

Si nos enfocamos únicamente en la leyenda vemos que los vampiros están sujetos a toda clase de prohibiciones, no sólo en la de entrar en una casa si no son invitados. Por ejemplo, no pueden dormir fuera de su tierra natal, razón por la que algunos hematófagos acaudalados (Drácula, por ejemplo) viajan con voluminosos bultos llenos de tierra putrefacta.

Las leyes del mito siguen una lógica. Muchas veces esa lógica se nos escapa, pero allí está, incluso en las leyendas más extrañas existe una razón para las prohibiciones y libertades de los seres sobrenaturales. Los vampiros, entes sobrenaturales por excelencia, no están libres de estos condicionamientos. Su existencia -mítica- barre con las leyes naturales, pero despierta otras: reglas arcaicas que los hombres urdieron en la noche de los tiempos.

En líneas generales, e incluyendo a otras manifestaciones de la noche, los vampiros son extranjeros en nuestro mundo. No se explican siguiendo las leyes del orden natural, son, en toda regla: sobrenaturales. En consecuencia, las leyes que los condicionan poco tienen que ver con las leyes físicas -y éticas- del mundo sensorial. Así como un hombre no puede quebrar la ley de gravedad de los cuerpos, un vampiro no puede atravesar los tabúes que lo condicionan.

Ahora un argumento que contradice el razonamiento anterior: los vampiros, a diferencia de los demonios y lacayos de Satán, son parcialmente humanos. Voltaire razona que el mito de los vampiros es una exageración de las obligaciones cotidianas, y que todos los condicionamientos que rigen su comportamiento mundano son la consecuencia de esa impostura. Lo cierto es que los vampiros, en casi todas las mitologías, comienzan siendo humanos; y todos conservan cierta humanidad, la cual es "liberada" cuando el héroe de turno les perfora el esternón con una estaca de fresno.

Siguiendo a Voltaire, los vampiros son la identificación por excelencia del forastero hostil, del hombre de afuera, el outsider, si se nos permite en anglicismo; una criatura bárbara que pervierte la saludable ley de hospitalidad, por la cual ningún huésped puede ser maltratado.


Mircea Elíade, ese monumento al pensamiento mítico, observa en esta imposibilidad de los vampiros a entrar en una casa sin invitación se remonta a las primeras tribus civilizadas. Incluso va más lejos al identificar a los vampiros con los lobos y los perros, preguntándose que en algún momento de nuestro oscuro pasado los hombres domesticaron a los lobos, los hicieron "perros". Aquella tregua entre cazador y presa, o entre hostigador y fantasma nocturno, se prolonga hasta nuestros días en la mirada lúbrica del coqueto can de la tía, y jamás fue rota. Ahora bien, los lobos, anota Eliade, debieron acostumbrarse al fuego, al gran fuego encendido por las tribus nómandes, venciendo una resistencia natural. Y los hombres, por otro lado, también debieron dejar de lado el temor de que los lobos se acerquen, que "entren" en su círculo. En esta dinámica inimaginable, imagina Eliade, acecha el mito de los vampiros y la necesidad de ser invitados.

Montague Summers anota en El Vampiro, su raza y familia (The Vampire, his kith and kin, 1928) que los vampiros no sólo necesitan de una invitación para ingresar en una casa, sino que necesitan ser invitados incluso en la residencia que habitaban en vida; y cita un extraño caso de vampirismo en Yorkshire, Inglaterra, donde un vampiro atravesaba todas las noches la pared de una dependencia privada, indiferente, en apariencia, de las leyes que lo prohibían. Luego, aclara Summers, se supo que el vampiro atravesaba la pared justo en el lugar donde en otra época hubo una puerta.

Levi-Strauss analiza una extravagante creencia de los balcanes. Allí, los vampiros no sólo necesitan una invitación para entrar en una casa, sino otra para abandonarla. Claro que una vez dentro, señala el antropólogo, pueden ser notablemente persuasivos.



Como invocar a un vampiro



La gallina negra (La poule noire) -conocido más por su nombre en inglés: Black Pullet- es un libro esotérico o grimorio escrito a finales del siglo XVIII por un oficial francés que sirvió en las guerras napoleónicas. Su nombre permanece en el anonimato.

La gallina negra abarca tres cuestiones fascinantes del ocultismo: los anillos, los talismanes, y la invocación de vampiros.

El libro comienza imprevistamente como una pieza narrativa. La historia nos lleva a conocer a un soldado francés durante la ocupación de Egipto. Su pelotón es emboscado y masacrado por un grupo de beduinos. Nuestro protagonista se las arregla para escapar, y se convierte en el único sobreviviente. Oculto en la región de Gizeh, conoce a un anciano turco que lo lleva al interior de una cámara secreta bajo las pirámides.

Sepultado por esa arquitectura onírica descubre los restos de la Gran Biblioteca de Ptolomeo.

Hasta aquí, una ficción licuefacta, endeble. Pero La gallina negra pronto realiza un giro brutal. Poco a poco se nos detallan los secretos para fabricar anillos mágicos y talismanes cargados con propiedades sobrenaturales.

Anillos que vuelven invisible a su portador, talismanes que enamoran a la mujer más indiferente y que vuelve fértiles a los ancianos. Anillos que susurran en la oscuridad. Fitros amorosos que conducen al suicidio. Ungüentos eróticos que despiertan el deseo incluso en los muertos. Tales son las maravillas siniestras de este libro prohibido.

Pero La gallina negra oculta un secreto todavía mayor, y que lo relaciona intrínsecamente con este espacio: invocar a un vampiro.

Desde ya, no se trata de una invocación corriente, ni de un luctuoso vampiro victoriano; sino de un ritual de invocación cuyo único fin es convocar a un vampiro y forzarlo a que nos obedezca.




El diseño que pueden ver en la imagen debe ser confeccionado sobre trozo de seda negra, y luego adherido a una moneda de cobre, o a un objeto de cobre moldeado como una moneda. La operación debe realizarce los días sábados, antes del amanecer. Una vez terminado debemos leer en voz alta los extraños símbolos que hemos trazado sobre la seda:


"Nades, Suradis, Maniner."


Si creemos en La gallina negra -fe de la que carecemos debido a una naturaleza bucólica-, y la confección del talismán ha sido correcta, veremos como de una bruma espesa, láctea, emerge uno de los vampiros menos conocidos de las arenas inmemoriales: el Afrit.

Una vez que el vampiro adquiera consistencia -recordará poco a los vampiros de Anne Rice- debemos interpelarlo con las siguientes palabras:


"Sader, Prostas, Solaster."


A partir de este momento -afirma a viva voz La gallina negra- el vampiro está obligado a doblegar el corazón de cualquier persona que el oficiante solicite. Incluso nos deja unas palabras para anular este hechizo de amor, en caso de arrepentimientos culposos:


"Mammes, Laher".


Hay quienes han ido más lejos, como Jack Methodier, uno de los primeros editores pirata de La gallina negra, quien efectuó los pasos anteriormente descriptos y luego narró su experiencia en el prólogo de la segunda edición. Methodier declara haber visto la aparición de un vampiro horripilante, una entidad negra de facciones deformadas, envuelto por sus propias alas, oscuras y temblorosas. El vampiro no sólo se sometió a los deseos lúbricos de Methodier, proporcionándole toda clase de muchachas hermosas, sino que profetizó el día y la hora de su muerte; fecha que se cumplió rigurosamente el 15 de mayo de 1812, día en el que Methodier se suicidó bebiendo una dosis letal de láudano.



Conocer vampiros en Facebook.


Extracto del chat entre el profesor Lugano, desde un bar de la calle Yerbal, y una pulposa joven de Villa Soldati. Hora: 19:07 P.M.






Sandra:
Profesor, ¿será posible conocer vampiros en Facebook?
Lugano: No veo porqué no.
Sandra: Como los vampiros son tan discretos, ¿vio?
Lugano: Discretísimos. Fíjese hasta qué punto que para muchos son apenas criaturas narrativas.
Sandra: ¿Pero cómo podría encontrar un vampiro en Facebook?
Lugano: Del mismo modo que en cualquier otro lado.
Sandra: ¿Y cómo sería eso?
Lugano: Mire, primero descarte onanistas virtuales, exhibicionistas, paranoides, empleados bancarios, funcionarios públicos, y otras desviaciones.
Sandra: Perfecto. ¿Pero cómo los descarto?
Lugano: En primer lugar, coloque una foto provocativa.


(Diez segundos de silencio epistolar)


Sandra: ¿Como ésta?
Lugano: ¿No tiene algo más fuerte? Digo, para descartarlos rápido.
Sandra: Aguarde un segundo, profesor.


(Lugano aprovecha para pedir otro tostado)


Sandra: ¿Qué le parece ésta?
Lugano: Deliciosa.
Sandra: ¿No será demasiado?
Lugano: Por el contrario. Le sugiero que busque una foto aún más contundente.
Sandra: Espere.


(Tarascón al tostado)


Sandra: Ésta es la foto más fuerte que tengo.
Lugano: ...
Sandra: ¿Qué opina?
Lugano: Notable.
Sandra: ¿Si?
Lugano: Créame, señorita. Lo suyo es un canto a la femineidad.
Sandra: ¿Le parece? Digo, ¿no será mucho?
Lugano: El arte no tiene límites, amiga.
Sandra: Pero salir así desnuda en el msn...
Lugano: ¡Sublimis Tetae! Nada mejor para ahuyentar comedidos.
Sandra: Le voy a confesar algo, profesor.
Lugano: La oigo.
Sandra: Esta no es la foto más fuerte que tengo.


(Lugano, con gesto aplomado, solicita una ginebra)


Lugano: ¡Póngala!
Sandra: ¿Ahora?
Lugano: ¿Cuándo sino?
Sandra: Momento...
Lugano: ¡Métale!
Sandra: Ahí está. Esta es la foto más dura que tengo.
Lugano: ¡Durísima!
Sandra: ¿Le parece?
Lugano: ¿Para qué le cuento? ¡Dura como una barreta!
Sandra: ¿Servirá?
Lugano: Como que me llamo Lugano.
Sandra: No sugerirá que suba esta foto a mi Facebook.
Lugano: No. Le sugiero primero que me la envíe inmediatamente.
Sandra: ¿Con qué fines?
Lugano: Científicos.
Sandra: Aguarde...


(Lugano acepta el archivo y lo coloca como fondo de pantalla)


Lugano: Lo que me temía.
Sandra: ¿Qué sucede, profesor?
Lugano: Lo que me temía.
Sandra: Si, ¿pero qué es lo que temía?
Lugano: ¡Esta foto es una farsa!
Sandra: ¡Le juro que no!
Lugano: Le creo. Pero deberé hacerle algunas preguntas de orden personal. ¿Está dispuesta a ser completamente sincera?
Sandra: Si.
Lugano: Bien. ¿Quién tomó esta fotografía?
Sandra: Yo misma.
Lugano: ¿Ésa es su cama?
Sandra: Si.
Lugano: ¿Vive usted sola?
Sandra: Si.
Lugano: Perfecto. Ahora dígame, ¿qué clase de vampiro está buscando en Facebook?
Sandra: No entiendo.
Lugano: ¿Busca un vampiro joven, inexperto, o un hematófago más bien madurito?
Sandra: ¿Qué me recomienda?
Lugano: Alguien experimentado. Que haya probado varios cogotes.
Sandra: Entiendo. ¿Y cómo hago para encontrarlo en Facebook?
Lugano: Agrégueme.


(En cuestión de segundos, el Facebook personal del profesor Lugano recibe una invitación. Nuestro especialista acepta. La charla continúa por el chat de Facebook).


Sandra: ¿Profesor?
Lugano: El mismo.
Sandra: ¡Dígame cómo hago para conocer un vampiro en Facebook!
Lugano: Primero coloque su dirección real en su perfil.

...

Sandra: Listo.
Lugano: Bien. Esta noche conocerá a su vampiro.
Sandra: ¿Tan rápido?
Lugano: ¿Vio? Era cuestión de soltarse un poco, mujer.
Sandra: ¿Pero cómo lo reconoceré?
Lugano: Él la reconocerá a usted.
Sandra: ¿Pero, cómo?
Lugano: Simple. Esta noche, alrededor de las 20hs, deje la puerta de su casa sin llave, luego apague las luces, acuéstese en la cama, y aguarde.
Sandra: ¿El vampiro vendrá a mi casa?
Lugano: Desde ya. Y el vampiro con las características que usted necesita. Maduro, sabio, experimentado, completamente mimetizado con un humano de cincuenta años.
Sandra: ¿Cincuenta?
Lugano: Es la proporción adecuada. ¿Cuál es su edad?
Sandra: Veinticinco.


(Lugano pide la cuenta)


Lugano: ¡Perfecto!
Sandra: Si usted lo dice...
Lugano: Lo digo y lo atestiguaría ante un tribunal.
Sandra: Gracias, profesor.
Lugano: Descuide. Dos cositas más.
Sandra: Si.
Lugano: Es importante que no le hable. Él entrará a su cuarto y se acostará con usted. Apenas un rato, con cinco minutos bastará.
Sandra: ¿Tan poco?
Lugano: Cinco minutos con un vampiro equivalen a semanas, incluso meses, de sexo humano.
Sandra: ¡Qué delicia!
Lugano: ¡Y no encienda la luz bajo ningún pretexto! Aún cuando sienta que el cuerpo del vampiro es algo flácido, fofo, incluso entrado en carnes. Podría ofenderlo.
Sandra: Entiendo.
Lugano: Una última cosa.
Sandra: Diga.
Lugano: ¿Algún colectivo que pase por Soldati...?
Sandra: El 6, profesor.


Aquí la comunicación se corta abruptamente. Testigos ociosos afirman haber visto a Lugano, normalemente atildado, abordar excitadamente un colectivo con rumbo desconocido.



 La Iglesia de los Vampiros.

Ya hemos dado cuenta, superficialmente, por cierto, de sectas de vampiros, sociedades secretas de vampiros, e incluso de algunos vampiros de la Biblia; en esta ocasión hablaremos de la Iglesia de los Vampiros.

Desde ya, no hablamos aquí de una iglesia perdida en la imaginación de algún autor, ni de grupos de entusiastas parodiando los ritos católicos, por el contrario, la Iglesia de los Vampiros no es otra que la Iglesia que conocemos, al menos en parte.

Comencemos por trasladarnos hacia el 1047 d.C. Nos ubicamos furtivamente en Nóvgorod, Rusia, en el palacio del príncipe Vladimir.

Deseoso de unificar las creencias rusas, y, de paso, aplastar el paganismo que se daba opíparamente en las estepas, Vladimir encargó la traducción de numerosos manuscritos cristianos al cirílico, el único que era capaz de leer sin abochornar a sus oyentes.

Algunas décadas antes, casi a comienzos del siglo XI, circuló por Rusia un extraño culto llamado Upyri, cuya traducción literal es: Vampiros.

Los Upyri eran una secta pagana que creía en la existencia de los Upir, raza de vampiros implacables del folklore ruso, a quienes imitaban organizando tertulias aberrantes, excesivas, donde se bebía la sangre de animales y, en ocasiones, sangre humana.

Los Upyri fueron perseguidos y masacrados a orillas del Vóljov, sitio maldito desde entonces, donde la hierba, dicen, crece con una coloración rojiza. Muchos se suicidaron al ser sorprendidos por los soldados del rey, pero otros escaparon hacia el lago Ilmen, donde los miembros más acaudalados tenían botes aguardándolos.

Ahora bien, los Upyri fueron debidamente consignados, aunque su culto y organización permanecieron siendo un misterio, ya que ninguno de sus miembros había sido capturado con vida, de modo que los soldados que presenciaron aquel suicidio masivo sólo pudieron atestiguar lo que ya hemos mencionado: bailes vigorosos, lujuria de corte ruso, y ofrendas de sangre a esas sedientas entidades vampíricas llamadas Upir.

Volvamos al 1047 d.C. La traducción de los textos cristianos fue encargada a un monje erudito llamado Likhyi. Sólo alcanzó a terminar el primero antes de desaparecer para siempre en el mito, El libro de los Salmos, donde utiliza recurrentemente la palabra Upir, alcanzando el dudoso honor de ser éste el primer libro católico en mencionar a los vampiros.

El libro fue leído una sola vez público antes de ser corregido. Fue durante una misa en las afueras de Nóvgorod, cuyos feligreses, dice la leyenda, eran los miembros sobrevivientes de los Upyri.

Los correctores fueron diligentes. No obstante, el nombre completo del traductor original, aquel monje misterioso que desapareció para la historia, se conservó perfectamente: Upir Likhyi, literalmente: Vampiro Perverso, título que ostentaba el abominable Rey de los Upyri.









¿Los vampiros tienen alma?

Registro verbatim de la elevada charla (vía msn) entre el profesor Lugano, nuestro especialista en vampirología y filatelia, y un lacónico lector de Montevideo, Uruguay.


(El profesor se conecta usando una foto Peter Cushing. Rápidamente lo aborda un contacto botija)



Hugo: ¿Profesor?
Lugano: Hable.
Hugo: Buenos días. Quisiera hacerle una pregunta.
Lugano: Adelante.
Hugo: ¿Los vampiros tienen alma?
Lugano: ¿Quién sabe? ¿Ud tiene alma?
Hugo: Calculo que sí.
Lugano: ¿Calcula?
Hugo: Si... quiero decir, supongo que si.
Lugano: Traslade ese cálculo a los vampiros y quedamos a mano.
Hugo: Quiere decir que no se sabe si los vampiros tienen alma.
Lugano: Como saber, se sabe.
Hugo: ¿Ud lo sabe?
Lugano: Lo sospecho.
Hugo: ¿Sería tan amable de compartir sus sospechas?


(en este punto el profesor cambia su foto por una imagen sugerente de Avatar)


Hugo: ¿Profesor?
Lugano: Aquí estoy, hombre.
Hugo: Quedamos en que compartiría sus sospechas conmigo.
Lugano: Usted quedó en eso. Nunca prometí nada.
Hugo: Es cierto. Pero le ruego que desparrame un poco de su sabiduría.
Lugano: No se diga más.
Hugo: Bien, ¿entonces los vampiros no tienen alma?
Lugano: Mire, amigo, esa es una pregunta compleja. Ni siquiera sabemos si nosotros tenemos alma, imagine lo jorobado que es trasladar ese interrogante a unos seres más bien literarios.
Hugo: ¿Usted qué opina?
Lugano: Si seguimos el mito, debemos concluir que los vampiros no tienen alma.
Hugo: ¿Qué mito?
Lugano: El mito cristiano.
Hugo: Caramba, ¿cómo es eso?
Lugano: Muy sencillo. Si las almas pertenecen al orden celeste, es decir, a las criaturas creadas por Dios, es lógico pensar que los vampiros, siendo criaturas que están más allá de lo humano, o más acá, no tienen alma.
Hugo: Pero profesor, si Dios es omnipotente, conoció la existencia de los vampiros antes de que el mundo fuese creado.
Lugano: Por supuesto.
Hugo: ¿Entonces no pertenecen a la creación?
Lugano: Por supuesto.
Hugo: Confieso que ando un poco perdido.
Lugano: A ver, piense lo siguiente. La mente de Dios, o como ud quiera llamarlo, abarca absolutamente todo, desde las criaturas imaginarias hasta el color de ojos de un personaje secundario en alguno de sus sueños. Ahora bien, que Dios haya sabido de la existencia de vampiros antes de que el mundo comience a girar no las hace parte de su creación.
Hugo: ¿Y de quién entonces?
Lugano: Vaya uno a saber.
Hugo: ¿Habla ud de la teoría de la subcreación?
Lugano: No, aunque apoyo esa hipótesis.
Hugo: Es decir: que Dios conoce lo que crearán los hombres, más esas creaciones son apenas reflejos terrenales del pensamiento de Dios, que todo lo conoce.
Lugano: Aproximadamente, si.
Hugo: Sigo sin comprender.
Lugano: Mire, amigo, es mejor la duda que la certeza, al menos en cuestiones que pueden quitarle el sueño. Viva su vida y no se precupe por las almas de los vampiros.
Hugo: Era una duda, simplemente.
Lugano: Una duda, es cierto, pero para nada simple.


(aquí Lugano se desconecta por unos minutos. Dejando a su interlocutor sin mediar despedidas, como siempre)


Hugo: Una pregunta más, profesor.
Lugano: :S
Hugo: Si un humano se convierte en vampiro, ¿pierde su alma?
Lugano: No hace falta transformarse en vampiro para perderla.
Hugo: ¿No?
Lugano: Escuche, porque no lo repetiré.
Hugo: Adelante.
Lugano: El hombre nace con alma, que es inocencia, y la pierde demasiado rápido. El resto de la vida es una perpetua búsqueda de aquello que perdimos irremediablemente.
Hugo: ¿Y los vampiros?
Lugano: No podemos atribuirles a los vampiros una moral humana.
Hugo: Pero lo hacemos con Dios.
Lugano: Con consecuencias nefastas, si.
Hugo: Sigo sin comprender.
Lugano: Es preferible. Dormirá mejor.












3 comentarios:

  1. Buenas una consultilla Los vampiros son una raza ya casi extinta en este tiempo o se estan aumentando mucho mas??? Daniela...

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  2. hola me gustaria que me resolvieras una duda al respecto a algo que he vivido, puedes ayudarme te dejo mi e-mail juliancas_96@hotmail.com

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  3. Me gustaría conocer aún vampiro si es que los hay a estas alturas y en pleno siglo XXI

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