Bajo los truenos de las superficie,
en las honduras del mar abismal,
el Kraken duerme su antiguo, no invadido sueño sin sueños.
Pálidos reflejos se agitan alrededor de su oscura forma;
vastas esponjas de milenario crecimiento y altura
se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,
pulpos innumerables y enormes baten
con brazos gigantescos
la verdosa inmovilidad,
desde secretas celdas y grutas maravillosas.
Yace ahí desde siglos, y yacerá,
cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
hasta que el fuego del Juicio Final caliente el abismo.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
rugiendo surgirá y morirá en la superficie.
Dos tercios de
la superficie de nuestro planeta están cubiertos por las aguas. Los
océanos, gigantescos espacios de agua de extensión y profundidad
asombrosos (el océano Pacífico, por ejemplo, cubre prácticamente la
mitad de la esfera terrestre), siguen escondiendo numerosos misterios
para la gente. Lo que sabemos sobre los océanos es, incluso, menos que
lo que sabemos sobre el espacio. En este gran volumen acuático existen
animales que nos impactan con su rareza, tamaño y poder.
En abril del año 2003 encontraron un calamar de 15
metros de largo en la costa de Canadá. Llevaron el animal gigante a un
centro de investigación. Los científicos midieron sus tentáculos y
llegaron a la conclusión de que se trataba de una especie nueva,
desconocida hasta ese momento. Este fue sólo uno de los innumerables
hallazgos de enormes moluscos de los últimos tiempos.
Los científicos gastan millones de dólares intentando
atrapar o por lo menos fotografiar a estos animales de las
profundidades. Sin embargo, costosas y tecnificadas expediciones no han
logrado resultados aún. Ningún científico ha podido observar un calamar
gigante vivo en el océano. Los pescadores ven monstruos vivos enormes a
veces. En general, sus historias se tomaban como cuentos —antes de que
los cadáveres en las playas comprobaran que tienen al menos algo de
verdad—, quizás a causa de las viejos cuentos de marineros cantando por
estar borrachos por el ron.
Un periódico canadiense publicó una historia muy
interesante en 1955, relatada por un grupo de pescadores. Estos hombres
dijeron que su barco se había acercado a algo extraño en el mar. Al
principio no podrían determinar si era una ballena muerta o una medusa
gigante. Cuando la nave se acercó al animal extraño, uno de los
pescadores se inclinó sobre la borda, intentando enganchar el animal
para subirlo. En cuanto el gancho de acero se clavó en el cuerpo
gelatinoso, surgió de él un tentáculo enorme. El pescador cayó sobre la
cubierta, con la cara blanca por la impresión. El impacto emocional fue
tan fuerte para este hombre que tuvo que permanecer en cama hasta que el
barco llegó el puerto. En esa época se le prestó a estos testimonios la
misma atención de siempre, pero ahora se descubre que el episodio tuvo
lugar no muy lejos de la localización en donde fue encontrado el cuerpo
de un calamar gigante muerto.
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La ciencia moderna sabe muy poco sobre estos
monstruos gigantes del mar. Se sabe que viven en profundidades de casi
2.000 metros. Las proporciones de estos seres son impresionantes. En un
museo norteamericano hay un objeto único: el ojo de un calamar del
tamaño de una pelota de fútbol. Unos pescadores encontraron este ojo
enorme en el estómago de una ballena de esperma
(cachalote). Los cachalotes son ballenas dentadas que pueden llegar a
los 18 metros de longitud y gustan de los calamares, especialmente si
tienen un tamaño conveniente para sus estómagos. Por lo general se
conforman con animales pequeños que pesan entre cuatro y seis kilos,
tragando una docena de ellos al mismo tiempo. Si el cachalote se
encuentra con un calamar gigante de los más grandes, se debe producir
una lucha titánica. Los científicos creen que la que gana la batalla es
la ballena, y que ésta se come al rival derrotado. Muchos cachalotes,
sin embargo, muestran en sus cuerpos las marcas de estas batallas.
Recientemente, los científicos japoneses han llevado a
cabo un curioso experimento en el Océano Pacífico, no lejos del foso de
las Marianas, la fosa más profunda del mundo. Pusieron un recipiente
con un señuelo oloroso en el fondo del mar, equipado con una cámara de
vídeo. El olor del señuelo atrajo tiburones de las profundidades. Un
minuto después los tiburones se dispersaron y los científicos japoneses
vieron un monstruo gigante. El enorme animal nadaba lentamente sobre el
objetivo a una profundidad de un kilómetro y medio. Su cuerpo tenía 60
metros de largo. Los científicos todavía no saben qué clase de animal
era, y sólo les quedó conjeturar. Es probable que fuera un tiburón
llamado "giant sleepy shark" en inglés (tiburón soñoliento gigante), un
gran animal que vive en las profundidades del océano y del que se sabe
muy poco. Nadie ha estudiado uno vivo aún.
Sólo se ha visto el cadáver de uno de estos
tiburones, que apareció en la costa de Indonesia en 1964. Tenía 26
metros de largo, pero podría alcanzar un tamaño mayor, ya que aún no era
adulto.
Otros misterios parecen ser más recursos de atractivo
turístico que otra cosa, como el renombrado monstruo del lago Ness, en
Escocia. También dicen que hay uno en el lago Nahuel Huapi, en el sur
Argentino y otro en el lago Champlain, en Vermont, Estados Unidos. Sin
ponerme en posición de excéptico, digamos que se da la casualidad que
todos esos son lugares de turismo.
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Sin embargo, es un tema en el que no está todo dicho.
Se han llevado a cabo allí investigaciones de todo tipo, algunas muy
costosas, aún cuando en general existe un elevado escepticismo. Pero
también existen las dudas, y no porque sí. Cada tanto se renuevan los
avistamientos, aunque siempre casuales y desprevenidos. Ninguno de los
que se estacionan en esos lugares provistos de cámaras y otros
equipamientos de detección parecen tener suerte. Aunque sí se han
obtenido algunas pistas indirectas. Por ejemplo, en el lago Champlain,
una mañana de junio de 2003 un grupo de científicos se quedó helado al oír en sus instrumentos
una serie de sonidos chirriantes, similares a los que emiten las
ballenas y delfines. Sólo que éstos viven en el mar y este lago está a
kilómetros de él. No se ha detectado aún el monstruo (lo llaman "Champ",
cariñosamente), y tampoco se ha determinado de dónde surgió ese sonido.
En 1966, unos pilotos británicos que volaban sobre el
lago Ness filmaron algo que parecía un monstruo nadando por el lago
—material que ha sido interminablemente discutido— y desde entonces se
han llegado a enormidad de conclusiones. Entre ellas, en boca de
expertos, que de existir ese ser debería ser un plesiosaurio, un animal
del grupo de los dinosaurios que, como todos ellos, se considera
extinguido desde hace decenas de millones de años.
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El 10 de abril de 1977, los pescadores del Zuiyo
Maru, un barco japonés que trabajaba cerca de Nueva Zelanda, levantó en
sus redes un extraño cadáver en descomposición. El cuerpo, que pesaba
unos 1.800 kg y medía unos diez metros, tenía cuatro aletas de un metro
por lo menos y parecía mostrar una cabeza muy definida al extremo de un
largo cuello. Algo muy, pero muy parecido a un plesiosaurio.
Se tomaron fotografías, se lo midió y se guardaron
muestras de tejido, pero no guardaron el cuerpo, ya que estaba muy
descompuesto y el barco llevaba una carga de pesca con una alto valor
comercial que se podía contaminar.
Dicen en un sitio
que esta evidencia recogida fue examinada por un comité de alto rango
de científicos oceanográficos japoneses. No mencionan un resultado de
ese análisis. Sí informan que el Director de Investigación Animal del
Museo Nacional de Ciencias de Japón (National Science Museum of Japan)
dijo: "Parece que después de todo esos animales no están extintos. No es
posible que haya sobrevivido uno solo. Debería haber un grupo".
Pero algunos estudios indican que podrían haber sido
los restos de un gran tiburón. Se puede ver un análisis muy completo,
escéptico, en el sitio Sea-monster or Shark?
Con esto último, hemos retornado a los monstruos marinos.
Arrastrándose sobre este mundo, lo más parecido que
se puede encontrar a los horrendos animales extraterrestres que
imaginamos en los cuentos —y no como los insectos y arañas, que son
extraños e inquietantes pero pequeños, sino del tamaño suficiente como
para tenerles miedo— son los pulpos y calamares. Éstos, junto a jibias y
nautilus, son invertebrados que pertenecen al filum de los moluscos (phylum Mollusca) y dentro de él a la clase de los cefalópodos (Cephalopoda).
El nombre indica que tienen sus extremidades en la cabeza, extremidades
que son flexibles, hábiles, blandas pero fuertes: se les llama
tentáculos. Hubo décadas enteras que la palabra tentáculo en un cuento
significaba que allí había un extraterrestre.
Además de los pulpos que nos comemos preparados a la
española, el más nombrado entre los cefalópodos, cuando se habla de
monstruos en el mar, es el calamar gigante, que no es un mito sino un
animal existente: el Architeuthis dux. Este monstruo marino de tamaño suficiente para dar vuelta un barco pertenece a la subclase Coleoideos (Coeloidea) —que tienen un solo par de branquias y una concha interna muy reducida o ausente—, al orden de los Teutoideos (Teuthida) —que poseen diez brazos y no tienen escudo protector en la zona apical de la concha (rostro)—, al suborden de los Oegópsidos (Oegopsina) —con ojo sin córnea—, y forman parte de la familia de los Architéutidos (Architeuthidae).
Hay otro decápodo gigante, que se consideraba casi
mitológico hasta que fue encontrado un cadáver en la Antártida el año
pasado. Forma parte de la familia de los Chirotéutidos (Chiroteuthidae). Su nombre científico es Mesonychoteuthis hamiltoni, tiene formas y características diferentes de las del Architeuthis dux y podría llegar a tamaños aún mayores que el que alcanza éste.
Dos monstruos |
Les dicen gigantes. ¿Cuán gigantes llegan a ser estos invertebrados de las profundidades?
Al Architeuthis dux se le ha comprobado una
longitud de 18 metros, pero se supone que puede alcanzar hasta 20 metros
de longitud. Puede pesar más de 500 kilos. El otro, basándose en unos
restos parciales que se encontraron en 1925 en el estómago de un
cachalote, podría ser aún mayor, con 28 y aún más metros de punta a
punta. Hay que tener en cuenta que muchos de estos metros están
compuestos por los largos tentáculos prensiles (dos) que tienen los
calamares.
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Pero hay indicios de que pueden existir calamares mucho mayores que estas especies conocidas de Architeuthis y Mesonychoteuthis.
Como siempre cuando se habla de misterios, las creencias vienen en
primer lugar por testimonios de marinos que dicen haberlos visto,
testimonios que, por supuesto, no son valederos para los científicos. En
1903 se observó un calamar de cincuenta metros en Noruega, y en 1933
uno de veintidós en Terranova.
En ocasiones los cachalotes moribundos vomitan el
contenido de su estómago. Algunos balleneros han observado en esos casos
fragmentos desmesurados de brazos de calamar.
Además, en la piel de algunos cachalotes se han
constatado enormes cicatrices de ventosas. De su diámetro, que llega a
alcanzar hasta cuarenta centímetros, se puede calcular que fueron
infligidas por calamares que, si pertenecen al género Architeuthis,
deben tener hasta un centenar de metros de longitud. Si correspondieran
a especies que poseen otras proporciones corporales sus dimensiones
podrían ser menores, pero también mayores. La cosa es que no se conoce
ninguna especie de calamar que posea ventosas tan grandes como las que
pueden haber dejado esas marcas.
¿Cuántos secretos nos esconde aún el océano?
Hace muy poco se descubrieron poblaciones enteras de
un primitivo pez de unos dos metros de longitud y de una especie de 400
millones de años de antigüedad, que estaba registrado entre las especies
fósiles y extinguidas: el Celacanto.
¿Qué nuevas sorpresas nos puede ofrecer el océano, escondidas en sus abismos de kilómetros de profundidad?
La sensación de que aún no hemos visto todo en
nuestro planeta ha impactado en la literatura y, por supuesto, en el
séptimo arte. La historia del cine está plagada de calamares y pulpos
gigantes. En las películas más viejas la cosa era simple: se asumía la
existencia de estos monstruos gigantescos en las profundidades del
océano, inexploradas aún, como animales naturales pero ocultos y
desconocidos. Pero luego se comenzó a culpar de su aparición a las
radiaciones, polución o cambios genéticos. En base a los últimos
hallazgos en playas de todo el mundo de cuerpos de calamares
gigantescos, no parece que este último fuera un recurso muy necesario.
Muy pocas películas muestran cefalópodos que sean simpáticos con nosotros.
En un film de 1939 llamado "Killers of the Sea", un
guardia de Florida se dedica a eliminar a los asesinos del mar que
afectan el negocio de los pescadores del lugar, entre ellos un enorme
pulpo. Se nota en esta película la concepción de otra época, ya que
entre los "asesinos del mar" se cuentan tortugas y marsopas, hoy
protegidas.
John Wayne encuentra la muerte en los tentáculos de
un calamar gigante en "Wake of the Red Witch" (título convertido en "La
venganza del Bergantín" en español), de 1948. Es una de las pocas veces
que el famoso actor muere en una de sus películas.
Roger Corman hace de las suyas en "Monster from the
Ocean Floor" (El monstruo del fondo del mar"). Un biólogo marino
contrata a un submarinista para perseguir a su presa, un calamar
gigante. Este hombre, interpretado por un jovencísimo Robert Wagner,
encuentra al cefalópodo en una cueva, lucha con él y lo apuñala. Aquí
interviene Corman, haciendo brotar mares de sangre roja del animal,
cuando en realidad los cefalópodos tienen una sangre de color azul,
basada en el cobre.
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En "20.000 leguas de viaje submarino", realizada en 1954 en base a la novela de Julio Verne,
no podía faltar el monstruoso cefalópodo que amenaza a los humanos. La
historia transcurre a finales del siglo 19, los barcos sufren ataques de
una extraña ballena gigante. Una expedición científica que intenta
descubrir algo sobre ella es objeto de uno de sus ataques y varios de
sus pasajeros caen al mar. La ballena resulta ser el submarino llamado
Nautilus, un artefacto secreto y avanzado. La tripulación del submarino
recoge a los náufragos. Al mando de esta máquina se encuentra el capitán
Nemo, un hombre cultivado que conoce el mundo submarino como nadie,
pero que está resentido con la humanidad. Los científicos que cayeron de
su barco viven diez meses con el capitán Nemo, en el Nautilus, mientras
éste viaja por el océano. Allí les toca, entre otras aventuras, luchar
contra calamares o pulpos gigantes que intentan tragarse el submarino.
Podemos nombrar, sin demasiados detalles para no
aburrir, "It Came from Beneath the Sea" ("Vino de debajo del mar"), con
un pulpo gigante producido por las radiaciones. "El Señor de los
Anillos" también tiene una laguna con un monstruo que posee tentáculos
típicos de los cefalópodos. "Viaje al fondo del mar", una interesante
serie de los 60, tuvo sus personajes moluscos y gigantes. En "Bride of
the Monster" ("Novia del monstruo"), de Edward Wood (quien tiene el
honor de haber hecho la película declarada como la peor de la historia
del cine), Bela Lugosi (interpretando a un científico) es dueño de un
pulpo monstruoso que le sirve para eliminar a sus enemigos y que termina
matándolo a él. John Huston y Henry Fonda, dos grandes del cine, actúan
en "Tentacles" ("Tentáculos"), donde luchan con un pulpo gigante creado
por la contaminación.
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Octaman es una risible película, aunque no
intencionalmente, pues fue realizada como thriller y drama. Unos
científicos en la costa oeste de México estudian una nueva especie de
pulpos pequeños, posiblemente un híbrido creado por radiación. Tienen
ojos grandes y hacen un raro sonido. Pero los científicos no son amables
con sus pequeños objetos de estudios y, por supuesto, aparece el
hermano mayor: Octaman. Desde allí, la película se derrumba. El monstruo
es realmente asombroso, posee brazos que pueden perforar cuerpos
humanos, una increíble boca con hileras de dientes, ojos compuestos y,
como muchos otros monstruos de película, ruge cuando ataca a la gente. Y
como muchos otros monstruos de película, se encariña con la heroína de
la película.
No nos sumergiremos demasiado en ejemplos de la
literatura, pero sepamos que Victor Hugo escribió: "Los horribles
tentáculos son duros como el acero, fríos como la noche, el pulpo lo
atrae a uno. Imposibilitado de movimiento el hombre es absorbido dentro
de la horrible bolsa que es el monstruo mismo, la muerte llega en forma
terrible". En su única inmersión a bordo de una campana construida por
Aristóteles, Alejandro Magno los describió como "serpientes de ocho
cabezas".
Plinio el Viejo, escritor y erudito latino, escribió en Naturalis Historia (Historia natural):«No han de olvidarse las observaciones hechas por L. Lucullus, procónsul de la Bætica, acerca de los pulpos, y publicados por Trebius Niger, que era de su séquito... Los demás casos que este autor narra han de ser interpretados mejor como prodigios. Cuenta que en los viveros de Carteia había un pulpo que acostumbraba a salir de la mar y acercarse a los viveros abiertos, arrasando la salazones..., lo que excitaba la indignación inmoderada de los guardianes por sus hurtos continuos. Unas cercas protegían el lugar, pero las superaba trepando por un árbol; no se le pudo descubrir sino por la sagacidad de los perros, que lo vieron una noche cuando regresaba al mar. Despertados los guardianes, quedaron asombrados ante el espectáculo, en primer lugar por la magnitud del pulpo, que era enorme; luego porque estaba por entero untado de salmuera, despidiendo un insoportable hedor... Hizo huir a los perros con su aliento terrible, azotándolos unas veces con los extremos de los tentáculos o golpeándolos con los fortísimos brazos, utilizados a modo de clavas. Con trabajo se lo pudo matar a fuerza de tridentes. Se mostró a Lucullus su cabeza, que tenía el tamaño de una tinaja capaz de contener quince ánforas; repitiendo las expresiones del mismo Trebius diré que sus barbas difícilmente podían abarcarse con ambos brazos y que eran nudosas como clavas, teniendo una longitud de treinta pies. Sus ventosas eran como orzas, semejantes a un lebrillo; los dientes eran de la misma proporción. El resto del cuerpo, que fue guardado por curiosidad, pesaba setecientas libras. El mismo autor asegura que en estas playas el mar arroja también sepias y calamares de la misma magnitud.»
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En la ciencia ficción los cefalópodos han tenido su impacto. Si hay una imagen típica para representar un ejemplo de los Pulps, publicaciones de aventuras para jóvenes que se imprimían en papel muy barato en la época de la depresión norteamericana —pulp
porque estaba hecho con pulpa de papel reciclado, no porque tenga
relación con la palabra "pulpo"—, es muy común que se coloque allí una
tapa con un feo extraterrestre con forma de pulpo y ojos saltones que
atrapa en sus tentáculos a una bella rubia de escote pronunciado y cara
de tremendo susto. Aunque falte la rubia, y aún una clara forma de
pulpo, veremos que en esas portadas había una infección de tentáculos.
Dijimos que los pulpos son octópodos y los calamares
decápodos. La cantidad de brazos (ocho y diez, respectivamente) no es la
única diferencia: el diseño corporal es distinto. Veamos un poco más de
los octópodos antes de entrar de lleno en nuestros calamares
monstruosos.
Pulpos descomunales
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En la costa norteamericana del Pacífico se encuentra Octopus dofleini,
un pulpo que alcanza los tres metros de longitud y seis o más de
envergadura (la distancia de punta a punta entre brazos opuestos). Los
números no suenan tan impresionantes, pero nótese que hablamos de un
animal suficientemente grande como para ser el protagonista de muchas de
las películas en las que los pulpos —como monstruos de turno— se
devoran a la gente. Un ejemplar de este tamaño atraparía y dominaría con
facilidad a un hombre.
Es posible que en los océanos se oculten especies aún
mayores. De hecho, recientemente se han filmado o fotografiado, gracias
a submarinos robots y cámaras adheridas a otros animales marinos,
algunas grandes especies desconocidas. Por ejemplo, un pulpo cirrado (Cirrata
es un suborden de los pulpos que se caracterizan por tener aletas
además de los tentáculos) de 2,5 metros de longitud que apareció cerca
de una fuente hidrotermal en el nordeste del Pacífico, a 2.500 metros de
profundidad, en 1984. También se filmó un alucinante calamar, que ya
veremos más adelante.
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Basándose en un incidente ocurrido en la costa de
Angola, el naturalista francés Pierre Denis de Montfort describió y
dibujó en su "Histoire naturelle des mollusques (faisant suite aux oeuvres de Buffon)" (1801), además del calamar gigante (al que llamó pulpo Kraken), otra especie de pulpo colosal. Fue ridiculizado por esto.
En base a ciertos estudios, se propone la existencia
de dos especies gigantes de pulpos, que quizás sean subespecies. Uno
sería el pulpo de las Bahamas, que sería el mismo que el del cuerpo que
apareció en la costa de Estados Unidos, conocido como "el monstruo de
Florida". Otro estaría en la islas Bermudas.
Podría haber un tercero, quizás, en el archipiélago de Hawaii, del lado del Pacífico.
Pacíficas y misteriosas islas
Las Islas Bahamas tienen ciertas características que
alimentan los relatos mitológicos. La llanura submarina que forma el
piso de los alrededores de estas islas es de caliza, una roca
sedimentaria bastante blanda, que es fácil de afectar por la erosión.
Bajo esta llanura serpentean grutas cavadas durante la última
glaciación, cuando el nivel del mar era más bajo y la llanura era parte
de la superficie y no del fondo del mar.
A veces el techo de alguna de estas grutas submarinas
se derrumba, produciendo unas formas geológicas a la que se les llama
"hoyos azules" (blue holes en inglés). Alguna de estos pozos
llega a tener 60 metros de profundidad. Son el equivalente submarino de
las dolinas que aparecen en la superficie y son comunes en las Bahamas.
En México (Yucatán), por ejemplo, a estas fosas profundas en la
superficie terrestre, producidas por el derrumbe del techo de una
caverna, se les llama cenotes.
Un lugar así es perfecto para los pulpos huidizos que
gustan de las cuevas, y suficientemente amplio aunque se trate de unos
de tamaño gigante. Se debe mencionar que, sumándose a otras tantas
coincidencias de este autor con una realidad que aún no se conocía, es
en esta misma región de los mares donde Julio Verne situó el combate de
la tripulación del Nautilus con el pulpo gigante de su novela.
Ahora ubiquémonos en el paisaje. Donde más hoyos
azules hay es en las cercanías de las isla de Andros (en Bahamas, no
confundir con la de Grecia) y una de sus vecinas, Caicos. En esos
lugares las actividades principales, además del turismo, son la
agricultura y la pesca. Los pescadores del lugar tienen una creencia: en
los hoyos azules se esconde un enorme monstruo marino al que llaman
"Lusca". Este monstruo marino posee, según ellos, incontables brazos y
un apetito voraz. Dicen que arranca a los marineros de los barcos con
sus tentáculos y los arrastra a las profundidades para devorárselos.
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Algunos analistas creen que el Lusca no es más que la
personificación de un fenómeno natural, como otras tantas en diversas
culturas, que representa las corrientes y remolinos que se producen en
los hoyos azules, capaces de arrastrar a una persona e incluso a una
embarcación. Los pescadores, sin embargo, le dan más entidad a Lusca, y
procuran no acercarse nunca de noche a las temibles fosas. Ellos saben
que existen testigos y creen que hasta existen pruebas materiales de que
hay algo allí.
En las Bahamas al pulpo se le llama scuttle. Lo curioso es que esta palabra, que se supone derivada del inglés cuttlefish (el nombre anglosajón de la sepia, otro cefalópodo, parecido a los pulpos), también significa "echar a pique".
De los testimonios recogidos de pescadores,
marineros, submarinistas (entre ellos el célebre Cousteau) y hasta
científicos que se vienen registrando en la región desde el siglo 19,
surgiría que Lusca es un monstruoso pulpo con un cuerpo de seis metros
de largo y nueve de diámetro. Sus brazos extendidos tendrían hasta
veinte metros de longitud. El peso de este monstruo estaría en las
veinte toneladas.
Parece difícil que los tentáculos de Lusca sean
peludos, como dicen algunos testimonios —la leyenda le llama "el de los
brazos peludos"—, ya que esto no es común ni útil evolutivamente en
animales de este tipo. Pero el aspecto observado podría ser el de una
piel con camuflaje que imite, por ejemplo, ciertos rincones muy poblados
de los arrecifes, donde se yerguen algas, anémonas y cantidades de
pólipos de diferentes texturas cuasi-vegetales.
Estos brazos serían de unos treinta centímetros de
grosor y no tendrían ventosas en toda su extensión, sino en los
extremos. El color de la piel sería pardusco, aunque el animal podría
cambiarlo como lo hacen otros cefalópodos. Es posible que esté dotado de
órganos luminiscentes.
Se descarta que este monstruo de las Bahamas, si
existe, se trate de un calamar gigante (decápodo) ya que, como dijimos,
éstos tienen una estructura corporal diferente que les imposibilita
izarse a la cubierta de los barcos, algo que sí puede hacer un octópodo.
Los pulpos pueden moverse fuera del agua —incluso se ha visto algunos
trepándose a los árboles—, mientras que los calamares, con un cuerpo
alargado y más rígido, adaptado a la natación veloz y la caza
depredatoria a la carrera que efectúan con sus tentáculos contráctiles
(más largos que el resto y prensiles), quedan inermes y aplastados
cuando se los encuentra varados en una playa.
El monstruo de Florida
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Hace muy poco, el hallazgo de una masa gelatinosa
en un playa de Chile (fue el 24 de junio de 2003, en la Playa Pinuno,
Los Muermos, en la costa sur de Chile), revivió la memoria de un suceso
similar ocurrido a fines del siglo 19.
El 30 de noviembre de 1896 encontraron varado en una
playa de la isla Anastasia, ubicada a 18 kilómetros al sur de la playa
St. Augustine, en la costa este de Florida, el cadáver mutilado y
deteriorado de un gran animal. Esos restos de cuerpo tenían seis metros
de largo, dos de ancho y uno de altura, pesaban entre cuatro y seis
toneladas y poseían muñones de brazos de 25 centímetros de grosor, uno
de los cuales medía casi diez metros. La carne era de un color rosa
pálido, casi blanco, y tenía una consistencia muy dura, lo que la hacía
muy difícil de cortar.
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Según el doctor DeWitt Webb, fundador y presidente de
la Saint-Augustine Scientific, Literary and Historical Society, el
único científico que pudo estudiar directamente el cadáver, se trataba
de un pulpo: la ausencia de esqueleto, la pequeñez de los escasos
órganos internos que quedaban y la estructura muscular del cuerpo eran
todas características de un octópodo.
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El profesor Addison Emery Verrill (1839-1926),
zoólogo de la Universidad de Yale y autoridad mundial en cefalópodos, le
atribuyó un peso total, en vida, de unas veinte toneladas, y una
envergadura de cincuenta a sesenta metros. Lo bautizó con el nombre de Octopus giganteus en el American Journal of Science
en 1897. Poco después se retractó y afirmó que se trataba de los restos
de un cachalote, algo similar a lo que ocurrió ahora en Chile, sólo que
aquí se contó con todos los recursos modernos de identificación.
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Un detalle que indicaría que se trataba de un
cefalópodo y no de un cetáceo, es que los restos permanecieron varados
meses y durante todo este tiempo prácticamente no se produjo
putrefacción. Si bien hubo intentos de hacerlo, resultó imposible
conservar el gigantesco cuerpo. Es obvio que, con el tiempo, éste fue
arrastrado de nuevo por el mar. Solamente se conservan unas pequeñas
muestras en la Smithsonian Institution.
Bastante tiempo después se hicieron análisis histológicos sobre estos fragmentos, cuyos resultados fueron publicados en Natural History Magazine
en 1971 por Joseph F. Gennaro Jr., biólogo de la Universidad de
Florida, y Forrest Glenn Wood, especialista en biología marina del Naval Undersea Research and Development Laboratory de San Diego. También se hicieron análisis bioquímicos, publicados por Roy P. Mackal en Criptozoology en 1986. Los análisis confirman la identificación como un pulpo gigante: se trata de tejido de cefalópodo y no de mamífero.
Todo esto no es concluyente. En 1995, Sydney K.
Pierce, Timothy K. Maugel y Eugenie Clark, de la Universidad de
Maryland, y Gerald N. Smith Jr., de la de Indianápolis, realizaron otros
análisis y consideraron que los fragmentos corresponden a la piel de un
cetáceo.
También se discute este último resultado, diciendo
que esos análisis confirman, por el contrario, la tesis de que era un
pulpo. Los tejidos analizados resultaron estar formados por colágeno
casi puro, y se ha dicho que la composición bioquímica de este colágeno y
la ausencia de grasas son incompatibles con la hipótesis de que era
parte de un cetáceo.
Varios motivos han inducido a suponer que estos pulpos gigantes pertenecen al suborden de los cirrados (Cirrata).
En primer lugar, las llamadas "manos peludas" del Lusca. Los cirrados
suelen tener una amplio manto que une los tentáculos entre sí, que hace
parecer que el animal lleva una "pollera" y que sólo se vean las puntas
de los tentáculos. También la ausencia de ventosas en el cadáver de
Saint Augustine (aunque éstas suelen desprenderse de los animales
muertos) y la presencia de dos muñones en una posición que se
corresponde más con la de las aletas que poseen los pulpos cirrados que
con la de los brazos.
Por último, la frecuente confusión en los testimonios
visuales entre pulpo y calamar: Los pulpos cirrados, que tienen
costumbres menos sedentarias que los incirrados (suborden Incirrata,
los más comunes y conocidos, sobre todo porque son los que comemos),
son más semejantes a los calamares en anatomía y comportamiento.
Si esta identificación es correcta, el nombre propuesto por Verrill, Octopus giganteus, no sería válido, puesto que el género Octopus pertenece al suborden de los incirrados. Se ha propuesto el nombre Otoctopus giganteus.
Fuera de las Bahamas, aunque no demasiado lejos, se
han reportado testimonios similares, aunque menos comunes. En Cuba y en
la península de Yucatán se ha atribuido a pulpos gigantes la muerte de
dos personas que fueron atacadas en sus piraguas. La geología y la
ecología submarina de esta última región son muy similares a las de las
Bahamas.
Hubo también un informe aislado en Texas. A pesar de
la proximidad en la costa de Florida, sin embargo, aparte del cadáver de
Saint Augustine, sólo se cuenta con el testimonio de la tripulación del
U.S. Chicopee A0-41, que en 1941 observó un enorme pulpo muerto
flotando cerca del barco. Ambos cadáveres pudieron haber sido
arrastrados por la corriente marina de Florida, que recorre la costa
sudeste de los Estados Unidos desde las Bahamas hasta el cabo Hatteras,
en Carolina del Norte.
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Estos pulpos, que con seguridad deben vivir en las
cuevas submarinas a menos de 300 metros de profundidad, para alimentarse
saldrían principalmente por la noche. La base de su dieta debe de ser
la langosta Panulirus argus, muy abundante en la región, y que
puede alcanzar un metro de longitud y cinco o diez kilos de peso, además
de otros crustáceos, moluscos y peces.
El comportamiento territorial de los pulpos les hace
atacar e incluso trepar a los barcos que se acercan a sus guaridas. En
varias ocasiones se ha constatado que son capaces de cortar los sedales
más resistentes, incluso de acero, después de inmovilizarlos durante
varios minutos.
Las Bermudas tienen su gigante
En las Bermudas, archipiélago volcánico rodeado de
fondos oceánicos profundos, también se han recogido diversos testimonios
que señalan la existencia de un animal parecido al Lusca.
En 1969, dos submarinistas observaron una especie de
pulpo o medusa pulsátil de quince metros de diámetro y entre veinte y
treinta de longitud.
En 1984, John P. Ingham, un pescador de crustáceos,
perdió dos nasas (trampas enrejadas que se usan para atrapar con cebos)
de varios metros cúbicos llenas de cangrejos del género Geryon a
unos novecientos metros de profundidad. Poco después, estuvo a punto de
perder una tercera nasa: un gran animal, que el sonar identificó como
una masa piramidal de 15 metros de altura, remolcó el barco, que tenía
15 metros de eslora, durante varios cientos de metros a dos kilómetros
por hora.
En 1985, el mismo pescador observó un pulpo gigante
agarrado a una de sus nasas y le pudo cortar un fragmento de veinte
kilos de su cane, de consistencia gelatinosa.
En 1988 apareció en la playa de Mangrove Bay una masa
de colágeno inodora de 2,4 metros de longitud, con la consistencia del
caucho, similar a la del cadáver de Saint Augustine. Los análisis
realizados indican que no eran los restos de un mamífero marino.
Se trata seguramente de un animal diferente del
Lusca, puesto que el hábitat también es diferente. Las Bermudas se
encuentran separadas de las Bahamas por la llanura abisal de Hatteras,
de más de cuatro mil metros de profundidad, una barrera infranqueable
para los animales bentónicos como los pulpos.
Se ha propuesto para esta especie el nombre de Geryonoctopus inghami.
Tanto el aspecto gelatinoso como el movimiento pulsátil que se han observado son comunes en varias familias de pulpos.
Situación geográfica de algunos de los lugares citados
Pulpos gigantes en Hawaii
El Pacífico también tiene sus mitos. El pulpo gigante
es un monstruo bastante común en el folklore de las islas del Pacífico:
Hawaii, las islas Cook...
Hawaii, como las Bermudas, es un archipiélago de origen volcánico, rodeado de aguas profundas.
Se han publicado dos testimonios de avistamientos de
pulpos gigantes en el archipiélago hawaiano en los años cincuenta. Según
las descripciones, los brazos, de más de veinte metros de longitud,
estaban cubiertos de grandes ventosas, lo que puede indicar que se trata
de pulpos incirrados, a diferencia del pulpo gigante de las Bahamas.
Además, los lugares donde se observaron los pulpos
son semejantes: en los dos casos se trataba de zonas poco profundas
cercanas a lugares de anidamiento de tortugas marinas.
Desde entonces, no se ha vuelto a tener noticias.
Calamares bien sólidos y reales
Los calamares han sido las estrellas de los mitos del mar.
En 1555, el naturalista francés Pierre Belon
(1517-1564) describió, en su obra "Nature et diversité des poissons avec
leurs pourtraicts représentez au plus près du naturel", un monstruo
marino que se veía similar al aspecto de un monje y que parece, de
acuerdo con las ilustraciones, una interpretación naïf de los restos del
calamar gigante. Guillaume Rondelet (1507-1566), precursor de la
ictiología con su obra "Histoire entière des Poissons" (1588), bautizó
al animal con el nombre de Monachus marinus.
Para esa época los marinos ya hablaban del Kraken,
"la isla viva", un ser monstruoso de la mitología escandinava. En el
relato verbal transmitido por generaciones, es un animal de tamaño
fabuloso que se deja ver rara vez en la superficie del mar. Pero si
aparece, sólo se ve una pequeña parte de su gigantesco cuerpo, que
llegaría a tener dos kilómetros de extensión.
En una época en que los naturalistas se movían en
barco para conocer el mundo, algunos de ellos se interesaron, más
teniendo en cuenta que desde el siglo 16 se venían recogiendo y
conservando algunos picos y tentáculos enormes. El viajero italiano
Francesco Negri (1624-1698), en su obra póstuma "Viaggio settentrionale"
(1700), y el obispo noruego Eric Ludvigsen Pontoppidan (1698-1764), en
el segundo volumen de Natural History of Norway (Historia Natural de Noruega, 1753), describieron este animal.
Armado de gruesos tentáculos, este animal mitológico era tan temible que de él se decía "...puede agarrar al más grande navío de guerra, arrastrarlo a los abismos y acabar con su tripulación".
Según estos mismos escritos el Kraken se alimenta durante largos
periodos de tiempo tras lo cual descansa, excretando sus heces, que
despiden un olor tan agradable que atraen a su alrededor a todos los
peces del área donde descansa. Cuando el animal se despierta, a su
alrededor hay una gran concentración de peces atraídos por esas heces.
Entonces el Kraken abre sus fauces y los devora a todos, iniciando un
nuevo ciclo de comida y descanso.
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Temido por los marineros noruegos y finlandeses, el
Kraken fue representado como un calamar en ocasiones y como un pulpo en
otras; en ambos casos aparece siempre en actitud agresiva, agarrando a
los navíos en busca de sus desesperadas tripulaciones.
En cuanto al significado de la palabra noruega
"Kraken", hay diferentes teorías entre los lingüistas. La versión más
aceptada sostiene que significa "árbol desraizado" (uprooted tree)
por la similitud entre un calamar gigante y un árbol con las raíces al
aire. Otros, como el lingüista y biólogo noruego Jan Haugum, sostienen
que es una palabra que apareció por primera vez en la mencionada Historia Natural de Noruega de Erik Pontoppidan, en la que significaba "Monstruo marino".
En su "Histoire naturelle des mollusques (faisant
suite aux oeuvres de Buffon)" (1801), el naturalista francés Pierre
Denis de Montfort identificó al gigante del mar con un inmenso pulpo, al
que denominó pulpo kraken.
En 1849, el zoólogo danés Johannes Japetus Smith
Steenstrup (1813-1897) propuso la existencia de un enorme calamar
desconocido y, por fin, en 1857, publicó la descripción científica del
calamar gigante del Atlántico, al que bautizó con el nombre de Architheutis dux. Sin embargo, la mayoría de los zoólogos continuaron negando su existencia hasta finales del siglo XIX.
Criatura fantasmal
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Los animales gigantes y desconocidos, lo mismo que
los abismos del mar, me producen una fascinación especial. Y son un buen
ejemplo para demostrar que la fascinación por ciertos sucesos extraños
no siempre es credulidad o una muestra de ignorancia.
Comencé este trabajo de recopilación al ver una
noticia científica en la que se anunciaba la aparición en cámara, por
primera vez, de un calamar gigante. Las fotos eran impresionantes, lo
que me estimuló para instalar el programa Quick Time en mi
máquina, que era imprescindible para ver las tomas de vídeo existentes.
Valió la pena. Me quedé absolutamente alucinado. Sinceramente, no es
necesario ningún ejercicio de imaginación: parece un ser de otro mundo.
Se trata de una fantasmal criatura que se estimó de
unos siete metros de largo cuya imagen fue capturada a 3.380 metros de
profundidad por un submarino operado remotamente del Monterey Bay
Aquarium Research Institute. Esto ocurrió durante unos estudios
geológicos realizados por el Geochemical and Environmental Research
Group de la Universidad Texas A&M en la isla de Oahu, en Hawaii, en
mayo del 2001.
Basándose en las grabaciones de vídeo, un grupo internacional de investigadores presentó en la revista Science
la primera descripción de esta criatura. Los científicos no pudieron
ofrecer una clasificación exacta para este calamar de las profundidades.
Pero sí se coincidió en que el animal es tan inusual que los
investigadores consideran que se encuentran ante algo bien diferente de
los calamares conocidos.
Para darle un nombre, deberán capturar un ejemplar y
examinarlo. Los autores del reporte especulan diciendo que este nuevo
calamar avistado puede ser un ejemplar adulto de la nueva familia Magnapinnidae,
que sólo se conocía a través de animales juveniles. Pero incluso es
posible que este extraño animal configure una nueva familia.
"Va más allá de ser una nueva especie", dijo Michael
Vecchione del National Marine Fisheries Service y el National Museum of
Natural History, autor principal del reporte en Science. "Esto es fundamentalmente diferente".
Es diferente, pero no sorprende a los investigadores
como Vecchione. Los avistamientos de grandes calamares que han venido
ocurriendo en los últimos tiempos en el golfo de México y en los océanos
Atlántico, Pacífico e Índico pueden significar que estas criaturas en
realidad son absolutamente comunes en aguas profundas, sólo que nos han
venido eludiendo hasta ahora.
El hecho es que, comparado con el conocimiento que
tenemos de las costas y los territorios interiores, del océano abierto
sabemos muy, muy poco. Veamos un número exorbitante: es impresionante
saber que los espacios ubicados en profundidades oceánicas mayores a los
1.000 metros componen el 95 % del volumen de toda la biósfera de
nuestro planeta.
Monstruos en la Antártida: el calamar colosal
En abril del 2003 se obtuvo un calamar de la especie Mesonychoteuthis hamiltoni, al que han llamado "calamar colosal" para diferenciarlo del "calamar gigante" (Architeuthis dux). Esto fue en el Mar de Ross, parte de las aguas antárticas, y se trató del primer ejemplar de un M. hamiltoni
que se ha recuperado intacto de la superficie del océano. El calamar
estaba comiendo merluza negra, un pez que crece hasta dos metros de
longitud, cuando fue capturado. Ya estaba muerto al ser subido a la
embarcación y ahora se halla en el Museo Nacional de Nueva Zelanda.
Mesonychoteuthis hamiltoni en la mesa de estudio
El Dr Steve O'Shea, experto en calamares de la
Auckland University of Technology, explicó que todo lo que se sabía de
estos animales es que viven en el entorno abisal de la Antártida. Se
sabe ahora que es capaz de subir hasta la superficie a través de la
enorme columna de agua y que alcanza un tamaño espectacular.
El Mesonychoteuthis hamiltoni fue identificado por primera vez en 1925 luego de que se hallaron dos tentáculos en el estómago de un cachalote.
Sólo se han obtenido seis especímenes de este
calamar: este animal completo y cinco tentáculos que se sacaron de los
estómagos de cachalotes atrapados por redes de arrastre a profundidades
de of 2.000 a 2.200 metros.
El doctor O’Shea dijo: "Ahora podemos decir que
alcanza un tamaño mayor que el del calamar gigante, que ya no es el
calamar más grande que hay. Hemos obtenido algo que es mayor, y no sólo
algo más grande, sino de un orden de magnitud mayor."
Este calamar tiene uno de los picos más grandes que
se conocen en los calamares y también posee unos ganchos únicos, que
giran sobre un eje, en las mazas de los extremos de sus tentáculos.
Este calamar es veloz y más agresivo que el calamar
gigante. Caza haciendo resplandecer sus ojos a fin de ver los brillos
que desprenden sus presas.
El manto de este espécimen tenía 2,5 metros, y se
estima que este tamaño es sólo la mitad de lo que puede crecer. Los
tentáculos, más que nada los prensiles, se extienden mucho más, lo que
hace tan grande la longitud total del animal.
Conclusión
Lo dicho en este Zapping puede parecer una
recopilación de inconsistencias. De hecho, toda observación de la
naturaleza es inconsistente hasta que la ciencia toma pruebas de ella y
la establece. Lo que no cabe duda es que no sólo es posible que existan
aún en nuestro planeta grandes animales sin catalogar, sino que los
acontecimientos de los últimos tiempos lo hacen casi seguro.
Durante todo el siglo 20, y hasta el día de hoy, se
han sucedido, sin interrupción, descubrimientos de nuevas especies de
animales de gran talla. En los océanos, durante los últimos años se han
descubierto, entre otros, el tiburón Megachasma pelagios, de
cuatro metros y medio de longitud, en 1976; y algunos grandes cnidarios
(grupo de invertebrados al que pertenecen las medusas), como, en 2003, Tiburonia granrojo,
una medusa de sesenta a noventa centímetros de diámetro que pertenece a
una nueva subfamilia totalmente desconocida hasta esa fecha. Debemos
agregar a la lista los cefalópodos ya descriptos.
En cuanto a grandes mamíferos terrestres, entre 1937 y
1993 se ha descrito en promedio una nueva especie cada seis años, y
este ritmo tiende a acelerarse: es de una especie cada dos años desde
1980.
Entre los descubrimientos más recientes se encuentran la gacela de Yemen (Gazella bilkis) en 1985, el canguro arborícola de Scott (Dendrolagus scottae) en 1990, el buey de Vu Quang (Pseudoryx nghetinhensis) en 1993, el muntiaco gigante (Megamuntiacus vuquangensis) (animal del grupo al que pertenecen los ciervos) en 1994 y el muntiaco de Truong Son (Muntiacus trungsonensis) en 1997.
Estas son especies "nuevas" solamente para la ciencia,
ya que en prácticamente todos los casos ya eran conocidas por los
indígenas de las regiones respectivas. En el mundo entero hay
testimonios de avistamientos de animales que los que viven en el lugar
conocen y que nadie más ha visto. A mí me ha tocado ver, en la zona de
hoteles de Puerto Iguazú, Misiones, un extraño cánido del tamaño de un
perro grande al que se le llama "Zorro pitoco", que se considera
extinguido. Eran las tres de la mañana y él se quedó tan helado como yo.
Cada tanto los científicos encuentran uno de estos animales
"mitológicos" y lo "blanquean" en sus registros. Sin embargo, en general
se toma con gran escepticismo la descripción de cualquier animal grande
que no está inscripto en los registros de la ciencia.
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