lunes, 4 de junio de 2012

La telepatía ante la ciencia (Extracto del libro "El universo no es plano", de Miguel Pedrero)

Determinados fenómenos considerados anómalos –OVNIs, apariciones celestiales, contactos con el mundo de los espíritus, teleportaciones espacio-tempotales…– y los últimos descubrimientos en el campo de la física, apuntan hacia una fascinante posibilidad: que inteligencias procedentes de universos paralelos están interfiriendo en nuestro mundo tridimensional. “El universo no es plano” (Palmyra, 2012), obra de reciente publicación de la cual extractamos el siguiente reportaje, va incluso más allá, ofreciendo evidencias de que todos podemos acceder a esas otras dimensiones, pues nuestra conciencia –o alma– es independiente del cuerpo físico
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El universo no es plano (Palmyra 2012). Autor: Miguel Pedrero.
Texto: Miguel Pedrero
El estudio de las capacidades telepáticas de los seres vivos obsesionó durante toda su vida al Dr. Joseph Rhine y su esposa, la también científica Louisa. Las investigaciones de ambos, desarrolladas durante décadas en el Departamento de Psicología de la Universidad de Duke (EE UU), plantaron la semilla de la parapsicología científica. Emplearon sobre todo la baraja Zener (llamada así en honor al colaborador de los Rhine que las inventó). Estaba compuesta por veinticinco naipes en los que se reproducían cinco veces cinco sencillos símbolos: círculo, cuadrado, cruz, estrella y líneas ondulantes.
En sus miles de experiencias, sometidas a unas exhaustivas medidas de control, un individuo (emisor) trataba de transmitir mentalmente las figuras que salían en los naipes a otra persona (receptor), la cual no podía ver las mismas. Los resultados de sus experimentos mostraban que el índice de aciertos estaba estadísticamente por encima del atribuido al azar. De hecho, algunos individuos obtuvieron resultados espectaculares, como el que acertó en tantas ocasiones el naipe correcto que la posibilidad de que se tratara de una simple casualidad era de una entre 298.000 billones. Estas personas son lo que los especialistas denominan sensitivos, pues poseen una aptitud especial para esta clase de experimentos u otros similares.
El matrimonio Rhine también descubrió algo de suma importancia, que sería corroborado en posteriores investigaciones en las décadas siguientes: el índice de aciertos es más elevado cuanto mayor es la relación afectiva entre el emisor y el receptor. En otras palabras, el fenómeno de la telepatía no depende de la cercanía espacial entre los individuos participantes en un experimento, sino de su proximidad afectiva. De hecho, algunos estudiosos opinan que el amor a primera vista o flechazo, esa extraña sensación que nos hace sentirnos atraídos por otra persona nada más toparnos con ella, en realidad podría constituir un modo de conexión telepática. En este sentido, la doctora Ruth Sinclair realizó una encuesta a 1.284 parejas de EE UU, cuyos resultados fueron sorprendentes: aquellas parejas que sintieron amor a primera vista estaban más compenetradas y eran más felices que el resto en una proporción más que significativa de nueve a uno.
Rhine también averiguó que las mejores parejas telepáticas eran las compuestas por hermanos, sobre todo si eran gemelos. Pero hay más. Según la carga emocional para el receptor del mensaje transmitido, éste obtendrá diferentes resultados, tal como muestran los estudios del ingeniero Douglas Dean. El investigador empleó un pletismógrafo digital que medía, a través de unos sensores conectados a un individuo que hacía de receptor, variaciones ínfimas de su flujo sanguíneo. Otra persona, desde una habitación diferente, transmitía ciertos colores, cinco nombres al azar y otros diez nombres de sujetos relacionados con el receptor. Precisamente, cuando eran emitidos estos últimos, el aparato registraba variaciones significativas en su corriente sanguínea.
La moderna física descubre cómo se produce
Después de más de cincuenta años de investigaciones en laboratorio, los parapsicólogos todavía no hallan respuesta a dos cuestiones básicas: cómo funciona la telepatía y por qué se obtienen mejores resultados cuando emisor y receptor están unidos por lazos afectivos. La solución a estos enigmas, aunque parezca increíble, podría encontrarse en una serie de experimentos con partículas subatómicas (de un nivel estructural inferior al átomo), que constituyen la base de la moderna física cuántica. Los primeros resultados se obtuvieron empleando dos electrones que, en un laboratorio, se hicieron vibrar al unísono en un estado conocido como "coherencia". A partir de ese momento, ambas partículas quedaron unidas para siempre por una especie de "cordón umbilical" invisible que los científicos todavía no han logrado descubrir. Este fenómeno se conoce por el nombre de "entrelazamiento cuántico", e implica que cualquier cambio generado en un electrón, instantáneamente es transmitido al otro, aunque cada uno se encuentre situado en un extremo diferente del universo.
En otras palabras, algún tipo de conexión profunda los vincula para siempre, independientemente de la distancia que exista entre ellos. Por ejemplo, si uno de los electrones gira en una dirección, su "gemelo" lo hace de inmediato en la contraria. En realidad, lo que se está produciendo es un intercambio instantáneo de información y, por lo tanto, por encima de la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo). En 1993, científicos de la multinacional IBM, dirigidos por Charles Benett, demostraron que empleando el fenómeno del entrelazamiento cuántico era posible teletransportar objetos al menos a nivel atómico. Es decir, demostraron que se podía transmitir toda la información contenida en una partícula a otra. Desde entonces, físicos de diferentes centros de investigación y universidades han conseguido teletransportar fotones e incluso átomos de cesio enteros.
Quizá, en unos años sea posible hacerlo con virus o con una molécula de ADN, pues las posibilidades en este campo científico son inabarcables. Hasta el momento, el logro más impactante tuvo lugar en 2006, cuando científicos del Instituto Niels Bohr de Copenhague y el Instituto Max Plank de Alemania consiguieron entrelazar un haz luminoso con un gas de átomos de cesio, en un experimento que involucró a billones de átomos. Uno de los científicos que participaron en la hazaña aseguró: "Por primera se ha conseguido el teletransporte cuántico entre luz (portadora de información) y átomos".
Estos experimentos apuntan a una fascinante posibilidad: la telepatía se produce porque dos individuos son capaces, hasta cierto punto, de vibrar al unísono. Es decir, logran que sus partículas se entrelacen cuánticamente, por lo que es posible que uno reciba determinada información que el otro almacena en su cerebro. En definitiva, el fenómeno de la coherencia de las partículas subatómicas, que genera una comunicación invisible e inmediata entre ellas, podría constituir la base de la telepatía. Por tanto, cuanta más afinidad exista entre ambos individuos, mayor será la posibilidad de que tenga lugar un "acto telepático", pues mayor "coherencia" o "entrelazamiento cuántico" conseguirían generar el uno en el otro (que es lo mismo que decir entre sus partículas subatómicas).
Precisamente ahí puede radicar la clave de la conexión entre dos individuos: en la afinidad afectiva entre ambos, de modo que podrían crear una indisoluble unión más allá de la distancia física a la que se encuentren. Así sería posible explicar aquello casos –que todos, en mayor o menor medida, hemos vivido en alguna ocasión– en los que, por alguna razón que no logramos entender, sabemos que una persona querida se halla en dificultades en ese preciso instante o que en unos segundos vamos a recibir la llamada de nuestra pareja o de un amigo íntimo.
Cambiando la materia con nuestro pensamiento
Pero las consecuencias científicas de los experimentos de entrelazamiento cuántico van más allá de las infinitas aplicaciones que se podrían obtener en un futuro más o menos cercano, pues apuntarían a que todas las partículas del universo, en cierta medida, estarían unidas por un "hilo invisible" desde el principio de los tiempos. En otras palabras, todos –seres humanos, animales, plantas, estrellas, luz, calor, piedras, etc.– estamos conectados cuánticamente, así que cualquier circunstancia que nos afecta, también lo hace al resto del universo. Por lo tanto, como postulan el budismo y otras filosofías orientales, todo lo que pensamos o sentimos puede cambiar la realidad material que nos circunda, pues un pensamiento también es energía y puede entrar en "coherencia" con la realidad material, cambiando sus estructuras subatómicas y, por consiguiente, la realidad en sí misma.
De hecho, la hipótesis cosmológica sobre el origen del universo mayormente aceptada por los astrofísicos es la del big bang (literalmente "gran explosión"), según la cual la materia surgió cuando un "punto" de densidad infinita "reventó", generando la expansión del universo en todas direcciones.
Cada vez se hallan más evidencias de que efectivamente la "gran explosión" tuvo lugar hace unos quince o veinte mil millones de años. Es conocido que el universo se está expandiendo como consecuencia de dicho "estallido" porque las estrellas se alejan de nuestro punto de vista a velocidades increíbles. Los astrónomos lo saben porque pueden medir la distorsión de la luz estelar. Por otro lado, la distribución de los elementos químicos en nuestra galaxia coincide con la predicción de la teoría del big bang. Además, los objetos más antiguos del universo tienen alrededor de 15.000 millones de años, lo que también coincide con dicha hipótesis.
Según advirtieron los defensores del big bang, a finales de los cuarenta la explosión tuvo que producir una especie de "eco" cósmico –en realidad una radiación de microondas que impregna todo el universo conocido– que en alguna ocasión debería ser detectado por nuestros instrumentos. Y esto ocurrió en 1965 cuando Arno Penzias y Robert Wilson, científicos de los Bell Telephone Laboratories, lo descubrieron por pura casualidad y ganaron el Premio Nobel de Física por ello. Todo lo anterior quiere decir que la materia de la que está constituido el universo entero –y por consiguiente también nosotros mismos– posee un origen común, una misma fuente. Así que no tiene nada de extraño que toda la "realidad" se encuentre conectada por un hilo invisible cuya fuente hay que buscarla en la "singularidad espacio-temporal" de densidad infinita de la que, según los astrofísicos, se originó la expansión del espacio. Desde entonces, los objetos astronómicos se han alejado unos de los otros.
Pero hay más. Según una de las teorías más extendidas, dicha "singularidad" se originó debido a la ruptura de un universo decadimensional que se dividió en uno de cuatro (el nuestro) y en otro de seis, el cual estaría "enrollado" en el "mundo subatómico". Mediría 10-33 centímetros, por lo tanto demasiado pequeño para ser localizado mediante un experimento en laboratorio al menos en los próximos siglos, pues sería necesario emplear tal cantidad de energía que hoy en día es pura ciencia ficción.
Todo retornará al "origen" cuando tenga lugar el big crunch, es decir, en el momento que el universo se pliegue sobre sí mismo, volviendo a su estado inicial. Pero no nos alarmemos, esto sucederá dentro de muchísimos millones de años. Claro que, primero tendremos que hacer frente a otra clase de problemas cósmicos de ámbito más "local", como la extinción de nuestro Sol en "sólo" unos 5.000 millones de años… 

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