lunes, 25 de junio de 2012

Recordando amores en Salem


Nathaniel Hawthorne y las brujas de Salem.


Nathaniel Hawthorne es, desde luego, Nathaniel Hawthorne; pero también es alguien más.

En ocasiones el pasado es demasiado ominoso como para ignorarlo, demasiado terrible en sus consecuencias. La indiferencia o el desinterés no bastan para que pierda su influencia en el presente, y ni siquiera hombres de talla inconmensurable pueden eludir los errores de sus ancestros.

Tal es el caso de Nathaniel Hawthorne (1804-1864), cuyo nombre de nacimiento era Hathorne; un apellido ligado eternamente a uno de los procesos judiciales más infames de la historia: el juicio a las brujas de Salem.

1804. Salem, Massachusetts. Varias docenas de personas fueron acusadas falsamente de brujería. Muchas de ellas fueron encarceladas, desde luego, injustamente. Veintiún personas fueron ejecutadas.

Con los años se supo que aquel juicio estaba construido sobre el testimonio fraudulento de un grupo de muchachas despechadas. Casi todos los jueces involucrados en el proceso se arrepintieron de su proceder -no así de la creencia en brujas-, pero hubo uno, uno solo, que jamás se arrepintió de sus actos.

Su nombre era John Hathorne (1641-1717), que además de juez cumplió la función de verdugo.

John Hathorne, mercader de Salem, era un hombre ignorante, sádico, bestial, e igualmente devoto; combinación que, desde luego, lo volvía una personalidad temible para cualquiera que no se ajustara a su modo particular de ética.

En su rol de juez se mantuvo firme en su decisión de negar el testimonio válido de testigos confiables que abogaban por la inocencia de los acusados. Más aún, cuando el resto de los jueces ofrecieron el perdón a los enjuiciados a cambio de arrepentimiento, es decir, a declararse culpables y portar un sayo ignominioso de por vida, John Hathorne sugiere cínicamente que cada nombre de los que firmen sea tallado en un mural para que las generaciones venideras supiesen el pasado hereje de sus ancestros.

Fue él quien ejecutó a todos los sentenciados a muerte, y lo hizo con plena consciencia de que quienes agonizaban cruelmente en la hoguera eran hombres y mujeres inocentes.

Ni siquiera se arrepintió en la primavera de 1717, casi veinticuatro años después del juicio, cuando todos las autoridades involucradas ya habían admitido su "error" y el viejo John Hathorne yacía en su lecho de muerte.

Este hombre sádico y analfabeto fue el tatarabuelo de, quizás, el mejor escritor de su época: Nathaniel Hawthorne.

Siendo en todo opuesto a su ancestro, Nathaniel Hawthorne fue un narrador genial. Vivió toda su juventud apesadumbrado por los hechos ominosos que pesaban sobre su nombre, marcado por un fuego vivo y acaso imborrable. Pronto supo que su obra, notable desde todo punto de vista, no sería suficiente para redimir el pasado abominable de su estirpe, de modo que resolvió juiciosamente no cargar con los pecados de otro.

Desde entonces Nathaniel Hathorne se convirtió en Hawthorne.

Liberado de su pasado, aparecieron obras como La letra escarlata (The Scarlet Letter), La casa de los siete tejados (The House of the Seven Gables), e innumerables relatos y novelas que han sido fundamentales para la posteridad literaria. Sin embargo, el pasado siempre encuentra alguna grieta en el presente, algún umbral descuidado por donde regresar.

Nathaniel Hawthorne recibió ese pasado con estoicismo; con un nombre diferente, es cierto, pero admitiendo abiertamente los crímenes aberrantes de su familia.

El exorcismo final de su canallesco tatarabuelo se produjo durante la composición de uno de sus mejores relatos, llamado con toda justicia: La marca de nacimiento (The Birth Mark). 


 Sophia Amelia Peabody (1809-1871) conoció al escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne (1804-1874) a través de su hermana, Elizabeth; quien para inducirla a enamorarse del joven le comentó que era "Más guapo que Lord Byron" (¡He is handsomer than Lord Byron!).

Pero cuando Sophia descendió las escaleras de la casa familiar con el corazón palpitando ante la posibilidad de semejante hallazgo, se plantó frente a un Nathaniel Hawthorne tembloroso, y le susurró a su hermana: "Si ha venido una vez, volverá" (If he has come once he will come again).

No obstante este primer encuentro fallido, la tenacidad de Nathaniel Hawthorne se puso en marcha. Se informó sobre los gustos de la muchacha y rápidamente descubrió que ésta era bastante talentosa con el pincel. Acto seguido, escribió El retrato de Edward Randolph (Edward Randolph’s Portrait), cuento en el que incluyó la presencia de la joven bajo el velo de una artista llamada Alice Vane.

Este presente narrativo demolió las defensas de Sophia, y pronto accedió a verlo. Al principio -anotan los biógrafos-, la joven se negó a que la cortejase, aunque en pocas semanas Nathaniel Hawthorne ya se había ganado su corazón. Según lo que ella misma anotó en sus epístolas, Sophia sentía un miedo profundo y visceral a las desdichas del corazón, miedo que se vé notablemente estimulado cuando en el corazón palpita el nombre de alguien. Para tranquilizarla, Nathaniel Hawthorne prometió solemnemente que jamás se separarían, y que de hacerlo él encontraría la forma de volver a ella, incluso desde la tumba.

La pareja se comprometió en secreto en el año nuevo de 1839. Pero los fantasmas internos de Sophia iban en aumento. Sufría de horribles pesadillas en las cuales debía enterrar el cuerpo de Hawthorne en una tierra distante. Su obsesión con la muerte llegó a tal punto que el genial escritor debió inventar una estratagema para calmarla. Adquirió dos anillos que, según dijo, poseían propiedades mágicas. No importaba cuan lejos se encontrasen sus portadores, el poder de los anillos eventualmente los reuniría.

Tranquilizada por el artilugio fantástico, Sophia Peabody le regaló a su prometido dos pinturas misteriosas sobre las que poco se sabe. Sólo que Nathaniel Hawthorne las valoraba de tal modo que las ocultó bajo cortinas y velos, no permitiendo a nadie que las viese, salvo a algún miembro selecto de su grupo.

La boda fue fechada originalmente para el 27 de junio de 1842, pero fue postergada debido al estado frágil de la joven. Su salud era delicada, sus músculos apenas podían soportar el peso de su cuerpo a causa de un tratamiento dental fallido. Cuando tenía 8 años su dentista le recetó una dosis demasiado fuerte de mercurio, más una combinación de opio y calomel para suavizar los dolores.

A partir de allí, la salud de Sophia jamás pudo recuperarse del todo.

Finalmente la boda se realizó, con algunos inconvenientes y postergaciones, el 9 de julio de 1842. Tras la ceremonia se mudaron a la celebérrima Old Manse, en Massachusetts, donde Nathaniel Hawthorne escribiría sus mejores relatos, entre ellos La marca de nacimiento (The Birth Mark) y La hija de Rappaccini (Rappaccini's Daughter).

Al ser una pareja de recién casados bastante "madura" (ambos tenían más de 30 años de edad), alguien le preguntó a Hawthorne como se sentía en su nueva vida matrimonial; a lo cual éste le respondió en una carta:

Somos tan felices como se puede serlo sin caer en el ridículo; e incluso podríamos serlo aún más, pero, de hecho, hemos decidido detenernos en este punto. (We are as happy as people can be, without making themselves ridiculous, and might be even happier; but, as a matter of taste, we choose to stop short at this point.)

Los hijos fueron llegando, siempre con enormes dificultades a causa de la salud de Sophia. La primera fue Una, nombre que alude a La reina de las hadas (The Faerie Queen) de Edmund Spenser, luego Julian y Rose; y con ellos el infortunio de ser expulsados de la Vieja Mansión con sólo 10 dólares en el bolsillo. La pareja se paseó por diversas casas de Salem, haciendo de la vida nómade una regla general. En medio de la problemática habitacional el genio de Nathaniel Hawthorne compuso una de sus obras capitales: La casa de los siete tejados (The House of the Seven Gables).

La vida de ambos trascurrió con incontables sobresaltos económicos, pero suavizada por el sincero amor que se profesaban mutuamente. En mayo de 1864, Nathaniel Hawthorne murió mientras dormía. El golpe fue demasiado duro para Sophia, que huyó a Londres con una de sus hermanas y sus tres hijos. En 1871 ella fue diagnosticada de neumonía tifoidea (typhoid pneumonia). Murió el 26 de febrero de 1871 tras una agonía que duró semanas, en las cuales apenas podía respirar. Fue enterrada en el cementerio de Kensal Green.

Con enorme dolor, Una, la hija mayor de la pareja, enterró a su madre lejos de la tumba de su padre.

Los años pasaron, y aquella promesa de permanecer eternamente juntos por fin se cumplió.

En junio de 2006, tras intensas negociaciones, el sarcófago de Sophia Peabody viajó a Concord, Massachusetts, donde fue reubicado junto al de su esposo en el cementerio de Sleepy Hollow, el mismo que contiene los restos del jinete sin cabeza de Washington Irving.

Las puertas de la Vieja Mansión se reabriron para recibir a los pocos descendientes y allegados de los Hawthorne. Entre ellos, el bisnieto de un joyero de Massachusetts famoso por forjar anillos mágicos.

 

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